14. Un vistazo al pasado.

4294 Words
09 ENERO 2020 Estación policial de Sídney Sídney, Australia CASSANDRA Hace pocos minutos, mientras me alistaba para salir al cine con Isabella, recibí un correo electrónico de parte de Vlad. Si bien esperé toparme con un texto kilométrico, tedioso y sermoneante…, apenas avisté un par de palabras: «Necesito verte, es urgente». De inmediato mi cabeza formula un rápido: «¿Por qué me tutea ahora?». Como mi parte ansiosa se rehúsa a esperar, a la velocidad de un rayo tomo una ducha rápida y me visto con los harapos más decentes que penden del tubo cilíndrico de mi closet. Al salir a la avenida principal, el primer taxi a la estación policial de Sídney es la opción más factible. Un oficial de mediana edad, Thomas Mikaelson según borda el chaleco antibalas que trae puesto, me da la bienvenida. Con movimientos torpes y oxidados —a cuenta de la edad, supongo—, me indica el dintel donde se encuentra el detective que pidió verme. Mientras transito el solitario corredor del primer piso, siento los techos altos y abovedados cerrarse alrededor de mi cuerpo. Soy una persona susceptible al miedo, hoy por hoy, cualquier pareidolia mental me asusta al punto de querer salir corriendo. «Piensa en otra cosa», susurra una voz en los confines de mi mente. Por esa razón, mi atención se vuelca al golpeteo las puntas de mis tacones contra la cerámica pulida del suelo; tras doblar la última esquina del pasillo, leo el número 209 sobre el marco de la puerta. Dos toques suaves a la madera… las bisagras rechinan en una sinfonía, me atrevería a decir, tenebrosa. El aroma a café recién echo se expande por toda la estancia, también la fragancia de manzana y canela, olores característicos que emanan de la piel de Grayson. —Cierre la puerta, por favor. Me ordena una voz áspera y pastosa tan pronto traspaso el umbral de una de las oficinas. Paso delante de la chimenea, junto a un cuadro de enormes dimensiones —Noche estrellada de Vincent Van Gogh para ser exacta— y al lado de varias estanterías hasta llegar al sillón de cuero n***o provisto para las visitas. El despacho tiene las paredes revestidas de madera pulida y en el centro se encuentra un antiguo escritorio remodelado; de ella sobresale la pantalla de una modernísima MacBook Air. Aunque la rudeza de sus palabras me golpea a una velocidad inhumana, consigo mantener mis emociones, palabras y expresiones faciales a raya. Vlad Grayson está de espaldas, con la mirada puesta en algún punto del horizonte. —¿Quería verme, detective? —Le respondo, haciendo acopio del mismo tono de voz. —¿Qué tal estuvo su viaje de regreso? No he ido a Hobart, pero fuentes confiables me han dicho que tiene vistas se ensueño. En mis labios de desliza una sonrisa astuta. —De maravilla. Tras varios minutos de incómodo silencio, el tictac del reloj es roto por la entonación magnánima que utiliza el hombre. Con un medio giro sobre sí mismo, la luz proveniente del exterior matiza parte de su rostro varonil. —¿Liam ha venido con usted? —Justo hoy Liam se ha reincorporado junto al resto de los floristas de Eddy Avenue —muevo mi cabello un poco para darle más volumen—, ¿a qué se debe la pregunta? ¿Quiere dejarle saludos o una nota de muerte? En un silencio ensordecedor que me enloquece, lo veo bordear el escritorio y apoyarse en una de las esquinas frontales. Gracias a la iluminación parcial de la lámpara incandescente de la habitación, y sin que pueda evitarlo, mis ojos lo barren de pies a cabeza. Tiene arremangado el suéter de licra hasta los codos, pantalones ornamentados con un montón de cremalleras plateadas a juego, botas de combate del mismo color, un cinturón del cual penden sus armas de fuego. Los tirantes sazonan el atuendo rudo y gánster. Su cabello azabache apuntando en diferentes direcciones…, la barba incipiente que adorna su mandíbula masculina aportan un aspecto salvaje y bestial al rostro angelical que estoy