23 NOVIEMBRE 2021
SANATORIO MENTAL
PARIS, FRANCIA
CASSANDRA
Todo a mi alrededor es blanco: los árboles, el pavimento asfaltado, el parabrisas del auto, los anuncios a los costados de la carretera.
A mi parecer, el blanco es un color muy silencioso, un tanto triste y bastante sereno.
De niño, cuando algún adulto pregunta cuál es tú color favorito: respondes azul si eres varón, respondes rosa si eres hembra.
Lo cierto es que todos los colores del círculo cromático nos parecen interesantes, nos fijamos en las diferentes tonalidades que aporta la naturaleza, pero solemos pasar por alto el blanco. Tal vez porque nos parece demasiado simple, porque carece de matices o puede que no nos transmita ninguna emoción; sin embargo, —a mi parecer— es un color que evoca aquello que sentimos, las experiencias que de alguna forma nos han marcado de por vida, el llanto sordo de la noche, esa esencia que, sin querer, perdimos en el camino.
Quizás por esa razón en los manicomios y otros centros de salud predomina el blanco, sea cual sea el caso, pisar uno de esos hace que una parte importante del ser humano desfallezca.
Una parte de nosotros muere cuando dejamos que el tiempo nos cambie.
A este punto, la estática de la radio se apodera del reducido espacio; sacándome de mis cavilaciones reflexivas. Hace aproximadamente una hora abandonamos la metrópoli parisina y nos adentramos en una de las vías más peligrosas del país. En esta zona, los riscos, acantilados y las depresiones irregulares en el relieve local han cobrado la vida de algunas personas; al menos eso advirtió mamá.
Los cimientos de lo que parece ser una fábrica abandonada se alza frente a mis ojos: paredes descoloridas, barrotes oxidados y el promontorio de nieve a la entrada le quita vistosidad al rótulo desvaído que adorna la entrada.
Cuando el automóvil policial aparca en el estacionamiento del edificio, el nudo que se ha formado en la boca de mi estómago de pronto amenaza con apisonar mis pulmones. Dios, nunca había sentido tanta ansiedad en mi vida. Soy perfectamente capaz de sentir la sangre bombear a todas las terminaciones nerviosas de mi cuerpo, mis sienes palpitar con fuerza…
Hace dos meses me vi cara a cara con la muerte y, por primera vez, he tomado la firme decisión de visitar a uno de los responsables de mis desgracias. Tal vez conozcas mi historia, tal vez no; de todos modos, el pasado ahora no es relevante. La gente suele decir que las vivencias pasadas afectan al ser humano —incluso más que el presente— porque a partir de las decisiones, errores y aciertos que cometemos, usualmente construimos el “somos”.
Mi parte profesional, esa que cimienta sus creencias en el uso y don de la palabra, cree con firmeza en la veracidad de ese hecho; en cambio, ¿cómo persona? ¡ja!, como persona ni siquiera sé el significado de confiar o en quien creer.
A mis veintiséis casi veintisiete años, lo único que he conocido es dolor. ¿Sabes lo que es vivir a base de engaños, mentiras, decepciones, desilusiones mordaces? Todos los días me veo al espejo y me pregunto: ¿quién soy?, ¿cuál es mi propósito en la vida?, ¿por qué todo aquello que amé y atesoré se desvaneció en una vil mentira?
Todas mis aspiraciones se fueron al caño a consecuencia de la muerte de Liam, así lo veo yo…
«Basta de compadecerte de ti misma».
«Basta de ahogarte en tu propia miseria».
«Tienes que salir adelante…, por ti y por los niños»
«De ahora en adelante, lo que debería importarte radica en cómo sobreponerte, en cómo cerrar tus heridas y convertir el dolor en fuerza».
—¿Está segura de que esto es lo que quiere hacer, señorita Bradshaw?
La voz del agente Mikaelson suena lejana, como hubiese un túnel entre nosotros y él gritara en mi dirección un puñado de palabras que se disgregan en el transcurso del viaje. Me animo a asentir de forma frenética y deshago el agarre del cinturón que me mantiene sujeta al asiento, al tiempo que halo la manija del auto para salir del él.
