—¿Lo haría?
Los ojos de la Reina se iluminaron de pronto. Había una expresión excitada en ellos.
—Por supuesto que lo haría— repitió Sheena.
No supo por qué, pero sintió deseos de no haber hecho tal promesa.
—Recordaré eso. Usted es mi amiga… mi querida y bondadosa amiga.
Extendió la mano y Sheena, comprendió lo que se esperaba de ella, se puso sobre una rodilla y la besó.
Fue en ese momento que la puerta se abrió y un lacayo anunció:
—¡Su Majestad el Rey, Majestad!
La Reina se puso de pie y Sheena no pudo menos que darse cuenta de lo desagradable de su figura, comprensible al recordar que apenas un año antes había dado a luz su décimo hijo.
—¡Oh, Majestad… vino usted!— exclamó.
El Rey entró con paso rápido a la habitación, con su acostumbrada expresión sombría, que lo hacía apar
