ANA
Llegar a Xcaret fue como entrar en una dimensión paralela, la hermosa mini ciudad estaba rodeada por mar y tenía bahía por todos lados, el agua turquesa del mar Caribe bañaba majestuosamente sus costas, y el aire se olía distinto.
Joe había arrendado una cabaña en una de las penínsulas artificiales que se adentraban en el mar, y Mark alquiló una habitación en el hotel que era de los mismos dueños de las cabañas.
Nos despedimos de Mark en el lobby del hotel, y un carro de golf nos trasportó hacia nuestro hospedaje. Joe bajó nuestras maletas y le dio una propina al acomodador, me tomó de la mano e ingresamos a la cabaña. Todo lo que las agencias de turismo nos enseñan en los comerciales se quedó chico con lo que me encontré en aquel hospedaje, decir hermoso y sorprendente era poco, tanto así que me emocioné hasta las lágrimas.
Teníamos una cabaña con un gran ventanal que daba hacia las infinidades del horizonte, si un barco hubiese zarpado desde mi terraza lo habría podido ver por días antes que se perdieran en el infinito. Teníamos muebles modernos, en tonos blancos y dorados, con una linda mesa de centro de mármol, un juego de terraza con hamacas y un jacuzzi de exterior. Cocina americana con toda la modernidad que pudieras desear y, lo más importante de todo, una cama tamaño King al centro de la habitación, con un hermoso cubrecama dorado, y rojo, y desde el techo caía un velo transparente sobre ella. Ni en mis mejores sueños podría hacer imaginado algo así.
Me voltee de inmediato y me limpie las lágrimas con mi mano, no esperé a Joe acomodara las maletas y le salté encima.
-¡Gracias, gracias!, esto es maravilloso- dije besándolo con ansiedad. Joe dejó caer las maletas para poder recibir mi cuerpo y aprisionarlo contra el de él.
-Si supiera que lo ibas disfrutar tanto hubiese arrendado la suite presidencial
-¡Me encanta!- lo continué besando
Joe no perdió el tiempo y me agarró el trasero con ambas manos, se fue caminando despacio hacia la cama, evitando chocar con algún mueble y me dejó suavemente en ella.
-Creo que llegó la hora de inaugurar nuestro refugio
Sonreí y me saqué la sudadera de un solo movimiento.
-Me alegra que esta vez no te hagas de rogar- me dijo y me comenzó a besar el lóbulo de la oreja.
Me sentía plena, y deseosa de él. Todas las emociones que él me hacía sentir eran simplemente indescriptibles. Hicimos el amor en la cama, en el sofá e incluso nos atrevimos a hacerlo en la terraza. La cabaña estaba alejada de las otras penínsulas y aquello me dio seguridad para dejarme llevar.
Me quedé mirando mi anillo de bodas, mientras la brisa cálida del caribe mecía mis cabellos, Joe se estaba duchando y mientras tanto yo no podía dejar de pensar en lo afortunada que estaba siendo.
Pedimos comida a la cabaña, y luego de llenarnos de energía de nuevo decidimos ir a la playa.
Me puse mi bikini regalón, uno que me hacía sentir segura, en tonos azul marino y dorado, con una tanga no muy pequeña. Tomé un pareo guayabero, mis lentes de sol y una crema protectora. Joe se puso un bañador cortó y ceñido al cuerpo, con fondo azul marino y unas pequeñas palmeras en tonos verdes fluor. Nos reímos porque íbamos combinados.
Elegimos reposeras cercanas a la orilla y un quitasol del hotel, un chico nos acercó dos toallas y yo la tendí sobre mi reposera.
-Iré al baño y pasaré por algo de beber ¿quieres algo pequeña?
-Piña colada- dije con una sonrisa. Joe me besó en los labios y se marchó, aproveché de sacarme el vestido y recostarme en la reposera. Suspiré encantada, y poco a poco me iba relajando, y dejando de pensar en todo lo acontecido con Fidel. La luna de miel me estaba sentando de maravillas.
