No estás solo
He estado aquí todo el tiempo cantándote una canción
Yo te cuidaré
¿Hay alguien allí?
Yo voy a cuidarte
Sé que a veces es difícil respirar
Ruelle — Carry you.
***
El hombre de cuerpo de atleta y ojos azules frotó sus zapatos en la alfombra a la entrada de su apartamento y empezó a escurrir la ropa dando apretones con las manos sobre la tela, se quitaría todo, pero recordó que Melany estaba allí y no lo vería muy decente. Tembló un poco, sacudiéndose como lo hiciera un perro y posterior a eso tocó la puerta antes de abrirla y pasar sin hacer mucho ruido.
Dan era el tipo de persona que odiaba el maltrato animal, estando en contra de las corridas de toro, las peleas organizadas de gallos y perros, la venta de animales domésticos, entre otras cosas de esa índole. Así que, al no simpatizar con este tipo de actividades ya se podría deducir su reacción ante el maltrato infantil. Era un hombre caradura la mayoría del tiempo, poco se le veía carcajearse, pero en lo interno era muy sensible y humanitario.
—Hola —saludó Melany con una voz suave y bastante femenina cuando lo vio llegar y continuó limpiando los restos de compota que el niño tenía alrededor de su boca —bienvenido a casa—. Le dijo.
Melany tomó al niño en brazos, quien miraba a todas partes con aquellos ojos azules y continuaba balbuceando cosas mientras movía los pequeños brazos y piernas con la fuerza furiosa de un bebé, apuñando también su manitos y gritando de vez en cuando.
Dan simplemente sonrió, agradecido por el servicio y la amabilidad, inmensamente feliz de saber que su hijo estaba bien, a salvo.
—Estás… —susurró Melany al ver la ropa de Dan— algo mojado.
—Ah —respondió Dan saliendo de su ensimismamiento, volteando a ver lo que cargaba puesto— sí, claro —dijo con algo de vergüenza a pesar de estar en su propia casa—. El trabajo… —balbuceó—. Nada —reparó en la tontería que estaba diciendo—. Voy a ducharme —dijo en fin, caminando hacia su habitación.
Melany asintió, en gesto de restarle importancia al asunto mientras mecía al pequeño pelirrojo llamado Eddie, quién tiraba del cabello de su niñera con frecuencia y soltaba algunas risitas al escuchar que ella le daba una suave reprimenda.
La ropa de Dan junto a los zapatos quedó tirada sobre el piso del baño, el agua caliente caía desde la regadera hasta su cuerpo agotado. En ese preciso momento recordaba el estado de Leila, por suerte la mujer no tenía la bala en una zona especialmente delicada. La habían llevado a urgencias en el hospital más cercano y ahora le estaban brindado el mejor cuidado médico, alistando sus condiciones hasta estar preparada para caminar hasta el estrado en el juzgado.
Ya vestido con otra ropa, el cabello aún húmedo y revuelto, más unas inmensas ganas de comer algo, Dan salió de su habitación, encontrándose con todo absolutamente limpio. Miró a la rubia que jugueteaba con las manitos del hijo del abogado y decidió decir algo.
—Agradezco que nos ayudes —habló también en nombre del pequeño—. Pero no es necesario que limpies todo el apartamento, no te pagué lo suficiente como para que lo hicieras, creo que con cuidar del niño basta y sobra, señorita.
Melany, mientras le escuchaba decir todo aquello, colocó al niño en la cuna.
—Se supone que mantener todo limpio es parte del cuidado de un bebé —respondió ella con amabilidad y la cara como un tomate—. El polvo puede hacerle daño. Los platos sucios atraen cucarachas y otros bichos.
Dan sonrió, avergonzado al recordar que había dejado algunos platos en el fregadero, no solía hacerlo.
—Tiene usted toda la razón —aceptó él acercándose a la cuna—. Entonces, siendo de ese modo, tendré que aumentar el p**o por su servicio. Es usted bastante eficiente.
—Hago lo que puedo —respondió ella con modestia, encogiéndose de hombros—. Bueno —dijo para que no hubiera silencio ente ellos—. El pequeño Eddie ya comió, lo duché en su bañera, lo cambié un par de veces y creo que ya está listo todo por hoy —balbuceaba mientras observaba con ternura cómo aquel padre levantaba a su hijo en brazos con mucho cuidado.
—No quiero ser inoportuno —dijo éste, con el niño en brazos—. Pero, ¿estarás disponible el día de mañana? Prometo pagar bien.
—Mañana entonces —dijo ella, planeando agradar a Dan del modo que fuera, aunque le faltara chispa seductora ella estaba segura que siempre han existido otros métodos para lograrlo y eso era la atención y amabilidad—. Que duerman bien —se despidió ella haciéndole cariño con una mano al niño sobre su mejilla.
—Espera —la detuvo Dan—. No tardo, sólo… espera un poco —fue a su habitación y como pudo sacó de su cartera un par de billetes. Regresó a la sala y se los dio—. Para que vayas en taxi.
—Con el p**o del día de hoy alcanza para pagarlo —respondió ella tímidamente.
—Por favor —pidió él—. Tómalo.
Melany se encogió de hombros, era difícil llevarle la contraria a este hombre. Siempre encontraría la manera de conseguir lo que se proponía.
—Estoy agradecida, señor Bublansky…
—Sólo Dan —la interrumpió sin dejar la amabilidad de un lado—. Llámame Dan.
—Está bien —hubo un profundo contacto visual en esa fracción de segundo—. Dan, adiós. Nos veremos mañana.
Dan suspiró al verla salir por la puerta, sintiendo comezón en la punta de sus dedos y un ligero atisbo de piquiña en la nuca. Sacudió la cabeza para despejar su mente de aquellas absurdas ideas.
—Vamos hombre —se dijo a sí mismo, cargando en brazos al pequeño Eddie—. Esa mujer es demasiado cuerpo para tu insípido aspecto.
Eddie, como si supiera de qué trataba la cosa, soltó una risita al escuchar a su padre hablar para luego dar un bostezo, volviendo su pequeña boca en una perfecta O.
Dan al escuchar aquel sonido celestial arrugó el entrecejo y fijó la vista en la cara de su hijo.
—Creo que es cruel de tu parte que te burles de la torpeza de tu padre al momento de querer atraer a una mujer —se quejó en broma—. Después de todo, no sería mala idea que tuvieras una mami adoptiva. Yo también necesito una mami como ella.