11. Cuidar de ti.

4116 Words
HOSPITAL GENERAL DE COMPANIA POSITANO, ITALIA AUDREY El incesante pitido agudo traspasa la bruma de mi sueño, sin embargo, algo me impide abrir los ojos. No puedo moverme… soy incapaz de hacer que algun músculo de mi cuerpo reaccione. Ni siquiera la piel flácida de mi cara responde, tampoco lo hacen mis párpados. La oscuridad se disipa del todo a cuenta del centenar de ruidos extraños: unos provenientes de las máquinas que —creo— monitorean mis signos vitales, otros son emitidos por personas, sonidos de ambulancia, gritos afuera del pasillo. Realmente me siento presa de un sueño ajeno… como si el peso de una gigantesca masa de agua estuviese recayendo sobre mi cuerpo. Todo pasa a una lentitud insoportable. Mi cabeza palpita tan fuerte, que quisiera golpearla contra una superficie de acero… La respiración filtrada por mis fosas nasales, ese oxígeno que retienen mis pulmones durante un corto periodo de tiempo se siente como una puñalada al estómago. Los ruidos abandonan la lejanía y, poco a poco, los zumbidos mecánicos se tornan más reales que antes. Aunque el frío cala hasta lo más hondo de mis huesos, frío que me invita a seguir durmiendo; de todas maneras, consigo luchar contra el adormecimiento. Una ráfaga de luz cegadora me golpe con b********d a medida que lo hago, a medida que abro y cierro los ojos. Parpadeo una y otra vez para batallar a muerte contra las lágrimas que amenazan con abandonarme; a este punto, soy capaz de sentir un montón de agujas clavarse en la parte baja de mi abdomen con cada inspiración que doy. El color blanco nuevamente me da la bienvenida, también el olor estéril a gasas y hospital. La habitación es pequeña, ¿lo bueno?, cuenta con suficientes muebles. La cama donde me encuentro ahora, una pequeña mesita de noche, un sillón aterciopelado al fondo, una puerta que asumo es la del baño porque tiene diferencias a la de la entrada principal. De repente, un bulto se mueve y gracias a mi visión periférica soy capaz de aprehender los movimientos del inquilino que yace sentado sobre una silla; ojos vidriosos capturan la imagen desaliñada de Alessandro Ferrari. Tiene puesto un suéter de algodón cuello tortuga —como esos que suele usar el boxeador mexicano, Canelo Álvarez—, un par de tejanos color caqui y un sobretodo n***o que se asemeja a las capas utilizadas por Neo, Trinity y Morfeo de The Matrix. Mantiene un aire un tanto desaliñado, sí, pero resulta espectacular como tiene despeinadas las hebras de pelo rubio sobre la frente. Como los movimientos intensifican el sonido de los aparatos; la cobija que recubría el cuerpo de Alessandro cae al suelo al incorporarse de golpe; entonces, empieza a estudiar las líneas irregulares de la pantalla digital. A duras penas… con todo el esfuerzo que hago para moverme, consigo sacar una de mis manos y apresar los dedos de Alessandro entre los míos. Mi cerebro decide jugarme una mala pasada, porque en vez de construirse la imagen del italiano en mi cabeza, la silueta desgarbada de Liam Wadskier empieza a emerger como serpientes olvidadas desde las profundidades del tiempo. Sin más, sus intensos irises azul celeste triplican su tamaño… ahora mismo está mirándome como si yo fuese la posesión más preciada de su universo. Desconozco el motivo de porque sus ojos se llenan de lágrimas si soy una completa desconocida para él. —Oh dios… —el susurro de una voz familiar consigue apaciguar un poco mis nervios alterados—, ¡enfermera!, ¡alguien venga aquí ya mismo!, ¡la norteña desertó! Digo… ¡despertó! —¿Dónde estoy? —Mi voz suena ronca, aterrorizada—. ¿Qué estás haciendo aquí? ¿Qué hora es? ¿Por qué está oscuro? —Estás en el hospital al que viniste hace unos días conmigo —explica con apenas un hilillo de voz—, ¿te acuerdas? Hace