20 FEBRERO 2022
SPIAGGIA GRANDE ǀ POSITANO, ITALIA
17:34
AUDREY
Menos de diez minutos han transcurrido desde que salí del edificio, no obstante, siento como si hubiese transcurrido un siglo entero.
Doy una inspiración profunda y exhalo de la misma forma. ¿Cuándo fue la última vez que me estresé tanto?, ¿la noche que Fénix me mantuvo cautiva en la cabaña? ¿Cuándo encontré a la chica decapitada afuera de mi departamento? Mantener mis demonios al margen está costándome horrores, sobre todo porque amenazan con hacerme apresa del terror y el miedo.
Una punzada dolorosa me atraviesa el pecho, razón por la cual me aferro a la pared más cercana.
No lo sé…, discutir con Zayn me provocó un malestar físico-emocional indescriptible.
Para fortuna mía, la playa está al cruzar la calle y esperar en una de las bancas solitarias del paseo marítimo es más factible que permanecer de pie en la acera como una estatua solemne. El sol quema con una intensidad tremenda todo a su paso, haciendo brillar la arena que salpica la bahía en forma de media luna.
Siempre he tenido una extraña afinidad con océano y sus componentes, mamá solía decir que estaba loca, pero cuando eventualmente fui creciendo, estar cerca del agua me hacía sentir en casa. Una conexión momentánea entre el pasado y presente es la excusa que necesito para desconectarme de todo.
Sólo espero que el vaivén del mar, las olas chocando contra las rocas de la orilla y el melodioso canto de las gaviotas me ayuden a borrar las últimas tres horas de mi vida.
Trato de sobreponerme, pensar en otra cosa. El tiempo transcurre rápido o quizás lento, la sensación enfermiza de acecho sigue estando ahí, y estoy a merced de la nada; mi corazón da un vuelco gigantesco y de pronto siento ganas de devolver lo poco que comí esta mañana.
Mis manos se aferran con fuerza a los barrotes hexagonales de la banca cuando siento mis bronquios contraerse al igual que mi garganta. Es increíble como respirar, acción natural de cuerpo humano, se transforma en un reto tremendo.
Las pocas personas que transitan en dirección opuesta son capaces de percibir el terror en mis ojos; sin embargo, no los culpo por darme miradas lastimeras. Entonces, cuando creo que el cerebro está jugándome una mala pasada, una voz llama a espaldas mías:
—¿Señorita Darwael?
En un vano intento por contener mi respiración, respondo entre un jadeo inestable:
—Sí… —me pongo en pie, esbozando la peor de mis sonrisas—, dígame.
—Perdone que no nos hayan presentado formalmente —el señor que me condujo hace menos de media hora a la entrevista aparece en mi campo de visión, esbozando una sonrisa amplia—, soy Stefano Pravesh. Padre de Zayn y fundador del emporio internacional Positano Wine CORP —su mano aparece en mi campo de visión, a duras penas logro estrecharla—, tal vez se pregunte porque estoy aquí; así que iré al grano.
A la luz del sol, el aspecto del señor —que fácilmente podría hacerse pasar por mi abuelo— se asemeja al de un hechicero milenario en búsqueda del elixir de la vida eterna. Viste un costosísimo traje color Dolce&Gabanna de estampado dorado, elegantes zapatos marrones y anteojos de pasta redonda a juego; la vejez lo ha dejado prácticamente calvo, pero logra disimularlo con una boina de una suave tonalidad caqui.
» Zayn se niega a darle una oportunidad en nuestro staff por… ¿su actitud infantil? —suena inseguro de sus palabras—; sin embargo, la experiencia me dice que usted es un recurso que no puedo dejar ir así como así. Tiene potencial, mucho. Un diamante en bruto que estoy dispuesto a labrar yo mismo y convertir en una de las gemas más brillantes de esta empresa; obviamente he dejado a mi hijo fuera de esto —añade con voz impasible—, todavía es un joven inexperto. Por tanto, su orgullo afecta la toma de algunas decisiones importantes.
—Oh... —me muerdo la cara interna de las mejillas—, cielos.
