Nena no llores
Tuviste mi corazón, al menos la mayor parte
Avenged Sevenfold — The little peace of heaven.
***
Leila alzó su barbilla lo suficiente para demostrar renuencia y orgullo.
—Estuve a punto de saciar mi morbo —respondió, asintiendo ligeramente mientras le miraba fijamente a los ojos—. Sí, estuve muy cerca de conseguirlo, pero…
—Te lo impidió el hecho de que llegué a tu habitación y encontré aún con vida a nuestro hijo —la interrumpió, completando la frase—. Te lo impedí al llevar al niño a un hospital antes de ser demasiado tarde. Gracias a que hubo alguien que me avisó del embarazo que meses atrás fingiste como un aborto cuando te pregunté, alguien que me facilitó la información acerca de tu ubicación —pausó—. Nunca tuve problemas con que me dejaras y te volvieras una lesbiana por completo, porque lo menos que me importó fue el estilo de vida que llevaras, créeme, lo que me llenó de cólera fue que otra persona me avisara de un embarazo que iba en marcha, con mi hijo y el cual tú planeabas regalar a quién sabe quién.
Al escuchar aquello Leila rompió a reír por lo bajo, como una burla.
—Eres un soberano idiota —con aquella frase quiso decirle mucho, pero prefirió dejarlo hasta allí.
Su expresión facial cambió en pocos segundos.
—Te odio —le gruñó.
—No tanto como yo a ti —bramó él como respuesta—. ¿Qué has conseguido con todo esto? —quiso hacerla reflexionar acerca de los hechos—. Mira que lentamente vas quedando sola, no tienes a tus padres, yo te detesto, tu propio hijo seguramente te querrá a metros bajo tierra cuando sepa la versión real de los hechos y, tu preciada y adorada novia y “futura compañera de vida” —hizo un gesto con los dedos de ambas manos—. Se largó, porque vio que era lo más correcto, mucho mejor que quedarse con una loca es hacerle ilusiones, mentirle y luego dejarla plantada al concluir en que es la decisión más justa.
Leila hizo una mueca de ferocidad con los labios cuando aquello entró por sus oídos, aquellas palabras eran como navajas en sus tímpanos. Como el grito de una caravana de demonios, como el sonido de dos metales raspándose entre sí. Entonces, para darle más diversión al juego, Dan sacó de su bolsillo delantero del pantalón un celular móvil, conocido para Leila.
—¿Conoces esto? —preguntó, sabiendo la respuesta—. Es el móvil de Olivaia, todo este tiempo estuvo colaborando conmigo —la cara de Leila era de completa incredulidad—. Sorprendente ¿verdad? Que la persona en quién más confías te arroje a la hoguera.
—Eso no es cierto —replicó Leila, sacudiendo la cabeza—. Olivaia nunca me haría algo así.
—Ah ¿No? —dijo rápidamente Dan, fulminándola con su azul mirada de odio y sacando unos papeles de la carpeta que posteriormente arrojó a un lado—. ¿Entonces me puedes explicar por qué Olivaia firmó el testimonio que ella misma dio en la denuncia que llevé a cabo en tu contra?
Leila fijó los ojos, ésta vez asustados, sobre el documento que su ex novio sostenía en frente de ella con firmeza. Dan hizo que ésta se sobresaltara cuando prácticamente le arrojó los papeles a la cara.
—¡Eres un hijo de puta! —rugió ella, se abalanzó hacia él como una fiera y quiso golpearlo, pero rápidamente éste la detuvo, sosteniéndole las manos con una sola mano, empleando fuerza.
—No —le dijo cortante—. Recuerda que tengo la fuerza suficiente para defenderme de tus ataques, no soy un indefenso recién nacido.
—¿Y ahora qué? —cuestionó ésta, impotente, como un animal enjaulado—. ¿Vas a agredirme?
Sus miradas estaban cerca y fijas en los ojos del otro. Dan, con la mano que tenía desocupada le tomó la barbilla a Leila con cuidado aunque empleando la fuerza suficiente que demostrara quién tenía el control.
Los labios de Leila se fruncieron por el agarre que le tenía el hombre de alta estatura.
—Escúchame —dijo con tono temeroso y voz baja—. Me encantaría verte molida a golpes, pero no ocasionados por mí, si no con los de otra mujer. Claramente sabes que no lo haría aunque tenga el motivo y la fuerza suficiente para llevarlo a cabo; mis principios hacen que reflexione antes de agredir a alguien con menor ventaja.