un par de días empezaste a sangrar y tuvimos que traerte de emergencia al… He dejado de escuchar lo que dice. Los recuerdos empiezan a martillear la corteza prefrontal de mi cerebro a una velocidad alarmante. Un nuevo correo arribando a mi bandeja de entrada. Un centenar de llamadas perdidas de Jared Weiswerman; el terror que sentí al leer el titular: “El asesino potencial Jack Harper, ha escapado del hospital psiquiátrico donde permaneció recluido durante los últimos seis meses”. La inscripción aterradora escrita con sangre humana a modo de advertencia: “El amor está cerca de la muerte”. Las amenazas de muerte a mis bebés. El error que cometí al haber puesto al tanto de mi embarazo a Jasper, Jared y Jordan; los hermanos policías que ayudaron a Vlad a descubrir la identidad del Fénix. “El embarazo”. Una emoción que desconocía hasta ahora se acciona en mi cuerpo, y trato por sobre todas las cosas de colocar las manos sobre mi vientre, pero apenas y puedo sentir funcionar mis extremidades. —¡Los bebés! —las palabras me salen en un grito ahogado, casi de ultratumba—. ¡Mis hijos! ¿¡Cómo están!? ¿¡Por qué no los siento dentro de mí!? El rostro del hijo mayor de Fiorella aparece frente a mis ojos, un pulgar suyo limpia una lágrima que rueda por mi mejilla. —Shh, te hace mal ponerte así —Alessio posa sus labios tibios contra mi frente, apartando los mechones rebeldes que caen de forma tranquilizadora—. Todo está bien, Dreyla. Los bebés están bien, tú estás bien. —¡E-Él viene por mí! —grito, sin aliento—, ¡va a matarme, Alessio! ¡No va a descansar hasta verme muerta! —no puedo respirar, mi garganta se cierra—. A ti también va a matarte. Las máquinas se vuelven locas. No puedo hacer otra cosa que no sea revivir todo el trauma que viví en la oscuridad del bosque de Verdón; por más que intento calmarme, no consigo hacerlo. Toda la habitación se tambalea y mi cabeza se siente como si estuviese a punto de estallar. Caigo inevitablemente a un espiral de sombras, risas insidiosas, pensamientos oscuros. El toque suave de Alessio se esfuma de pronto; quedando tan sólo la extrañeza de un puñado de rostros irreconocibles, caras planas… sin ojos, sin narices, sin bocas. De pronto, algo en mi muñeca arde y me hundo en la marea de la inconsciencia. Mis párpados revolotean antes de cerrarse, sin embargo, el retrato de un chico de ojos azules y sonrisa torcida invade mi cabeza antes de dejarme ir. La imagen de la única persona a la que he amado en mi vida. *** Cuando la cortina de eternidad se rasga, soy cada vez más consciente de lo que sucede a mi alrededor. Los zumbidos incesantes, la suavidad de las sábanas, la frialdad del ambiente, el aroma a alcohol y antisépticos; pero no es hasta que abro los ojos, que logro sentir espinas traspasarme cada fibra del cuerpo. Un tacto cálido en el dorso de mi mano me hace girar la cabeza un poco; aparece en mi campo de visión una maraña de cabello color caramelo, sin embargo, como tiene la cara hundida a la mitad del colchón, me cuesta descifrar de quien se trata. Mi atención se vuelca hacia el lugar de donde proviene las voces roncas de las personas; mis entrañas se aprietan en el momento que descubro a una morena de cabello lacio entablar una conversación con Alessandro Ferrari. El parecido entre él y Liam es, por lejos, impresionante; tal vez por esa razón algo me mantiene unida a él. Quizás por eso no me molesta su cercanía. Todos lucen agotados, cansados; la angustia se arraiga a sus facciones de forma aterradora, incluso al rostro de la mujer completamente desconocida y ajena a mis recuerdos más cercanos. ¿Quién es?, ¿qué hace aquí?, ¿qué demonios quiere de mí? De repente empiezo a moverme, como si estuviese convulsionando y un quejido ahogado se expande de mi garganta al exterior. La