Estoy tratando de decirte
Estoy tratando de conocerte
Estoy muriendo por mostrarte
Luchando por conseguirte
En cuánto me tienes, te vas y me dejas
Es cruel cuando me quemas
Amo cuando me hieres
Tokio Hotel — Attention.
* * *
Olivaia se vistió lo antes posible y tomó sus cosas, percatándose rápidamente de la ausencia de su móvil.
—Demonios —maldijo—. Mi teléfono.
Lo buscó entre las almohadas, bajo la cama, en el baño y en la sala de la habitación, pero no consiguió nada.
Acomodó su largo cabello con las manos haciendo de cepillo y salió de allí, bastante aturdida.
* * *
Dan seguía tecleando cosas en su ordenador portátil mientras el celular ajeno sonaba y sonaba sobre el escritorio a un lado de él, era Leila, llamando.
Exhaló con fastidio y cortó la llamada, procediendo a escribir un texto como mensaje en respuesta: “¿no te bastó lo que viste? Sí que eres masoquista.”
Enviado, recibido y de regreso una respuesta: “¿por qué me hiciste esto? No sabes lo mal que me hace sentir. ¿Qué pasará con nosotras?”
Dan seguía respondiendo a nombre de Olivaia: “nada, no pasará nada, lo nuestro en ningún momento iba a dar frutos, eres una ilusa”.
Leila respondió: “¿no me amas?”.
Dan sonrió antes de teclear: “¿también te creíste eso de amarte? Pensé que eras más lista. No, Leila, no te amé, no te amo. No vuelvas a fastidiar.”
Dejó el móvil de un lado y procedió a encarpetar fotografías con pruebas del delito cometido hacia el infante que ahora estaba en proceso de rehabilitación por agravios físicos. Después de terminar de ubicar en perfecto acomodo las evidencias del caso anterior, comenzó a verificar los papeles y pruebas a favor de otro de sus clientes a quién le correspondía defender. Era extraño el acontecimiento, poco común y si pudiera decirse, sin explicación lógica. Hace algunos meses cuando escuchó acerca de esos sucesos lo creyó parte de otro sabotaje por parte de algún asesino en serie que quería llamar la atención de la comunidad y el país entero.
Ahora las evidencias se hacían más visibles ante sus ojos y los ojos de casi medio país, puesto que el gobierno nacional se había encargado de evitar a toda costa que esa información se hiciera masiva, pues, no era conveniente un pánico colectivo. Ya era inútil tratar de esconder aquello, los crímenes eran más seguidos, sacerdotes y demás personal cristiano de distintas religiones eran asesinados, incluyendo familias enteras, ahora era bastante estúpido creer que esto era causado por una sola persona.
Un gran porcentaje de la población eran atemorizados en esos tiempos gracias a eso; él por su parte, no tenía temor ni la menor pizca de miedo, su posición atea lo dejaba permanecer tranquilo, enfocado únicamente en sus objetivos personales. Ahora debería interrogar ante el juez con cara de pocos amigos, al cliente en cuestión, tras el estrado que le correspondería. Sinceramente estaba convencido de la inocencia de su cliente, los lugares en los que estuvo presente durante el hecho criminal no coincidían cómo para ser válida una acusación directa. Ambos padres de este joven fueron brutalmente asesinados, lo más grotesco de todo es que los presuntos autores del hecho hicieron que sus víctimas ingirieron a la fuerza las páginas de una biblia.
Justo cuando estaban a punto de morir, el cliente de Dan llegó a casa, pero sus intenciones de prestar los primeros auxilios fueron en vano, las víctimas del hecho estaban demasiado lastimados como para sobrevivir, fue entonces cuando los vecinos acudieron al lugar, señalando entonces al joven como culpable.
El cliente de Dan ahora permanecía tras las rejas de un calabozo. Era comprensible que el joven fuera señalado como culpable, pues, según él y sus acusadores testificaban que la relación con sus padres no era del todo buena, las discusiones eran frecuentes debido a la rebeldía de éste. El joven de largo cabello teñido de n***o tuvo que abandonar su pueblo de origen y solicitar la ayuda de un abogado en la capital del país.
* * *
Leila arrojó su celular al suelo después de recibir aquellos mensajes de texto, volteó cuanto objeto se encontraba en su ubicación habitual haciendo un completo desastre a su alrededor, no quería comunicarse con nadie, quería estar sola, quería golpear algo. Su llanto era prolongado y la pared atajó los puñetazos que con furia le propinaba repetidas veces. Entonces acomodó sus trastes en una maleta de viaje, se largaría de allí, esa ciudad ya no era buen lugar para vivir, ya nada servía si la mujer de su vida la despreciaba deliberadamente todavía cuando ella quería arreglar las cosas entre ambas.
Decidió irse a su pueblo natal, la relación con sus padres no era muy buena desde que confesó abiertamente ser bisexual a sus 17 años de edad, de modo que al llegar rentaría un apartamento con los ahorros que tenía hasta ahora por su trabajo, no le explicaría a su jefe el motivo de su renuncia, ni al dueño de su actual apartamento el motivo de su partida, entregaría las llaves y se largaría.
Olivaia llegó a casa, abrió la puerta principal y caminó hacia la sala. A punto de subir las escaleras una voz la sorprendió:
—Hija —dijo la señora—. Te estuvimos llamando ¿dónde has estado?
Olivaia rodó los ojos un poco hacia un lado sintiendo la jaqueca, intentado recordar, la verdad es que se encontraba en el limbo.
—Estuve trabajando, muy ocupada, luego fui con algunos amigos y... supongo que perdí el móvil —confesó, arrugando el entrecejo por la resaca—. No sé cómo ni dónde. Conseguiré otro pronto.
Su madre asintió en modo de entendimiento. Olivaia sentía cómo si su cabeza fuese a explotar en algún momento. Por suerte era otra rica más, cuyo trabajo era nada más que pasatiempos para no aburrirse en casa; su madre no era alguien que algo le recriminara y su padre pocas veces estaba en casa debido a su profesión. Así que podía salir y entrar las veces que quisiera, esa mañana sin embargo había evitado llamar al chófer de la familia y tomar un taxi.
—Tu jefe estuvo llamando —le informó—. Dijo que necesitaba conversar contigo acerca de trabajo, ventas o algo así, no recuerdo muy bien. Será mejor que lo llames —aconsejó antes de reconocer—. Muy amable el señor —sonrió pícara.
Olivaia asintió, sin prestarle atención al cumplido de su madre hacia su jefe, intentando recordar lo de la noche anterior, pero nada, no consiguió algo más que sentirse frustrada.
Las horas pasaron, su estómago estaba abastecido y ahora debía hablar con su jefe, hacía ya cuatro meses que la habían ascendido de sub-gerente a gerente de la agencia de seguros para la que trabajaba y eso significaba que sus deberes y responsabilidades habían aumentado.
Por otro lado estaba Leila, la mujer a la que amaba, Olivaia era de las dos la más tranquila, sin embargo últimamente se había presentado un acontecimiento que a la segunda no le hacía nada de gracia y era por eso que se había distanciado de ella por un tiempo, quería al menos una semana para analizar los hechos y decidir qué hacer en cuanto a la relación que tenía con esta otra. No obstante, no era de su gusto tenerla tanto tiempo olvidada.
—Leila —susurró.
Quiso llamarla, pero reparó en que su móvil aún seguía perdido, entonces fue por el de la casa.