2.9

1114 Words
Nada bueno yace en la oculta humedad En tus prados húmedos … Nadie sabe qué está pasando aquí Nadie ha visto nada             Rammstein — Donaukinder. ***             Dan no hizo nada, sabiendo que Leila no iba a llegar muy lejos. Limpió su cara con el borde su camisa rota y se dispuso a caminar hacia el ruido de los motores para encontrarse con los policías que al verle le dieron un corto saludo. Eran tres carros, dos patrullas Chevrolet Cruze y una camioneta Ford Raptor de color azul con dos pastores alemanes en la parte trasera.   —No era necesario tanto —dijo Dan terminando de limpiar la suciedad de su cara—. Dos policías bastarán para encontrarla en el bosque. —¿La dejaste ir? —preguntó escéptico el jefe de policía, amigo del abogado—. ¿Cómo pasó? ¿Por qué la dejaste escapar?   —Confíen en mí —respondió Dan con calma—. No será complicado encontrarla. —¿Ves, John? —dijo el de la camioneta Ford refiriéndose a uno de los policías—. Mi intuición casi nunca falla, dije que necesitaríamos a estos niños —señaló con un movimiento de cabeza a los perros.               No esperaron mucho, rápidamente revisaron en el maletero del escarabajo rosa y efectivamente encontraron ropa de la mujer que buscarían. Le acercaron algunas prendas a los animales que movían las orejas a distintas direcciones, atentos a todo. Olfatearon el par de camisas de Leila y comenzaron a gruñir ligeramente, moviendo sus colas, memorizando el aroma y comenzando el rastreo.             Otro de los policías guió al par de canes hacia donde le indicó Dan, entonces fueron liberados; éstos corrieron velozmente hacia el interior del bosque y los policías más el abogado fueron tras ellos.               Leila corría ya casi sin aliento, el corazón retumbando contra sus costillas y las sienes palpitando con fuerza. Miró a muchas direcciones, giró sobre sus pies, buscando la salida de aquel oscuro bosque, otro trueno se escuchó en el cielo y las ramas de los árboles comenzaban a moverse nuevamente con el viento. Siguió corriendo, con la sensación de que muchas personas la perseguían. Aceleró más la carrera. Tropezó con la raíz sobresaliente de un tronco y casi cayó de bruces, logra encontrar el equilibrio y continúa corriendo al levantarse de una caída. Las ramas se mueven con más fuerza y las hojas caen a su alrededor. Un grupo de aves negras también salen de entre las ramas hacia el cielo haciendo escándalo y asustándola, aunque no les prestó demasiada atención, aún con todo eso y la adrenalina que corría por sus venas continuó corriendo sin parar.             Dan, por su lado, miraba a todas partes, caminando con cuidado. Dos policías iban delante de él, uno casi a su lado y tres más por atrás. Los perros habían desaparecido y los árboles seguían estremeciéndose y los truenos con centellas alumbraban el cielo, reflejando el flash parpadeante en cada hoja entrando en el crepúsculo del día. Agradecía a la idea de haberse traído con sigo un abrigo, estaba haciendo más frío conforme se adentraban en el bosque. Estaba seguro de que Leila no llegaría muy lejos, después de correr lo suficiente no encontraría otra cosa que masas de agua, no tendría otra opción que correr por las orillas del lago.               Leila tropezó nuevamente, pero ésta vez tampoco se salvó de caer y raspar su mejilla contra el suelo rústico de tierra con restos vegetales. Se quejó, soltando un gemido, sintiendo el sabor de la tierra oscura en su boca; no esperó a más, se puso de pie nuevamente, como un resorte y continuó corriendo, por suerte no se había fracturado algún hueso o roto un tobillo, pero más allá una rama llena de espinas de un cardo rasguñó su mejilla, lastimándola, pero ella no hizo caso de aquello, siguió corriendo a pesar de tener la zona del rostro sangrante, se encontraba sin aliento, jadeante y asustada. El bosque no tenía sendero o camino marcado a la vista, había árboles por todas partes y al mirar hacia cualquier dirección parecía ser una réplica de la imagen con la que se encontraba si enfocaba hacia cualquier otra parte.             Seguía teniendo el presentimiento de que un ejército la perseguía, la sensación de estar avanzando en círculos. La sensación de tener una manada de bestias corriendo tras ella, sentía la respiración de perros agresivos y babeantes olfateando en su nuca. El suéter quedó enganchado en otra planta de cardo, Leila tiró con fuerza, intentando despegarlo pero era imposible, se había enredado la tela en las espinas, de modo que bajó el cierre y se desprendió de aquello, continuando su marcha en franela sin mangas. Debía escapar del modo que fuera, no quería enfrentar aquello que aguardaba a por ella, un par de lágrimas brotaron desde sus ojos, quería que todo aquello fuera una pesadilla.             Las ramas de otras plantas lastimaban sus brazos, su cara ya comenzaba a inflamarse debido a los golpes que ocasionaron las caídas durante su escape. Siguió llorando, aunque sin frenar la carrera, debía llegar a alguna parte en algún momento. Escuchó aullidos de perros lejos de ella, ladridos y truenos en el cielo. Tenía frio, la piel lastimada, brazos sangrantes, cara sucia y ojos bastante húmedos. Su garganta estaba seca y su boca sabía a tierra.               Dan y los demás policías llegaron al trote al lugar en el que estaban los pastores alemanes aullando, avisando que un rastro importante habían encontrado.   —Está cerca —dijo uno de los oficiales observando la prenda.   —Ah corrido más de lo esperado —observó Dan con voz monótona, mirando a su alrededor.               Leila estaba a punto de hiperventilar, tenía calambres en los tobillos por correr casi sin detención, las lágrimas se adherían a sus mejillas, hizo un paro, colocando la palma de su mano sobre un pino adulto, apoyándose para descansar y respirar por un momento, aunque eso se le estuviera haciendo complicado.             Sus pies estaban torcidos y los zapatos mugres, entonces levantó la vista, encontrándose con aquella cantidad de agua más allá de algunos árboles que dejaban verlo apenas. Analizó aquello por milisegundos, pero los gruñidos a pasos detrás de ella no le dejaron contemplar las opciones que tenía.             Con demasiada adrenalina bullendo desde sus vísceras, Leila reinicia su carrera hacia el lago, atravesando el sendero no marcado entre los árboles. Dan y los oficiales observaron aquello, a una figura de piel pálida y cabellera roja corriendo por las orillas del lago enorme y llegando hasta el muelle, avanzando en una carrera sobre la madera luego de voltear hacia atrás y ver que aquellos hombres ya estaban allí, casi encima de ella.
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