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Bosque aledaño al pueblo mencionado en la primera parte.
Misma línea de tiempo.
(Otros personajes).
Yo dejo las balas volar, oh deja que lluevan.
Mi suerte, mi amor, mi Dios, ellos vinieron desde...
¡Dolor!
Me hiciste un, me hiciste un creyente, creyente.
Imagine Dragons – Believer.
***
Debía escapar del modo que fuera, no quería enfrentar aquello que aguardaba a por ella. Un par de lágrimas brotaron desde sus ojos, quería que todo aquello fuera una pesadilla y no la realidad que por sus poros se introducía como mínimas agujas venenosas amenazando con inmovilizarla.
Las ramas de las plantas silvestres lastimaban sus brazos y su cara ya comenzaba a inflamarse debido a los golpes que ocasionaron las caídas durante su escape. Siguió llorando, aunque sin frenar la carrera, debía llegar a alguna parte en algún momento. Escuchó aullidos de perros lejos de ella, ladridos y truenos en el cielo. Tenía frio, la piel magullada, brazos sangrantes, cara sucia y ojos bastante húmedos. Su garganta estaba seca y su boca sabía a tierra. Leila estaba a punto de hiperventilar, estaba cansada, con calambres en los tobillos por correr casi sin detención, las lágrimas se adherían a sus mejillas sucias de pantano como algún tipo de líquido viscoso y desagradable, hizo un paro, colocando la palma de su mano sobre el tallo de un pino adulto, apoyándose para descansar y respirar por un momento, aunque eso se le estuviera haciendo complicado. Sus pies estaban torcidos y los zapatos mugres, entonces levantó la vista, encontrándose con aquella cantidad de agua más allá de algunos árboles que dejaban verlo apenas.
Analizó aquello por milisegundos, pero los gruñidos a pasos detrás de ella no le dejaron contemplar las opciones que tenía. Con demasiada adrenalina bullendo desde sus vísceras, Leila reinicia su carrera hacia el lago, atravesando el sendero no marcado entre los árboles. Otro relámpago seguido de un trueno estremeció el lugar e iluminó las aguas oscuras, la negrura de la profundidad seguía llamando con su aspecto misterioso a cualquiera que quisiera sumergirse en ella para no emerger jamás.
Leila balanceaba sus brazos con rapidez, como si eso fuese a sumarle fuerzas para correr, el muelle sonaba apenas, conforme ella pisaba el suelo, los perros detrás, como fieras. Estaban a pocos pasos de ella y justo cuando uno de ellos abrió su boca como una fosa profunda y mortal para morder una parte de ella y conseguir detenerla, Leila saltó en un clavado hacia el agua.
El agua la recibió en sus entrañas, estaba fría y sobre su piel se sintió como un corrientazo que llegó a su columna vertebral, pero esperanzador era porque la mantenía alejada de la superficie, donde moraba la causa de su horror.
Emergió por fin, abriendo la boca, jadeando y tomando aire en sus pulmones, sin detener las brazadas. Uno de sus perseguidores, sacó una semi-automática de su estuche en un cinturón y giró un poco la cabeza hacia el otro, mirándole a los ojos, este otro asintió. Fue entonces cuando haló el gatillo tras la orden, dejando salir un disparo.
Leila no se hubiera detenido a no ser porque sintió aquel desagradable dolor en su omoplato izquierdo, en seguida todo su torso comenzó a doler y el agua de pronto se hizo más espesa desde su punto de consideración, ya había recorrido varios metros a nado, pero su cuerpo no rendiría más. Tragó agua, sintió su nariz llenarse de líquido y comenzó a toser debido a aquello, siguió flotando, la bala seguía allí y las gotas de lluvia comenzaron a caer cuidadosamente sobre su cara, otro relámpago, otro trueno ésta vez más fuerte y la lluvia arreció sobre ella y sobre sus depredadores. Las lágrimas tíbias en los ojos de Leila se mezclaban con las gotas de agua helada que caían, sentía frío, sentía miedo, tosió una vez más, casi sin fuerza suficiente para hacerlo, sintiendo el dolor expandiéndose por todo su cuerpo, analizando entonces todo, reflexionando acerca de lo sucedido últimamente, acerca de lo que vendría entonces, todo aquello se volvió un tornado de hechos y suposiciones en lo profundo de su mente retorcida, antes de abandonarse lentamente a la inconsciencia.
Meses atrás. En Moscú.
Dan se lleva una galleta de Toddy, del tamaño de una moneda, a la boca con total calma, mastica tranquilamente mientras desliza sus dedos sobre la pantalla de un móvil. Mensaje enviado, texto entregado, dos segundos más tarde es visto y tres segundos luego llega la respuesta “De acuerdo, voy”.
El joven de ojos azules sonríe con sorna y decide hacer una llamada, esperó muy poco, al otro lado de la línea se escucha una voz femenina:
—Diga.
—Va para allá —avisa—. No quiero errores —dice y cuelga.
Dan continúa con su tranquilidad a pesar de las circunstancias, se lleva el vaso de leche fresca a los labios y da un sorbo, suspira. Había tantas cosas en las cuales pensar, tantas cosas qué realizar, tantos pendientes por terminar, muchas cosas qué aprender. Miró hacia la pequeña mesa en la sala de estar de su apartamento, atestada de libros acerca de leyes; no era nada fácil ser abogado, pero se le hacía muy placentero, aún con todo un día repleto de quehaceres, se sentía bastante activo y dispuesto, miró la hora en su reloj de pulsera, eran casi las once de la noche, entonces avanzó hacia el espejo, deteniéndose en frente del cristal reflector y observando su rostro de cejas pobladas, nariz recta y labios llenos; no sonrió. Se mantuvo serio sin parpadear y ni siquiera darle un vistazo a su abundante cabello marrón chocolate, luego inclinó un poco la cabeza, sin observar algún punto en particular por lo bajo y acomodando los bordes de su camisa de cuadro desabotonada, sus pantalones de mezclilla se ajustaban perfectamente a su figura (aunque no de manera exagerada) y la camiseta negra bajo la prenda de cuadros lo hacía lucir algo tumblr. Decidió, junto a su vestimenta informal, abandonar el apartamento y dirigirse hacia el hospital infantil de la ciudad.