3.2

1829 Words
Llamas reales tallan caminos de caos Trayendo luz en la noche Los muertos están montando en la ciudad con armadura Ellos vinieron para tomar todos tus derechos Aclamemos al rey Arrodíllate ante la corona Ponte en el sol Aclamemos al rey             Avenged Sevenfold — Hail to the king. ***             Nacky le narró aquel acontecimiento indiferentemente, simplemente como una anécdota más a Ahima, una morena de cabello salvajemente rizado, de carácter noble  y rostro delicado. Ella era una buena amiga, atenta y emocionada, la escuchaba afincando los codos sobre la mesa del comedor de la universidad y apoyando las manos en sus mejillas, sonriente y sonrojada. —¿Y era lindo? —preguntó. —Sí… digo. No —titubeó Nacky—. Vaya susto que me llevé. El salvaje ese, aparentemente militar, no puede andar en esas tierras sin consultar primero a los propietarios. ¿Y si es algún violador? —Ya te hubiera hecho daño —quiso hacerme razonar—. Quizá pueda ir yo al bosque la próxima vez y verificar el nivel de peligro que pueda aparentar ese hombre.   —No —dijo rápidamente—. No irás sola —objetó Nacky—. Quizá te rapte y te lleve a otro planeta. Nunca se sabe. Creo en la existencia de extraterrestres. Sabes... —pausó, colocando su dedo índice sobre su frente como método de concentración—. No es buena idea ir. Creo que es mejor decirle a papá que ponga más vigilancia en todo el territorio nuestro. —Los militares cuidan —prosiguió Ahima—. La base militar más cercana queda justamente al lado de las tierras de tu familia. Quizá sólo estaba de paso.    —Está bien —sacudió la cabeza y las manos como si eso la fuera ayudar a deshacerse de la idea—. Ya no importa.  Täby es una voluptuosa joven de largo cabello n***o y grandes ojos detrás de cuadradas gafas de aumento, su hermana. Las tres estaban sentadas ante una de las mesas del comedor de la universidad. —¡Täby! —exclamó Nacky, frustrada—. No me mires así. No fue un momento especial o bonito. —Te gusta —la acusó aún sonriente—. Te gusta y no quieres admitirlo. La joven protagonista del tema puso los ojos en blanco. —¡Pues, claro que no! —bufó, aquel joven sólo le inspiraba rabietas y una ligera curiosidad—. Bueno… —cubrió sus ojos con fastidio—. Lo atractivo no justifica lo de grosero espía.   —Entonces búscalo y exígele que se desnude —le aconsejó Täby con tono casual—. Así lo miras sin ropa y quedan a mano.   —¡¿Qué?! —casi escupe el chocolate que estaba sorbiendo—. Estás… loca.               El rato pasó, las tres continuaban allí, Täby repasaba las clases necesarias para su último examen en clases de bioanálisis. Ahima seguía escribiendo su asignación pendiente y Nacky verificando cosas en su computadora portátil. Dos jóvenes que pasaron junto a la mesa saludaron a Nacky, avisándole con brevedad los ensayos de baile a los cuales no debía faltar, para final de temporada debían dar su mejor espectáculo; de casualidad la joven morena de ojos dorados visualizó a la joven de cabello n***o, que permanecía solitaria en la última mesa a final del comedor.    —Siempre he pensado que Aurora no es una persona normal —expresó Ahima, captando la atención de Nacky, quién tenía ya varios segundos observando a la pálida mujer a lo no muy lejos. —Yo la veo como cualquier otro ser humano —contestó Täby, levantando la mirada de su libro—. No tiene tres ojos o cuatro brazos.             Nacky vio nuevamente hacia la mesa de Aurora y luego volvió la vista hacia su propia mesa, encogiéndose de hombros.   —Es sólo… una persona distinta —volvió a ver hacia la mesa de Aurora—. Un poco peculiar. Es frustrante ver cómo permanece tan tranquila aún sin socializar demasiado; o lo apropiado.  —La primera vez que la vi creí que era una vampira —confesó Ahima—. Es tan, invisible, discreta. Silenciosa. —Pero aún más hermoso es su novio —opinó Täby—. Alexander no sólo es el alumno con mejor promedio de toda la universidad, es hijo de la familia más adinerada de este diminuto pueblo. Para ser más exacta o más explícita, de todo el Estado. —Shhh —la calló Ahima con disimulo—. Allí va.               Alexander pasó a un lado de ellas y llegó a la mesa de la joven de largo cabello n***o, ella parecía no estar sorprendida. Hablaron acerca de algo en voz muy baja, casi sin hacer alguna expresión facial. Aurora continuó tomando té y el castaño de ojos negros ordenó café. —Nosotras también pertenecemos a una familia con suficiente dinero —le recordó Nacky tranquilamente—. Y tú —se refirió a su hermana—. Tienes un excelente promedio. No creo que ese joven supere tus capacidades. —Gracias, bonita —le dijo la pelinegra—. Pero no creo que esté a su altura. —Bueno —dijo Nacky sin resignarse—. Ve haciéndote la idea. Nos vemos luego —les avisó, levantándose de la mesa y cargando el envase donde había antes chocolate para dejarlo en algún bote de basura—. Iré a la biblioteca a revisar algo.             Nacky era rebelde, alguien a quién podrías arrancarle el cerebro pero jamás alguna idea que se le metiera en la cabeza, renuente y con aires de grandeza. Sin embargo sabe cuál es el valor de la amistad y de la razón, a pesar de eso no dejaba de ser lo suficientemente dura cuando hacía falta. Caprichosamente honesta y una bomba emocional.               