2.2

1139 Words
Nunca lo fue y nunca lo será. No sabes cómo me has traicionado. Has conseguido vernos a todos la cara de tontos. Sin la máscara tras la que te escondes no te encontrarás perdido en tus propias mentiras. Ahora sé la verdad. Ahora sé quién eres. Ya no te amo. Evanescence – Everybodys fool.   * * *             Leila era una mujer de 22 años, rojo cabello corto y rostro de facciones muy aniñadas. Su pálida piel se iluminó aún más cuándo las luces a la entrada del hotel dieron con ella, no se detuvo a saludar al portero, simplemente habló de una vez a la recepcionista. —Habitación 32 —dijo—. Soy invitada.               La recepcionista, rubia platinada con discretas gafas de aumento y su cabello atado en un moño en forma de cebolla, visualizó algo en el ordenador portátil frente a ella, descolgó el teléfono y después del primer timbrazo atendieron al otro lado de la línea. —La señorita está aquí —pausó. Asintió—. Está bien, a su orden.   Se volvió hacia Leila que esperaba impaciente, temblando ligeramente de tan solo imaginar el motivo de su estadía allí.   —Siga por las escaleras, en el segundo piso —explicó la mujer con amabilidad.             Leila no respondió, caminó rápida, a zancadas largas y pesadas por el pasillo directo hacia las escaleras. Su ajustada franela rosada dejaba ver lo delgada que era y su jean roto demostraba que se negaba a abandonar el estilo adolescente. Sus botas negras de tipo punk resonaban a cada paso. Se detuvo frente a la habitación 32, respirando agitadamente y su corazón retumbando tras sus costillas, iba a tocar la puerta como aviso de que ya estaba allí, pero rápido reparó en que ésta se encontraba media abierta; fue entonces cuando decidió empujar para aclarar de una vez sus dudas, la incertidumbre la estaba acribillando, pero casi terminó por darle muerte la sorpresa que se llevó.             Leila tragó saliva con fuerzas, sintiendo los ojos arder y posteriormente las lágrimas rodando sobre sus mejillas, afincó los dientes unos con otros y cruzó mirada con una de las tres mujeres que se relacionaban sexualmente con la pareja de ésta, quien parecía estar muy consciente del placentero evento que se llevaba a cabo, en el cual para postre tenía también a un hombre desnudo a punto de disfrutar su turno. Aquella rubia amante le sonrió a Leila con maldad y siguió moviendo su mano dentro de la mujer en cuestión, quién sonreía, perdida en el universo que supone el éxtasis del orgasmo y las demás manos y lenguas como arañas y sabandijas haciendo de aquello una orgía. ¿Cómo era posible que la novia de Leila estuviera tan perdida en medio del placer, sin reparar siquiera que ella estaba presente, viendo todo y a todos?  * * *             Dan sonrió con ternura y a la vez con pesar al ver al pequeño Eddie estar casi estático dentro de la incubadora, con su delicada piel blanquita traspasada con agujas, cables por todos lados, algunos yesos en las piernitas y brazos; plaquitas blancas adhesivas cubriendo heridas que anteriormente habían cerrado con hilo y aguja; dentro de su boca hacia su garganta un tubo con oxígeno le facilitaba la respiración al niño.   —Es un bebé muy fuerte —admiró la enfermera a un lado de Dan.             Estaban tras el cristal que los separaba de la sala en la que tenían varias incubadoras con niños prematuros, pero Eddie era un caso especial. —No sólo es fuerte —dijo el doctor—. Es un chiquillo con suerte. Hace un mes, cuando llegó no se le veía ninguna posibilidad de sobrevivir, menuda sorpresa nos hemos llevado.               Dan permanecía en silencio, sin dejar de admirar al bebé, sintiendo una fuerte conexión con él. Haría lo que fuera con tal de garantizar el bienestar del niño. Su celular sonó. —Disculpen —dijo amable antes de salir de allí para contestar.               En la sala de espera del hospital atendió la llamada entrante en voz baja y precavida. —Y bueno… —dijo a la espera de una buena noticia. —Qué mujer más tonta y débil —respondió la rubia desde el hotel—. No se quedó a decir nada, salió como una bala de aquí con la cara toda horrible por el llanto.   —¿Qué pasó con Olivaia? —preguntó este sin ningún atisbo de sorpresa en su voz. —Sigue bajo los efectos de la droga, actúa normal aparentemente —respondió con satisfacción—. Dije que funcionaría. Mañana ésta mujer no recordará nada. —¿Martín la tocó? —preguntó Dan con algo de preocupación en su voz. —Claro que no —respondió la mujer—. Simplemente se mantuvo desnudo a la espera de la llegada de Leila. —¿Las otras dos? —Simplemente la besaron, quien hizo el trabajo sucio fui yo —le recordó—. Aunque no tan sucio. Esta mujer lo disfrutó. —Bien —la cortó Dan—. Era todo lo que quería saber. La otra mitad del p**o estará en cada una de sus cuentas bancarias en menos de diez minutos y apliquen las reglas del trato, no más comunicación, no divulgar lo acontecido, no es conveniente para ninguno de nosotros. —No somos estúpidos, además, es nuestro trabajo.             Dan cortó la llamada y tras despedirse oficialmente de las enfermeras bajó haciendo uso del ascensor hasta llegar a la primera planta. No fue una larga caminata hasta que llegó al aparcamiento.             Encendió el motor de su auto y partió rumbo a su oficina en el centro de la ciudad, se quedaría a dormir allí y antes revisaría el expediente de otros casos que llevaba. Se adentró a la noche, con la seriedad habitual en él, el mundo le ofrecía la oportunidad de hacer justicia una vez más, sin importar si sería dentro o fuera de los tribunales.               Olivaia por otra parte, al día siguiente, despertó perezosamente entre las blancas y arrugadas sábanas de la cama de una habitación desconocida, descubrió que estaba desnuda y entró en completo pánico, se levantó de un salto e intentó percibir alguna herida en su cuerpo o algún indicio que le dijera que algo estaba mal, sin embargo lo único que sintió fue un ligero mareo y la sensación de haberla pasado bien la noche anterior, tenía resaca y la desventaja de no recordar nada acerca de las últimas 12 horas. Al pie de la cama se encontró con varias botellas vacías y una nota que rezaba: “La pasé muy bien. Con cariño, Ana”.             Arrugó el entrecejo al leer aquello en tinta azul y como sello un beso con labial rojo, al parecer la noche anterior estuvo llena de delitos que a nadie debía contar.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD