15. Encuentros extraños.

3724 Words
20 MARZO 2022 EDIFICIO POSITANO WINE CORP. AUDREY El señor Stefano Pravesh se ha comportado como todo un caballero conmigo. Eso es algo que aprecio; adaptarme se me hace menos cuesta arriba cuando a las personas no les incomoda mi presencia o al menos no lo fingen. —Puede marcharse, señorita Darwael. El diseño del nuevo feed es impecable y créame, en cuanto mi hijo lo vea va a enamorarse de usted. Ese enunciado es más que suficiente para que sonría de oreja a oreja. Esas son precisamente las palabras, el incentivo que necesito para detener la tarea que se me fue asignada esta mañana —organizar los expedientes corporativos por orden alfabético— y ahogarme con mi propia saliva. A este punto, asfixiarme con las sogas color rosa dorado que ornamentan las cortinas es mejor opción que seguir viviendo y visualizarme como la pareja de ese engendro del demonio. —Ni en sus sueños más locos —susurro más para mí que para el—. Así que no, gracias. El señor de cabellos blancos como la nieve detiene su andar antes de pisar el primer eslabón de las escalinatas que conducen al vestíbulo principal. —¿Disculpe? ¿Dijo algo? —Oh —me relamo los labios, mientras mi cerebro maquina una excusa coherente—, nada relevante. Sólo pensé en voz alta. Ni en mis sueños más locos se me hubiese pasado por la cabeza venir aquí y trabajar con usted, señor…, es, todo un honor. —Nos alegra tener a una egresada de Harvard en el equipo —la sonrisa del hombre se ensancha—. Después de dos semanas de preparación, mañana es el gran día. —¿El gran día? —giro sobre las puntas de aguja de mis tacones—, ¿qué tiene de “gran”? —Verá, señorita Darwael. Soy un hombre viejo y tal vez se habrá dado cuenta que mi relación con Zayn no es la mejor… —una pizca de nostalgia hace acopio de su voz pastosa—. Últimamente he pensado en heredarle todos los bienes adquiridos por la compañía y que tome las riendas completas del negocio, pero sé, no —apunta con el dedo índice—, estoy seguro que su ego no va a permitírselo. Tras inhalar una bocanada de aire, suelta la bomba. » Por tal motivo, he decidido vender Positano Wine CORP —añade, mirando el tictac de las agujas del reloj—. El joven Gianni Veratti viene a inspeccionar el terreno y ponerse al corriente del gran nivel de exportación que genera la compañía. —Cielos —paso un mechón de cabello por detrás de mí oreja—, ¿está completamente seguro de eso? Sé que no es un asunto que me ataña directamente, pero es una decisión que afectará a su familia para toda la vida. Si bien el señor Pravesh hace un esfuerzo por sonreír y mostrar seguridad en su decisión, un halo de tristeza se filtra en su voz. —Es una decisión tomada. —Oh, pues… ¡felicidades! —Me las arreglo para regalarle mi mejor sonrisa. —Y una cosa más —pronuncia con severidad, negándose a verme directamente a la cara—; esta tarde le he pedido que te lleve a conocer los viñedos de la colina y las bodegas donde procesamos todo el vino. Por favor —sus manos pecosas y arrugadas hacen acopio de las mías—, no vayas a comentarle a mi hijo nada de lo que te dije, al menos no hasta que el contrato haya sido firmado. Me quedo en piedra, ¿acaso oí bien? ¿está pidiéndome mentirle al segundo hombre a cargo de este emporio? Cuando termino de organizar los expedientes, los dejo en la estantería junto a la ventana. Recogiendo los pasos que me condujeron hasta aquí; echo mano a mi bolso, abrigo y un par de hojas sueltas que debo memorizar para la presentación final de mañana. Se me hizo imposible ocultarle el embarazo al señor Stefano…, un día me pilló vomitando en desayuno y al siguiente devorando todo lo que ofreció el bufet esa mañana. Para sorpresa mía no lo tomó a mal, de hecho, me confesó que la compañía de los bebés nacidos le hará bien a su nieta. Poco he oído hablar de ella: tiene cinco años de edad, va a una prestigiosa academia de ballet y gimnasia, es hija única y, según las malas lenguas, es huérfana de madre. —Vaya, no cree que es ¿demasiado? —alzo las manos, creando una barrera entre nosotros—. Prefiero mantenerme al margen, ¿le parece? Además, tampoco es como si fuese yo santa de la devoción de su hijo. —Confío en usted, señorita Darwael —la manera en que enfatiza el primer verbo de la frase hace que un escalofrío me recorra la espina dorsal completa—. Sé qué hará lo correcto. Mis labios se pliegan en una línea fina, aderezando mis facciones de cara de póker. —Hasta mañana, señor Pravesh. Que pase buena noche junto a su familia o con quien usted quiera. —Lo mismo para usted; muero por conocer a su familia mañana. Ok, definitivamente esa no me la veía venir. —¿Mañana? —mis ojos se abren como un par de huevos fritos—. No, no. Estamos en plena cosecha de tulipanes en Bélgica y venir aquí para regresarse mañana a Bruselas es… complicado —me rasco la parte posterior de la nuca—, por no decir innecesario. Lo más factible es que asistan por video conferencia. «¿¡Te volviste loca!?». «¿Cómo van a asistir por vídeo conferencia?». «¿Quieres que te descubran?». —Esperamos con ansias el momento, madame. Las comisuras de mis labios se alzan y, con ese gesto aprobatorio, me dispongo a tomar el ascensor hacia la planta principal. Trabajar para el señor Stefano es una experiencia que se me antoja increíble e incluso gratificante, ¿toparme a menudo con Zayn? Ja, eso no me hace gracia…, en lo absoluto. Después de nuestro encuentro fortuito en el hospital, el muy sinvergüenzas ha hecho un excelente trabajo en ignorar mi presencia. ¿Qué clase de persona actúa de esa forma? ¿¡los infantes malcriados!? Mi parte empática se esfuerza por ponerse en sus zapatos y absorber la situación en que se encuentra, pero en lo que a mí respecta, no es tarea sencilla. Después de lo vivido en París, empatizar con otros es tan difícil como tocarme la barriga y golpearme la frente al mismo tiempo. He de admitir que percibo un “algo” de Zayn, hasta ahora no es un sentimiento que pueda catalogarse meramente “perverso” o “dañino”; por el contrario, en su mirada percibo un ápice de ingenuidad entremezclado con escepticismo y picardía. Tampoco me molesta, pero últimamente se ha empeñado en llevarme la contraria en todo y yo, claro está, pongo mi mayor esfuerzo en seguirle la corriente. La mayoría de las personas —trabajadores de la compañía— que nos escuchan discutir, terminan boquiabiertos o con un gran signo de interrogación en la cabeza. ¿Has visto la cara de sorpresa que ponen los personajes de animes? Ya sabes…, es caricaturas japonesas cuyas expresiones faciales van más allá de lo irreal. Para ilustrártelo de manera sencilla: dibujo de una niña sorprendida, igual, niña con ojos del tamaño de dos balones de fútbol. En fin… las sesiones de entrenamiento virtual combinadas a las clases teórico-prácticas en el área de Recursos Humanos de Positano Wine CORP es una de las experiencias más locas que he vivido en la vida. He conocido a muchísimas personas que me han dado herramientas puntuales para alcanzar el éxito de una marca; hasta ahora entendí que todas las r************* cuentan con algo llamado “algoritmo”, todavía no entiendo de que va con exactitud, pero es una especie cifra estadística basada netamente en la interacción del público, el número de me gusta y la cantidad de publicaciones guardadas. Todavía me falta muchísimo para convertirme en una Comunity Manager de éxito, pero con lo poco que he aprendido, soy perfectamente capaz de darle otro enfoque a esta marca. Así que…, tras firmar el horario de salida y sonreírles a las personas que hacen el aseo de las solitarias calles, me dispongo a cruzar la acera. Si hubiese un animal que me describiese en este momento, creo que sería el avestruz; tengo la mirada fija a las ranuras multiformes del empedrado de la calle. No es porque adquiera problemas de autoestima o que se yo. En realidad, mi cabeza está enterrada en el piso porque estoy centrando la atención en mis pasos… en la presentación que debo memorizar para mañana. Estoy tan