—Si no lo enfrento ahora, ¿entonces cuando podré hacerlo?
—Bien —dice el hombre de cabellos blancos como la nieve—, espere aquí mientras confirmo nuestra llegada.
—¡No se atreva a dejarme sola! —Exclamo, aferrándome sin vergüenza alguna al brazo del señor.
Mis ojos discurren la estancia con cierto recelo, este lugar me da una especie de… no sé, mal presentimiento.
No me percato del momento en que he salido del auto, ni menos cuando camino un buen tramo del concreto despedazado. En este momento, la gélida brisa invernal me provoca un escalofrío que me sacude de pies a cabeza.
—Señorita Bradshaw, esta área está completamente sitiada por agentes federales. Además, hay cámaras de vigilancia en cada poste que ve frente a usted.
De nuevo, mis ojos viajan hasta los cuatros puntos cardinales; ansío en sobremanera cerciorarme de que sus palabras son ciertas, pero sólo me topo con árboles desnudos.
Como el sanatorio mental se encuentra a las afueras de París, la vegetación es nula a consecuencia del inclemente invierno que azota la ciudad de París y se aspira la humedad en el ambiente; aunado a esto, una ligera llovizna ha empezado a descender de los estratos grisáceos del cielo.
—Con todo respeto, aun si los miembros de la Liga de la Justicia estuviesen vigilando la entrada en este mismísimo instante, igual me valdría un cacahuate. Voy con usted —entrecruzo los brazos rehusándome a dar mi brazo a torcer—. Es mi última palabra.
Él oficial Mikaelson guarda silencio.
—Hay cosas horribles ahí dentro —dice finalmente a modo de advertencia. Lo percibo en como los músculos de su cara se contraen e intercala la mirada entre uno de los ventanales del piso superior y yo.
Rio solo con escuchar su enunciado. ¿Con quién cree que está hablando?
—Lo sé.
—El mal toma muchas formas, señorita Bradshaw.
—Eso también lo sé.
—Bien —el señor inhala una profunda bocanada de aire y arrastra las suelas de las botas hasta los peldaños de las escaleras; yo procedo a seguirle el paso—. ¿Ha estado antes en algún sitio como este? —pregunta, esta vez dándome la espalda.
Me detengo en la primera escalinata.
—He tratado pacientes… en mis años de residente como terapeuta —me relamo los labios engarrotados por el frío—. ¿La experiencia que adquirí con Meléndez también cuenta?
El menea la cabeza en una negativa lenta, el movimiento es mecánico y me atrevería a decir que casi oxidado, como una bisagra dañada a cuenta de la lluvia y otras inclemencias del tiempo.
—Esto es diferente. Las personas de éste sanatorio son personas emocionalmente inestables, son medicadas a diario, pero parte de ellos hacen resistencia a los sedantes y antidepresivos. No pretendo asustarla o hacerla cambiar de parecer; mi intención es hacerle entender la magnitud de enfrentarse a Li…
Mis manos se empuñan en un acto involuntario.
«No te atrevas a recordar».
—Jack —sentencio de golpe—, Liam nunca existió.
—Lamento escuchar eso.
Y ahí está, la típica mirada llena de lastima y compasión que suelen dar las personas que fingen interesarle tus males. No hago más que poner los ojos en blanco.
—Da igual —entorno los ojos, escudriñando luego el esmalte dañado de mis uñas—. ¿Entraremos o vamos a quedarnos aquí toda la tarde? Sea honesto conmigo porque tengo demasiadas cosas que hacer antes de marcharme mañana por la mañana.
Encojo los hombros con indiferencia dando a entender que sus condolencias me resbalan. Esta es parte de mi nueva faceta… la parte inherente de mi nueva identidad. Lo último que Vlad sugirió antes de marcharse de mi vida fue: «Si vas a fingir ser alguien que no eres, al menos hazlo bien y trata de hacerme sentir orgulloso».
—¿Marcharse? ¿A dónde?
Reanudo mis pasos y, cuando finalmente he quedado a la par de su escalón, vuelvo a hablar:
—No es de su incumbencia.
