CAPÍTULO 1
ANA
-Ana alguien te busca en la mesa 2, quiere que lo atiendas tu ¿puedes verlo?
Miré a Soraya y noté lo cansada que estaba.
Sonreí de manera condescendiente.
-¡Claro!-
Soraya me devolvió una mueca de agradecimiento y se alejó con la charola repleta de vasos sucios.
Arreglé mi minifalda de cuero negra, y estiré mi crop top rojo, antes de caminar me miré los labios en el espejo del bar y suspiré.
Era recién lunes, y el café con piernas estaba repleto. Llevaba ya un año trabajando de mesera y acompañante, él trabajo me agradaba, pero de pronto me comencé a sentir aburrida, cansada y desmotivada.
El trabajo era bueno y me servía para costearme mis estudios de actriz, si bien no tenía que tener sexo con los clientes, si tenía que hacerles compañía, escuchar sus historias y problemas.
Jamás dejaba que me tocaran ni besaran, yo sólo servía de oyente.
En su mayoría eran caballeros de avanzada edad y abultada billetera. Casi todos con esposas en casa, a pesar de tener familia muchos se sentían solos y desatendidos. Eran unas máquinas de producir dinero, y al parecer a sus parientes y señoras eso era lo que más importaba.
Muchas veces sentí compasión por sus vidas, tenían todo, pero a la vez no tenían nada. Ese pensamiento me hacía compadecer a las personas con dinero, las hacía ser tan vacías y desiertas que me daban lástima.
Soy Ana, tengo 23 años y nací en la ciudad de Caracas.
Vivo con mi abuela y no tengo más familia.
Me gano la vida trabajando en un café con piernas.
Y mi sueño es ser una prestigiosa actriz y vivir en París.
Caminé derecho hacia la mesa dos y pude reconocer de inmediato la espalda del señor Ross, un caballero de 60 años muy educado, era un cliente muy frecuente de la cafetería y todas los queríamos por ser muy gentil y además por dejar grandes propinas.
Me gustaba atender al aquel señor, por que jamás había intentado propasarse conmigo, era tan dulce como un padre y nuestras conversaciones eran cercanas y amenas.
-Buenas tardes caballero- le dije mientras pasaba mi mano por su hombro.
El señor Ross volteó de inmediato llamado por mi voz, y me regaló una linda sonrisa.
-Ana, que gusto. Por favor acompáñame- dijo cortésmente y retiró la silla junto a él para que me sentará.
Me senté a su lado, y le sonreí.
-¿Cómo ha estado usted hoy?- dije cruzando mis manos sobre la mesa
Él estiró su pesada y arrugada mano y la puso sobre las mías, su piel estaba caliente y reconfortante.
-Bien, pero no tan bien como tu- sonrió
Bajé los ojos hacia nuestras manos y asentí.
-Gracias siempre tan amable, pero temo que durante estos 12 meses que llevo trabajando aquí aprendí a conocerlo un poquito. ¿Me quiere contar algo?
El señor Ross sonrió y achinó sus ojos.
-Tienes razón Ana, eres muy astuta, por eso me agradas.
El señor Ross, bebió de su taza de café y me miró.
-¿Gustas algo de beber?- preguntó clavando sus ojos azules en los míos
-Un expreso, pero yo lo traeré- me levanté y caminé hacia la barra, hice el pedido y le dije a Soraya que me avisara cuando estuviese listo.
Regresé mis pasos hacia la mesa 2 y me volví a sentar con calma.
-Entonces señor Ross, ¿me decía…?
El señor Ross asintió y continúo hablando.
-Querida Ana, ¿te gusta trabajar aquí?
Su pregunta me tomó por sorpresa, abrí los ojos y me quedé pasmada.
-¿Por qué me pregunta eso?, claro que me gusta- mentí
El señor Ross entrecerró los ojos y asintió.
-No me mientras Ana, puedo leer tus ojos
Mis mejillas se enrojecieron, y automáticamente bajé las pestañas.
-Quiero proponerte algo…
Mis ojos se ensancharon, y esperando con todo el corazón que aquello no fuera una declaración de amor le dije
-Señor Ross yo no…- me puse nerviosa.
El señor Ross se echó a reír.
-Ana, no es lo que te imaginas. Eres sin duda muy hermosa, pero esas no son mis intenciones.
Sonreí aliviada
-Me recuerdas tanto a mi hija…- dijo con nostalgia- no me gusta que lleves esta vida.
Me encogí de hombros con resignación y y no supe que decir.
-Te quiero ofrecer otro trabajo
Mis hombros automáticamente se relajaron.
Seguí sin hablar, sus palabras me dejaron sin aliento.
-Estoy abriendo un bar en una playa muy famosa. ¿Conoces Cancún?
Me quedé petrificada, y los vellos de mi piel se erizaron.
-¿Cancún, México?- dije tragando saliva
-Ajá- respondió el señor Ross y volvió a beber con fineza de su café.
-Necesito una encargada de local, ¿te atreverías?
Mis ojos comenzaron a brillar como dos luceros, esta era la oportunidad que siempre estuve esperando, gracias a la oferta del señor Ross podría surgir, salir al mundo y realizarme.
Pero de pronto algo hizo que mi corazón se apretara.
-No puedo, no puedo dejar a mi abuela sola- dije con tristeza
-Ana, ésta es una oportunidad única, seguramente más de la mitad de los jóvenes esperan por algo así. Yo vi en ti potencial, se que podrás con el desafío, si no jamás te lo hubiese pedido- apretó sus dedos encima de los míos.
Sus palabras de a poco me agujerearon el cuerpo como una afilada daga.
Negué otra vez con la cabeza.
-Se lo agradezco señor Ross, pero no podría dejarla.
El señor Ross apretó los labios mientras pensaban.
-¿Y si yo te digiera que podría ponerle una cuidadora a tu abuela y hacerme cargo de sus gastos mientras tu estas en México?
Sentí como mi sangre comenzó a fluir de nuevo, una sonrisa enorme apareció en mi rostro.
-Eso sí, no me puedes fallar, tienes que dar todo de ti en aquel negocio- me condicionó el señor Ross.
Me levanté con entusiasmo de mi silla, y me apresuré a abrazar a aquel caballero, que había aparecido en mi vida como un ángel salvador.
-Si, si, se lo prometo, trabajaré duro, no lo defraudaré señor Ross- dije prácticamente gritando.