absorta en mis pensamientos que no percato la manera en que un lujosísimo automóvil resalta entre el resto de los viejos cacharros de la zona; tampoco en cómo la imponente silueta de un caballero se encuentra recargada a la altura del capó. —¿Por qué tardó tanto ahí dentro? La voz de Zayn me invita a levantar la cabeza, a imaginar lugares oscuros como solía hacerlo Gareth. Mis ojos abandonan las rocas incrustadas en el suelo y se posan sobre la persona frente a mí. Tiene puesto un traje azul intenso, camisa negra y corbata a juego; sus pies, por el contrario, son calzados por un par de zapatillas deportivas Nike, haciéndole lucir un poco, ¿irreverente? —¿Desde cuándo mi horario de salida es su problema? —Le pregunto yo, pasando de largo como si su presencia fuese la cosa más normal del mundo. Baja al puente de la nariz los anteojos de sol que tiene puestos y, sólo así, puedo ver de cerca el color que matiza sus irises. Desde que llegué —hace un par semanas aproximadamente— he querido ver sus ojos, digo, verlos de cerca; no tras cuatro paredes asfixiantes sino a la luz del sol, en un sitio abierto como este. Tengo la firme convicción que ningún color en el círculo cromático hace justicia a la mezcla de azul, verde esmeralda y pequeñas motitas ambarinas que pintan sus irises. Es envolvente y a la vez profundo, te arranca el alma, te permite seguir viviendo, te conducen a un hechizo malévolo, pero cuando crees haber visto constelaciones en ellos…, despiertas abruptamente…, con el desagradable escozor de sólo haber sido un sueño. —Desde que se convirtió en la nueva protegida de mi padre, ¿está saliendo con él o algo así? —¿Celoso de la recién llegada? —me cruzo de brazos—. Eso no es muy rockstar de tu parte, además, me parece una falta de respeto que asumas que busco otra cosa del señor Stefano. ¡Bien podría ser mi abuelo! ¿eres ciego de los ojos? —Bueno —se mete las manos en los bolsillos, transmitiendo un gesto desinteresado al encogerse de hombros—, ¿eso debería significar algo? Pff, admita que vivimos en una época de la historia donde las mujeres se fijan en los ancianos de cuantiosa fortuna por todas las razones “amor”. De pronto me asalta na sonrisa llena de odio. —Tienes la mente podrida, ¿cómo se te puede pasar por la cabeza que tengo otras intenciones con tu padre? —de sólo hacerme la vaga idea, un escalofrío momentáneo me pone la carne de gallina—. Hay que estar muy enfermo de la mente para juzgar a las personas de esa forma… ¿no le parece clasista? Para ser honesta, ya he preparado la artillería pesada de mi alma para capturar los proyectiles provenientes del magnate; sin embargo, no es el estallido de cólera lo que me desarma por completo, sino la calma con que Zayn oye mis palabras. En respuesta, da un par de pasos al frente. —Dígame algo, señorita Darwael. ¿En serio cree que juzgo a las personas? ¿le parezco clasista? —¿Honestamente? —Lo miro, enarcando una de mis cejas. —Me da igual su opinión…, así que, dispare. Soy todo oídos. —En lo personal, y basándome en las experiencias empíricas en los zoológicos que he visitado, compararle con cualquier animal es una absurdez. No para usted —me pongo una mano en la cintura—, para los pobres animales. La carcajada corta y seca emergente trepa por las paredes de su garganta. —¿Es consciente de la estupidez que acaba de decir? —Dice tan cerca de mi rostro que puedo sentir su aliento golpearme de lleno en la cara. —¿Es consciente de lo poco que me importa su opinión? —Dios —entorna los ojos al mismo tiempo que sus pulmones exhalan un profundo suspiro—, usted es el ser humano más infantil e impertinente que he conocido en la vida. —¿Infantil yo? No, majestad… su descaro sobrepasa los límites impuestos por la vida. —¿Cómo se atreve a encasillarme con el adjetivo “infantil”? —se lleva la mano abierta al pecho, añadiéndole dramatismo a su deplorable actuación—. La única loca que anda por ahí haciéndose la burra muerta frente a mi padre es usted, no yo. —¿Sabe