El señor Stefano mete la mano al bolsillo exterior de su chaqueta y saca un pedazo de cartulina de cinco centímetros de largo y cuatro de ancho.
—Aquí tiene mi tarjeta; póngase en contacto conmigo lo antes posible para finiquitar los detalles de nuestra primera reunión. En Milán hay un par de expertos en marketing que me deben unos cuántos favores, y es el momento perfecto para cobrarlos.
Mis dedos temblorosos sostienen la tarjeta; el aturdimiento me impide pensar con claridad, pero aun así hago un esfuerzo sobrehumano para conectar ideas coherentes.
—No comprendo, ¿por qué hace esto?
—¿Cree que voy a dejar ir a la única persona con un palmarés impresionante como el suyo? —sus ojos azules y empañados por una capa fina me sonríen—, mi hijo sólo ve rostros bonitos, yo, por el contrario, me remito a la experiencia previa de la gente. De hecho, Zayn ya eligió sus aspirantes, pero no a quienes yo quería. Mire, tener a una doctora graduada en Harvard es algo que le vendría bien a la compañía; por aquí los chismes vuelan rápido, ya sabe lo que dicen, pueblo chiquito…
—Infierno grande —complemento yo, agrandando el tamaño de mis ojos—, ni que lo diga.
—Entonces, ¿aceptará mi propuesta?
Vacilo por varios instantes, no obstante, no estoy en posición de hacerme rogar. Necesito el trabajo, necesito un ingreso estable que me permita rentar algo para mí y los niños. Es cierto, lo último que quiero es lidiar con el ego gigantesco de Zayn, pero…, ¿qué es lo peor que podría pasar?
—Por supuesto que sí, señor Pravesh —asiento con lentitud—. Gracias por la oportunidad, prometo no decepcionarlo.
—Sé que no lo hará. Usted mi As bajo la manga.
Los músculos de mi espalda se contraen, ¿cómo el señor Stefano puede cimentar tanta confianza en una persona que no conoce? Una sonrisa forzosa se dibuja en la comisura de mis labios; ¿qué es lo peor que podría pasar?
Soy muy mala mintiendo, por esa razón Harry descubrió mi plan antes que pudiese concretarlo; por eso, sé que en algún momento voy a lamentarme de crear una identidad a base de mentiras. El sonido de una, dos, tres bocinas me hacen salir del trance hipnótico en el que he caído. Un lujosísimo Toyota, modelo Tacoma TRD Pro en azul plomo, se estaciona a orillas de la acera.
—Oh —el hombre luce realmente sorprendido—, no sabía que Alessandro Ferrari vendría por usted.
Mi ceño se frunce.
—¿Quién?
Como si estuviese viendo un vídeo en cámara lenta; la puerta del copiloto se abre al ritmo de Do Wanna Know de Artic Monkeys. Los neumáticos del auto son tres veces más grandes que el tamaño promedio; por tanto, el hombre de contextura de nadador profesional prácticamente salta del asiento a la carretera. Santos cielos…
Aunque usa un pantalón de gabardina y una camisa manga larga arremangada hasta los codos; el hecho de que no lleve corbata y tenga abierto los primeros botones le da un aspecto sexy y, me atrevería a decir, casi salvaje. Daria lo que fuera por ver sus irises; pero las gafas de sol me lo impiden.
Bueno, siendo honesta…, no hace falta ser experto para dar cuenta de lo atractivo que es. En contraste con Zayn, este hombre parece menos hombre de negocios y más gánster americano.
—El hijo mayor de Fiorella, ¿Qué ustedes no fueron juntos a Oxford?
«¿Qué hiciste, Fiorella?».
Juro que al llegar le pediré explicaciones.
Es cierto, las dos ideamos una estructura con base a la escaleta de mentiras que estoy obligada a decir; ajá, ¿y qué hay del plus? Esas ideas extra de las cuales no me puso al corriente. Ella prometió llamar al señor Pravesh y recomendar mi “jugoso currículo” de trabajo a solas, pero de ahí a inventar cosas sin mi consentimiento… Digo, no puede andar diciendo cosas, así como así.
