CASSANDRA
Treinta segundos después, saboreo el húmedo frescor subterráneo con una amplia sonrisa.
En esta área todo es menos moderno, más añejo, mas... tenebroso.
Bajo los peldaños de tres en tres de la desgastada escalera que conduce a… ¿un sótano secreto? No sé con exactitud cómo llamarle a este lugar, pero la instalación se asemeja muchísimo a locación de un film de terror.
En cuanto llego al área que se me fue escrita en un papel minutos antes, doblo la esquina e inspecciono el enorme vestíbulo que tengo en frente. Una pareja de policías custodia una puerta gigantesca de metal. Más cerca, un guardia joven lee una guía y escudriña los planos subterráneos plasmados en un cuadro sobre la pared más cercana. El color del traje me hace pensar que el tipo sirve para algun escuadrón militar especializado o algo así. Trae puesto un cubre bocas n***o y una gorra del mismo color, sólo dejando a la vista sus irises marrones.
—Perdone, oficial —le espeto con suavidad—. Aquí se encuentra recluido Jack Harper, ¿o estoy equivocada?
El hombre levanta la cabeza con una expresión sorprendida.
—El chico con TID, ¿está aquí abajo? —Repito una vez más porque no parece entenderme.
El militar vacila unos instantes y se vuelve nerviosamente hacia el extremo opuesto del vestíbulo tipo iglú.
—Eh… sí. Aquí es, ¿por qué? ¿Ha venido a dejarle algún recado? Ja —las cejas del tipo se alzan al cielo—, es usted muy valiente.
—No. En realidad, he venido a verle… a él.
—Bien. —El tipo guarda la guía detrás del bolsillo trasero del pantalón y saca el arma de la funda al tiempo que palpa un juego de llaves en el bolsillo delantero del pantalón de combate—. Espero que tenga una buena razón para hacerlo.
Una sonrisa boba me asalta e instintivamente mis manos se postran sobre mi vientre abultado de cinco, casi seis semanas.
—La hay.
Sin ceremonia alguna, el joven hace señas con los dedos a uno de los guardias de la entrada y escucho la cerradura de la puerta ceder. No pasa mucho tiempo antes de que lleguemos a otra puerta reforzada por barrotes metálicos y un trío de intrincados cerrojos.
Me detengo frente a la puerta y tomo una inspiración profunda. Soy consciente del latir desbocado de mi corazón y la forma en que mis válvulas estomacales se cierran. La decepción que sentía hasta hace un momento se transforma en coraje, mis puños se aprietan con fuerza y siento unas incontrolables ganas de ir al baño.
Abro la boca, aunque sea para aspirar una corta bocanada de aire. Al instante, una habitación completamente blanca aparece en mi campo de visión.
—Tienes diez minutos —la voz áspera del oficial me saca de mi ensimismamiento—. De todos modos, estaré aquí afuera. Usted grite que yo disparo.
Un escalofrío extraño recorre mi espina y esta vez tengo que arreglármelas para sonreír.
—No será necesario.
—Luce muy confiada. Trate de no demostrarle eso a Jack.
—¿El qué? —Pregunto esta vez con mi habitual lentitud.
—Confianza —responde él—. Trate de no mostrarle confianza a Jack, suele aprovecharse de la ingenuidad de la gente para manipularlas a su antojo.
Aprieto mis labios al girar sobre mis talones y trato de reprimir una risotada que amenaza con escapárseme de los labios.
—Lo sé.
Sus ojos viajan a mi lado, dado que estoy de espaldas a la habitación y vuelve la mirada hacia mí. Hay una pizca de una emoción extraña matizando la mirada del muchacho, mientras yo sigo sin salir del trance. ¿Por qué demonios decidí venir aquí en primer lugar?
—Bien, entonces le sugiero darse prisa. Le quedan nueve minutos.
Tan pronto me deja sola, reúno las fuerzas necesarias para encarar a la persona que —por muy cliché que suene la frase— destruyó mi mundo.
El color de las paredes es blanco hueso al igual que el resto de la estancia, sin embargo, el revestimiento es de un material diferente… es como si hubiese colchones en lugar de muros de concreto sólido. Además, a un costado de la habitación dormita una solitaria colchoneta y una silla metálica soldada al piso, es justo en ese lugar donde Jack Harper está sentado.
Sin embargo, lago llama mi atención de manera sorprendente.
