AUDREY
No sé si el tiempo transcurre lento o rápido; tal vez sucede a medias, porque a este punto, las nubes conformadas por estratos y pequeños altocúmulos en lo alto del cielo, son pintadas de añil celeste, un tenue rosa tomando tintes lavanda y decoloraciones naranjas en la línea diáfana del horizonte… una amplia gama de colores rojizos que van disgregándose a un n***o intenso.
El aterrador color de la oscuridad.
—Lo dices como si fuese algo malo. —Dice tras un largo periodo de silencio.
—¿Y no lo es?
Entonces mis ojos viajan hasta la fotografía de una niña de aproximadamente unos siete u ocho años de edad, está puesta sobre el tablero del auto y, junto a ella, reposa la imagen de una mujer castaña, me atrevería a decir que goza de rasgos faciales asiáticos, indoeuropeos o que se yo. Pero sea de la nacionalidad que sea, no es del prototipo de personas que te encuentras en cada esquina.
Quiero hacer un interrogatorio exhaustivo sobre esas personas, pero me repito que hacerlo sería traspasar la barrera de lo profesional y lo personal.
—Los secretos forman parte de la historia de vida de una persona, Audrey. Por mucho que creas conocer a alguien, siempre habrá una parte de sí oculta, ¿por qué crees que la luna siempre nos muestra la misma cara?
No digo nada porque sí, tengo matices…, claroscuros misteriosos… como el lado oscuro de la luna.
—Sería absurdo que nos mostrase las dos al mismo tiempo, dime —me remuevo sobre el asiento—, ¿qué le pasaría al resto del mundo?
Zayn vuelve a reírse y mi pecho se contrae un poco; olvidé la última vez que salí con un desconocido sin ser presa de la zozobra y el miedo.
—¿Por qué te empeñas en arruinar los momentos bonitos?
—No sé —hago un ademán desinteresado con la mano—, es mi súper poder. De hecho, Liam solía decirlo todo el tiem… —cuando pillo el rumbo que ha tomado la conversación, freno mis palabras de golpe.
Quiero…, no, realmente ansío por todas las cosas que considero sagradas que no haya escuchado nada de lo dicho. Pero, ¿a quién voy a engañar? Soy plenamente consciente que estamos a escasísimos metros de distancia, el lugar es cerrado y, si por aquí hubiese algún mosquito, estoy segura que el aleteo de sus alas se oiría a la perfección.
—¿Quién es Liam?
La pregunta me cae como baldazo de agua fría, así que para equilibrar mi ser, suelto el veneno:
—Nadie que te importe, así que olvídalo.
—Ahm —chasquea la lengua tras relamerse los labios—, ya comprendo. Sueles robarte las frases de los demás. Eso es plagio, señorita Darwael. En cualquier momento podría demandarla por ello.
Zayn está esforzándose en sobremanera por sonar y lucir serio y formal, pero la amplia sonrisa que tiene dibujada en los labios lo delata.
—¿Regresan las formalidades entre nosotros? —mis labios se oprimen en una línea, al tiempo que mis cejas se alzan en condescendencia y duda—. Lástima, y yo que creí que podríamos ser amigos.
—Las formalidades son buenas —sus intensos ojos azules me traspasan hasta el alma—. ¿Ha leído Orgullo y prejuicio de Jane Austen?
—¿Cuál es el punto?
—En lo que a mí respecta, coqueteo formal es mucho más sensual que la palabrería barata de los adolescentes de este siglo.
Me carcajeo en sus narices, literalmente. Poco se de lo que está hablando: uno, no he tenido la oportunidad de hacer un hueco para leer el libro; dos, tampoco para ver la adaptación cinematográfica. Sin embargo, bastante uno aprende viendo memes en f*******:…, entre las publicaciones que Isabella compartía allí, de vez en cuando se colaba una de Jane Austen.
Pensar en mi compañera de la universidad, mi ex mejor amiga, hace que pique a horrores la parte posterior de mi garganta. Ay no, ay no. Las hormonas cambiantes están jugándome una mala pasada en el momento menos indicado.
«No te atrevas a llorar frente a él, idiota ingenua».
—¿Pretende ser el tipo de caballero que cruza un pueblo entero a caballo sólo para declararle su amor a una mujer de antaño?
—Puede ser…, ¿por qué no? —se hace el desinteresado—. ¿Quién se resiste a los encantos de un hombre con bastante labia? Ten por seguro que hasta tu cederías a mis encantos.
—¿Qué es “labia”? —Enmarco las comillas con los dedos, poniendo mi típica cada de perro regañado cuando quiero conseguir algo.
—Osh —él entorna los ojos al cielo—, pero que lenta eres. Labia es sinónimo de “eso que quieres escuchar”; las palabras bonitas, ese lenguaje romántico que a ustedes les encanta.
—Pero que idiota.
Ahora es mi turno de reír.
—Ya ves, podríamos ser buenos amigos después de todo. Así grabaría el teatrito cuando llegue la mujer de tus sueños.
«¡Por un demonio, Cassandra! ¡Cierra la boca de una vez por todas!».
