2.7

1840 Words
Viviendo en la oscuridad Demonios te desgarran Tú me llamas para resolver una rima torcida. Me estoy acercando Imponiéndome en tu letargo Tú me llamas como campanas que empiezan a sonar.             Ghost — Square Hammer.  ***             Dan dejó al pequeño Eddie en buenas manos, no sería demasiado complicado cuidar de la criatura, puesto que casi no lloraba, de vez en cuando se quejaba y la mayoría del tiempo hacía ruidos con la boca. Ahora Dan se encontraba conduciendo hacia las afueras de la ciudad, debía resolver otro asunto pendiente.             Ya el atardecer había tomado el protagonismo y unas nubes oscuras comenzaban a danzar en el cielo, eclipsando la luz del astro rey. La temperatura comenzaba a descender y el ambiente se tornó algo apagado, era evidente que se acercaba una tormenta; agradeció al cielo que Eddie tuviera al menos un techo bajo el cual estar en tiempos como éstos y sintió pesar por los niños que justo en esos momentos tendrían que acampar bajo un puente.               La briza hacía que las hojas secas de los árboles cayeran y otras se alejaran volando, para luego descender hasta tocar el suelo y no ser recordadas jamás, convirtiéndose en material biodegradable. Dan aceleró la velocidad y se encaminó por una vía alterna hacia la pequeña casa que los padres de Olivaia tenían para pasar los veranos y olvidarse de los químicos y demás contaminación a los cuales se exponían en la ciudad; estar allí era tener un verdadero contacto con la madre naturaleza, todo era de un verde olivo de superficie casi húmeda, suelo lleno de grama y hojas, grandes árboles que se mecían y emitían un rumor casi melancólico, como el último sonido de una pieza de órgano.             Tomó el móvil de su propiedad en una mano y avisó que estaría en el lugar acordado en pocos momentos, informando que la hora y el lugar exacto se acercaba para finalizar todo este rollo que suponía un caso que estaba llevando sin fines de lucro.    * * *             Leila llegó directamente a la propiedad entre pequeñas montañas, atravesando el camino de tierra y estacionándose justo en frente de la casa de madera, el suelo era una combinación de césped con hojas secas y otras verdes y la temperatura se había tornado más fresca, un poco fría, quizá era por la briza fuerte que comenzaba a golpear su cuerpo con suavidad pero insistencia.             Acomodó su cabello desordenado por el viento y se cubrió con el abrigo que traía atado a su cintura, abrazándose en un acto inconsciente de sentirse protegida, alejándose a pasos tranquilos del escarabajo color rosa que tenía como auto, miró a su alrededor, grabando cada detalle con la mirada y recordando ciertos momento junto a Olivaia en ese lugar.             Subió los escalones de la entrada, deslizando los dedos sobre la madera del pasamano de las escaleras, respirando el aire húmedo y frío del entorno, adentrándose al espacio que suponía ser el despejado porche, sillas y una mesa de madera, un jarrón con flores ya marchitas y señales de abandono, lo cual planeaba modificar apenas se mudara.                Había también telarañas en las esquinas superiores e inferiores, la puerta principal bajo llave y el ruido del motor de un auto que se hacía más fuerte. Leila se dio la vuelta para ver quién se acercaba por la única carretera que había allí, pero la pared de la esquina se lo impidió, pues, tapaba la vista. No hizo caso, siguió caminando sobre el suelo de madera, observando detalles admirables en su entorno y esperando la llegada de Olivaia, quién ya sabría, por el auto estacionado, que estaba allí, toda feliz y rebosante de esperanza. Leila bajó la mirada, sonriendo a penas, curvando sus labios en una fina línea al sentir pasos lentos tras ella. —Te amo, Olivaia —dijo—. Así fue, así es y así será —cerró los ojos un instante, suspirando, al sentirse plena.               Todo lo que necesitaba era a ella. La persona a su espalda permanecía en completo silencio, lo que dio lugar a que Leila quisiera dar media vuelta sobre sus pies.             La mujer de cabello rojo se sobresaltó, dando un respingo por la sorpresa que provocó el ver aquel hombre a pocos pasos de distancia, se miraron a los ojos durante algunos segundos, en medio de un pesado silencio. —¿Qué significa esto? —preguntó Leila, exigiendo una explicación—. ¿Qué coño haces aquí?  —Vengo a informarte un par de cosas —respondió el sin saludar, le importaba poco no ser cortés—. La primera es que el amor de tu vida se encuentra ahorita despegando el vuelo hacia un país muy lejano, pues, no le conviene estar a tu lado dándote un poco de apoyo moral para lo que vendrá a continuación.               Leila frunció el ceño, haciendo una mueca de burla demasiado corta, crispando su rostro en un atisbo de incertidumbre y falta de entendimiento. —Explícate de una vez —volvió a hablar con tono autoritario, bajando la mirada a una carpeta que sostenía Dan en una mano, sobre su abdomen.             Dan sonrió. —Sabemos que entiendes perfectamente de qué va esto, Leila —intentó refrescar la memoria de ésta.               Dan abrió la carpeta y sacó un montón de fotografías, las cuales observó durante segundos, con ojos tristes, pero serenos. —Es por lo del crío ese —dijo la pelirroja suponiendo el motivo de la situación—. Aún lamento no haber terminado con esa cosa.               