Quédate por esta noche.
Si quieres puedo mostrarte como son mis sueños, como tu rostro aparece en ellos.
Te he estado esperando por mucho tiempo, por demasiado tiempo.
Y te quiero aquí.
No puedo imaginarte lejos de mí.
No puedo imaginarte en otro lugar que no sea aquí. ...
Ellos dicen que el amor es para siempre, tú por siempre serás lo que necesito.
Por favor, quédate durante el largo tiempo que necesito.
No puedo prometer que las cosas no se romperán, pero aseguro que nunca te dejaré.
Quédate conmigo siempre.
Sleeping with sirens – James Dean & Audrey Hepburn.
***
Esa misma mañana Dan recibió una llamada del hospital infantil. Su corazón dio una sacudida antes de contestar:
—Buen día —pausó— diga. Esperó algunos segundos antes de arquear las cejas, alegre, sonrió con evidente satisfacción—. Efectivamente es una buena noticia —reconoció—, ya voy para allá.
Quince minutos después aparcó en el estacionamiento principal del gran hospital para niños, bajó del auto y luego de cerrar la puerta avanzó a grandes zancadas hacia la entrada. Saludando y entrando de una vez, caminó varios pasillos y subió escaleras en dos ocasiones hasta llegar al área de supervisión, con una canasta para niños en la mano y una manta azul en la otra, había sido muy buena idea cargarla todo el tiempo en el maletero del auto.
—Su bebé está en las condiciones apropiadas para el Alta, felicidades —dijo el doctor.
Dan observó a la criatura, ya había abierto los ojos, movía los pies y la manos repetidas veces dentro de la cuna en la que ahora se encontraba
—El niño ha sanado rápido, ha pasado tan solo cinco meses y unos días aquí —agregó el doctor.
El tubo de oxígeno había sido retirado, ahora el bebé de cabello rojizo emitía algunos sonidos con la boca y su pechito se contraía varias veces por la respiración.
—Está un poco delicado —prosiguió el señor de cabello entrecano—. Debe ser tratado con mucha suavidad, sin embargo ya es hora que conozca el exterior, necesita tener contacto con la naturaleza.
—Es un pequeño muy valiente —admiró Dan sin dejar de ver al niño, quien no dejaba de hacer pequeños y suaves ruidos con la boca.
—Su ombligo casi cura por completo, la hemorragia nasal ya sanó, las pequeñas fracturas de huesos ya no están gracias a su rápido desarrollo corporal —informaba el otro, a gusto con su trabajo—. Sus pulmones están limpios ya, el líquido amniótico fue retirado; las heridas fueron las primeras que sanaron —buscó en uno de las gavetas del escritorio más cercano—. Aquí están las placas hechas y el resultado de algunas pruebas recientes, todo ha mejorado bastante.
Una enfermera tomó a Eddie en brazos envolviéndolo en la manta que había traído Dan con sigo, era una criatura suave y frágil, se acercó al representante del niño y se lo entregó; Dan era algo torpe, pero en ese momento se esmeró en hacer el mejor papel que había aceptado tomar de por vida. Su mirada azul era hipnótica cuando veía a Eddie, quien movía sus manitos lentamente y se estiraba repetidas veces con inocencia. Entonces lo colocó con cuidado en la canasta repleta de suaves almohadas y partió de allí, entendiendo que ahora tenía más responsabilidades que cumplir.
Dan conducía contento, precavido y con una certera satisfacción en todo su ser, las cosas estaban funcionando como fue lo planeado, pero algo crispó sus pensamientos. Miró al bebé por el retrovisor, seguía allí, en los asientos de atrás. Buscó las soluciones alternativas a ese pequeño problema que rondaba su cabeza como luces voladoras, y efectivamente algo se le ocurrió.
Después de conducir durante veinte minutos llegó a la tienda de artículos para niños, bajó del auto luego de estacionarse, abrió una de las puertas de atrás y tomó la canasta por las gasas con mucho cuidado. Caminando hacia la entrada del comercial parecía ser un hombre con una canasta de frutas, pero al estar lo suficientemente cerca de él, se podía confirmar que eso no era cierto debido a que el pequeño rostro de ojos muy abiertos estaba al descubierto, todo lo demás envuelto en una manta azul de jirafas estampadas.
—Buen día —saludó la primera empleada que encontró—. ¿Se le ofrece algo?
—Sí —respondió él después de responder el saludo—. Busco una empleada que trabaja aquí, ella tiene el cabello rubio y sus ojos son grises, de estatura normal y es un poco… bueno, no es tan delgada.
La empleada sonrió al ver la incomodidad de Dan al no saber cómo descubrir la desarrollada figura de la mujer dotada de un buen trasero y senos enormes a pesar de no tener la cintura perfecta, aunque tampoco calificaba como gorda.