qué? Mejor dejémoslo así, tengo cosas más importantes que hacer; debo ir a buscar un pastel para Alessandro y…, ¿por qué me molesto en dar explicaciones? —digo sin tan siquiera mirarlo—. En mis planes nocturnos de ésta noche no me apetece discutir con personas, así que, por favor, ahórrese los insultos por hoy. —Entonces, ¿llevamos la fiesta en paz? —extiende la mano izquierda hacia mí—, hay un lugar que quiero mostrarte. Le doy una mirada furtiva; mi reticencia a ceder al trato se va por el caño cuando avisto un par de líneas negras tribales ceñidas alrededor de sus brazos…, Zayn es un enigma que ansío descifrar y ¿qué mejor oportunidad que esta? —¿Cuál es la trampa? —Inquiero, haciéndome la desinteresada. Aunque en el fondo ya he aceptado la propuesta. Ojos verde aguamarina me miran con intensidad, la expresión del hombre es intensa e indescifrable; el aroma a perfume costoso inunda mis fosas nasales, pero lo único que puedo hacer en este momento es sostenerle la mirada. —No hay trampa, Audrey. La forma en que “mi nombre” suena en sus labios se siente realmente bien. —¿Desde cuándo nos tuteamos? —Alzo una ceja al cielo. Él se encoge de hombros, asiendo la manilla de la puerta del copiloto; y, acto seguido, abre la puerta haciendo un gesto con la cabeza para que trepe dentro del auto. —Es parte de nuestra tregua, no te emociones. Anda, sube, creo que ya me has hecho perder suficiente tiempo. —¿Para qué termines lanzándome de un acantilado? —giro sobre mis talones, reanudando la caminata hasta la parada de autobuses—, no gracias. Yo paso. Lo único que siento son sus dedos fríos enroscarse a la piel de mi muñeca; y, a consecuencia de la brusquedad con que estoy siendo atraída hacia él, mi cuerpo colisiona contra el suyo. El contacto es mínimo, pero me las arreglo para apartarme de él a la velocidad de un rayo, no porque sienta aversión ni nada por el estilo, sino porque temo que descubra el estado de gestación en que ahora me encuentro. No quiero su lástima, ni la de nadie. Por ahora quiero ahorrarme el interrogatorio. «¿Quién es el padre?». «¿Dónde está ahora?». «¿Por qué no está contigo?». «¿Por qué se separaron?». «¿Vas a permitirle entrar en la vida de los niños?». De pronto, su rostro se tensa de ira; de una ira impasible y casi neutra donde sus expresiones faciales se contraen como el mismísimo Grinch. Zayn se pasa la mano por la cara —como si en realidad quisiese arrancarse la piel de las mejillas— y termina moldeando las comisuras de sus labios con los dedos índice y pulgar. —No estoy preguntando ni sugiriéndote nada, Darwael. Te estoy ordenando —su voz truena con fuerza—, que subas al maldito auto. —¿Tú quién demonios crees que eres? ¡¿Mi padre?! —en ningún momento aparto mis ojos de los suyos, en ningún momento le doy a entender que ha ganado—, suélteme de una vez antes de que ponga una orden de alejamiento contra suya. La mirada de Pravesh, al igual que el cielo vespertino, se oscurece varios tonos. —¿Crees que me amedrentan tus amenazas de principiante? —No —digo, a pesar que me niego a darle la razón en esto—; pero al menos espero que te sientas intimidado con ella. Sin más, y muy a mi pesar, me dedica una sonrisa amplia, pero, sobre todo, genuina. Por mi parte, no soy capaz de reprimir la risita que se asoma en mis labios. —Es usted un caso. —Gracias. —Digo con aires de autosuficiencia. Me mira sobre el puente de las gafas de aviador. —¿Sabes que estás haciendo el ridículo frente a toda la calle? Me permito discurrir con la mirada a los cuatro puntos cardinales; incluso, creo que varias personas han grabado la estúpida discusión, porque múltiples cámaras de teléfonos celulares apuntan hacia nosotros. Todo mi valor se va por las cañerías de la calle… ¿y si Liam llegase a ver ese video posteado en alguna red social? Si así fuera el caso, no tardaría dos días en fugarse de la cárcel, venir a Positano y traspasarme la cabeza con una bala de alto calibre. El sólo hecho de imaginarme a Jack regresando a mi