—Después de usted, señorita… —Thomas extiende la mano en dirección a la puerta.
***
Los grilletes de las cadenas caen provocando un eco de ultratumba y el oficial de la caseta de seguridad hala el portón blanco hueso hacia un costado. Un par de enfermeros embutidos en tela blanca nos piden guardar las pertenecías en pequeños cestos individuales; cuando son resguardadas en una especie de cajita fuerte, nos ofrecen una llavecita como garantía.
No me siento para nada cómoda con que un extraño se dedique a manosearme; es asqueroso..., al menos así es como lo veo yo. Al tiempo que un par de manos palpan los bolsillos traseros de mis pantalones, mis ojos se cierran con fuerza mientras mi cerebro busca otra alternativa para distraerse… los recuerdos de aquella noche siguen nítidos en mi cerebro y se me dificulta avanzar en mi proceso de recuperación mental.
He de confesar que el agente Thomas Mikaelson hizo mal en sorprenderme; me hizo creer que vino sólo, pero trajo a alguien consigo, nada más y nada menos que a Hailey Shenzhen. Fingir llevarme bien con alguien que en serio detesto es una tarea bastante difícil, pero si quiero sobrevivir al juego de identidades, lo más sensato es tragarme el orgullo y hacer como si nada pasara.
—¿Hola? —una mano pasa varias veces frente a mis ojos, en ese momento consigo espabilar—. ¿Hay alguien ahí? ¿Estás segura de que quieres hacer esto?
—Disculpa yo… —me deshago del abrigo felpudo sin quitarle la vista de encima—, estaba pensando en otra cosa. Ya sabes, nada de esto es fácil para mí...
Las cejas de mi compañera se alzan, arreglándoselas para brindarme una sonrisa reconfortante que no llega a concretarse del todo.
—Lo imagino Cass. Ven, yo te ayudo con eso —se coloca de espaldas a mí, también me ayuda a deshacer la tela pesada de su sitio y colgarla en uno de los percheros de la entrada—. Wow… —los ojos azules se clavan en mi abdomen—, la panza te ha crecido bastante. ¿De cuánto estas ya?
Escarbo en los lugares más recónditos de mi mente porque de momento no recuerdo.
—Ahm —me rasco la parte posterior de la nuca—, doce, casi trece semanas.
Hailey extiende la mano como queriendo tocar mi abdomen semi abultado, pero parece pensárselo dos veces. De un momento a otro frena de golpe.
—¿Puedo?
—Adelante.
El tacto suave de la rubia no tarde en hacerse esperar, como tiene que inclinarse un poco, se ve en la obligación de pasar un par de espesos mechones dorados detrás de sus orejas. No sé exactamente de qué va la cosa, pero una parte de mi cree percibir un halo de tristeza en su mirada.
Cuando la oficial de inteligencia se incorpora de golpe y arranca —lo que a mi parecer es una lágrima fugitiva— algo de su rostro. Luego, y sin ceremonia alguna, empezamos a transitar en infinito corredor blanco.
—Los gemelos están enormes, ¿te dijeron el sexo de los dos?
—Pff, que va —pongo los ojos en blanco—; he faltado a los últimos dos controles prenatales porque me aterra poner un pie fuera del departamento. Pero eso va a cambiar pronto.
—¿A qué te refieres con “va a cambiar pronto”?
—Me mudare, Hailey. Ya es tiempo de cambiar, empezar de cero… sepultar esta identidad.
Ella, para nada contenta con mi decisión, entrecruza los brazos. En el lenguaje corporal significan dos cosas: quiere un abrazo o está alzando un muro entre ambas.
—Ese es el modus operandi de Cassandra Bradshaw, ¿no es así?
—¿Qué? —Pregunto, mirándola con el rabillo del ojo.
—Tal vez esté sonando un tanto brusca, pero no puedes huir del pasado toda la vida. Cuando te secuestraron hace varios años huiste despavorida al otro lado del mundo; y, ahora que la historia se repite —su sonrisa se ensancha amargamente—, ¿piensas darle la espalda a todo lo que con tanto esfuerzo has construido?
