Mismo pueblo mencionado en la primera parte
Misma línea de tiempo
(Otros personajes)
1
Odio mi vida
No puedo quedarme sentado un solo día más
He estado aquí esperando
Algo por lo que vivir y morir
Corrámonos y escondámonos
Fuera del contacto
Fuera del tiempo
Simplemente perdernos sin dejar señal
Mientras tú te quedes a mi lado
En tu sombra puedo brillar
Tokio Hotel — In your shadow I can shine.
***
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Eso pensó Nacky Armanski, de espalda sobre su cama, mirando fijamente el techo blanco de su habitación.
Dos años antes.
Había secado el sudor de su frente con el antebrazo, exhalando, casi muerta de calor usó una mano como abanico aún a sabiendas que era algo inútil. Siguió caminando por el sendero del bosque dentro de las tierras de su familia que, cabe resaltar, son bastante amplias, las cuales limitan con la playa y el mar si se avanza varios kilómetros. Pero no es a donde iba, pues, se dirigía a uno de los charcos profundos de agua cristalina que se encuentran en el bosque, excelentes para refrescar el alma y la memoria.
Llegó al fin, algo jadeante, como un cachorro después de correr varias manzanas. Casi religiosamente, con delicadeza, quitó cada prenda de su ropa hasta quedar completamente desnuda sin miedo a ser vista, nadie caminaría por estas tierras sin pedir permiso previo. Entonces avanzó hacia el medio de aquel charco seductor y se dejó acariciar por sus frías aguas transparentes que ahora la cubren hasta el cuello.
Se sumerge y emerge luego, con calma, cantando algo en voz baja:
Las aves de n***o color vuelan fuera de este bosque con temor
Huyen de aquello que puede ocasionarles algún dolor
Huyen sin mirar hacia atrás, sin ver, sin saber
Que aquello que les asustó no era menos que un buen ser
Oh… Oh…
Las aves de n***o color vuelan fuera de este bosque con temor...
Sigue cantando, con los ojos cerrados, y sintiendo el agua refrescarme hasta el último hueso. Las aves cantan y se deleita escuchando el rumor que dejan los árboles al mecerse a lo alto. Pero algo la sacó de su estado de relajación; no la asustó, pero sí la alarmó un poco, podría jurar que fueron pasos de alguien acercándose.
Miró a todos lados, pero todo quedó en completo silencio, hasta el más mínimo grillo decidió enmudecerse. Advirtió el peligro inmediatamente, así que decidió salir del agua, secarse con la toalla y ponerse primero que todo la parte baja de la ropa interior de color blanco.
Se inclinó para coger la parte superior de sus paños menores y cuando vuelve a enderezar su cuerpo la impresión por aquello que vio la hizo perder la fuerza en la mano, por ende la prenda cayó nuevamente al suelo.
Menuda sorpresa, no estaba sola allí, en medio del espeso bosque.
Aquel hombre la observaba, sin brillo en los ojos, parecía hermético o de plástico, pero a pesar de la sorpresa pudo apreciar un hermoso rostro, su piel era blanca y su cabello de un n***o caoba. No permaneció así todo el tiempo, pues, después de detallar las piernas y los senos de ésta detenidamente, volteó hacia otro lado relajadamente y luego caminó hasta ocultarse detrás del árbol más cercano.
—Lo siento —dijo con voz monótona pero lo suficientemente alta para que pudiera escucharlo—. Mis disculpas si la he ofendido o atemorizado.
—Estás en mi territorio —respondió ella con vergüenza y renuencia mezclada con enojo, colocando en su cuerpo la última prenda que faltaba a toda velocidad— ¿Por qué caminas por este lugar? Puedes estar en peligro, te podría confundir con un maleante si no cargaras puesto ese uniforme militar. Esto es desconcertante —dijo, tomando una piedra en la mano como precaución.
—No es necesario que planees romper mi cabeza con esa piedra —dijo él sin asomarse desde atrás del árbol, dejándola sorprendida—. Escuché cuando la tomaste. Y no. No pretendo hacerte daño.
—¿Por qué me observabas desnuda? —preguntó molesta—. Eres un…
—No soy un pervertido —respondió, interrumpiéndola—. Ni siquiera conozco personalmente esa sensación.
—Como sea —respondió ella, malhumorada—. No es un de buenos modales andar espiando a una mujer mientras se baña.
—Es primera vez que veo a una dama sin ropa —confesó aquel hombre de 23 años saliendo desde atrás del árbol dónde se había ocultado—. Y puedes estar tranquila, simplemente me declaro indiferente —se encogió de hombros—. Pensé que sería algo emocionante o vergonzoso, como dice la gente.
—Si no sentiste emoción o vergüenza ¿por qué te escondiste? —preguntó Nacky, curiosa. Aún con la piedra en la mano.
—Dicen que hay que mostrar gestos de respeto —respondió sin remordimiento—. Lamento que ésta vez me hayas pillado.
—¿Qué… —no lo podía creer, estalló—. ¡Maldito! —bramó—. Has estado observando mi cuerpo desnudo otras veces —gruñó, botando fuego por los ojos, con ganas de matarlo.
Se sentía violada, ridículamente abusada.
—Se equivoca usted —respondió aún con voz monótona y carácter que denota indiferencia y falta de remordimiento por sus actos—. No te veía desnuda. Te veía caminar por el bosque. Sólo eso. Te estuve vigilando todo aquel rato que dormiste sobre los húmedos arbustos hace una semana atrás.
—Mejor lárgate —dijo sacudiendo la cabeza con frustración—. Eres un grosero —escupió toda rabiosa—. ¡No vuelvas por acá nunca más!
La miró con la frialdad de un robot, con una seriedad casi temible. Luego su rostro se fue tornando más sereno.
—Está bien —respondió al fin—. No era necesario formar escándalo por esta simpleza. Dije que no soy un pervertido. No es mi intención dañar a alguien. Aunque de quererlo ya lo hubiera hecho, en menos de un parpadeo.
Dicho aquello, caminó, dándole la espalda alejándose de ella. Sin dejarla decir algo más, zanjando la conversación así no más. Aquella última frase dicha por él era lo que ahora daba vueltas alrededor de su cabeza como las estrellas que ven los personajes de los comics una vez que son brutalmente golpeados por su compañero de riña: “Aunque de quererlo ya lo hubiera hecho, en menos de un parpadeo.”