21:08
POSITANO, ITALIA
Zayn ha perdido la cuenta de cuantos kilómetros ha caminado de regreso a casa.
Con el auto descompuesto y sin dinero para pagar un taxi, tiene que echarse a andar con la compañía de la luna y las estrellas.
La casa de Stefano está situada en lo alto de una prominente colina, un lugar exclusivo que cualquier persona no puede darse el lujo de pagar; razón por la cual difícilmente puede accederse a pie. Por fortuna, y gracias a sus reflejos gatunos, el magnate consigue interceptar a uno de los socios de su padre.
Al llegar al pórtico de la casa y pedirle al ama de llaves que abra la puerta principal, pasa de largo al cuarto de baño; considerando el hecho que su madrastra lo dejó varado frente al gimnasio municipal y que le dio una bofetada en público, optó por no hacer una escena frente a los pocos integrantes reclinados en la mesa del comedor.
Gracias al agua caliente, los restos de jabón y shampoo, Zayn se deshace del olor a pescado muerto que traía consigo desde hacía un buen rato. Cuando sale de la ducha, se enfundo en unos vaqueros desgastados, una franela roja, una chaqueta de jean y un par de Nike Air Max blanco yeso. Sin pedirle permiso a su padre, rebusca las llaves del Jeep; y, tras abrirse la puerta del garaje subterráneo, me pierdo entre la negrura de la noche.
Pese a haber anochecido, el cielo manifiesta tonalidades grisáceas, magenta y granate moteando las nubes en lo alto del cosmos infinito; también la luz suave de la luna enaltece las intensas aguas azul índigo que pinta el mar Mediterráneo.
En contraste, las luces del hospital resaltan ostentosamente en la ribera de la costa.
Si bien el estacionamiento está a reventar, Zayn avista un espacio libre al fondo de mismo. No obstante, sus células se activan de manera sorprendente; es increíble como al bajar del carro percibo algo extraño, un aura etérea en el ambiente. Además, ver la camioneta de Alessandro aparcada al extremo de la carretera provoca que el miedo se asiente en la boca de su estómago.
«¿Qué él hace aquí?». Susurra para sí mismo.
Al llegar al ajetreado despacho de la sala de emergencias, el de raíces abudabíes pregunta por el doctor Giulio Spezzano —el médico tratante de la familia—. Pasando las manos una y otra vez entre las hebras de su cabello, Zayn ha venido porque desea hacerse un chequeo rápido de la vista. A cuenta de la bofetada que Laura le propinó hace unas horas, empezó a ver —todavía lo hace— diminutos puntos negros, rojos y blancos desperdigándose en todo el panorama.
Su lado optimista cree que es producto del estrés, pero ¿y si la distrofia macular ha empeorado?
Muy a su pesar, la recepcionista la sugiere esperar como el resto de las demás personas; con la clase que la caracteriza, argumenta que el doctor Spezzano está en una junta médica y, así si viniese la reina de Inglaterra a verse la vista, igual tendría que esperar.
Entonces, con la dignidad a rastras, Zayn Pravesh direcciona sus pies hacia las sillas aterciopeladas del recinto.
El reloj analógico de la pared marca las veintidós horas y los dos litros de agua que bebió mas temprano, antes de salir de casa, empiezan a pasarle factura. Una vez que la batería de su celular se agota, su cerebro no hace más que concentrarse en lo llena que está su vejiga.
«¿Así de incomoda se sentiría la mujer de hace unos días?», la interrogante llega sus paredes cerebrales antes que pueda tirarla lejos. El moreno de ojos azulados menea la cabeza en una negativa frenética. ¿Por qué demonios está metiéndose en sus zapatos? ¿Por qué se molesta si quiera en pesar en un ser tan de baja categoría como ella? ¿Desde cuándo es tan empático con la gente?
En un intento vano para deshacer el recuerdo desagradable de la rubia que conoció; se levanto del asiento sin preámbulo alguno y palpa la pared en toda su extensión hasta llegar al baño de hombres. Puede que intente disimular, pero, a este punto, ya le ha asaltado el denominado “lapsus de ceguera” que roba las imágenes nítidas de su cerebro.
Mientras lucha por mantener la calma. Zayn admira la capacidad que tiene la memoria humana para recordar cosas, en especial la ubicación puntual de algunas partes del cuerpo humano; como dicen por ahí, el cerebro no necesita ojos para ver. Gracias a ello, prescinde de ayuda para drenar el líquido contenido en su vejiga y luego subirse los pantalones.
En pasos torpes camina directo a la puerta, pero cuando se dispone a regresar al asiento que previamente ocupó, orientarse se transforma en una odisea. ¿Debe dirigirse a la izquierda? ¿A la derecha? Da un par de pasos en línea recta y choca abruptamente contra una camilla vacía.
