27 FEBRERO 2022
AMALFI COAST AVENUE
19:00
El auto de Zayn se avería antes de entrar en uno de los túneles que atraviesan —y conectan— entre sí a las montañas de la costa amalfitana. Ojalá tuviese alguna idea de cuál fue el motivo…. A cuenta de vaya a saber usted qué, una avería del cableado eléctrico casi le hace volar en pedazos y, muy a su pesar, se veo obligado a sentarse sobre una roca a esperar que alguien se apiade de su alma.
Para él es tan humillante estar en medio de la nada.
No es difícil imaginarse la escena: un hombre millonario —con aspecto de lord ingles del siglo XIX—, vestido de traje elegante y cabello perfectamente estilizado hacia atrás de pie frente a una solitaria carretera, el auto supurando humo n***o desde el interior. Le agregamos una deprimente melodía de fondo, violines en su mayoría. Aunque hace señas con el pulgar a los automóviles que vienen en sentido contrario, todos pasan de largo, dejando una estela de polvo que, eventualmente, le provoca una terrible tos de ultratumba.
Zayn no es del tipo de persona que cree en la mala suerte o en otras supersticiones baratas; ser escéptico es un concepto que encaja mejor con su personalidad d*******e, no obstante, a veces siente que el universo le juega malas pasadas de forma constante. Por si fuera poco, la recepción telefónica del extremo sur de la costa es terrible. Hay demasiados peñascos, árboles tupidos y rocas milenarias bloqueando el acceso a la señal.
Parte de sí, sabía que asistir a la primera competencia de Antonella, su hija, iba a perjudicarle de una manera u otra, por eso a saca excusas para quedarse trabajando o simplemente para ir a otra parte. Para cuando finalmente logra ponerse en contacto con una compañía de grúas, un aguacero inclemente azota la costa amalfitana.
Gracias a la buena voluntad de un camionero, le toma alrededor de cuarenta minutos llegar a la academia de gimnasia a la que asiste Antonella. El joven de cabellos color chocolate está por empujar el cristal de la entrada con las manos, cuando el guardia de seguridad le pide la identificación que le acredita como m*****o formal de la academia.
Por supuesto, Zayn no lleva ninguna consigo ya que es la primera vez en mucho tiempo que decide asistir a una de las competiciones de la pequeña. Una inspiración profunda es inhalada de su parte; pese a que quiere en sobremanera gritarle un montón de insultos, hace de tripas corazón y palpa el bolsillo trasero de su pantalón para sacar la bendita billetera. ¡Por un demonio! ¿Cómo no va a saber quién es el magnate más codiciado de toda la costa?
El hombre frente a él no hace más que juzgarlo con la mirada.
Una cucharada de su propia medicina.
Pravesh se queda en piedra al no hallar la cartera de cuero en su sitio y, en una mueca burlesca, el tipo le obliga a esperar en uno de los escalones de la entrada. De la mano de un suspiro resignado, hace acopio de la poca dignidad que me queda y girando sobre mis talones… le escribe un mensaje de texto a su “madre”. Ese es un apodo que adoptó por las exigencias de su padre, dado que esa mujer no comparte ningún lazo consanguíneo con él.
De: Zayn.
Dile a Antonella que estoy afuera.
Treinta segundos más tarde obtiene una respuesta de su parte.
De: Mamá.
La competencia de tú hija finalizó hace una hora, pedazo de idiota.
Debería darte vergüenza.
Nunca había sentido tanto coraje en su miserable vida.
La tela remojada de su ropa de alguna forma se entremezcla con el hedor a peces muertos que el camionero traía consigo y, por ende, apesta a indigente. Decir que se siente miserable es poco. ¡De clase baja por sobre todas las cosas! Todas las personas que pasan de largo le propinan miradas lastimeras, incluso, algunos lanzan monedas dentro de una lata de atún situada un par de escalones más abajo.
Tal vez las remembranzas hace que pierda la noción del tiempo, o quizá el frío de la tarde cala es el que cala hasta lo más profundo de sus huesos, pero, finalmente, sus párpados empiezan a pesar de a poco.
***
Dos toques suaves al hombro de Zayn le hacen volver a la realidad: es una pena descubrir que su desgracia no ha sido un sueño. Poco a poco empieza a escuchar voces, pero la sangre palpitante en sus oídos silencia cualquier sonido proveniente del exterior. Sus ojos entremezclados en colores sol y miel dan un vistazo rápido; y ma mente de Zayn intenta rebobinar la cinta imaginaria de cómo llegó a este lugar.