—Ehm, sí. Aparte de colegas, somos… —carraspeo con fuerza—, buenos amigos.
—Y harían una bonita pareja.
Un fuerte perfume entremezclado con loción de afeitar y jabón adormece mi sentido olfativo. Hasta ahora doy cuenta que Alessandro está de pie, junto a mí.
—Buenos tardes, señor Pravesh —los dos intercambian saludos—, ¿cómo le fue a Audrey en su entrevista?
El tono característico de una llamada irrumpe la conversación justo a tiempo.
—Debo contestar, muchacho; que te lo cuente ella misma. Y… no olvide llamarme esta noche, señorita Darwael.
—Descuide, no lo haré… digo —con la mano derecha golpeo el fleco que cae al ras de mi frente—, lo haré.
Y, sin decir más, se marcha dejándome a merced de un apuesto desconocido; está de más decir que los primeros treinta segundos son incómodos y exasperantes.
—Hola —saluda finalmente—, mi madre me ha dicho que por favor la disculpes. Hoy estamos un poco atareados por el turismo del viñedo, por eso me pidió el favor de pasar por ti antes de regresar a la colina.
Un repentino ascenso de temperatura motea mis mejillas, no puedo verlas, pero sí sentirlas.
—Ay dios —mascullo por lo bajo, volviendo a sentarme en la banca—, que vergüenza. Mi intención no ser molestia para ustedes, en serio, de haber dicho habría tomado un taxi.
—Bah, tu tranquila… yo trabajo cerca de aquí. Venir por ti no es problema —su sonrisa es tan amplia que me deja ver sus perfectos dientes—; además, creo que de ahora en adelante me convertiré en tu chofer personal.
—¿Por qué?
Pregunto a la defensiva.
—¿Zayn no te dio el trabajo?
Alessandro cruza los brazos sobre su pecho, dándole volumen extra sus bíceps bien trabajados.
—Digamos que sí, es que es… complicado. Zayn propiamente no, el señor Stefano sí. ¿Sabes una cosa? ¡Ni siquiera sé lo que acaba de pasar!
Río con inocencia y eso lo hace reír también. La hinchazón de mis pies me obliga descalzarlos, sin embargo, justo en el momento que dispongo para ponerme en pie, la pesadez en las piernas termina ganándome la partida.
—No pongo tu palabra en duda, todo lo que tenga que ver con Zayn es complicado —suspira con una pesadez tremenda—. Ven —me ofrece su mano—, déjame ayudarte.
—Puedo sola, no te preocupes.
—¿Sola? —Alessandro alza las cejas en un gesto pasible y condescendiente—. ¿Con casi cuatro meses de embarazo gemelar? Debes ser muy orgullosa para rechazar la ayuda de una persona con buenas intenciones.
Un suspiro pesaroso se escapa de mis labios finos.
—Fiorella te lo dijo, ¿no es así?
—Tuvo que hacerlo cuando empecé a bombardearla con preguntas. Lamento lo de tu esposo, mi sentido pésame. Nadie merece morir de esa manera.
Ok, creo que el meme de Pikachú con la boca abierta le hace más justicia a mi rostro que cualquier otro meme. ¿Qué mentira habrá inventado Fiorella para justificar la muerte de Liam?
—Sí, es una gran lástima. Por cierto, ¿me he presentado formalmente? Soy Audrey, ex compañera de trabajo de tu madre en Sídney y…
Me interrumpe.
—Es innecesario que sigas aparentando ser quien no eres conmigo, Cassandra.
De forma automática miro a todos los costados, cerciorándome de que nadie ha escuchado mi nombre verdadero. No sé en qué momento me he puesto en pie, tampoco cuando he saltado sobre Alessandro y menos la forma en que mi dedo índice silencia sus labios finos y carnosos.
Estamos demasiado cerca, pero no puedo permitirme dejar pasar este momento; además, es una buena excusa para absorber hasta su última gota de perfume.
—Ni se te ocurra repetir eso en voz alta, ¿me oíste bien?
—¿Por qué tanto misterio con eso? —inquiere contra mi dedo—. Con el respeto que te mereces, actúas como una demente.