acostumbrada a ver. «¿Quién es él y que ha hecho con el Vlad Grayson que me rescató en Verdon?». Tengo la boca reseca, honestamente me he quedado sin palabras. —Dígamelo usted —dice, animándome a hablar con la mirada. —¿Y ahora decide hablarme de usted? —Me carcajeo en sus narices—. Eso no es muy profesional de su parte. Como sea, déjese de rodeos, agente Grayson. Hable de una vez —entrecruzo los brazos—, ¿por qué me ha hecho venir hasta acá? Dos zanjas hondas surcan el entrecejo de mi acompañante, luego emite una risotada corta y seca. En circunstancias normales ya me habría animado a patearle los testículos, pero no se trata de cualquier persona. Se trata de Vlad, el hombre que ha luchado para protegerme hasta el cansancio, el chico que vio morir a su padre a cuenta mía. ¿Es justo que siga anteponiéndome ante todo? —Pasa una semana con Liam Wadskier en su tierra natal, ¿y regresa a mí con un reseteo mental severo? Increíble, señorita Bradshaw, increíble. —¿Eso a usted le importa porque…? —Escupo, furiosa. —Por el amor de dios, Cassandra, ¿estás escuchándote? ¡Suenas como una maldita lunática! ¡Se trata de tú vida!, ¡el caso que llevo desde hace siete años!, ¡la persona que te s*******o durante dos meses! ¿En serio quieres tirar por la borda todo lo que hemos logrado por culpa de un estúpido enamoramiento? Un nudo se instala, se enlaza a las paredes de mi garganta. Escuchar mi nombre salir de sus labios provoca que algo cambie en mi mente, no sé qué es o cómo llamar el sentimiento, pero todo se siente diferente. De pronto, una ola de vulnerabilidad y realidad me azota cómo el peor de los males, dejándome a merced de la tormenta. —Son suposiciones baratas, nada está confirmado —escupo con una furia incontenible—. Mi amnesia localizada obstaculiza los recuerdos traumáticos de esos meses; digo, ¡el secuestrador podría ser cualquiera! ¡Incluso tú! La intensidad de sus profundos ojos mitad azules mitad verdes producto de la escasa luz me ahoga por completo. —¿Yo? ¡Arriesgué mi vida por ti! —me señala con el dedo índice, sus facciones varoniles contrayéndose—, ¡casi morí envenenado por ti! El detective Mikaelson me sugirió abandonar el caso, pero aun así quise quedarme, no sólo para honrar la memoria de mi padre, sino para protegerte a ti. —¿Pretendes hacerme sentir mal por eso? Mascullo por lo bajo, dejando caer mi cuerpo al amplio sofá de cuero. —¡¿Qué?! ¡No! Como la mochila que he traído conmigo reposa sobre mis piernas, bajo las cremalleras a ambos lados para sacar del fondo una botella de agua. No en vano sorbo hasta la última gota, ¡estoy hasta de esto! Sin embargo, soy perfectamente consciente de lo ridícula que estoy proyectándome ante Vlad. Hago un esfuerzo por tragarme el orgullo y susurrar un triste: —Lo siento. Un parpadeo lento trae un rayo de empatía al rostro de Grayson y en movimientos audaces, como el de un león enjaulado, bordea el desastroso escritorio hasta sentarse en la silla giratoria. —¿Ahora entiendes lo que digo? Ese es exactamente el modus operandi del Fénix —se estruja las manos contra la cara—, hacer que Liam se meta a tu cabeza mostrándote una parte de sí que no existe. ¿¡Cuántas veces voy a tener que repetírtelo!? Me pediste pruebas, ¿no? Bueno —sus manos toman un puñado de carpetas amarillas, para volcarlas en la pequeña mesita junto a mí—, ahí las tienes. Léelas, ahora. Mi reticencia a enfrentar el pasado es bastante grande, sin embargo, reúno la poca fuerza de voluntad que me queda para asir el puñado de documentos con la mano. De inmediato, mis ojos captan una serie de nombres en cadena: 1. Harry Wickham. 2. Gareth Cadwell. 3. Tristan Donovan. 4. Dorian Maxwell. 