El barco se está hundiendo lentamente.
Ellos piensan que estoy loco pero no saben lo que estoy sintiendo.
Todos ellos están a mí alrededor, rodeándome como buitres.
Ellos acabarán conmigo y me arrebatarán todos mis colores.
Se llevarán mis colores.
Starset – My demons.
***
Meses después.
Dan sonrió una vez más, el pequeño Eddie ya no tenía los yesos que ayudaban a unir sus pequeños huesos rotos, ya estaba sanando; también el tubo con oxígeno había sido retirado y movía sus piernitas y manitos de vez en cuando.
El rostro de Dan se contrajo en un gesto de molestia al recordar el estado en que había encontrado al bebé. Todo lleno de sangre, asfixiado con el líquido amniótico de su madre y su ombligo derramándose. Realmente era un milagro que sobreviviera. Pero ahora estaba allí, aún en la incubadora, sin embargo todo parecía estar marchando bien. Atestiguó ante los entes competentes que la madre se lo había dejado, que la madre simplemente huyó. Pero él sabía que eso era una verdad a medias.
* * *
Tres días después.
Olivaia lo miró con ojos de fiera sentada en una silla metálica con las manos juntas sobre la mesa de la oficina de Dan.
—Acabemos de una vez con esto —dijo ella con renuencia.
—Aquí las órdenes las doy yo —aclaró él.
Actuaba como un tigre empoderado caminando de un lado a otro dentro de su lugar de trabajo; el teléfono móvil sonó.
—Le he dicho que me has prestado el objeto —agregó él y señaló el móvil aún en sus manos—. Que lo tuve por un tiempo y que durante dicho lapso no tuve comunicación contigo —el aparato seguía avisando la existencia de una llamada entrante—. Obviamente ella no sabe que quién le habló fui yo. De modo que le dirás que aún la amas, que quieres arreglar las cosas, discúlpate con ella. Posterior a eso le darás cada una de las instrucciones que te dictaré.
Olivaia afincó sus dientes unos con otros, odiando a aquel hombre. Tomó el móvil en sus manos y respondió, sin poder negarse a la orden dada.
* * *
Leila tenía el cabello un poco más largo, casi le llegaba a los hombros, sus ojos color café parecieron volver a la vida cuándo escuchó la voz de Olivaia al otro lado de la línea.
—O… Olivaia —pronunció en medio de tartamudeos—. Olivaia ¿Eres tú? —las lágrimas de alegría comenzaron a brotar de sus ojos, mojando sus delicadas mejillas—. Olivaia, cuánto tiempo —dijo sin saber de qué hablar primero—. Te extraño, Olivaia —pausó, escuchando lo que le decía la mujer—. Lamento haberlo hecho, ya no importa lo que haya sucedido entre tú y ellos, yo… simplemente quiero volver a ti.
Las confesiones de Leila parecían hacerse espesas a su alrededor, el espacio en el que habitaba ahora estaba hecho todo un desastre, aún habían colillas de cigarro y botellas de licor medias vacías.
—Estoy en mi pueblo natal —respondió a la pregunta de Olivaia—. Pero no estoy con mis padres, no les veo desde algunos años.
Hizo otra pausa, mordiendo sus uñas por los nervios, escuchando atenta y con su estómago rugiendo por el hambre. Casi no había nada en la nevera, desde algunas semanas atrás estuvo sobreviviendo con muy pocas cosas, pero eso ya no importaba, volvería a dónde pensaba que era su vida, era eso o nada. Ahora sí podría ser feliz al lado de su pareja, o eso imaginaba ella con tanto alivio y entusiasmo.
—¿Por qué en ese lugar? —sintió curiosidad, esperó la respuesta—. No… no sabía que habías comprado esa propiedad a tus padres. Me… alegro —dijo, esperó otra vez y respondió nuevamente—. ¿Nuestro nuevo hogar? —su rostro se iluminó, esperanzada, mordió su labio inferior y sacudió la cabeza, incrédula— No lo puedo creer —le dijo—. No me esperaba esto. Olivaia, prometo ser la mejor novia del mundo, no sabes cuánto me alegra escucharte decirlo. Te amo. Leila miró a su alrededor, era casi medio día, llegaría a ese lugar al atardecer si comenzaba a conducir desde ese momento. Caminó de un lugar a otro con prisa—. Voy a hacer mi maleta, prometo estar allá —entonces se quedó inmóvil al escuchar lo que le dijo Olivaia. Así permaneció un par de segundos, pero la voz de su novia la hizo volver a pisar tierra—. ¡Por… por supuesto que quiero vivir contigo! —contestó casi a gritos de alegría.
* * *
La cara de Olivaia era inexpresiva luego de cortar la llamada, amaba a Leila y a su parecer, ella no merecía todo lo que dan planeaba hacerle Dan. Su mirada estaba en algún punto sobre la mesa, su piel empalideció y comenzaron a brotar las lágrimas. Dan seguía caminando a pasos lentos en su oficina, alrededor de esta.
—Quiero que cojas tus maletas y te largues de esta ciudad —dictó Dan con tono autoritario—. Renuncia a tu cargo por las buenas y trata de que no te vuelva a ver en mi vida.
—No haré eso —sacudió la cabeza, sin poder mirarlo a los ojos, impotente, devastada.
Dan rio por lo bajo al escuchar esa respuesta. Buscó en sus archivos una carpeta repleta de papeles y fotografías, arrojando aquello sobre la mesa. Olivaia se sobresaltó por el sonido que provocó el choque.
—¿Crees que no sé la clase de basura que eres? —preguntó como quién se da cuenta que lo toman en broma. Sacó los papeles de la carpeta y se los puso en frente—. ¿Crees que alguien podrá frenarme si se me antoja mostrarle a tu jefe y a todo el mundo estas pruebas que te incriminan en un lavado de dinero de la empresa para la que trabajas?
Olivaia tragó saliva con fuerza, impactada por aquella sorpresa. No sabía de qué manera había obtenido aquellas pruebas, pero ahora le había hecho saber que estaba jodida.
—Sí, también tengo un par de testigos. De modo que, no sólo eres cómplice de maltrato infantil, también es usted una puerca ladrona —escupió sus palabras sin el menor remordimiento. Ella intentó defenderse.
—Mandaste a que me drogaran y que me violaran —contraatacó ésta como argumento—. Puedo acusarte.
—¿Cuánto tiempo de cárcel podrían darme si no fui el violador? No van a encontrar restos de mí en ti —le aclaró—. Además de que lo disfrutaste, no tienes pruebas que me incriminen.
—Eres un hijo de puta —gruñó, mirándolo con odio. Dan asintió sonriendo.
—Lo sé —dijo indiferente—. Y ya deja de quejarte, apenas tuviste intimidad con una mujer. Y mira que sí te hubieran utilizado todos los presentes en ese momento, pero no lo vi justo.
—¡¿Y quién coño te crees para decidir lo que es justo y lo que no lo es?! —explotó ésta.
—Oh —dijo éste colocando los dedos sobre su barbilla, moviendo su cabeza en un ligero gesto de afirmación, cómo tomando en cuenta algo importante—. Es cierto. No soy el más indicado, aunque un juez en la corte puede aclararte un poco lo que es justo y lo que no. ¿Te gusta más esa opción?