15 MARZO 2022 ǀ 06:56
RESIDENCIA FERRARI
AUDREY
Esta mañana desperté con una desagradable opresión en el vientre; de hecho, sentí un centenar de espinas clavárseme en la parte baja del abdomen, una abrumadora reacción en cadena… como si fuese la punzada mortal de un aguijón.
Hasta cierto punto, creí que la parte inconsciente del cerebro estaba jugándome una mala pasada o qué se yo, pero todo pensamiento lógico cayó en picada cuando sentí una humedad diferente… una enorme mancha de sangre pintar las sábanas blancas. Sangre.
Dios, mi corazón late tan fuerte, que puedo escucharlo en todos lados; el nudo que se forma lentamente en la boca de mi estómago es tan enorme, que por un instante creo que voy a vomitar todo. A duras penas, intento ponerme de pie, en serio quiero llegar a la ducha y limpiarme el pegajoso liquido carmesí; pero la debilidad me gana, sin querer, termino resbalándome con mi propia sangre.
Esta vez, la fuerza que ejerzo en el movimiento me arranca un quejido tremendo; algo se estruja en mi pecho con fuerza, por esa razón, mis manos se aferran al edredón manchado. El miedo invade mi cuerpo a una velocidad alarmante, soy perfectamente capaz de percibir como el dolor crudo de arraiga a cada una de mis células.
Fiorella y Alessandro no tardan en derribar la puerta de mi habitación.
La algarabía amenaza con reventarme los tímpanos… pero en lugar de taparme los oídos, mis manos a clavan en la carne blanda del bulto que ahora tengo por abdomen. La presión se incrementa con creces y el sudor empieza a drenarse de mi piel a una velocidad alarmante.
—¿¡Qué sientes!? —Alessio se arrodilla frente a mí, el dorso de su mano toca mi frente e intercala a mi cuello antes de volver a hablar—, ¿te duele mucho?
De lo único que puedo darme cuenta es la forma en que sus hebras de cabello caen desparramados a ambos lados de su rostro anguloso y varonil.
—Son como… —un quejido irrumpe la explicación a medio camino—, como contracciones. Siento como si fuese a dar a luz ahora mismo.
—Bien, bien. Tranquila —las enormes manos de Alessandro acunan mi rostro—, respira conmigo. Mamá y yo te llevaremos con un médico, ¿puedes caminar al baño tu sola? —mis labios se oprimen mientras niego varias veces—, no te preocupes por eso.
Honestamente me cuesta entender lo que significan sus palabras hasta que sus enormes brazos me alzan en peso hasta la tina del baño; en el momento justo que mi piel toca la porcelana de la bañera; en la lejanía creo escuchar la voz de Fiorella…, luego un portazo resonar en toda la estancia. El agua caliente no tarda en llenar la tina y, posterior a eso, Fiorella humedece una esponja, los olores a flor de vainilla y madreselva adormecen mi sentido olfativo mientras ella me ayuda con el aseo.
La anfitriona de la casa saca de un paquete de toallas posparto que me anima a usar; cuando se cerciora de que puedo valerme por mi misma, deja que termine de vestirme y peinarme, lo único a lo que hecho mano es a un pequeño bolso donde guardo las llaves de la casa, la identificación falsa y el teléfono celular.
Una sudadera color vino, un suéter gris de capucha a juego con el jogger que traigo puesto, es lo único que consigo para evitar sentirme asfixiada… No sé qué hacer, no sé qué sentir; estoy tan confundida, abrumada y asustada, que con tan sólo pensar que algo pueda pasarles a los bebés me provoca un malestar insoportable.
—¿Lista?
La voz dulce del mayor de los hermanos Ferrari me hace volver en sí.
—Sí.
Asiento, incapaz de confiar en mi propia voz.
—Ven, yo te llevo hasta el auto.
Por el rabillo del ojo veo traspasar el umbral de la puerta.
—Descuida, puedo caminar —digo, incorporándome de golpe.
Mala idea porque cuando lo hago, un enorme coagulo abandona algun punto de mi vientre. El escozor que me provoca el malestar es indescriptible, sin embargo, no soy lo suficientemente buena para disimular un dolor tan intenso como este. ¿Alguna vez has sentido un dolor de vientre cuando ha llegado tu ciclo menstrual? Bueno, entonces puedes hacerte una idea de lo que se siente…
Una sonrisa gigantesca se ensancha en el rostro de Ferrari.
—No estoy preguntándote si quieres que te lleve al auto o no, Drei —a este punto uno de sus brazos sujeta mi espalda, el otro la cara interna de mis rodillas y al instante me alza en peso—. Las buenas acciones no necesitan el consentimiento de las personas.
La exquisita fragancia de Paco Rabanne golpea mis fosas nasales; la fragancia me trae dulces y amargos recuerdos, es una de las colonias que solía usar Gareth. De forma inconsciente mis brazos rodean su nuca al tiempo que mis ojos se cierran; además, mi nariz da una inspiración pensada que me aleja de mi propia miseria.
—En eso te doy la razón… Hueles bien, Alessio.
—Gracias —me enseña sus dientes perfectos—, tú tampoco apestas tanto.
—Déjame, tonto —le doy un golpecito en el pecho.
—¿Sabes que puedo denunciarte por maltrato? —Alessandro pregunta, recuperando su compostura seria y corrige—. No, voy a denunciarte por maltrato al hombre.
Entorno los ojos.
—Exagerado.
Hago un esfuerzo sobrehumano por sonreír, pero fracaso cuando una nueva contracción —si así puede llamársele— me traspasa como una daga filosa de doble filo. A través de mis dientes se filtra un quejido bajo. Alessio, al percatarse de ello, se apresura a bajar las escaleras y salir del interior de la casa en menos de lo que canta un gallo.
Con cuidado, me ayuda a subir en el sillón trasero del auto. Fiorella se sienta a mi lado y me anima a recostarme horizontalmente, obedezco como la buena chica que soy; y la posición funciona, porque de esta forma mi vientre duele menos. Aunque una espesa masa calígine empaña mi visión, consigo distinguir la silueta de Alessandro trepar al volante… el ruido lejano del motor volviendo a la vida.
«Date prisa, Alessandro. Ha perdido demasiada sangre».
«Cariño no te duermas… habla conmigo».
Mis labios se entreabren, pero no consigo reunir la fuerza suficiente para formar palabras, mucho menos frases.
«Aguanta un poco más, ya casi llegamos».
El dolor poco a poco va entremezclándose a mi alma, convirtiéndose en uno conmigo. Mis ganas de luchar se desvanecen…, he estado tan cerca de la muerte, que morir de esta forma sería una utopía, la mejor forma de abandonar este plano.
Las caricias maternales de Fiorella me tranquilizan un poco… la calma es tanta, que finalmente consigo quedarme dormida.