5. Fénix. De pronto, un “algo” se construye en mi interior y una punzada de mal presentimiento se arremolina en el centro de mi pecho. Toparme con el segundo nombre me llena de desconcierto y aturdimiento; es como si de repente el peso de todos mis dolores cayese sobre mis hombros como baldazos de agua fría. Eventualmente levanto la mirada y, como es de esperar, los irises aguamarina de Vlad atrapan los míos. —¿Qué es todo esto? —Trago duro, palpando mi propio miedo. —Te sientes desorientada, ¿no es así? —pregunta, con una sonrisa bailando en las comisuras de sus labios—, no te preocupes, yo también lo estuve al principio. Un nudo se instala en la boca de mi estómago y mi cabeza se irgue un poco para encarar a la persona que tengo en frente. A pesar de la poca iluminación que hay dentro de esta habitación, soy capaz de tener un cuadro a medias de su rostro. Hay matices que definen el temple heroico de una persona, sin embargo, en este momento Vlad ha perdido toda la entereza que solía desperdigar con su actitud altiva. ¿Por qué las situaciones tienen a moldear lo que somos?, nuestro carácter, nuestros sentimientos…. En lo que a Grayson respecta…, es como si el esoterismo de una personalidad no aflorada hubiese hecho a copio de los confines de su alma. Nuestro contacto visual se rompe porque así yo lo decido; entonces, empiezo a abrir los expedientes, uno por uno, en un intento por decodificar los rostros captados en las fotografías impresas. Sin embargo, un detalle particular llama mi atención: en las cinco efigies se muestra a la misma persona en situaciones, vestimentas e incluso expresiones faciales distintas. «Es imposible». Mi corazón empieza a latir a una velocidad inhumana y un corrientazo traspasa mis sienes haciéndome emitir un quejido profundo, casi terrorífico; un extraño temblor se adueña de mis extremidades superiores haciéndome soltar todas las carpetas y hojas sueltas en el piso. —Hey, hey… tranquila, todo está bien —los dedos fríos de Vlad sostienen mi barbilla—, ya paso, estoy contigo. Desconozco el momento en que Vlad ha rodeado todo a su paso hasta llegar a donde me encuentro; a este punto, mi nariz no hace más que sorber la mucosa que produce la histamina y que el aroma a perfume de Grayson intensifica con creces. Pese a que estoy a merced de lo desconocido, el hecho de tenerlo cerca me hace sentir segura y tranquila; de algún modo, su cercanía apacigua todos y cada uno de mis miedos. —¿Qué tiene que ver Gareth? A ver… Es cierto, me agredió físicamente en incontables ocasiones, pero… —me rasco la cabeza, buscando atar los cabos sueltos—, déjame ver si entendí. ¿Gareth es sospechoso de qué cosa exactamente? Un suspiro cargado de tensión escapa de los pulmones de mi interlocutor; uno de sus dedos se enrosca en una de mis hebras de cabello y pasa un par de mechones rebeldes detrás de mi oreja antes de hablar: —¿Me creerías si te dijese que Gareth y Liam son dos personalidades que no existen? —Oh, no —se me escapa una risita nerviosa, incorporándome del sillón de golpe—, la droga te está afectando las neuronas. Sus ojos felinos y expectantes me observan con atención; aún en el sillón, el agente Grayson adopta una postura desgarbada al estirar los brazos en toda la longitud del respaldo del sillón. En realidad, da la impresión que estuviese posando para alguna revista masculina dirigida al público femenino. —Consumir droga va contra la ley, Cassandra. Mi ceja izquierda se alza en condescendencia. —¿Y el café no cuenta? Es absurdo como el simple gesto de rodar los ojos me causa gracia; no hago más que morder mi labio inferior y tragarme la burla que amenaza con crear una tensión peor. —Estas yéndote por la tangente —los ojos color índigo del hombre revelan desasosiego y perplejidad—. Concéntrate, Bradshaw. Estamos hablando del hombre que tiene una obsesión insana contigo y que no descansará hasta verte muerta. —Vaya, jamás me había sentido tan halagada por una persona. Vlad, haciendo caso omiso a mi deplorable y mala broma, dice con voz áspera: —El doctor Meléndez —sus ojos ahora se anclan a los míos—, tú jefe, vino ayer a mi oficina. Aunque al principio se negó a v****r la confidencialidad