Dicho esto, de una sacudida no tan violenta la arrojó al suelo, Leila apenas sintió el dolor en sus glúteos y el muslo izquierdo por el golpe contra el suelo. Pero no le prestó mucha atención a aquello, sino a los planes que se fecundaban en su mente con el fin de hundir a Dan.
Leila sacó de alguna parte de su pantalón una navaja y luego de dejar que la viera, se dispuso a recoger un poco la manga derecha de su suéter, y sin esperar más tiempo se lastimó, ocasionando una herida un poco superficial sobre su propia piel, aunque, a juzgar por la cantidad de líquido rojo que comenzaba a salir de ella, la cosa se podía poner peor.
Dan arrugó el entrecejo al ver aquello, no había pensado en que algo así podía suceder, pero de acuerdo con las experiencias que había tenido con ella, era de esperar cualquier actitud estúpida de su parte.
—¿Qué..? —reaccionó al instante—. ¿Qué diáblos haces? ¿Se puede saber qué es lo que pretendes?
—Voy a lastimarme —dijo ella con lágrimas en los ojos—. No te daré el gusto de dejarme encerrar. No seguiré viviendo.
—Espera —le dijo—. No lo hagas. ¿De verdad no vas a darte otra oportunidad? —la cara de comprensión y voz de psicólogo la dejaron pasmada.
—¿Oportunidad de qué? —preguntó ésta con un hilo de voz—. No tengo a nadie, todos me han dejado, simplemente estoy sola —decía con una cascada de lágrimas rodando sobre sus mejillas mientras lentamente Dan se acercaba a ella—. ¿Por qué simplemente no me matas? Quiero terminar con esto de una vez.
Dan se puso en cuclillas frente a ella, sobre aquel desastre de fotografías, papeles que contenían el acta de denuncia y hojas secas. La briza se hacía más fuerte y el ambiente ya se estaba poniendo para una tormenta, nubes negras y truenos. La sangre seguía derramándose de su brazo, al igual que las lágrimas de sus ojos. El joven hombre pasó una mano sobre la cabeza de Leila, acariciando su lacio cabello como si lo hiciera con una niña asustada, entonces le tomó la barbilla cuidadosamente con una mano y así alzarla para que mirara sus ojos.
—Mátame —pidió ella en un susurro, mirando los azules ojos de él.
Dan con delicadeza le quitó la navaja de sus manos. Leila era un lago de emociones extremas, pero eso no justificaba sus actos. El caballero frente a ella se dispuso a cortar un trozo de su camisa con la navaja, la rasgó y luego utilizó aquello para cubrir la herida en el brazo de la joven hasta detener el sangrado. Se aseguró de que Leila no tuviera alguna otra arma escondida, porque esa actitud tan mansa a veces era una estrategia de los animales más letales. Se aseguró de guardar el arma en su bolsillo y decirle a la cara con voz tranquila.
—¿De verdad crees que te lo voy a dejar tan fácil? —preguntó mirándola a los ojos—. No. Leila, la cárcel te espera sana, completamente sana y cuerda como para enfrentar una vida tras los barrotes, o al menos muchos años.
Leila le miró como un animal acorralado al reparar en que no fue lo suficientemente rápida y de mente fría como para herir de muerte al hombre frente a ella, la mujer estaba como un perro al darse cuenta que pronto le aventarán un golpe, un trueno desde el cielo hizo que se estremeciera el cuerpo pálido de ésta. Entonces, como por arte de magia su rostro cambió a una expresión de ira, era extraño, fascinante y peligroso ver sus drásticos cambios emocionales. Dan se alejó un poco de ella, poniéndose de pie y viéndola desde arriba.
Leila también se puso de pie lentamente, Dan se limitaba a guardar silencio, observándola y atento a cada movimiento. El motor de varios autos de escucharon a la distancia acercarse a la casa, Dan y Leila aún se miraban a los ojos, segundos más tarde eran las sirenas de una patrulla que avisaban la llegada de los agentes a quienes el abogado había puesto al corriente de los hechos.
—No van a encerrarme —declaró ella, negando con la cabeza, antes de escupir la cara de éste y salir corriendo por la parte de atrás de la casa.