Anillas circulares en forma de grilletes se abrazan férreamente a la parte inferior de las extremidades del australiano; el lugar donde la tibia y el metatarso se unen. Además, como está descalzo soy capaz de ver las zonas enrojecidas en las plantas de sus pies, mi vista asciende y nota como de los nudillos empiezan a descender gotas espesas y hediondas de sangre.
Jack tiene los ojos vendados, no puede verme, pero, aun así, no es suficiente para hacerme sentir segura.
Siempre he sabido que “la seguridad” es un concepto invariable, que es una fortaleza imaginaria que creamos para protegernos de algo real o imaginario. Los humanos construyen casas, fuertes y edificios para protegerse del sol, la lluvia y otras inclemencias del tiempo; los cobertizos subterráneos para huir de algun huracán o tornado. Pero, ¿qué hay de la mente? ¿Cómo huir y resguardarse de monstruos que sólo habitan en nuestra memoria? ¿Cómo luchar contra los comentarios desmoralizantes de una persona?
El cerebro no necesita ojos para ver, es cierto, mi amor por Liam es una prueba irrefutable de ello. Pero, de vez en cuando, no vendría mal acudir a un refugio al sentir que el mundo se nos derrumba encima.
En ese sentido, puede que este hospital psiquiátrico me brinde una “protección física” subjetiva de Jack y toda la maldad que lleva por dentro. Sin embargo, ¿cómo escapar del efecto negativo de sus palabras? Porque, admitámoslo, por mucho que neguemos el mal asentamiento de un comentario; al darle demasiadas vueltas a un asunto específico, de un modo u otro terminará destrozándonos porque así lo decidimos.
El cerebro actúa a la inversa.
Y eso es algo que no podemos controlar.
—Cassandra… —Jack arrastra las letras de mi nombre, al tiempo que alza la cabeza y olfatea en mi dirección como si fuese un perro faldero—. Oh, preciosa. ¡Cuánto esperé que vinieras a verme! Cuéntame —ahora una sonrisa maliciosa se apodera de su boca—, ¿cómo has estado?
Mis ojos se cierran al oír su voz, esa voz que me confesó estar enamorado de mí y querer pasar el resto de su vida conmigo. Pese a que el caparazón de Liam Wadskier está frente a mis ojos, lo que habitaba dentro de esa persona se extinguió y lo único que soy capaz de palpar son los escombros de una lápida fría.
Jack ha cambiado mucho, es distinto a Liam en muchos sentidos. Ahora lleva el cabello largo casi a la altura de los hombros y, muy a mi pesar, el aspecto salvaje que tiene le luce muy bien; mientras una espesa capa de vello facial le recubre parte del rostro le aporta esa chispa de sensualidad que tanto estaba acostumbrada a ver.
Exhalo un suspiro y me las arreglo para inhalar una gran bocanada de aire. En cierta parte agradezco que tenga los ojos vendados. Siempre he sabido que los ojos son la ventana del alma, pero, ¿con que podría asociar yo la oscuridad de Jack?
Es increíble el efecto que tiene este hombre en mí.
«¡Él no es Liam! ¡Él no es Liam!».
«Liam no existe».
—Quiero respuestas, Jack.
Las comisuras del cuerpo sin vida se alzan al cielo.
—Directa y al punto. Muy distinta a la mujer vacilante que engatusó a Liam… —las espesas cejas del rubio se alzan en condescendencia—. Me gusta la nueva tú, Cassandra.
«No lo escuches, no lo escuches», grita mi parte racional luchando a muerte por apoderarse de mi cuerpo.
—¿Por qué lo hiciste?
Inquiero yo, ignorando por completo la pregunta. Sin embargo, no soy la única en evadirlas.
—Me gustan los porqués —Jack juega con sus dedos a pesar de que no puede verlos—. ¿A ti no? —echa la cabeza hacia atrás—. ¿Por qué respiramos? ¿Por qué amamos? ¿Por qué existimos si eventualmente moriremos? ¿Por qué demonios nos fijamos en la persona equivocada, si de pequeños nos enseñaron a diferenciar y escoger lo correcto por encima de lo incorrecto? —se pone a pensar por un momento—. Muchos teóricos intentan conceptualizar preguntas que no tienen respuesta. Tú lo sabes, yo también —hace una mueca de desgano con los labios—. ¿Cuál es el sentido de darle vueltas al asunto?
—Sólo quiero entender.
—Entender, ¿qué? ¿Por qué sufría trastorno de identidad disociativa? Vamos, Cassandra —se carcajea—. Sé que en su momento Liam te lo contó.
Trago duro ante la frialdad de sus palabras.