médico-paciente, la creciente ola de asesinatos locales lo llevó a retractarse… —del bolsillo del pantalón de combate desenfunda el teléfono celular—, mira estas fotografías. Dime —carraspea con fuerza—, ¿alguna de ellas te parece familiar? Gracias al reflejo de un espejo situado al fondo de la oficina, me doy cuenta que tengo los brazos a la altura del pecho; también atino a ver la manera en que el iPhone de Vlad baila entre sus dedos, mientras tiene el brazo estirado en mi dirección. —¿Familiar? —replico yo con extrañeza—, ¿a qué te refieres con “familiar”? El cuerpo de Grayson se tensa por completo. —Ok, cariño Repasemos —mis ojos capturan la imagen de Vlad acariciarse los labios con el dedo índice—, según el psiquiatra que te evaluó antes que fueses dada de alta, después del s*******o —hace hincapié en el adverbio temporal. —El doctor Zimmerman —digo a manera de aclaratoria—. Theodore Zimmerman. —Exactamente. El hombre de aproximadamente treinta y dos años se pone en pie, empezando a dar vueltas a mi alrededor como si fuese un tiburón hambriento. Dada la diferencia de estatura que nos separa, noto como sus vivaces ojos escrutan todos mis movimientos. —¿Y cuál es el punto? Hasta ahora nada de lo que has dicho tiene sentido. —Amnesia disociativa y localizada —empieza diciendo—, ¿te suena el término? ¿Sabes en que se diferencian la una de la otra? Muy a mi pesar, asiento lentamente. —¿Y cómo no? —farfullo, mostrando el vestigio de una sonrisa melancólica—. La amnesia disociativa se caracteriza por la dificultad que tiene un individuo para recordar sucesos específicos de la vida; hasta cierto punto actúa como mecanismo de bloqueo, una especie de… —chasqueo los dedos varias veces en un intento para dar con la palabra correcta—, de protección al sufrimiento. Este tipo de amnesia afecta de manera directa la memoria autobiográfica de una persona —mi mano derecha empieza a enumerar—: lugares, seres queridos, momentos específicos e inflexiones puntuales pasan a un plano inexistente. Mis pies trazan una trayectoria al gran ventanal de cristal; las enormes panorámicas trasparentes dejan a la vista el retrato de ensueño que se dibuja en el horizonte. La tarde todavía no llega a su punto más, pero las nubes poco a poco empiezan a adquirir un matiz lavanda y otros casi rosa dorado. La línea diáfana del mar se une con el cielo, haciendo difícil identificar en qué punto los dos se separan. Nunca me ha gustado mostrar mi lado vulnerable, ni siquiera cuando las pesadillas empeoraron y mis familiares tenían que alternarse para cuidar de mi por las noches; y, aunque sé que Vlad ha visto mi peor faceta, mi lado orgulloso se niega a proyectar esa parte frágil que a diario lucho por ocultarle a todo el mundo. Entonces, me llevo la mano al pecho; mi ritmo cardíaco se ha acelerado demasiado y lucho por ralentizar los latidos de mi corazón que amenazan con salírseme de la boca. Tras inspirar una profunda bocanada de aire, continúo hablando: » En mis sesiones con Iskander, el hermano de Liam —aclaro—, descubrí que padecía amnesia general, dado que su pasado es una masa incongruente que carece de forma y sentido. En mi caso, padezco amnesia localizada porque recuerdo de forma nítida la mayoría de los sucesos importantes de mi vida —un escalofrío recorre mi espina dorsal—, sin embargo, mi mente se niega a recordar los sucesos del cautiverio. Es decir… lo mío no es un factor neurobiológico… Estoy a nada de perder los estribos, estoy a nada de tener otro ataque de pánico. De pronto siento mis pulmones contraerse, cerrarse poco a poco…, y un nuevo escozor da paso a otro sentimiento más intenso. Lástima de mi misma. En ese momento, de manera abrupta, la distancia que me separa de Grayson es acortada. Pese a que estoy absorta en mi propia miseria, no se me pasa desapercibido como las pisadas se aproximan a mi encuentro; tampoco la forma en que los enormes brazos de Vlad me estrechan contra