Exhalo un suspiro lleno de pesar, ira, amargura. Una llamarada de fuego amenaza con calcinarme las venas, la piel, todo el tejido subcutáneo su paso.
—Para ti es fácil decirlo, no has estado cerca de la muerte y tampoco dos psicópatas se han obsesionado contigo al punto de tener la intención quemarte en una hoguera.
El silencio sepulcral que se alza a nuestro alrededor es roto por el golpeteo de nuestros zapatos contra la cerámica pulida del piso.
—Me he enfrentado a la muerte más veces de las que te imaginas —dice, al término de unos cuantos minutos—, te aconsejo no juzgar a la gente. Al final, todos cargamos con cicatrices, mapas de vida que cuentan nuestras historias personales.
—Oh, gran discurso motivacional —digo de forma irónica, hundiendo una de mis manos en mi cabello—; ¿qué pretendes lograr con ello?, ¿hacerme reflexionar?, ¿qué me disculpe contigo? —se me escapa una risotada corta y seca—. Mira Hailey, sé que tu intención es buena, pero la Cassandra estúpida que empatizaba con las personas… esa que solía ponerse bajo la piel de las personas… dejó de existir hace mucho.
Ella asimila cada palabra antes de abrir la boca y decir quién sabe qué, pero no oigo lo que dice a consecuencia de los murmullos, quejidos y plegarias desperdigarse en toda la amplitud del corredor.
A este punto del camino, las habitaciones —que a mi parecer claros eufemismos de las palabras «celda» y «prisión»— empiezan a tomar forma y cada paciente intenta lanzar proyectiles verbales en dirección nuestra; algunos dicen cosas lindas, otros echan mano al humor n***o, con sentido doble, insultos, palabras obscenas.
«No confíes en tu amiga la rubia, ella me metió en este lugar».
«Acaba de entrar en la puerta del infierno. Cuídate la espalda».
«Si estás aquí algo debes haber perdido».
—No los escuches—advierte Hailey en un susurro bajo mientras me hala del brazo hacia ella—, pretenden meterse en tu cabeza, hacerte dudar hasta de tu propia sombra.
Cuando me doy cuenta del efecto que esas palabras tienen en mí, deshago el agarre de los barrotes fríos. Dios…, yo, ¿cómo llegue ahí? De pronto una oleada de preguntas me asalta y no me siento capaz de confiar en mi propia voz, por tanto, veo factible guardar silencio y evitar meter más la pata.
Últimamente me he especializado bastante en ello.
—¿Y cómo te va a ti, Cassandra? ¿Sigues yendo a terapia con Meléndez?
—La vida ha sido condescendiente conmigo —me abrazo a mí misma—, al menos sigo viva.
—¿Es idea mía o acabas de evadir pregunta?
—Supones bien. ¡Dios! Estás helando aquí dentro.
—Descuida, en breves se pone peor.
—¿Cómo que peor? —Giro sobre mis talones caminando en dirección opuesta, pero sin dejar de avanzar hacia adelante.
—Ya lo verás.
Quisiera decir que nuestra travesía llegó a su fin al poco tiempo, pero les estaría diciendo una gran mentira. Los siguientes tortuosos veinte minutos transcurren a la velocidad de una tortuga, en especial por el silencio incómodo que flota en la estancia, también por el hedor proveniente del interior de algunos aposentos.
Mis pies pesan una tonelada, tengo la vejiga a reventar y un extraño rugido proveniente de mi estómago avisa que ha sido un error haber venido aquí sin almorzar antes; pero justo cuando creo que hemos llegado a nuestro destino final, una puerta de acero blindado se atraviesa a la mitad del camino.
Sin darme tiempo a formular preguntas respecto a ello, Hailey posa la barbilla en algún punto de la pared blanca y una extraña luz led roja hace un escaneo de su retina; es tan absurdo que parece una imitación barata de la adaptación audiovisual de “Ángeles y demonios” de Dan Brown.
Estoy a punto de carcajearme en sus narices, sin embargo, el material pesado se abre de forma automática; no es el ruido estridente lo que me sobresalta, sino el alto descenso en la temperatura que me golpea al abrirse completamente. Digo, si antes creía que afuera estaba helando, este lugar es el corazón de un glaciar.