—Quizá estás buscando a Melany —le dijo la mujer de piel oscura—, ella está aquí, ya la llamo.
Dan asintió amable.
Esperó algunos cinco minutos y ya la tuvo de vuelta, Melany parecía estar contenta con la visita, pero admiró mucho más a la criatura que sostenía Dan en la canasta.
—Hola señor…
—Dan Bublansky —se presentó, sosteniendo la canasta con una mano y ofreciéndole la otra.
—Bublansky —asintió la rubia de grandes proporciones femeninas, pero Dan no quería hacer mucho caso de esas virtudes, sabía que perder la concentración gracias a aquello lo haría tartamudear—. No esperaba verlo hoy, —admitió, sin dejar de admirar en su fuero interno a aquel hombre de desordenado cabello marrón—. ¿Le puedo ayudar en algo? —preguntó al tiempo que dedicaba una tierna mirada a Eddie.
—Creo que sí necesitaremos de su ayuda, señorita Melany —admitió él un poco sonrojado, rodando la mirada hacia el bebé.
Treinta minutos luego, Dan abrió la puerta de su apartamento, haciéndose a un lado para permitirle la entrada a la rubia.
—Bienvenida —le dijo con cortesía.
—Gracias —respondió ésta al entrar—. Es muy lindo tu hogar —admitió, viendo todo a su alrededor.
—Gracias —contestó él de vuelta —disculpa el desorden —dijo un poco avergonzado por los libros esparcidos sobre la mesa.
—¿Es broma? —preguntó ella—. Aquí hay más orden que en mi habitación, créeme.
Dan se sintió más a gusto con ella al ver su carácter, frescura y comportamiento en general, era bastante humilde.
—No tengo mucha experiencia en éstas cosas —agregó él para mitigar el silencio—. Es mi primera vez con un niño.
—¿Y su madre?
Dan contrajo su rostro en un gesto de verdadera frustración, se sentía acorralado.
—No está —respondió con voz baja—. Y no estará.
Ella asintió, aparentemente comprensiva.
—No importa tu falta de experiencia, no es un problema gigante —le dijo ella con tono amable—. Tiene usted toda una vida para aprender.
Dan sonrió, colocando con cuidado la canasta sobre la mesa a un lado de los libros.
—Entonces ¿usted tiene experiencia con esto de los niños y cosas así?
—Sí, así es —asintió sin abandonar su gesto amable—. Sé de niños y sus mañas.
—¿Tiene hijos? —preguntó, haciéndole una seña para que tomara asiento.
—No —él fijó la vista en ella al escuchar la respuesta, con muchos signos de interrogación dando vueltas alrededor de su cabeza—. Pero sí tengo un montón de sobrinos —completó ésta.
Dan asintió al entender ahora.
—¿Qué pasará con su trabajo? —inquirió el hombre con ligera curiosidad—. Espero no causarle algún problema.
Dan recordó que aquella mujer se había venido con él no más, después de avisar a las otras empleadas, sin pedir permiso. Eso le pareció bastante extraño.
—No es mi trabajo —sacudió la cabeza ligeramente—. La dueña del comercial es mi madrina, su hija es mi mejor amiga y encargada de las gestiones que se llevan a cabo allí. De modo que, me gusta colaborar. La ayudo con los clientes.
Dan asintió en modo de entendimiento.
—Espero que también guste ayudarme con el pequeño Eddie —dijo poniéndose de pie y sacando algo del bolsillo trasero de su pantalón—. También necesito mucha asesoría acerca de estas cosas, señorita Melany —sacó de su cartera algunos billetes y se los ofreció.
Melany los tomó, aunque no se esperaba aquello, pero objetó.
—Es más dinero que el que se le paga normalmente a las niñeras por día —observó, regresando un par de billetes.
—Téngalos —dijo él sin querer recibirlos de vuelta—. Ese es su p**o por el día de hoy. Sólo quiero que mi bebé esté bien atendido, tengo una tarde y parte de la noche llena de trabajo.
—Le aseguro que atenderé a la criatura lo mejor posible, me encantan los niños. Dan se acercó a la cocina tranquilamente.
—Disculpe lo mal educado que he sido con usted —abrió la nevera—. No le ofrecí ni un vaso con agua.
—No se preocupe —respondió ella haciendo un gesto con la mano—. No ha sido muy necesario.
—Ya estamos sobre la hora del almuerzo —dijo él al sentir que su estómago se lo estaba recordando—. ¿Le apetece comida china? Es que no sé cocinar muy bien. O quizá prefiere que vayamos a un restaurante a por otra cosa.
—No hay problema por el menú —asintió, poniéndose de pie con intenciones de colaborar en algo—. La comida china es excelente —asintió, sonreída y ligeramente sonrojada.