su pecho. Mis dedos se aferran a la tela de la franela que lleva puesta e incluso mis uñas se entierran en la carne blanda de su espalda. Antes de que pueda reaccionar y escapar lejos de su agarre; me aprisiona tan fuerte a su pecho… lo siento tan cerca de mí, que no hago más que hundir la cara entre el hueco de su cuello y clavícula. —Ya, preciosa —sus labios susurran contra mi sien, antes de depositar un beso sobre mi frente—; todo está bien. Estoy contigo, todos en la unidad lo estamos; todos luchamos por protegerte. El gesto se me antoja atrevido, sobre todo tierno. No sé cómo me las arreglo para sacar coraje y deshacer su demandante agarre de un sólo tirón. —Estoy cansada de luchar, Vlad —en seguida mis ojos se aprietan con fuerza—, estoy cansada de huir. No quiero seguir enamorándome de Liam…, no quiero seguir este juego del gato y el ratón. ¿Qué sentido tiene armar toda esta farsa?, ¿eres consciente de lo mucho que he conectado con ese chico? —Lo sé, y lo entiendo —a las manos en señal de paz—. Pero comprende que no me interesan tus sentimientos Liam, bueno, Jack en realidad. Lo que importa aquí es tu bienestar y si eso significa que debo dispararle a la cabeza con tal de salvarte la vida, créeme que no dudaré ni un segundo en hacerlo. —¿Por qué él? Pregunto, temiendo saber la respuesta. —Cassie, preciosa… Gracias al doctor Meléndez y la doctora jubilada, Clarisse Wadskier, hemos llegado a la conclusión que tanto Liam como Gareth son personalidades —mi boca se abre para hablar, pero la continuación del enunciado me impide hacerlo—, no, déjame terminar por favor. Mira… Jack y Dorian se conocieron en el Instituto Mental Fleur-de-Lis situado en las afueras de Francia. » No sabemos cómo o por qué este par de lunáticos asesinos coincidieron. Uno de ellos electrocutó a sus padres en una bañera, mientras el otro incineró la casa donde creció. En conjunto, los dos les quitaron la vida a nueve personas —Grayson niega con la cabeza—. Meses más tarde escaparon del psiquiátrico y cada uno hizo su vida por separado. » Ahí es donde entras tú, Cassandra. La siguiente vez que los pillamos juntos fue en la Universidad Johann Wolfgang Goethe, mejor conocida por el resto del mundo como… —La Universidad de Frankfurt —le interrumpo—, ahora todo empieza a cobrar sentido. —El secuestrador, sacando ventaja de tu amnesia, aprovechó para colarse, hacerse pasar y convertirse en uno de tus amigos. Todavía no hay nada concreto, pero creemos, Liam podría tener las manos manchadas de sangre —a esas palabras le sigue una pausa larga—. No estoy pidiéndote que te sometas a una sesión de hipnosis que induzcan tus recuerdos a volver… sólo, tan solo haz un esfuerzo en recordar. Debido a la inestabilidad acumulada en mis extremidades inferiores, me veo obligada a volver a sentarme o terminaré desmayándome tarde o temprano. Que, a juzgar por el nerviosismo que se arraiga a cada una de mis células, será pronto. Una inspiración profunda le llena el pecho, acto seguido, abro los ojos para encararle; no obstante, el silencio que le sigue a sus palabras es absurdamente ruidoso. » Cassidy, tú y yo sabemos que —une las palmas de las manos en señal de plegaria—, quieres rememorar los sucesos de esos tortuosos meses y nadie, escúchame bien, nadie está poniéndolo en duda, pero… tu cerebro está creando muros de contención que obstruyen parte de esas remembranzas. ¿Has considerado ir a terapia? No hablo. No me muevo. Soy incapaz de mover siquiera un músculo. Mi corazón late con tanta fuerza que duele, digo…, la última vez que decidí ir a terapia fue cuando todavía cursaba estudios universitarios; no fue por voluntad propia, mi madre insistió en ver a un especialista. A criterio suyo, mi actitud tomó un cambio radical después del s*******o. Me volví una persona hermética, aislada del mundo, depresiva, desconfiada por sobre todas las cosas. Cada vez que alguien se acercaba con la atención de