atención de las tres personas en la habitación se centra en mí. —¡Al fin, cariño! —Fiorella es la primera en romper el silencio sepulcral de la estancia. Al tiempo que la mujer se pone de pie de la chica metálica, siento el peso de la cama hundirse. Lágrimas viajan de forma incontenible por sus mejillas, mi pecho se contrae al verla tan expuesta y… vulnerable. Fiorella nunca llora, Domenico —el hermano Ferrari del medio—, me lo confesó el día que pasamos en el establo de la colina. —No llores, no llores. Estoy bien —aunque mi voz es débil le dedico una sonrisa reconfortante—, no te preocupes. Ya pasó. La mirada que me da es una amalgama de alivio y miedo. Un segundo apretón hace que mi atención se vuelque en Enzo, el hermano menor, quien sorpresivamente es el primero en decir: —Voy a llamar al médico. La oleada de preguntas de parte de Alessandro y Fiorella me golpean con b********d; preguntan cómo me siento, sólo puedo asegurarles cuan bien me siento. Respaldado por un arsenal de enfermeras, un par de médicos —una mujer y un hombre— llegan al termino de unos minutos; bueno, irrumpen en la habitación como si fuesen policías allanado una morada. Mientras las mujeres revisan los monitores y despegan algunos cables y agujas que se unen a mi cuerpo, uno de los hombres escucha los latidos mi corazón a través de un estetoscopio. El doctor me pide que responda un puñado de oraciones estúpidas; me pregunta cosas como: nombre completo, edad, fecha de nacimiento, trabajo en que me desempeño, el nombre de mis padres y toda esa tontería barata. El nombre de Fiorella, el de los hermanos Ferrari y el de la extraña fémina sentada en el mueble; claro está, soy un fail total en la última. Posteriormente, la doctora me pide abrir las piernas y justo en ese momento, los chicos —Enzo, Domenico y la desconocida—, presentes salen para brindarme un poco de privacidad; Fiorella se queda a mi lado. —¿Puedo quedarme contigo? No quiero dejarte sola, corrección…, no pienso dejarte sola. Alessandro, quien lo ha soltado mi mano en ningún —quien también entró a la habitación sin el permiso del médico—, momento susurra tan bajo que apenas puedo oír lo que dice. Yo sólo asiento con una lentitud dolorosa. Tras una exhaustiva lectura al par de hojas sueltas, la ginecobstetra —leo Giulia Mazzeo bordado en su bata del uniforme— vuelve a establecer contacto visual conmigo. La mujer de cabello rojizo, pestañas postizas y maquillaje excesivo me mira con atención; a juzgar por sus facciones aniñadas, percibo dos cosas: es una recién graduada o está en sus últimos años de residencia. Sin embargo, parece ser buena en lo que hace, porque después de hacerme un tacto incomodo ahí abajo; lo siguiente que hace es subir la tela de la bata quirúrgica que me cubre y, tras vaciar un líquido gelatinoso en todo mi abdomen, desliza un aparato circular alrededor de piel firme de mi vientre. He de confesar que al principio duele; cierro los ojos con fuerza. Poco a poco voy acostumbrándome a la fuerza ejercida; de forma instantánea la muchacha presiona un par de botones y el eco sonoro del latido de dos corazoncitos empieza a llenar toda la habitación. De la pared emerge una pantalla gigantesca donde se reflejan dos figuritas moverse con insistencia; un sentimiento abrumador se arremolina en mi pecho y las lágrimas amenazan con abandonarme. La última vez que los vi apenas eran un par de puntitos del tamaño de un guisante. La última vez que lo vi… Liam estuvo conmigo, lloró conmigo, se emocionó conmigo. —Estás de dieciséis semanas —informa, presionando la parte baja de mi abdomen; Giulia añade con voz dulce—. Creo que ya podemos averiguar el sexo de este par. Dígame —no se refiere a mí, sino a Alessio—. ¿Usted es el padre? Alessandro aprieta mi mano un poco