Zayn farfulla un quejido silencioso.
Lo único que es capaz de escuchar es: el sonido de las sirenas de las ambulancias, los gritos de los paramédicos y pasos intensificarse en diferentes direcciones. Una persona pasa a su lado gritando: «¡Auxilio! ¡Necesito un médico! ¡Mi hija está desangrándose!». Imaginarse la escena es tres veces peor que verla.
Todo pasa muy rápido.
Su zapato se desliza sobre un líquido de textura aparentemente pastoso, pierde el equilibrio, cae de rodillas al suelo. En la lejanía, escucha insultos venir a modo de proyectiles desde diferentes direcciones; menospreciar en este momento no es opción, porque ahora a quien están menospreciando —a cuenta de la ceguera momentánea— es a el mismo. Estar en esa posición hace que se sienta inestable…, como un niño pequeño a merced de una tormenta.
Un extraño malestar de terror y consternación de sí mismo lo asalta. De pronto, toda la seguridad que le brinda el poder adquisitivo… se desploma.
Sin embargo, sin salir de la hipnosis de su propia miseria, los oídos del hombre de brazos tatuados consiguen decodificar la aglomeración de palabras de una voz femenina. Entonces, un par de manos suaves le sostienen de caer.
—Disculpe señor, ¿se encuentra bien?
—Defina bien.
En su pecho se arremolina una amalgama de sensaciones que es incapaz de contener, se siente asqueado al sentir el sentimiento enfermizo de depender de alguien más.
—¿Necesita algo? ¿agua tal vez? —la desconocida lo hala del brazo y él consigue ponerse en pie. Vuelve a hablar al término de unos cuántos minutos—. La sala de estar está por allá, permítame acompañarlo.
—No puedo ver nada, ¿y tiene la osadía de indicarme con la mano donde está la sala? Yo puedo solo, mejor váyase por donde ha venido.
Audrey frunce el ceño al tiempo que entrecruza los brazos a la altura de su busto.
—¿Cómo sabe que señalé las sillas con la mano? —Inquiere la rubia, dudando en sobremanera del teatro del chico.
—Bueno, claramente no puedo ver —encoje los hombros con indiferencia, dejándose guiar por quien podría ser una asesina en serie—, así que sólo lo asumí. ¿Va a criticarme por eso?
—Oh no, no; nada que ver —dice ella, afianzando el agarre al bícep izquierdo del chico—. Tranquilícese por favor, mi única intención es ayudarle.
—Me niego a poner en duda su buena voluntad, pero, ¿no está apretándome mucho el brazo?
—Ya saben lo que dicen por ahí, más vale pájaro en mano que cien volando.
—¿Qué? —Los ojos de Zayn se agrandan con sorpresa.
Una carcajada suave trepa alrededor de la garganta de la joven que ahora encarna el papel de buena samaritana; cosa que, eventualmente, le arranca una pequeña sonrisa que no llega a concretarse del todo.
—¿Ha leído Misery de Stephen King?
El entrecejo de Zayn frunce por un instante, pero finalmente logra responder:
—¿Misery? —sus recuerdos dispersos hacen un recuento rápido—. ¿La mujer psicótica que mantenía cautivo a un hombre por —enmarca las comillas con los dedos— “amor”?
Audrey asiente con una media sonrisa pintada en el rostro; todavía siente molestias en la parte baja del abdomen a cuenta del embarazo gemelar que carga.
—La misma.
—Oh, ahora comprendo. Si intenta secuéstrame no escatimaré en llamar a seguridad. No bromeo.
La chica vuelve a reír suavemente.
—Créame, señor…; cuidado, la silla está justo al frente —advierte ella, ayudándolo a conducir la mano hasta el respaldo del enorme sillón—, tengo intenciones escasas de actuar como Misery.
—Gracias.
—No hay de qué.
Aunque Zayn no puede ver más que negrura absoluta, puntos rutilantes y pequeños destellos blancos que llegan a modo de una incongruente ráfaga de flashes, sabe que la mujer todavía está de pie frente a él. Una inspiración profunda es tomada por Pravesh. Momentáneamente, recuerda las palabras del doctor el día que se descubrió el desgaste severo en su retina: «Cuando uno de los sentidos falla, el resto se agudiza de manera sorprendente».
«Usted está loco», pensó Zayn en aquel momento.
No obstante, comprobó la veracidad de sus palabras al enfrentarse solo a mi primer lapsus de ceguera; su sentido auditivo le hizo escuchar hasta el aleteo imperceptible de las moscas de forma sorprendente.
—¿Quieres dinero a cambio? —masculla tras un largo silencio—. Si es así, espera a que mi visión regrese y pueda firmarte un cheque.
