Arrastrado ya abajo, hasta el espectáculo del diablo.
Ser su invitado por siempre.
La paz mental es menos que nunca.
Odio torcer tu mente.
Pero Dios no está de tu lado.
Avenged Sevenfold – Nightmare.
La tienda de artículos para niños desprendía un suave olor a perfume infantil, toda el área era fresca e iluminada, era el mundo del bebé.
—Entonces —dijo la empleada con entusiasmo casi a punto de comérselo con su mirada gris, como un cielo antes de la tormenta—. ¿Cuál de las cunas le agrada más?
Dan había estado distraído palpando un par de osos de peluche.
—Disculpe —respondió él con amabilidad—. Creo que es mejor esa más grande —señaló—. Soy inexperto, nunca antes había comprado cosas para bebés —se justificó—. También llevaré estos —entregó el par de peluches a la empleada que parecía derretirse con la actitud del caballero.
Dan rodó el carrito con cosas necesarias para el cuidado de un bebé, desde teteros en sus distintos tamaños, un canguro de tela, gomitas para morder, cucharillas de colores, leche y un manual para padres. También algunas sábanas con dibujos, ropas de talla pequeña y muchas almohadas con forma de animales. La empleada pasó la tarjeta del abogado para pagar la cuenta y Dan se encontraba sumergido en sus propios asuntos, visualizando constantemente su teléfono móvil, eso impidió que le prestara mucha atención a la mujer que se esmeró en atenderle bien.
—Gracias —dijo él antes de salir.
—Si necesita ayuda con su bebé, yo puedo colaborar —se ofreció ella sinceramente—. Soy buena niñera.
Dan se detuvo, se volvió sobre sus pies para tener contacto visual y le sonrió.
—Lo tendré en cuenta —dijo considerándola oportuna—. Sabré dónde encontrarla.
Cuatro meses pasaron, Olivaia estaba preocupada, Leila no respondía las llamadas, tampoco sabía cómo contactar a sus padres. Las r************* no mostraban indicios de visita por parte de Leila y su antiguo jefe sólo le dijo que aquella mujer simplemente dejó de asistir a su empleo. El dueño de la residencia en la cual vivía antes de desaparecer tampoco le dijo mucho. Esto ya comenzaba a angustiarle de verdad, lamentaba haber tenido ciertas diferencias de opiniones un día antes de no recordar nada, pero si por eso Leila se había marchado, estaba siendo muy drástica.
—Tampoco nos dijo a dónde se iría —le dijo uno de los hombres que eran amigos de la pelirroja—. Ni siquiera sabíamos que se había marchado.
—Está bien —respondió ella antes de despedirse—. Seguiré buscando.
Dio media vuelta y se alejó de la pareja gay, fue entonces cuando visualizó un auto que desde hacía días parecía estar siguiéndola.
Se apresuró más hacia su propio auto, lo montó y luego de encender el motor, se puso en marcha.
* * *
Leila tenía ojeras, un cigarrillo encendido entre sus labios, una botella de licor en sus manos y falta de empleo. Había alquilado un apartamento en el pueblo en el que ahora residía. Los ahorros los había gastado en meses de renta y un celular basura, útil no más que para llamar o mensajearse. Marcó nuevamente al número de Olivaia, ya habían pasado varios días, y ahora sólo quería desahogarse, terminar de morir, en realidad su baja autoestima y debilidad mental la llevaban a cometer actos estúpidos muy a menudo.
El teléfono sonaba, confirmando que aún esa otra línea estaba hábil, pero nadie respondió. Entonces se echó a llorar, en medio de su miseria, rodeada de platos sucios y algunas cucarachas. Era asfixiante estar allí, en un pueblo, que aunque con buena temperatura fría y hermosos reverdecidos paisajes a pesar de ser una pequeña población, sin embargo, era el punto rojo a la hora de señalar a la zona con más violencia.