«No cariño, tú no sabes nada de demencia».
—No quiero parecer grosera, pero los detalles de mi vida privada no son de tu incumbencia. Por favor, por favor… —junto las palmas de mis manos en señal de plegaria—, llámame Audrey.
—Está bien, Audrey. Ahora vámonos —hace un gesto con la cabeza en dirección al Toyota—, mamá debe estar esperándonos.
No sé por qué, pero el diminutivo de mi nombre —falso— suena muy bien en sus labios.
Subirme en la monstruosa camioneta de Alessandro es otro suplicio, en especial porque prácticamente tiene que alzarme en peso y luego meterme a patadas al asiento del copiloto. ¿Quejarme yo? Es un detalle encantador de su parte, con eso me evita hacer alguna fuerza innecesaria que pueda afectar la salud de los bebés.
Desde mi posición, veo al rubio platinado bordear el auto y trepar junto a mí. El motor vuelve a la vida tan pronto el conductor se lo ordena; estoy tan absorta en el lujo interno de la camioneta que olvido ponerme el cinturón de seguridad.
—Hey —pasa las manos varias veces frente a mis ojos—, no olvides ponértelo, sería una pena que me multaran por tu culpa.
—Claro.
De inmediato, paso el cuero sintético sobre mi torso y lo engancho al extremo del asiento.
—Buena chica —dice él, encendiendo el aire acondicionado—, espero que disfrutes el paseo.
—Positano es impresionante…, Alessandro te llamas, ¿no?
Para este momento, el mayor de los hermanos Ferrari ha abandonado la acera y se cuela de forma estratégica en el transito escaso de la tarde.
—Es mi nombre de pila, pero las personas allegadas suelen apodarme Alessio.
—¿Entonces puedo llamarte Alessio? —Repito en voz alta, cerciorándome de tener su permiso.
—Tú dime como quieras, Audrey.
Cada vez que puede, sus ojos me miran de reojo; pero están concentrados en la carretera, no en mí. Es doloroso mirarlo directamente a ellos porque la monocromía ocular que pinta sus irises, en muchas formas, es similar a la de Liam.
No sólo eso, sino también su físico. Tengo una debilidad insana por los chicos rubios; por desgracia, Liam Wadskier supo sacar ventaja de ello.
En un vago intento por pensar en otra cosa, aprovecho el tiempo para apreciar la vista a través de los cristales polarizados de la ventana; el auto bordea el costado de una posada y poco a poco la calle empieza a ascender.
Un par de yates dormitan a orillas de la bahía, las casas empiezan a distanciarse cada vez más.
—¿Eres así de confianzudo con todas las mujeres que conoces? —Una sonrisa ha empezado a tirar de las comisuras de mis labios.
—No soy un Don Juan si eso estás insinuando.
—¿Y entonces?
Alessandro reclina la espalda del soporte del asiento y me regala una sonrisa ladina. Su postura desgarbada me parece la octava maravilla del mundo.
—¿Por qué las mujeres siempre confunden amabilidad con coqueteo? No pretendo enamorarte ni nada por el estilo, así que puedes quedarte tranquila, Audrey. Mi corazón pertenece a una mujer.
Ok, ¿auch? ¿Cómo cambiar radicalmente el tema sin parecer grosera? Honestamente me interesa poco saber quién es su interés amoroso, además, ¡no conozco a nadie en este lugar! ¿Qué sentido tiene darle vueltas al asunto?
—Bien… —digo en un tono irónico—, lo que tú digas. ¿Puedes encender la radio?
La música tiende a distraerme, por eso forma parte fundamental de mi vida; me ha acompañado en cada momento de mi vida, desde los dolorosos hasta los más felices. Debido a la altura, predomina la estática en las diferentes estaciones radiales; sin embargo, una de ellas tiene un amplio repertorio musical. Alessio está por pasarla, pero lo detengo en una exclamación ensordecedora:
—¡Espera! ¡Esa canción me encanta! —empiezo a tararear hasta llegar al coro—. WHAT DOESN’T KILL YOU MAKE YOU STRONGER!! Nanananaaaanana, ¿habías escucho a Kelly Clackson antes?