—Tú y yo… ¿amigos? Nah —dice antes de encender los faroles del auto—, no confundas cordialidad con coqueteo, principessa. No me fijaría en ti, aunque tuviese los ojos vendados.
—Cállate, ¿quieres? —le propongo en un tono amable—. Suenas tan necesitado de amor que en serio estoy empezando a sentir lastima por ti.
—Casi te creo.
—¿Acaso está de moda ser incrédulo? —pregunto, irritada—. No le veo el sentido.
—Por favor, Audrey. ¿Qué clase de pregunta es esa?
Una vez el sol empieza a perder fuerza, soy capaz de ver los faroles de la avenida encenderse y dar una mejor visión de la carretera; no pasa mucho tiempo antes de que nos desviemos de la vía principal y el aspecto de todo, incluso el follaje de los arboles empieza a cambiar de a poco.
De repente, el espesor del polvo en la carretera merma, y es reemplazado por asfalto de un intenso color n***o, me atrevería a decir que franjas fluorescentes se incrustan a la línea divisora de carriles. Desde la lejanía creo ver dos frases en letras hollywoodenses, cuando Zayn pisa el acelerador, apenas y consigo leer “VILLA NUVOLARI” iluminados por bombillas led soldadas al suelo.
Los árboles —redondeados en la parte inferior y puntiagudos en la parte superior—, empiezan a ornamentar la entrada de la villa…, son tan lindos como los que dibujas cuando eres niño. En este instante, un nuevo puñado de lujosísimas casas aparecen en ascenso hasta finalizar en la orilla de la costa; a diferencia de otros aposentos que he visto, este conjunto residencial luce ridículamente ostentoso.
No sólo por el espacio que abarca la mansión, sino el aspecto antiguo y a la vez moderno en su arquitectura color coral suave de paneles blancos; la enorme piscina en uno de los eslabones, la pared recubierta por buganvilias fucsias, blancas y lilas.
—¿Piensas secuestrarme?
Pregunto con tranquilidad, aunque en serio estoy muerta de miedo.
—Aun si fueses hija de un jeque árabe jamás se me pasaría por la cabeza hacer algo así —escupe con desdén, poniendo su mejor cara de terror—. El lunático que se le ocurra esa idea sí que debe tener problemas de autoestima.
—Ja-ja-ja. ¿Has pensado en enviar tu currículo a un circo? Serías irresistible con la carita pintada de payaso —pestañeo de forma tierna—, fácilmente podrías alimentar a tres países con ese talentazo innato que te gastas.
—El sarcasmo es parte de tu vida, ¿no es así?
—Me da tanto placer, rey —le guiño un ojo de forma coqueta.
Sin ceremonia alguna, baja del auto y cierra la puerta de golpe.
—Bájate —me ordena—. Ni sueñes que te abriré la puerta.
—Maldito desgraciado… —farfullo entre dientes, quitándome el cinturón de seguridad que me mantiene sujeta al auto—, un día de estos vas a pagármelas todas.
Abro la puerta y empiezo a seguirle el paso a Zayn, bueno, más bien a presenciar su espectáculo de stripper porque ya se ha quitado el saco y empieza desabotonarse la camisa.
A este punto, Zayn tiene la camisa arremangada hasta los codos; y mis ojos curiosos rehúsan a desaprovechar el momento; el tipo lleva absolutamente todo el espacio de la piel de sus brazos recubiertos de tinta negra. Incluso, van en ascenso hasta ambos lados de su cuello; alcanzo a ver dos hojas tallarse a la altura de la garganta, el lugar justo donde se unen su cabeza y nuca.
Se detiene, girando la cabeza para verme; he de admitir que me sorprende la acción, porque me pilla contemplando cada uno de sus tatuajes.
—Espero con ansías el momento, reina.
Ladra, guiñándome el ojo tal y como hice yo hace un momento.
Pongo esfuerzo en mirar sus ojos en lugar de la piel expuesta de su pecho; y, gracias a la luz perlada de la luna, capto el brillo dorado de una sofisticada cadena dorada refulgir en su poderoso torso. ¿Para qué mentir? ¿A quién voy a engañar? Este hombre puede aparecer en la portada de una revista de Playgirl sin ningún problema.
Y yo estaría muy contenta con eso.
—¿Se te perdió algo?
—No —miento con la frente en alto—, ¿entramos o qué?
—¡Espera! Aguarda aquí —dice al tiempo que recoge los pasos y levanta la maleta del auto con la mano libre; al sacar una enorme bolsa negra, vuelve a hablar—: ni creas que te permitiré entrar a la fiesta vestida de… —sus ojos ensombrecidos por la noche me barren completa—, pordiosera.
Ok, admito que por una ínfima fracción de segundo me siento tan intimidada como Andrea Sachs bajo la mirada desdeñosa y desaprobatoria de Miranda Priestley en Devil Wears Prada.
—¿Fiesta? ¡Por un demonio, Zayn? ¡¿Cuál fiesta?!
—Tranquila, fierilla. Mañana me lo agradecerás… Ahora mueve tu trasero hasta aquella puerta de allá —me da un leve empujoncito haciéndome trastabillar mientras camino—, ahí te espera una de las encargadas del servicio. Más vale que te arregles un poco.