más. —No —digo la verdad, menguando un poco el tono de voz—, no lo es. —Bien, entonces tendré que pedirle que salga —señala Giulia, sin despegar la vista de la pantalla en ningún momento—. Son políticas de seguridad del hospital, así que absténgase de mirarme como lo está haciendo ahora. —¡Sí! —el rubio se apresura a gritar—. Audrey está un poco conmocionada todavía…, le está costando horrores conectar con la realidad y… eso —sus labios se postran ahora en el dorso de mi mano—. Por supuesto que soy el padre, ¿de otro modo cree que me habría quedado dos noches aquí con ella? —Exactamente, ¿va a negarle a mi hijo la oportunidad de conocer el sexo de mis nietos? —salta Fiorella con una picardía que sobrepasa los límites—. Me parece una falta de respeto, doctora Mazzeo. Una ridícula falta de respeto. Esta vez lo miro con una icónica cara de meme; es idea mía, ¿o está haciéndome pasar por loca? —¿Es cierto, señorita Darwael? —Mazzeo se dirige a mí con una expresión amenazante pintada en el rostro—. El señor… —hace una pausa breve, invitando al caballero a hablar. —Alessandro Ferrari —completa él, con aires de autosuficiencia. —¿El señor Alessandro Ferrari es el padre de sus hijos? «No, no, no». —Bueno, sí. Perdone yo… todavía me duele la cabeza… creo que voy a vomitar —miento, dando un par de arcadas dignas de un premio Oscar—. Me siento mal. Ok, admito que me pasé de exagerada. Con eso espero que el interrogatorio finalice. A esa táctica yo le llamo: «La vieja confiable». —Bien, bien. Bebe esto —me tiende un vaso de agua—, a tu vejiga le falta agua. Averigüemos que tal van esos bebés. Cuando Giulia se asegura que he bebido hasta la última gota, procede a deslizar nuevamente el aparato sobre mi barriga abultada; es increíble lo que ha crecido. —Por aquí tenemos a... —le sigue una pausa eterna, aunque es sólo un par de segundos—, un varoncito. ¡Enhorabuena! Es un niño, un muy pero muy fuerte niño… A ver si tu gemelo es de tu mismo sexo, corazoncito —me enternece la forma en que le habla a la pantalla—. ¿Qué hay aquí abajo? Vamos bebé, déjate ver… tus papis quieren saber que eres… —Giulia achica la mirada cuando le da zoom a la imagen, entonces, sus ojos se agrandan con emoción—. Oh, ¡felicidades, futuros padres! Tendrán una parejita bastante linda, es una niña. Un niño y una riña —repite de nuevo, por si no nos ha quedado claro. Las palabras reconfortadoras que Liam susurró el día que se enteró del embarazo forma un nudo desgarrador en la parte posterior de mi garganta. «—Hola cariño… —el rubio le habla a mi vientre—. Soy Liam Wadskier, tu p**i. ¿Sabes la felicidad que siento ahora? ¿Tienes idea de cómo se siente saber que voy a tenerte entre mis brazos? Esto se siente irreal, yo… no puedo esperar a que nazcas y.., y darte todo el amor que mereces, hijo. Te amo de maneras que no soy capaz de describir con palabras —mi piel expuesta percibe el roce de su nariz, el tacto, el cariño que siento ahora indescriptible. —Eres, mejor dicho —alza la vista, enfocándose en mí—, no, ustedes tres son el mejor regalo que alguien haya podido darme. Los amo a los tres con todo lo que soy y, pase lo que pase a partir de ahora, nunca… escáchenme bien, nunca dejaré de hacerlo. Nadie cambiará el amor que siento por ustedes.» Mis ojos se humedecen de forma instantánea; para tranquilizarme, los dedos de Alessio continúan cepillando mi cabello con ternura. Liam quería experimentar esto conmigo… Liam quería ser parte de la vida de los bebés y ahora no está. Siempre soñé con ser madre, si antes has leído mi historia, de seguro sabrás que te no estoy mintiendo. Parte de mí siempre quiso compartir esta experiencia… cuando Liam y yo asistimos con la doctora Shay a la primera ecografía, me sentí la mujer más afortunada del mundo. De algún