La torpeza en mis movimientos delata la inexperiencia que tengo haciendo un karaoke improvisado.
—¿De dónde crees que soy? ¿Narnia?
—Uy —alzo las manos en señal de paz—, perdón. Supuse que no la conocías.
—Pues supones mal, Audrey. Escucho hasta vallenato colombiano.
Cuando la canción acaba, los acordes de una guitarra empiezan a sonar en una melodía suave que conozco bien.
Al instante, un desagradable malestar me asalta. Mis ojos se llenan de lágrimas sin que yo pueda hacer algo para remediarlo; quiero decirle que cambie de estación, que esa canción me hace rememorar gran parte de un pasado que lucho por enterrar, pero simplemente no puedo hacerlo.
Las palabras no salen de mi boca, es como si… si de pronto, alguien me hubiese arrebatado el don de la palabra. Todas las imágenes de nuestro primer beso, mi primer beso con Liam, me golpean a una fuerza descomunal. Me llevo la mano al pecho, el dolor es insoportable en todos los sentidos.
El golpeteo de la cascada contra las rocas del estanque; el momento en que me habló de su pasión por la floriografía. El retrato vívido de las cicatrices ensuciándole espalda, los pliegues burdos entretejiendo su historia de vida. Yo contándole parte de mi pasado… sus brazos sosteniéndome como nadie más lo ha hecho.
A este punto el llanto es incontenible… los muros de contención que he luchado por construir a mi alrededor se han venido abajo. Lágrimas calientes me nublan la vista, mi boca se abre en un jadeo sonoro cuando respirar por la nariz se convierte en tarea imposible.
Minutos después, cuando soy más dueña de mi misma, siento un par de pulgares deslizarse en mis mejillas. ¿Cuándo Alessandro apagó el automóvil? ¿Por qué está estacionado en el sobre ancho de un túnel? ¿Por qué que está mirándome con ojos tortuosos? Quiero abrir la puerta, pero él me lo impide.
Y, antes de que cometa una locura, Alessandro me aprisiona entre sus brazos fuertes; ¡quiero que me suelte!, ¡no lo quiero cerca mío! Le doy tantos golpes en el pecho que pierdo la cuenta de cuantos les he dado, sin embargo, eso hace que su agarre se afiance más que antes. Tal vez mañana amanezca con moretones, pero es lo último que me importa.
Derrotada, dejo de luchar…, dejo de luchar me he quedado sin fuerzas para hacerlo.
En un impulso que soy incapaz de controlar, me aferro a Alessandro porqué es lo único que puedo hacer; mientras tanto, él se encarga de desperdigar suaves caricias en todo mi cabello. El elástico que lo ataba en una coleta alta fue a parar a quien sabe dónde, mi maquillaje debe haberse corrido… Mi acompañante le resta importancia a mi desaliñado aspecto físico y acuna mi rostro entre sus manos de forma protectora, después, colisiona su frente suavemente contra la mía.
Iris de Goo Goo Dolls es ese tipo de canción que te desestabiliza por completo, que te hace perder el control de tus emociones, en el peor sentido de la palabra.
—Shh. Tranquila, princesa —el tono melifluo que utiliza me conduce a un estado de estupor que soy incapaz de sacudir de mi sistema—, respira profundo. Vamos, respira conmigo.
Y así lo hago. Inhalo y exhalo al ritmo que el impone; expelo bocanadas de miedo, angustia y mucho estrés. Mis manos se apoderan de las suyas, de seguro he dejado marcas en ellas de lo fuerte que estoy apretándolas.
—Quita la canción… —Le pido con un hilillo de voz.
—¿La canción? —Mira el reproductor con extrañeza.
—Sí.
Él asiente sin entender, y sin llevarme la contraria, cambia la estación radial a una de ópera. Una de las manos que me acaricia la mejilla derecha abandona su sitio y, sin más, se toma arbitrariedad de apartar los mechones rebeldes que salen en diferentes direcciones del moño desecho en lo alto de mi cabeza.