Nacky siguió buscando libros en los almacenes de la biblioteca de la universidad. Llenó un bolso con muchos de ellos, a pesar de tener acceso a internet para investigar lo que necesitaba, prefería hojear éstos objetos que bien deberían declararse monumentos de vida. Echó en el bolso otros más que le habían encargado y se lo notificó a la encargada de turno. Ella lo anotó, sonriente, tomando apuntes y detalles de cada libro que saldría de allí.             Salió de la biblioteca con el bolso pesado guindado de su espalda y otros libros más en su mano, entonces sin querer tropezó con sus propios pies, dejando caer los libros sobre el suelo, captando la atención de algunos de los que caminaban por el pasillo. Por suerte no fue ella la que calló así que rápido la ignoraron, cada quien atento a sus propios quehaceres. Nacky chispeaba enojo hacia ella misma desde sus propios ojos dorados, rechinando los dientes mientras se maldecía en su interior.             Continuó tomando los libros del suelo uno por uno, cuando de pronto se percató de una pálida mano de delicada piel que le ayudaba a recoger el desastre. Levantó la mirada para ver de quién se trataba y mayor su sorpresa fue cuando vio el rostro de aquel militar del cual desconocía el nombre, el mismo que hacía dos días la había visto como Dios la trajo al mundo. —Tú —sentenció la morena con su mirada.               Aquel joven terminó con lo que quedaba en completo silencio, ignorando la feroz mirada de aquella mujer y finalmente le entregó los libros. —De nada —dijo sarcástico aunque sin tono irritante.             Pasando a un lado de ella mientras se alejaba. —Oye —lo llamó, con vergüenza, queriendo arreglar el momento. El militar se detuvo y se volvió hacia ella—. No necesitaba tu ayuda. Pero gracias de todos modos, señor…               Hizo una pausa a propósito, para que él le dijera su nombre. —Karlskrona —pronunció ella misma cuando vio el lado superior izquierdo del uniforme de éste.               Aquella persona no dijo nada más, no sonrió siquiera, volvió a dar la espalda y continuó su camino, dejando a Nacky con la sensación de estar siendo un completo asco.             Su teléfono continuaba sonando, parecía querer explotar de tanto avisar una llamada entrante, pero Nacky no podía atender, cargaba las manos atestadas de libros sobre libros de camino a casa por la corta vía que conducía hacia la entrada de la hacienda aledaña al pueblo, justo al lado de los terrenos donde ubicada estaba la base militar del pueblo. Iba jadeante, cansada por el esfuerzo de sus brazos. Reconoció que fue un error no esperar al chófer de la familia al salir de la universidad, y se reprendió a sí misma por tener tanto empeño de llegar pronto a casa pero andando.             Se las ingenió hasta llegar, pero poco antes de estar demasiado cerca, pudo ver un bullicio de gente uniformada alrededor de su casa, habían otros civiles y una ambulancia, también estaba una patrulla haciendo lo que para ella se volvió un escándalo.             El miedo recorrió todo su cuerpo como ácido por sus venas, pero la preocupación fue más intensa cuando vio que Täby se veía desesperada, llorando a cántaros en medio de evidentes temblores por ese algo que era motivo de semejante revuelo.             Nacky se había quedado pasmada, sentía los pies tan pesados como mil kilos de plomo pegados al suelo, a Täby dos policías trataban de impedirle que entrara a la gran casa de paredes blancas.   —¡Son mi familia! —gritó la joven de gafas—. ¡Déjenme entrar!             El corazón de Nacky cayó al suelo al escuchar aquello, su cara de tez morena se tornó pálida y al instante dejó caer los libros y su morral, partiendo en una carrera hacia donde estaban todos. —Señorita —la detuvo otro policía—. No puede entrar.   —Soy familiar —dijo ella con desespero, corriendo hacia su hermana mayor—. Täby, Täby —repitió con voz temblorosa y la cara contraída por la incertidumbre, deteniéndose en frente de la joven de piel más clara—. ¿Qué está pasando?  —A… allí… adentro —tartamudeó por culpa de la desesperación y el llanto—. Nuestros padres… Nuestro hermano...             Nacky negó con un gesto de cabeza al imaginarse mil cosas, corriendo hacia el interior de la casa, burlando la seguridad y sin hacer caso de las protestas de algunos guardias y el médico forense.             Nada iba a ser fácil de asimilar, al levantar la mirada a lo alto de la gran sala principal, Nacky sintió que el alma se le iba hasta los pies, como si fuera agua escurriéndose de su ropa. Calló de rodillas sobre el gran charco de sangre y mantuvo la mirada llena de lágrimas hacia las personas que yacían colgadas en la pared, como si la intención principal del autor de todo aquel macabro evento fuese exponer una obra de arte sangrienta y asquerosa, mostrando a las personas con un estilo de bastante significado bíblico. 

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