Dan apretó la mandíbula, conteniendo el impulso de una reacción equivocada al escuchar aquella referencia. Sostuvo las fotografías un par de segundos más y luego las arrojó con fuerza hacia ella.   —Lo que le hiciste a esta criatura es mucho peor que salir a marchar desnuda, —le dio una reprimenda, a lo cual ella parecía indiferente—. ¿Por qué tenías que hacerlo?  —Después de todo el intento de aborto no dio resultado positivo —dijo ésta tranquilamente, encogiéndose de hombros, con la mirada baja, visualizando las fotos sobre el suelo que mostraban el grave estado en el cual llegó el niño al hospital.   —Tomaste una decisión que sólo te correspondía tomar en conjunto conmigo —le recordó éste.    —Con mi cuerpo siempre haré lo que me venga en gana —replicó la mujer de ojos marrones con tono agresivo—. No soy un objeto que te puede servir a ti o a otro para engendrar algo. —En ningún momento te forcé a quedar embarazada, no seas bruta y analiza lo que estás diciendo —zanjó el hombre de cabello revuelto con los ojos chispeantes de enojo—. Y tienes razón en algo, con tu cuerpo puedes hacer lo que quieras, pero no con el cuerpo de un niño que no tiene la culpa de nuestros actos. Comprendo que desde unos meses hasta ahora te haya dado por detestar a los hombres y los embarazos, es tu manera de pensar, tu decisión. Pero eso no te da el derecho de violentar a otros. Extremista. ¿Tanto te costaba dar a luz y renunciar a la maternidad? Después de todo Eddie no te necesitará, puedo asumir yo sólo la paternidad.   —¿Y darte el gusto de ser el macho que al fin logra algo sobre una mujer que detesta el papel que muchos dicen que le corresponde tomar? —bufó—. Eso ni pensarlo. —Parece que tuvieras ciertos problemas mentales —contestó Dan, sin dejar de mirarla con asco—. No se trata de machismo o feminismo. Hay un niño de por medio al que agrediste, y eso no es normal ¿Te dio gusto hacerlo? ¿Saciaste tu morbo?               Leila miró hacia un lado, manteniendo la vista por lo bajo, recordando. Flash-back:             Había sido una tarde de mucha inestabilidad emocional y en su vientre ocho meses de un no deseado embarazo. Enojada, arrojó la botella del licor que estaba tomando, cayendo ésta con estrépito sobre el piso, haciéndose añicos y sin esperar a más dio un fuerte y repentino golpe a su abdomen abultado.             Dentro de ella continuaba moviéndose alguien.             Repitió el golpe varias veces, con ambas manos juntas, sintiendo un dolor del infierno. Esto hizo que comenzaran las contracciones, cosa que no le importó, continuó golpeando. Hasta que sintió que la canal entre sus piernas se abría. Derramando el líquido amniótico sobre el piso. Un bulto atravesaba su v****a, en busca de oxígeno y un escape de los golpes que la mujer le propinaba.             En poco tiempo el piso estaba sucio de sangre y otro líquido, más sudor. La bata blanca de Leila estaba manchada, al igual que sus pies descalzos y pálidos. Pujó con fuerzas y gritó antes de sentir que todo salía. Entonces escuchó el estridente llanto del recién nacido, que empezaba a ahogarse con el líquido que lo había mantenido con vida todo este tiempo. Esto causó en Leila furia, quería que aquella “cosa” como le llamaba, se callara de una vez.             De modo que lo empujó con un pie, haciendo que el niño rodara a lo lejos y se lastimara los brazos y piernas con los trozos de cristal de la botella quebrada; derramando líquido de su ombligo sin pinza, sobre colillas de cigarro aún humeantes y otras ya apagadas. El recién nacido lloraba con fuerza pero su grito era entrecortado con la sangre que comenzaba a irse por sus fosas nasales hacia los pulmones que apenas comenzaban a respirar. Leila respiraba agitadamente, odiando al niño.   —Leila —dijo la voz de Olivaia desde el otro lado de la puerta cerrada con seguro—. Leila, abre la puerta —ordenó con voz alterada y autoritaria.               Al no obtener respuesta, tuvo que, de una patada fuerte derribar la barrera que la separaba de su pareja.             Olivaia miró el desastre con el que se encontró, ahogando un grito de horror, arrugando el entrecejo al ver el estado de las personas dentro de la habitación, Leila había perdido el color, tenía los labios y las uñas pálidas, pareció que toda la sangre la había dejado derramar sobre el suelo del lugar. Había sudor en su rostro y apenas tenía el valor de intentar decir algo, pero Olivaia le adelantó con expresión de quién pilla un crimen. —¿Qué has hecho?    —Sácame de aquí —logró decir la pelirroja con un hilo de voz saliendo de sus blancos labios—. Ayúdame.               Definitivamente Olivaia quería hacerlo, pero no sabía primero a quién, miró al niño luchando por su vida, igual que su madre. Pero eligió la segunda opción. Corrió hacia Leila a paso veloz y con cuidado colocó un brazo bajo las rodillas y el otro bajo la espalda para alzarla con cuidado y llevarla al hospital más cercano que hubiera. Olivaia era una mujer de aspecto bastante afeminado, pero con la fuerza típica de quién lleva la mitad de su vida dentro de una academia de artes marciales.             Fin de Flash-back. 
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