Eso poco le importaba, Olivaia era su todo, su núcleo y su entorno. Tragó saliva con fuerza, sintiendo la garganta doler antes de toser. Ahora no sólo debía soportar su infernal estadía allí, cerca de sus padres, pero sin tener ningún contacto con ellos; sino que debía estar atenta ante el posible acecho de Leonardo, antiguo amante con el cual ahora no tenía relación, quizá estaba por allí, cerca, en su oficio impuesto por su padre, un viejo maníaco y con falta de tacto. Con un poco de suerte y precaución no sería pillada por aquel joven hombre de ojos claros como el océano iluminado por un radiante sol.
* * *
Días después de la borrosa noche en la que Olivaia estuvo drogada, caminó hacia su trabajo luego de que el chófer la dejara, ya tenía nuevo teléfono y de aquella vez no se esforzó mucho en recordar algo. Si acaso estuvo con alguien aparte de Leila, no se iba a sentir culpable, en ese momento estaban peleadas.
Ahora, pensaba que debía prestar atención a su oficio, ya luego de terminar el turno tendría tiempo para continuar investigando dónde diablos se había metido su novia o ex novia, cómo llamarla era lo que menos importaba.
—¿Qué quieres? —preguntó Olivaia al ser interceptada por Dan a las puertas de la agencia de seguros.
No esperaba que la estuviera acechando alguien y él sólo disfrutaba mirar lo despistada que era.
—Te lo diré, desde luego —aseguró él, mirando su cara de molestia—. Pero no aquí. Vallamos a un lugar más apropiado.
—No iré contigo a ninguna parte —gruñó la castaña de largo cabello ondulado—. Ya déjanos en paz a Leila y a mí.
—Oh, claro que sí —contradijo él—. Desde luego que vendrás conmigo. ¿O quieres que tu preciado jefe te quite el respetado empleo al saber de qué te puedo acusar? Tal vez quiera mejor llevarte a juicio de una vez, ¿Qué dirá la sociedad de la familia Ritva al saber que una persona de esa familia es cómplice de un crimen? —chantajeó—. Y sabes que tengo pruebas. Puedo hundirte.
—No te debo nada —replicó ella con renuencia.
—Sí, Olivaia —refutó él—. Me debes una cosa, y muy grande, sabes que puedo echarte el mundo encima, así que colabora.
—¿Qué quieres que te diga? —se vio acorralada, tragó saliva con fuerza—. No sé dónde diablos anda Leila. No he sabido nada de ella desde que me dejó.
Dan sonrió en gesto de burla.
—Supongo que debe estar muy herida —siguió burlándose—. Pero es muy poco para lo que merece sufrir —pausó, masajeando su barbilla y mirando descuidadamente a su alrededor—. Tengo un trabajo para ti —la miró a los ojos nuevamente, traspasando aquella verde mirada—. Verás, tu antiguo celular ha estado sonando todo este tiempo, supongo que es Leila…
—Maldito —lo interrumpió—. Robaste mi celular…
—Ya cállate —le ordenó con voz autoritaria—. No sólo hice eso, también planifiqué que Leila te encontrara en la cama, toda drogada y borracha en una orgía.
—¿Cómo pudiste…
—Así como tú pudiste callar aquella cosa que no querrás que mencione ante los tribunales —zanjó él con el tono típico de un abogado.
Olivaia parecía querer matarlo, le dedicó una mirada feroz.
—Dije que no te puedo ayudar —repitió ella sacudiendo la cabeza ligeramente.
—Esperarás a que vuelvan a llamar —pautó él sin hacer caso del ausente entusiasmo de Olivaia—. Te avisaré entonces y le hablarás, le dirás lo que yo te ordene que le digas —la fulminó con la mirada, con evidente repugnancia—. Dame tu celular. Ella parecía confundida—. Que me des tu celular —repitió él con tono temible, Olivaia vio hacia los lados, buscando a ver si alguna de las personas que caminaban por la acerca notaban la situación e iban a ayudarla, pero nadie siquiera se detenía a ver que estaba pasando, así que luego obedeció a regañadientes —eres un patán —escupió la palabra.
—Y tú una psicópata —replicó él con indiferencia, tomando el móvil ajeno en sus manos y marcando una serie de dígitos para posteriormente devolver el objeto. Un segundo luego llegó un mensaje de texto a su móvil—. Ya está —dijo una vez que obtuvo el número telefónico de Olivaia—. Nos veremos pronto.