Audrey hace una expresión facial de mala gana.
—¿Qué disparates dice? No quiero su dinero.
—No me malinterprete, pero vivimos en un mundo tan siniestro y retorcido que, usualmente, las buenas acciones van inherentes a una retribución monetaria. Por eso detesto que me hagan favores —argumenta Zayn, peinándose cabello hacia atrás con los dedos—, de algún modo uno queda en deuda y esa persona te la cobrará cuando menos lo esperes. ¿Entiende?
Un largo silencio se alza entre ambos y, por una ínfima fracción de segundos, el magnate tiene la firme convicción de creer que la mujer se ha marchado; sin embargo, un suspiro largo le hace saber que sigue ahí… juzgándolo con la mirada.
—Por supuesto, lo entiendo, pero…
Esta vez resoplo con molestia, ahora frotándose los parpados cerrados con las yemas de los dedos de la mano derecha. Es una manía que adquirió aun a sabiendas que el gesto no contribuirá en nada a que su visión regrese. La sensación de ceguera, oscuridad y vacío es…, ¿abrumadora?
—¿Por qué siempre tiene que haber un, “pero”?
El ceño de Zayn ceño se frunce profundamente mientras sus brazos se entrecruzan manifestando un lenguaje corporal robusto y soberbio. Audrey menea la cabeza al tiempo que pasa uno de sus mechones rubios por detrás de su oreja derecha, la sonrisa que carga consigo sigue ahí.
—Los peros constituyen una parte fundamental de la sociedad. Marcan un hito importante; ya sabe, contraposiciones puntuales que, depende como lo veamos, nos permiten verle el lado negativo o positivo —ella carraspea con fuerza—. No sé usted, pero a mi parecer, los peros no son tan malos después de todo.
—Oh, vaya —rueda los ojos al cielo, luego añade a modo de burla—; parece que tenemos una apasionada de las letras por aquí.
El sonido de una carcajada suave se construye en la garganta de Zayn y pretende salir de sus labios, pero no llega a concretarse del todo.
—La vida es una red de comparaciones constantes, señor Pravesh; debería saberlo mejor que nadie.
—¿Nos conocemos? —Él arquea una ceja inquisitivamente.
Darwael encoje los hombros con inocencia.
—Digamos que… tuvimos un encuentro bastante particular esta mañana.
En seguida la mente de Zayn empieza a escarbar entre los sitios recónditos de sus recuerdos a corto plazo. Esa mañana vio más de treinta rostros, las entrevistas llevadas a cabo exprimieron hasta la última sustancia cuerda de su cerebro y la palabra “recuerdo” se transforma en grafías vacías; obviando por completo la acción natural de recordar.
—Sea más específica —pide con voz autoritaria—. Hablé con más de treinta mujeres hermosas; tendría que haberse destacado mucho en su presentación para hacer que yo la recuerde a usted.
A criterio suyo, a la desconocida de seguro no le hacía nada de gracia su enunciado demandante; claro, es sólo una suposición, porque de momento es incapaz de utilizar mi sentido visual. En contraposición, Audrey no hace más que rascarse la parte posterior de la nuca.
—¿Siempre es así de obstinado?
La cuestión llena los oídos de Pravesh, no obstante, lo que más lo hace enojar de todo es la cadencia sarcástica que pinta esa cuestión.
—Sólo soy obstinado cuando no estoy siendo un peligro para la sociedad, señorita… —con la mano izquierda hace un ademán lento y circular, indicándole que se presente ante él.
—¿Peligro para la sociedad? ¿Peligro le llama a creerse la persona más poderosa de la faz de la tierra? —el sonido de la voz femenina toma un tinte diferente, y —creo—, está hablándome directamente a los ojos—. Sin ánimos de ofender, señor Pravesh, pero el único peligro que construye está atrapado en sus paredes cerebrales.
—¿Qué quiere decirme con eso?
Un suspiro largo escapa de los labios de ella en ese momento.
—El único peligro que yo percibo en usted radica en su actitud y no en sus acciones —un sorbido largo es lo único que oigo; mi nariz olfatea un suave olor a café recién hecho—. Hay dos tipos de poderes: el que se nos ha sido otorgado por naturaleza y el que nos labramos nosotros mismos con el paso del tiempo. Eventualmente estas dos vertientes, las cuales son diferentes, al final son capaces de corromper la mente de una persona.
—Se oye muy convencida, ¿acaso se ha enfrentado cara a cara con el peligro?
Una risa entusiasmada escapa de los labios de la mujer frente a él. Zayn desconoce que lo lleva a hacerlo, pero, de pronto, reprime una sonrisa.