—Precisamente por eso quiero escucharlo de tu boca. ¿En serio Erik te azotaba?
—¿Te enseño las cicatrices de la espalda? —Cuestiona él con inocencia aparente.
—Dios, no.
—Oh, es cierto —una sonrisa se le desliza en los labios—, no soy el único en tener cicatrices.
Me tapo las manos con la cara en un intento vano por borrar las aterradoras imágenes de las cicatrices que ensucian la espalda de Jack. Los pliegues burdos e irregulares, las zanjas y cuencos que se hunden en toda la longitud de ella… los besos que dejé sobre su piel rota esperando curarle las heridas.
—Liam te llegó hasta los huesos, ¿no? —escandaliza mientras aplaude con una efusividad espeluznante—. Digo, ¡hasta te embarazó! ¿Y sabes que es lo increíble de ello?
No respondo, así que continúa su exposición macabra:
—Aunque intentes huir y negarle la verdad al mundo, tus hijos comparten mi ADN. Yo soy el padre de esos niños y apenas nazcan te juro que voy a empezar a pelear la custodia. Voy a hacer las cosas bien, Cassandra. Aun si eso significase tener que enterrarte viva.
—¿Estas amenazándome otra vez?
Se encoge de hombros con diferencia.
—Dímelo tú, eres psicóloga. Los especialistas en la mente humana son ustedes, aquellos que fingen conocerla y, sobre todo, entenderla. ¿Crees que eso es una amenaza?
—Escúchame bien, maldito infeliz —mis puños se cierran a tal magnitud que las uñas empiezan a clavárseme en las palmas—, no vas a seguir amedrentándome con este estúpido juego del gato y el ratón. ¡Ni creas que tienes derecho alguno de acercarte a ellos! —me pongo una mano en la panza—, ¿quieres enterrarme viva? ¡Pues inténtalo! Porque te aseguro, por cualquier deidad u entidad que consideres sagrada, que no dudaré en volarte los sesos.
A ese punto mi voz es frágil, apenas audible.
—Cuando llegue el momento ya veremos si eres tan valiente.
—Jack…
—¡Dios! —sus dientes atrapan con salvajismo su labio inferior—, no tienes idea lo apasionante que es escucharte pronunciar mi nombre.
Tras inhalar otra gran bocanada de aire, me toma un esfuerzo adicional seguir la línea que traía prescrita en la mente: respuestas.
—¿Alguna vez… alguna vez has amado a alguien?
—Define amor.
—Ya sabes —me abrazo a mí misma cuando la calefacción se apaga de golpe—, sentir algo genuino y desinteresado por alguien.
—Soy incapaz de sentir cosas genuinas por una persona, me conoces mejor que nadie.
—¿Por qué ayudaste a Gareth? —mi voz se quiebra en trocitos ínfimos—. ¿Por qué permitiste que me hiciera esas cosas horribles?
—Hueles bien, Cassandra. ¿Es una nueva fragancia la que usas? —vuelve a alzar la nariz, pero see que es una treta para desviar el tema de conversación—, me encantaba oler tu cabello por las noches, mientras dormías.
—¿Por qué yo? —sollozo con fuerza antes de arrancarme las lágrimas con la manga del suéter—. Ayúdame a entender por qué de tantas mujeres habidas y por haber, tuviste que hacer mi vida un maldito infierno.
—No llores, preciosa. Me parte el alma escucharte llorar.
Jack se lleva la mano al pecho para añadirle más dramatismo al teatro que está haciendo. Por mi parte, no hago más que hundir las yemas de mis dedos en mi cráneo y tirar de los mechones de cabello como si fuese a arrancármelos de a puños.
—¡Respóndeme, maldita sea! —Exclamo, caminando en círculos sobre mi propio eje.
—¿Sabes una cosa? A este punto creo sentir algo por ti.
—¿Qué cosa?
Sueno necesitada, realmente necesitada. Entonces, me enseña esos blancos y filosos dientes antes de responder:
—Obsesión, Cassandra —se pone en pie, amedrentando a la pequeña e ingenua Cassie—. Si secuestrarte es la única forma de tenerte, estoy dispuesto a seguir los pasos de Gareth. Ve con cuidado, preciosa. Yo que tu no me fiaría tanto de los desconocidos.
—¿Por qué?
—Cariño… —sus dedos dibujan una especie de pentagrama al aire—, recuerda que la persona que intenta ganarse tu confianza… es la misma que desea reescribir el epitafio sobre tu tumba.