ayudar, mi cabeza terminaba formando hipótesis sobre cómo podría llegar a lastimarme. En ese momento, y tras diez jornadas de evaluaciones exhaustivas, se me diagnosticó Trastorno de Personalidad Paranoide. —En serio intento recordar, Vlad —chillo cual niña pequeña—. Pero las cosas no son tan sencillas. Es como si todo eso, es como si todo el pasado tuviese colores, manchas blancas pintadas de rojo y n***o. Después veo un bosque, oigo el golpeteo de un río y leo a medias el rótulo de un campamento en forma de arco. En el centro se alza una enorme hoguera y… —la mirada que me dedica es tan intensa que por un momento me obligo a apartar la vista—, eso es todo. Por favor, Vlad, por favor … no intentes forzarme a recordar porque… —mi cabeza se mueve en una negativa frenética—, tengo miedo de hacerlo. ¿Y si es alguien de equipo? ¿Y si es Liam? » Créeme que no soy lo suficientemente fuerte para lidiar con una emoción tan fuerte. La mandíbula del agente policial se tensa, mientras su pulgar izquierdo juguetea con los imponentes anillos plateados que refulgen entre sus poderosos dedos. —Eres capaz de soportar el peso de tus recuerdos, Cassandra —se acerca a mi violentamente y una de sus manos ahueca mi mejilla derecha—. Eso métetelo en la cabezota que tienes, chiquilla testaruda. Mi sonrisa se tambalea y casi puedo decir que hay un destello de tristeza en mis ojos. —Tengo miedo. —Es comprensible. —¿Y que sigue ahora? —me tomo el atrevimiento de estrujar mi mejilla contra la palma de su mano, absorbiendo la seguridad que me transmite el mero contacto—. ¿Tengo que seguir con el plan? —Tienes qué, Cassie. Es la única manera de comprobarla inocencia o culpabilidad de Liam. —¿Y si me enamoro? —Pregunto más para mí que para él. —¿A quién pretendes engañar? —su voz suena ronca, como si tuviese un puñado de espinas rasgándole la garganta—. Admite que ya has caído en su juego de identidades, justo lo que él pretende hacer con el resto de sus víctimas. Mis puños se cierran. —¡No hables así de él! Lo tratas como si fuese un… —¿Asesino? —complementa en tono burlesco—, no me culpes por pensar mal de tu noviecito. El mismo se ha metido solito en este embrollo. —¿Por qué lo odias tanto? Llegados a este punto, Vlad huye del contacto visual como si temiese ver a través de mis ojos. —Respóndeme algo —sacude la cabeza, quizá queriendo liberarse del peso recayente sobre sus hombros—, ¿por qué dejaste que el viaje a Hobart cambiara tu forma de pensar? ¿Qué no me estás diciendo, Cassandra? Se honesta conmigo, de lo contrario no podré ayudarte. Mi mirada está perdida en la nada. —Conocí su lado vulnerable, ¿feliz? —Es un buen comienzo…, continúa. —Me enseño las… —me toco la cervical con la mano, rememorando lo que sentí al ver los latigazos ensuciar su espalda—, las marcas. Los pliegues burdos que tejen su historia de vida. Es complicado para mi contarte esto, pero él me mostró sus cicatrices y yo les mostré la mías. El ceño de mi acompañante se contrae horriblemente, luce más como un lobo de Crepúsculo que como una persona normal y corriente. —¿La equis en tu pecho? ¿Por qué? —¡Porque necesitaba contárselo a alguien, Vlad! Mi círculo de amigos se reduce a un grupo pequeñísimo de personas que no estoy segura si les caigo bien o siquiera les importo. Luego está Trenton, mi hermanastro y por último mis padres, ¿crees que puedo hablar de cómo me siento, así como así? —¿Y a mí en qué lugar me dejas? ¿No cuento? La calidez en su boca hace que mi pecho se contraiga; ruedo los ojos por inercia, es tan patético que se atreva a preguntar algo así. No cuando, a sabiendas de lo mucho que me atraía, decidió irse de mil amores con su compañera de trabajo. —No eres la misma persona desde que Hailey entró a tu vida; sin ánimos de sonar como una “amiga celosa” —marco las comillas con los dedos—, ella cambió muchas cosas que solían gustarme de ti.
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