—En todo caso, eso no sería asunto suyo.
Por inercia enarca una ceja al cielo…, es sorprendente como la chica misteriosa a los ojos de Zayn goza de una actitud para enfrentarse al hombre más rico de la costa; quien está acostumbrado a recibir halagos y buenos comentarios sobre todos sus logros, por muy estúpidos que sean.
Si las insulta con educación, les encanta.
Si les hace un recuento de todo lo que tuvo que pasar hasta llegar a la posición de CEO de la que goza en Positano Wine CORP, aplauden como focas.
Si alardea de sus atributos físicos e incluso les enseña los tatuajes que pintan gran parte de su piel, caen rendidas a sus pies.
Zayn desconocía, hasta ahora, el desagradable escozor al rechazo. Así que, si bien no logra atinar con la identidad de esta desconocida, le encantaría encontrar sus puntos débiles y sacar ventaja de ellos. Es especialista en destruir a las personas: desde su confianza en sí mismos hasta la capacidad de empatizar con los demás.
—¿Cuál es su nombre?
—Soy Aud…
—¡Drei!
En la lejanía, una voz —mitad grito— particular se expande en toda la estancia…, uno que Zayn conoce bastante bien: Alessandro Ferrari. Los quejidos tardan poco en hacerse notar porque, claramente, en algún sitio hay un letrero rotulado con la palabra: SILENCIO. Por tal motivo, no es de extrañar que los presentes respondan al unísono con un rotundo: «¡Shh!».
—¿Qué estás haciendo aquí?
Esta vez, la interrogante de Zayn va dirigida al mayor de los hermanos Ferrari.
Los sonidos intercalados se sirenas policiales lo llenan todo. Luego, oye pasos acercarse, detenerse, reanudar la marcha; Zayn asume que producto de la afluencia de personas en un espacio tan reducido y sofocante como este.
—Wow, últimamente sales hasta en la sopa —bromea Alessandro—, lo mismo digo, ¿no deberías estar en una cena súper —dice a modo de burla— formal con tus padres y el nuevo comprador de afuera?
—Ehm —Zayn encoje los hombros con indiferencia—, hubo complicaciones. Te las cuento después si me apetece. No has respondido mi pregunta, ¿qué haces aquí?
Alessandro masajea su mandíbula ancha y angulosa mientras sus profundos ojos azules conectan con las lentillas de contacto grisáceas de Audrey.
—Bien, como quieras. En fin, ya veo que tú y Audrey se conocen; ella me pidió que la acompañase a ver cómo va su emba… —el ruido de un golpe seco llena nos oídos de Zayn, posteriormente, Alessandro se queja—. Hey, eso dolió.
La risita de la mujer se oye nerviosa, poco convincente, de esas que salen de tu garganta cuando mientes. Un claro signo del trasfondo de una mentira.
«¿Qué ocultas, mujer misteriosa?», se pregunta Zayn para sus adentros.
—Por dios —susurra Audrina a manera de reproche—, deja de llamarme así. Dices Didi y yo pienso automáticamente en la hermana de Dexter, el niño de los dibujos con un laboratorio secreto. ¿Tú no?
—No inventes, Audrey.
El nombre es lo único que necesita para reconstruir las piezas del rompecabezas, las piezas del rostro de la persona en cuestión. En Italia no tienes muchas opciones en cuanto a los nombres respecta, es decir, es fácil identificar a una italiana de pura cepa por su nombre de pila: Federica, Stella, Fiorella, Angelina, Franccesca.
Sin embargo, sólo un nombre marcó la diferencia entre el resto de los veintinueve expedientes que recibimos.
—¿¡Audrey!? —en el entrecejo del moreno se surcan dos grandes zanjas—. ¿Audrey Darwael?
—No entiendo, ¿ustedes dos se conocen?
Alessandro tiene problemas para entender lo que sucede. Si bien es uno de los socios de Zayn y prácticamente conocen todos los pormenores de la vida del otro; desconocía por completo sobre la relación de trabajo que estaba manteniendo con Audrey. En lo que a Alessandro respecta, conoce a Audrey desde hace pocos días. Pero la cuestión es, ¿cómo demonios se conocen si viven en mundos completamente opuestos?
Darwael, al ver la cara de confusión de su acompañante, dice tras un largo silencio.
—¿Recuerdas que te hablé de un hombre que, aparte de llamarme elefante, me trató súper mal en la entrevista de trabajo de la semana pasada?
La voz dulce de Audrey decrece a medida que formula la pregunta.
—Así es —afirma Alessandro—, pero ¿qué tiene que ver Zayn en esto?
—Bueno —los pulmones de la rubia expelen una gran bocanada de aire al confesar—: ese es precisamente el patán que tienes en frente.