modo creía que contar con el apoyo del padre de mis hijos iba a brindarme una especie de estabilidad emocional o… algo así. Pero ahora doy cuenta del error en que me encontraba. Enfrentar y recomponer son dos palabras que no comparten ninguna carga sintáctica, sin embargo, si lo hacen de forma arbitraria. Para uno poder recomponerse de una situación difícil, evidentemente hay que enfrentar algo o alguien: las vicisitudes del tiempo, un aspecto negativo de la vida, el carácter de una persona, nuestros propios miedos. En ese sentido, Cassandra Bradshaw está recomponiéndose desde el silencio y enfrentando al pasado con la frente en alto, sin ayuda de nadie. —¿Escuchaste eso, amor? —la voz áspera de Alessio farfulla con dulzura, supongo que es parte de su teatro—. Tendremos una hermosa parejita. —¡Ay, Dios! —me tapo la boca con las manos—, no puede ser. Esta vez no le prestó demasiada atención a las aguas que se incrustan al dorso de mi mano izquierda, agujas que ahora mismo pasan solución salina a mi torrente sanguíneo. —No llores, me mata verte en ese estado. —¿Incluso si son lágrimas de felicidad? —Pregunto medio riendo, medio llorando. Alessandro asiente lentamente. —Incluso si son lágrimas de felicidad, cariño. Me limito a asentir y absorber las caricias del hombre a mi lado. Siento la mirada intensa de Fiorella traspasarme a la velocidad de un rayo, pero su felicidad es tan grande que la sonrisa que tiene pintada amenaza con romperle la cara. Poco después, la doctora Mazzeo apaga el monitor y me tiende una servilleta gigantesca para que pueda limpiarme el residuo gelatinoso. Me resulta sorprendente cómo Alessandro se mete bajo la piel del personaje de padre y estudia todos mis movimientos con una mirada, ehmmm, ¿cariñosa? Ok. Suficiente cursilería de mi parte; esto no es típico de Audrey Darwael, de Cassandra sí, pero de esta identidad: no. Ahora la cuestión que realmente importa, y que hasta ahora nadie ha respondido es: —¿Qué se supone que hago aquí? —Pregunto al tiempo que rompo la burbuja imaginaria de amor que me apresa de momento. —¿¡No te acuerdas!? —La voz de Fiorella suena escandalizada. —Mamá —Alessio se lleva los dedos al puente de la nariz, luego le da una mirada de aprehensión severa—, no seas tan dura con Dreyla. La pobre estaba tan conmocionada con el dolor que ni siquiera distinguía su teléfono celular de un cactus, no le pidas tanto. Giulia nos mira con cara de pocos amigos. —¿Te han recetado vitaminas, jovencita? —Sí —respondo enfocando la vista un punto fijo de la pared—, ¿por qué? —Según estos resultados —levanta la hoja que leyó para ella hace unos minutos—, el déficit de calcio y hierro en tu nivel sanguíneo es precario; además, necesitamos subirte la hemoglobina. Ayer me puse en contacto con tu anterior médico tratante, una mujer de Australia… ¿Shay Belissario? —Aja… ¿y qué con eso? —Sueno más dura de lo que pretendo. —¿Has estado bajo estrés? —bajo la cabeza de inmediato, ella parece notar que algo me afecta porque dice: —Dime ¿has experimentado alguna emoción fuerte durante las semanas anteriores? Muchos lo dan por sentado, pero el estado anímico de la madre afecta el desarrollo del feto y altera otros factores en tu organismo. «Un lunático me mantuvo cautiva, me poseyó sin mi consentimiento y tuvo intenciones de sacrificarme viva». «La persona que creí conocer y amar sin reservas, resultó ser una personalidad creada por un completo desconocido». «Todas las personas que consideré cercanas terminaron alejándose». «El imbécil de Zayn me trató como basura». Gracias al cielo, el celular de Fiorella suena y, tras ofrecer una serie de disculpas, sale disparada al pasillo del área de observación. —Bueno —vacilo, en realidad estoy construyendo una mentira que suene creíble—; he tenido