JOE
Se que parece una locura lo que hice con Ana, cualquiera me podría juzgar por mi acto impulsivo. Pero con solo verle la cara de felicidad, me sentí pagado.
No podía permitir que ella se fuera a vivir en ese sucucho de mala muerte, y además así tendríamos un espacio privado para estar juntos.
Alejarla de Fidel era mi objetivo, entonces el apartamento nuevo parecía la mejor solución.
Ahora tenía 5 días para conquistarla. Ya había dado el primer paso, y logré besar sus dulces labios, que sabían a miel sobre hojuelas. Cada vez me convenzo más de que ella es la mujer para mí.
¿Quién iba a pensar que la iba a encontrar en otro país?, el destino a veces es caprichoso y comente esas locuras, pero me alegro de que haya decidido venir hasta aquí en el momento preciso.
-¿Y bien, deberíamos celebrar no?, por el nidito de amor- dije divertido
Ana estaba plasmada en su lugar, y apenas podía pestañear.
-Estoy tratando de digerir lo que acaba de pasar
Tragó saliva y se volteó hacia mí.
-Estas totalmente loco Joe
Le sonreí y me acerqué hacia ella.
-Estoy loco por ti Ana, ¿aún no te das cuenta?
Ella me abrió los ojos.
-Pero recién nos conocemos…
-…Y ya vivimos juntos- bromeé
Ana negó con la cabeza.
-No, esto está mal. Por favor llama a la corredora y cancelemos todo. Yo no puedo aceptarlo
-Ana- le dije y le tomé la mano- yo no hago esto para sacar algún provecho. No me debes nada. Sólo quiero que estes cómoda y segura.
-¿Pero por qué?
Negué, “¿aún no lo veía?”
-Por qué me gustas, por que siento una conexión especial contigo- le apreté la mano.
Ella me quedó viendo sorprendida, pero guardó silencio.
-No tienes que decirme nada que no sientas, no quiero presionarte. Tenemos 5 días para conocernos.
-¿Y si no resulta?
-Déjamelo a mí Ana.
Ella sonrió
-Podría pensarlo…- se sonrojó
Le tomé el mentón y le levanté la cara.
-Eso es todo lo que quería oír pequeña- le robé un suave beso en los labios.
ANA
No sabía que estaba pasando, me sentía extrañamente reconfortada cuando estaba junto a Joe, y comencé a sentir algo distinto por él.
Fuera de mi sensates, decidí darme una oportunidad para al menos conocerlo.
Sentí sus labios hacer contacto con los míos, y quise más. Mi cuerpo me pedía más de él. Entonces cuando se separó lo quedé mirando y me atreví a devolverle el beso.
El se sorprendió, pero luego de un segundo continuo mi beso profundizándolo aún más, introdujo su lengua a mi boca y me hice vibrar.
Ambos nos detuvimos cuando nos faltó el aire.
Sonreímos avergonzados, como dos adolescentes y nos separamos un tanto. Pero Joe no dejó de tomarme la mano.
-Estamos locos- dije sonriendo
-La vida esta hecha para los locos- respondió.
-Joe, debo volver al bar. Tengo que contarle a Fidel que me mudaré
-Esta bien, ¿quieres que te acompañe?
-Si hasta el club, pero hablaré sola con él.
-Me parece, vamos
Joe se volteó y cogió las llaves del mesón de la cocina. Las extendió hacia mí y sonrió.
-Señorita inquilina, sus llaves- dijo con gracia
Las miré colgando libres de sus dedos, y sonreí.
-Gracias, jamás había tenido un lugar propio
El se acercó y me beso la frente, me agarró firme la mano y me llevó hasta la salida.
El Uber nos dejó al frente del Club Amazonas.
-Te esperaré aquí afuera
Asentí con la cabeza e ingresé al apartamento compartido.
Al subir me encontré con Fidel viendo la televisión en la sala.
-Vaya que madrugaste hoy- me dijo
-Fidel tengo que hablar contigo
Él se volteó y me miró fijo, notó mi actitud seria e inmediatamente apagó la televisión. Se levantó y se puso cerca mío.
-Te escucho
-Me voy a mudar
Él abrió los ojos y la boca a la vez
-¿Te volviste loca?, aquí tenemos todo. Además, no pagas alquiler
-Necesito privacidad
-Tienes tu habitación propia
Rodé los ojos
-Quiero independencia
-No me parece correcto- se cruzó de brazos
-No te estoy pidiendo permiso, te estoy avisando. Me iré de aquí hoy mismo- caminé hacia mi habitación.