—¿Te sientes mejor? —el ojiazul pregunta, después de varios minutos que se me antojan ensordecedores.
Apenas me limito a asentir con lentitud, soy un manojo de terminaciones nerviosas. Mi sentido de coordinación es bastante nulo.
—Todo está bien, Audrey. Ya pasó —se aleja un par de centímetros para mirarme directo a la cara—, yo también suelo tener ataques de pánico cuando estoy abrumado. Creo que… —sus profundos ojos azules estudian la solitaria carretera—, hay un ambulatorio que presta servicio las veinticuatro horas, si la memoria no me falla, estamos a unos cuántos kilómetros de distancia.
—Estoy bien —miento con total descaro—, no necesito ver a ningún médico.
El corrientazo de ansiedad es de tal magnitud, que en cualquier momento podría empezar a hiperventilar nuevamente.
—Pero, ¿por qué? ¡Acabas de tener una crisis nerviosa! ¿Y si te pasa algo peor?
Mi cabeza se sacude en una negativa incrédula.
—No quiero ir…, por favor no me obligues a hacerlo —le suplico en un hilillo de voz tortuoso y lacerante—. Te lo pido, por favor llévame con tu madre.
Una inspiración pesada le sigue al parpadeo lento que trae una ráfaga de empatía a su rostro, para este momento se ha alejado completamente de mí y el vacío que dejan sus brazos es, por lejos, doloroso.
—No estoy pidiendo que me des una explicación detallada, Audrey; pero no puedo permitir que cargues con ese sentimiento tu sola, lo menos que puedo hacer es ofrecerte oídos que puedan escuchar lo que tengas para decir.
—Es complicado —digo, porque es cierto.
¿Qué se supone que debo decirle? ¿Qué la persona con quien contraje matrimonio nunca existió? ¿Qué solo fue un espejismo? Hay verdades que no pueden andársele diciendo a todo el mundo. Ciertas culturas sostienen que individualmente todos tenemos una cara que no mostramos al mundo, un lado oscuro, como la luna en lo más alto del firmamento.
Si bien desconozco la veracidad de tal argumento, y hablo por mí, a raíz del s*******o hay una pequeña parte de mí que prefiero reservarme.
—¿Cómo sabes eso si no intentas explicarlo en voz alta?
Mi corazón se estruja durísimo contra mis costillas, si de algo estoy segura, es que no estoy preparada para hablar del pasado de Cassandra.
—¿Y tú quién eres para pedirme explicaciones? —hablo con determinación—. Sin ofender, pero me niego a confiar en una persona que apenas conozco. A base de golpes he aprendido que no todo el que te sonríe puede ser llamado amigo.
Esta vez, la aspereza y el desconcierto en la mirada de Alessandro es tanta, que tengo que reprimir el impulso de esconderme en mi caparazón de mentiras.
—Audrey…
—Por favor —alzo la mano para evitar que siga hablando—, no insistas.
Por el rabillo del ojo observo como Alessandro asiente y obliga al motor del Toyota a volver a la vida. Luego de eso, vira el volante al lado derecho y se direcciona hasta la solitaria y polvorienta avenida.
—Bien —dice, volviéndose a calzar el cinturón de seguridad—. Vámonos entonces.
«Soy susceptible a los recuerdos, en especial en aquellos que afectan mi capacidad de pensar y actuar».
***
El camino hacia el viñedo de la familia Ferrari es silencioso.
El único momento en que la quietud es rasgada por mis palabras, es cuando pregunto cuando falta para llegar; suelo ser impaciente con respecto al tiempo de duración de un lugar a otro.
Nos toma alrededor de cuarenta minutos llegar a la casa de campo donde Fiorella ha pautado el almuerzo de hoy; sin embargo, no es hasta que Alessandro aparca al borde de la colina, que la realización de todo cae sobre mi como balde de agua fría.
Este lugar no entra en los estándares comunes de lo humilde. Aunque la depresión geográfica de Positano es similar a la de Porto Moniz, la arquitectura modernista esculpiendo las baldosas de las aceras son cosa de otro mundo.