Estaba perdida en mis pensamientos, cuando una pelota de playa golpeo mis piernas, la tomé confundida y poco después apareció el dueño para rescatarla, me levanté las gafas y me encontré a un hombre bronceado, de ojos azules y con un cuerpo de deportista que me gritaba en la cara ¡Futbol americano!, lo miré con detención por que Dios había hecho los ojos para usarlos ¿o no?. No era tan guapo como mi Joe pero se defendía, sin embargo no le di mayor importancia y le extendí la pelota.
Se acercó a mí con una sonrisa, y tomó con cuidado el balón.
-Disculpa, espero no te haya hecho daño
-No te preocupes- sonreí de forma amistosa, esperando que se marchara y me dejara continuar con mi baño de sol.
-¿Disculpa nos hemos visto antes?- preguntó sin contexto
“Está bien, ya tienes tu balón, ahora vete” pensé.
-No lo creo, llegué hoy- dije y devolví mis gafas a mis ojos, esa era la señal para que se fuera, me estaba incomodando y cada vez temía más que Joe llegará y malinterpretara las cosas
-¿Cómo te llamas?- levanté la cara e hice una mueca con mis labios, ser descortés era lo que peor me salía, mi yaya me había enseñado que jamás se deja hablando solo a alguien, y deseé poder perder la memoria por un segundo.
-Soy Ana
-Y yo Adam- respondió sin que le preguntara- Un gusto señorita Ana- esa fue la frase que iba a sacarme de toda esta engorrosa situación.
-Señora Ana- dije con orgullo y levanté mi mano para que pudiera ver mi anillo de bodas.
Él se río – Casada, pero no muerta- respondió y con una gran sonrisa en su rostro se devolvió hacia su grupo de amigos.
“¿Qué había querido decir?” me quedé en shock sobre la reposera, y las ganas de querer adquirir un bronceado de revista se me esfumaron como el agua entre los dedos.
-Toma pequeña- Joe me entregó el vaso y se sentó en su reposera.
Lo tomé con ganas de querer olvidar el episodio del balón, como ya lo había catalogado dentro de mi cabeza.
Me volteé y vi a mi esposo tomar sol con sus gafas hechas a medida, su torso perfectamente tonificado, y de inmediato un leve cosquilleo apareció dentro de mi abdomen y sonreí porque solo necesitaba mirarlo para olvidarme de todo.
-¿Necesita algo señora Baker?, no ha despegado sus ojos de mi cuerpo
Tragué el líquido con fuerza y me atoré.
-Podemos volver a nuestra cabaña si gusta, o quizás…quiera acompañarme a los baños
Comencé a toser con más fuerza. Joe se levantó y eso hizo que mi corazón se acelerara. ¿realmente iríamos a los baños juntos? Aquello era algo que no podía imaginar.
Se agachó y rozó mi mejilla con la suya, para tomar el bote de crema protectora.
-Estás algo roja, necesitas protegerte- dijo y derramó crema sobre sus manos, le sonreí y me relajé.
Cubrió toda mi espalda y piernas con la crema, con cuidado de no dejar ningún centímetro de mi piel expuesta al sol, luego subió hacia una parte de mis nalgas, y comenzó a masajear allí por más tiempo de lo necesario.
-Joe…- dije con voz seria
-Disculpa, me perdí en mis pensamientos…lo que te haría Ana…
-¡Joe!- lo reté, cerró el bote de crema y lo dejó en su lugar, se acercó y me dejó un beso en mi espalda, tan lleno de emociones que todo se calentó dentro de mí. Me volteé y lo miré de forma lasciva, me levanté y lo tomé de la muñeca.
-Es hora de ir al baño- dije y lo arrastré conmigo.
En la cara de Joe se dibujó una sonrisa pícara y no tardó en tomarme de la cintura para guiarme.