episodios oscuros durante los últimos meses. La desaprobación de mis padres y… —aspiro una profunda bocanada de aire antes de continuar—, la muerte de mi mejor amigo. —Debes ir con cuidado, Audrey. Estuviste inconsciente por tres días, estuviste a nada de sufrir un aborto espontáneo, lo que quiero decir es que… si tal vez hubieses llegado al hospital veinte minutos más tarde, ahora mismo tus hijos estarían muertos. Has dejado de ingerir algunos medicamentos y eso es grave, no solo para tu salud, sino para la de ellos —Giulia señala mi vientre—, recuerda que tu cuerpo está creando dos vidas. Está absorbiendo hasta el último nutriente de tu organismo. —¿Qué nos recomienda a ambos, doctora? Literalmente, Alessandro me arrebata las palabras de la boca. Mazzeo se levanta de la silla metálica y de una repisa flotante de la habitación arrastra varias hojas blancas; saca un bolígrafo y vuelve a sentarse. —¿Los dos trabajan a tiempo completo? Inquiere nuevamente la muchacha de ojos claros, al tiempo que copia los datos de la historia médica a un pequeño papel de diez centímetros de alto y diez de ancho. Con ayuda de mis manos me incorporo de manera que quedo más sentada que acostada. —Estoy en un módulo introductorio; en una especie de curso para convertirme en Comunity Manager de una empresa —contesto. Luego la mirada asesina intercala a Alessandro. —Yo soy el encargado de un viñedo —empieza a enumerar con los dedos—: el cuido, la recolección y la extracción de la materia prima. De hecho, paso más tiempo conversando con las uvas que hablando con la gente. —Bien, yo le sugeriría guardar reposo absoluto. Evitar alzar peso, descansar lo suficiente, tal vez contratar a alguien que le ayude con los quehaceres del hogar; no se trata de una exageración mía. La verdad es que, si quiere concebir a los bebés, tiene que seguir todas indicaciones al pie de la letra —las manos delicadas de Giulia paran de escribir y su mirada vuelve a conectar con la mía—. ¿Ha quedado claro? El mayor de los hermanos Ferrari asiente con efusividad. Mientras tanto, corazón martillea durísimo contra mi pecho; no puedo simplemente perder esta oportunidad de trabajo porque sí, necesito seguir trabajando para poder rentar algo propio…; brindarles a mis hijos la estabilidad que merece. —Todavía duele —confieso, al tiempo que presiono la parte baja de mi abdomen. —Es normal, por eso voy a recetarte dos píldoras. Una para del dolor y otra para dormir. —No necesito drogas para dormir, ¿que eso no les hace mal a los bebés? Los rizos ensortijados de Giulia se mueven de un lado a otro cuando menea la cabeza en señal de negación. —El benadryl es inofensivo para ellos, corazón. No te preocupes; además, vas a necesitarlo para cuando salgas de aquí —tan pronto oigo el sonido de un papel rasgarse, veo como se lo tiende a Alessio—. Te recomiendo comprarlo en la farmacia de la esquina, los precios son más accesibles. —El dinero no es problema para nosotros, doctora Mazzeo. ¿Qué el dinero no es problema? ¿COMO QUE EL DINERO NO ES PROBLEMA? ¿Cómo va a decir semejante barbaridad si el dinero que traigo en mi billetera apenas alcanza para comprar pan? —Bien, creo que es todo. Pasarás el resto de la tarde aquí en observación y, si todo marcha como hasta ahora, de seguro podré darte el alta médica mañana por la mañana. Los dejaré solos… —dice, encaminándose hasta la puerta—, si necesitan algo estaré en sala de parto. Cuando por fin estamos solos, un silencio tenso y tirante se alza entre nosotros; Alessandro sigue con la mirada puesta en el trozo de papel. Antes de que yo sea capaz de modular alguna palabra, él se me adelanta para decir: —Te vienes a vivir conmigo, Audrey. De ahora en adelante voy a cuidar de ti.
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