Pero, no es hasta que bajo de la camioneta de Alessandro que percibo lo mucho que desentono entre los residentes de este lugar. En seguida pillo unos cuantos ojos mirarme con desagrado. El estilo de Audrey Darwael es ostentoso, llamativo a más no poder…; no obstante, ahora mismo parece que hubiese tenido una pelea callejera de camino a los almacenes del viñedo.
A petición de mi acompañante, me tiende un par de toallitas húmedas para que pueda quitarme los restos de rímel, delineador y base. Cuando estoy medianamente presentable, añade en voz tan baja que apenas puedo oírle un:
—Después de ti.
Alessandro hace un gesto con la mano, invitándome a caminar junto a; la cadencia de su voz indiferente…, cosa que me molesta en sobremanera. Hay una energía extraña en el ambiente que me hace pensar en Gareth Cadwell y su poderosa familia.
Audrey encaja perfectamente en este mundo, pero ¿Cassandra?, ella desentona en todos los sentidos. Evitando pensar en cómo actuaría Cassie en ésta situación; centro la atención en el túnel de olivos naturales se alza sobre el camino empedrado que conduce al pórtico de la casa.
Un mesero indica que la comida será servida en el patio trasero de la casa. Hay al menos tres mesas campestres alineadas en bajo techos amplios sostenidos por postes circulares de cedro. Tras un escaneo rápido a los presentes, alcanzo a ver el cabello color rubio cenizo de mi excompañera de trabajo, es sorprendente como nuestras miradas conectan al instante y no tarda medio segundo en venir a mi encuentro.
—¡Audrey! —sus brazos maternales me estrechan en un abrazo reconfortante—. ¿Te fue bien en la entrevista?
—Define bien.
—Bueno, ¿Zayn te dio el trabajo?
La sonrisa de Fiorella es tan amplia que me apena decirle verdad, ¿con que cara voy a contarle que maldije y llamé poco hombre al CEO de la compañía? De todos mis errores, soy plenamente consciente que este va a pasarme una factura muy grande.
—Digamos que sí —chasqueo mi lengua con diversión—, pero no.
—¿Cómo que “si, pero no”? —Fiorella repite, marcando las comillas con los dedos—. ¿Qué clase de respuesta es esa?
Una ceja mía se alza en un mohín sarcástico.
—¿Tú que crees?
—Ouh…, ya veo, metiste la pata.
El enunciado de Fiorella no es a modo de pregunta sino de afirmación.
—¿¡Y cómo no!? ¡Ese Zayn es un cerdo! ¿Puedes creer que me llamó elefante?
—Oh, cariño…, no te lo tomes personal, Zayn es impredecible y desconoce cómo tratar a las personas ajenas a su círculo de amistades. Una vez que lo conozcas te darás cuenta lo buena gente que es; dale una oportunidad.
Una carcajada socarrona trepa las paredes de mi garganta.
—¿Para quién es buena gente? ¿los vikingos?
—Mi hija solía tener tu actitud al conocerlo, ella lo odiaba a muerte —la nostalgia empieza a pintar su voz—, él hacia todo lo que estuviese a su alcance para molestarla. Un día, por casualidad de la vida, les tocó animar un evento aquí mismo; ese corto tiempo bastó para que ambos se convirtiesen en almas inseparables.
—¿Y qué pasó después? —Se anima a preguntar mi lado chismoso.
—Después se casó con otra. Las malas lenguas dicen por cuestión de herencia y vaya usted a saber qué. Pero el punto es que le rompió el corazón a Gabriella.
—Ay —trago duro—, que pena por ella.
—Te lo divierto, Audrey; cuídate de caer en las redes enfermizas Zayn. Una vez que entras a su juego, no puedes salir ilesa.
Chasqueo la lengua y suelto un bufido desanimado.
—¿Puedes llamar a Alessandro? —Echo mano a esa excusa para librarme del fatídico sermón.
—¿Para qué? —cuestiona solemne y con el pecho muy inflado—. ¿Qué no me estás contando?
—Nada —le dedico una sonrisa forzosa—, sólo necesito ir al hospital y él se ofreció a llevarme.