Va siendo consciente de la forma en la que las palpitaciones en su cabeza se intensifican frenéticamente y el dolor en sus sienes se le antoja insoportable. No hace falta el diagnóstico de un experto para entender que está sucediéndole; desde muy chico, sufre una anomalía visual llamada diastrofia macular y, aunque el oculista le ha recetado gotas y anteojos para mejorar los síntomas, son sólo ornamentos que retrasan la cirugía inminente que: bien podría salvarle la visión o terminar de perderla.
Eventualmente, Zayn sabe que va a quedarse ciego, por eso, gústele o no, debe asegurarse de dejar todos sus bienes en manos de una persona confiable para cuando eso suceda.
Su nuez de Adán baja cuando traga saliva.
De momento, tiene la garganta seca y una jaqueca tremenda que se hace un espacio en su cuerpo a pasos agigantados con el paso de los minutos. De alguna forma, siente que algo anda mal consigo, pero no con respecto a lo que da vueltas alrededor, sino con su cuerpo. Está mareado, náuseas haciendo estragos en su faringe.
«No es resaca, es estrés».
La imagen de su madre es lo primero que ve, pero su visión periférica también intercala a la pequeña Antonella; para tener siete años luce demasiado bien vistiendo pantaloncillos negros, un abrigo azul rey, los cristales de su maya de gimnasia brillando intensamente a cuenta de los faroles incandescentes sobre las cabezas de los transeúntes.
Los enormes ojos azules, aunado a su larga y ensortijada cabellera rubia de Antonella, inmediato invita a Zayn pensar en la madre de la pequeña…; y, de pronto, siente la necesidad de apartar su vista muy lejos de ella.
«No la quiero cerca», repite su cabeza una y otra vez.
—Estuviste bebiendo, ¿no es así? —espeta su madre con indignación—. Zayn, ¿qué sucede contigo? Deberías sentir vergüenza, en tu lugar me apenaría que mis hijos me viesen en semejante estado.
—¡¿Qué!? —se incorpora de golpe, tambaleándose un poco por el malestar que siente—, ¡no estoy borracho! Si te contara todas las cosas que me sucedieron antes de llegar… uff, es tan paradójico que de seguro te negarías a creerme.
La mirada de la mujer se suaviza en cuanto las palabras salen de los labios de Pravesh.
—Digas lo que digas no voy a creerte.
—Bien, me da completamente igual entonces. ¿Nos vamos? Tengo hambre. Salvo el desayuno que preparaste esta mañana no he comido nada más.
Los ojos de madre viajan a los cuatro puntos cardinales del estacionamiento, luego a las aceras de la calle haciendo caso omiso a mi requerimiento. Entonces, pregunta con voz grave:
—¿Y tú auto?
—En el taller.
Se limita a responder con simpleza.
—¿Por qué?
Dos enormes zanjas empiezan a surcar las depresiones de su frente.
—Porque sí.
—Zayn…
—¿Qué? —se carcajea con sarcasmo—. Acabas de decir que te rehusarías a creer dijese cualquier cosa que dijese, ¿no? —de inmediato el chico afianza el agarre en la baranda cilíndrica de la escalera; su cara convirtiéndose en el espejo de una roca sólida y fría—, así que me reservo los detalles. Por favor, pide un taxi y cárgalo a mi cuenta… dejé la billetera quien sabe dónde.
Los intensos ojos de la pequeña bestia de cabellera color caramelo no paran de escrutarlo de arriba abajo, ¿existe la posibilidad que una persona medianamente normal pueda sentirse intimidado por un niño? Zayn no creía posible, al menos no hasta ahora. No entiendo cómo ni porque, pero un impulso sensorial antecede al físico y en menos de lo que canta un gallo, empieza devolver el contenido del estómago fuera de su cuerpo.
Bilis en su mayoría.
—¿Te sientes bien, p**i? —la voz de la niña martilla los oídos de Zayn—. Tengo pastillas para las náuseas —ella un par de caramelos de colores de la mochila asida a su espalda—, la entrenadora me las da para que no me den ganas de vomitar antes de dar volteretas. Funcionan, p**i —sonríe con inocencia—, en serio funcionan. Saben a fresa y mora.
El de ascendencia árabe abre la boca para replicar, pero la cierra rápidamente mientras analiza la pregunta. Una de sus cejas se alza en un arco alto, dejándole saber al pequeño saltamontes que está desorientadísimo con la pregunta.
—¿Te parece que lo estoy? —su voz suena más duro con ella de lo que desea serlo—, puede que tengas siente años y no sepas nada de la maldita vida. Pero tienes que aprender a darte cuenta cuando una persona se lo pasa bien, así que dime —sus pulmones se llenan de aire antes de gritar—, ¿¡te parece que estoy bien!?