vida, manipulándome con su palabrería barata y haciéndome su prisionera, hace que mi piel se erice de punta a punta. Agradezco en sobremanera traer puesto un abrigo grueso y peludo de color granate. Sin ceremonia alguna, saco un par de lentes de sol del fondo de mi bolso y, tras ponérmelos con todo el estilo del teniente Horacio Caine, trepo al asiento delantero del auto. Zayn, extrañado por mi repentino cambio de actitud, frunce en entrecejo profundamente como buscando una explicación. Yo sólo niego con la cabeza, no puedo hablar, no puedo decir nada; el siguiente ruido que mis oídos captan es el de la puerta cerrarse con brusquedad. —¿Qué fue eso? —pregunta el magnate, habiéndose subido a su respectivo asiento—, ¿te niegas a subir y luego entras como si nada? —de soslayo, lo miro rascarse la parte posterior de la nuca—. ¿Cuál es la trampa, Darwael? ¿A qué juegas conmigo? —No hay trampa, Zayn —susurro, repitiendo las mismas palabras que dijo hace unos instantes—. ¿Puedes llevarme a casa? Prometo pagártelo con trabajo porque ahora mismo no tengo ni un centavo en la billetera. Creo escuchar una sonrisa enronquecida, pero es breve, tan fugaz como el relámpago que de pronto ha iluminado la expansión y el estruendo que le sucede. —¿No te da vergüenza admitir en voz alta tu miseria? Gruñe por lo bajo antes de encender el auto y traer el motor del auto a la vida. —¿Por qué habría de darme vergüenza? ¡Eso no tiene sentido! —la irritación se mezcla en mi tono de voz—, no todos tenemos la suerte de heredar un emporio y llevar una vida fácil. Crecí en un pequeño pueblo donde las oportunidades de trabajo son casi nulas, mi padre se desentendió cuando supo que yo no era el niño que él estaba esperando y mi madre tuvo que ensuciarse las manos para darme un techo, comida y otros gastos básicos. » Así que no puedo siquiera entender cómo una persona tan egoísta, clasista, engreída y fanfarrona puede andar presumiendo de lo que tiene cuando… No puedo terminar el enunciado, Zayn me interrumpe abruptamente. —Wow, wow… ¡alto ahí! —exclama. Mi mirada se centra en cómo sus manos se enganchan férreamente al volante—. ¿Qué disparates dices? ¿A quién pretendes engañar con esa deprimente historia de vida? Audrey, leí tu biografía en una reconocida página web belga. Ahí desglosa la cantidad de bienes adquiridos por tus padres alrededor del mundo, has visitado más de treinta países, hablas seis idiomas, lees una lengua muerta, tienes un doctorado en Harvard y también llevas las riendas de un negocio familiar. En ese instante, el peso de las mentiras recae sobre mis hombros, no obstante, me las arreglo para demostrar lo poco que me ha afectado el comentario. » No te atrevas a catalogarme de egoísta, clasista, engreído y fanfarrón porque no lo soy. El cuadro que te has hecho de mi está basando en sólo lo que yo he querido que veas. ¿Cómo te atreves a asumir que he tenido una vida fácil? ¿Qué he tenido suerte al heredar la compañía? No, preciosa… yo también he pasado por una cantidad de circunstanciad difíciles que de seguro ni se te pasan por la cabeza. —¿Cómo por ejemplo? —Le pregunto de mala gana. —Como por ejemplo la muerte de Vit… Justo cuando la cosa empieza a ponerse interesante, Zayn se detiene de golpe. No sólo en su comentario se hace una pausa larga…, hay un algo, un aura etérea e incómoda flota en el reducido espacio del auto y por una ínfima fracción de segundo, me arrepiento de haber supuesto cosas. —¿La muerte de quién? —Nadie que te importe, así que olvídalo. —Bien. —Bien —repite mis palabras—, de todos modos, aunque me molestara en explicarte los por menores de mi vida privada… no lo entenderías. Honestamente nadie lo haría. —No eres la única persona que carga secretos sobre la espalda, Zayn. El italiano esboza una sonrisa tan amplia, tan carente de humor que me hace dudar de su veracidad; al tiempo, gira en una de las esquinas de la vía principal y abandonamos la avenida.
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