Pero antes de que pudiera ingresar Fidel me tomó del brazo y me jaló hacia él.
-Le diré al señor Ross que estas haciendo mal tu trabajo, él te despedirá.
Lo quedé mirando con coraje.
-Él no te creerá
-¿No?, ¿quién es el jefe aquí?
Fidel tenía razón, él era la mano derecha del señor Ross.
-No puedes inventar calumnias, no es justo
-Si no quieres quedar mal y perder tu empleo, te quedarás
-No me amenaces Fidel- le dije al borde de las lágrimas
-No es una amenaza, es una advertencia.
Mi celular vibró en mis manos, miré la pantalla y era un mensaje de Joe.
“¿Estas bien?, ¿necesitas ayuda?”
-Me iré igual, y además hablaré con el señor Ross, tus practicas no son éticas.
Me entré a la habitación y la cerré con pestillo.
Empaqué las pocas cosas que tenía en mi maleta, guardé la fotografía de mi yaya y me decidí a salir.
Abrí la puerta y miré para todos lados, Fidel no se veía cerca.
Avance y descendí las escaleras a paso rápido.
Antes de salir a la calle, Fidel apareció desde el bar.
-No pensé que fueras tan tonta Ana- dijo y me agarró de la cintura
-¡Suéltame, no tienes derecho!
Forcejeé y logré abrir la puerta exterior, di un paso pero Fidel me volvió a retener, me volteó de forma brusca y me dejó acorralada entre sus brazos.
-¡Aquí se hace lo que yo digo Ana!
Sentí como su aliento chocó contra mi cara y me produjo náuseas.
-Déjame en….
No alcancé a terminar la frase cuando se precipitó hacia mí y me besó.
-Ahora eres mía- dijo aún pegado a mis labios.
Comencé a llorar.
-¡Te dijo que la soltaras imbécil!
Joe apareció desde atrás y tomó a Fidel desde el cuello, lo levantó tan alto que despegó sus pies del cemento.
Luego de eso le dio un golpe en todo su estómago, lo que hizo gritar de dolor a Fidel. Lo dejó caer al suelo y este se retorció del dolor.
Tomándose las tripas le gritó.
-¿Así que tu eres el causante de que ella me deje?
-¡Estas loco Fidel!- le grité
Joe se abalanzó otra vez hacia él y lo apretó contra el suelo.
-No quiero que te vuelvas a acercar a ella, ¿me entendiste?
Fidel se quedó tirado en el piso, con una sonrisa maléfica.
Joe me tomó de la mano y me sacó de allí.
Caminamos juntos un par de cuadras y Joe me detuvo.
-¿Estas bien?
Se volteó y me tocó la cabeza y los hombros. Pero yo no hacía más que llorar.
Me atrajo hacia su pecho y me abrazó con fuerza.
-Ya estas a salvo, pequeña
Pedimos un taxi y nos fuimos a mi nuevo apartamento.
Esta vez entrar allí no fue tan gratificante como la primera vez, aún seguía sollozando y muerta de miedo.
-Debemos denunciarlo- dijo Joe mientras me traía un vaso de agua
-Le diré al Señor Ross
-¿Quién es el?
-El dueño del bar, él me trajo de Venezuela para trabajar aquí.
Joe levantó una ceja.
-Es un buen hombre, no pienses mal
-No puedes volver a trabajar al bar, es peligroso
-Es mi fuente de ingresos Joe, y no tengo nada más aquí. Además, no puedo fallarle al señor Ross
-No necesitas trabajar, yo puedo ayudarte
-No Joe, ya hiciste suficiente
-Es en serio pequeña, deberías descansar estos días, así aprovechamos mis vacaciones
-¿Y cuando te marches que haré?, ¿de qué viviré? No puedo dejar mi trabajo
-¿Y si no me marcho nunca?
-No digas tonterías
-¿Y si vienes conmigo?
-¿A estados unidos?
-Claro
-¿Estas demente?, me reportarían en el acto. Ni siquiera podría pasar del aeropuerto
Joe se quedó quieto y miró hacia la ventana
-Pero no podrían reportarte si…¡entras casada!