A este punto, la niña se ha escondido detrás del cuerpo de la madre del chico… es como si estuviese protegiéndose de un monstruo. Una de sus manitas sostiene la oreja del conejo de felpa que Zayn compró cuando Vittoria le confesó que estaba embarazada; pero lo que más llama su atención y al mismo tiempo le parte el alma de formas indescriptibles; es la forma en que sus ojitos aniñados irradian temor, desconfianza, miedo…
Tres segundos más tarde, empieza a llorar como si no hubiese mañana. ¡Cómo detestaba el llanto de un niño malcriado! Nadia de seguro le sugeriría contar hasta diez antes de actuar; porque, una vez que empezaba a pegarle con cualquier objeto, la rabia terminaba consumiéndole. Lo único que deseaba era seguirle golpeando.
Le es inevitable sentir furia y reconcomio hacia los infantes.
No soporta la ingenuidad de los niños.
No le gustan los niños.
Detesta sus berrinches y, ¿quién no?
—Qué sea la última vez que le hablas así a la niña —madre le advierte con severidad—, ella no tiene la culpa de tus malas decisiones. ¿Quieres qué la mande a Zúrich con sus tías? ¿Es eso lo que quieres?
El tono en su voz hace entender que no está bromeando.
—¿Honestamente? Ehm… tú haz lo que se te venga en gana con ese demonio —Zayn encoje los hombros con indiferencia—, lo que decidas está bien para mí.
Instantáneamente un extraño malestar lo asalta.
—Eres increíble.
—Gracias madre, no es necesario que lo digas —Pravesh se dedica a peinar las hebras del cabello que caen desparramados a ambos lados de su cara—, sé que lo soy. Por algo me posicioné número uno en la lista de los jóvenes más ricos del mundo según Forbes.
—¿Y qué? ¿Esperas que te de un premio por eso?
Permanece en silencio por unos instantes; es como si, en silencio, buscase las palabras acertadas para hacerle entrar en razón.
—Debería considerarse una opción. Gracias a papá como una auténtica princesa; y, hasta donde sé, nunca te he oído quejarte de la vida.
—No comprendo tu actitud hacia Antonella. ¿Se te olvida que tú también tuviste su edad? ¿Qué tuviste siete años?
—Mira, si tu intención es hacerme sentir empatía de la crianza que estoy impartiéndole a ella —el moreno señala la cabellera rubia de la niña, quien se niega a cerrar el canasto que tiene por boca—, aparte de tiempo vas a perder saliva.
No le queda más que regalar una sonrisa haragana y autosuficiente.
—¿Te imaginas haber sido criado a base de golpes?
—Fui criado a base se golpes, madre —le corrige Zayn.
—¿Cómo puedes decir eso? Tu padre y yo te criamos con todo el…
—¡No lo sabes! —dice con exasperación—, ¡eso no lo sabes! Me dejaste dos años de mi vida con ese hombre mientras ¿te ibas de fiesta con tus amigas? Esta mañana una persona me dijo hombre de poca moral, así que, con el respeto que te mereces —se ríe— tampoco tienes moral para echarme en cara lo mal padre que he sido con Antonella.
Una mueca escandalizada se dibuja en la cara de madre; no obstante, lo segundo que siente es la fuerza de su mano chocar durísimo contra la piel de mi rostro. La velocidad con la que propina el bofetazo es tan enérgico que le rompe la cara interna de mi mejilla; el sabor metálico a sangre se hace presente y se veo en la obligación de escupir en la acera.
—Escucha, muchachito —empieza ella en una tonada amenazante—, tú no tiene ni la menor idea de las cosas que tuve que enfrentar durante esos dos años para mantenerte con vida.
—Vuelve a ponerme un dedo encima y juro, profeses la fe que profeses, no respondo. No tienes ningún derecho a pegarme.
—Tengo todo el derecho de hacerlo porque soy tu madre y por esta criatura —señala a la niña de ojos llorosos, cuyo llanto no ha mermado ni un ápice—, yo mato a quien sea. Incluso si eso llegase a incluirte a ti, Zayn.
Un hilillo de sangre ha empezado a resbalar por una de las comisuras de sus labios.
—De eso se trata, ¿no?
—De que se trata, ¿qué?
La macabra sonrisa ensangrentada se le ensancha, sus hombros encogiéndose en un gesto arrogante, burlón y provocador.
—Matarme.
—Sí que estás mal de la cabeza —masculla por lo bajo.
Madre se gira sobre los talones para encaminarse a la acera.
—En el fondo, eso siempre es lo que has querido… ¿A quién quieres engañar? ¿Eh? ¿A dónde pretendes llegar con esta mentira, Laura? Tú y yo sabemos que no eres mi madre. Nunca lo fuiste y nunca lo serás.
—Oh, querido, eres tan ingenuo. Si hubiese tenido la intención de haberte echado de nuestras vidas…; ¿no crees que tus huesos ya se habrían pulverizado bajo una tumba?