—¡Dios santo! —mis dientes titiritan mientras me froto los antebrazos con las manos—, ¿a quién torturan ahí dentro?
Con un simple gesto hecho con la cabeza; Hailey me indica que debo entrar rápido antes que el enorme portón vuelva a cerrarse a nuestras espaldas; tan sólo pensar en que la luz falle, en que haya algún circuito en el cableado eléctrico me provoca una ansiedad tremenda.
—Bienvenida al nivel tres del piso, Cassandra. Ponte esto —lanza un sobretodo de algodón recubierto de plástico que ha sacado de vaya a saber dónde—, anda, no me mires así. Es por tu bien. Querías entablar una conversación formal con Liam —se golpea la frente—, perdón, Jack, ¿estoy en lo cierto?
—Tal cual.
—Entonces no estás en posición de llevarme la contraria. Póntelo y ya, ¿para qué complicarte la vida?
Inhalo una profunda bocanada de aire antes de acceder; asumo que el “orgullo” es parte inherente de la nueva personalidad en la que estoy trabajando con ayuda de Fiorella. Inevitablemente a mi cabeza llegan preguntas como: ¿cuántas personas han usado esto?, ¿cuántas personas han muerto aquí dentro?, ¿qué esconde este hospital en un sitio tan inhóspito como este?
Mis dedos palpan la superficie plana, pero el frío es tanto, que se pegan al acero. Al atraer la mano de nuevo hacia mí; dejo pequeños trozos de piel adheridos la puerta blindada.
Un recuerdo del viaje a Hobart me asalta, una remembranza que atesoro de la temporada invernal pasada; soy incapaz de sostenerme y mi espalda busca como soporte a alguna de las paredes solidas del pasillo.
Todo a mi alrededor se fragmenta; escucho las voces de Liam e Iskander rebotar en un eco terrorífico las paredes de mi cerebro despedazado.
Dos puertas aparentemente idénticas.
Un enorme candelabro pendiendo del cielo raso.
Las manchas de sangre deslizarse en el revestimiento de las paredes; la misma se discurre en el piso como si alguien hubiese arrastrado un c*****r al interior de una de las habitaciones.
El escozor que sentí por dentro al imaginar a Liam siendo azotado por Eric, los pliegues burdos ensuciando la espalda de quien en ese entonces quise como el amor de mi vida.
Me obligo a regresar en sí para evitar mostrarme tan conmocionada frente a Hailey; aunque lo único que quiero hacer en este momento es echarme a llorar, necesito un par de brazos que me hagan saber que no estoy loca.
—¿Por qué la pared insonorizada, Shenzhen? —Señalo con el dedo el material plateado a un costado—. ¿Qué ocultan? ¿Cuál es el sentido de cerrar las puertas al exterior? —giro sobre mi eje, escudriñando cada rincón de la estancia—, aquí no hay ventanas.
El lugar es asfixiante. Imagina caminar un pasillo angosto infinito de color blanco, sin ventanas, tampoco tragaluces. Aquí pasa el tiempo, pero no te das cuenta; es como entrar a otra dimensión donde el reloj se detiene, donde eres incapaz de hacer algo para remediarlo.
—Estamos en el nivel tres, linda. Aquí el hospital resguarda a los pacientes potencialmente peligrosos; he oído decir que la intención es esa, aislarlos del exterior y así moldear su conducta. No te atrevas a preguntar para qué —dice al instante que volvemos a caminar juntas—, este gremio no pertenece al mío; la psiquiatría no pertenece a lo mío.
—He trabajado con pacientes psiquiátricos, Hailey; pero eso no tiene nada que ver con —mis ojos discurren de nuevo el asfixiante espacio— esta casa del horror. Digo ¡esto es una prisión!, como Alcatraz dentro de un hospital. ¿Entiendes?
Los ojos azules de Shenzhen conectan con los míos y, por primera vez desde que llegué, percibo una mirada cargada de empatía.
—Bueno —la rubia desenfunda el arma del cinturón y la carga con los cartuchos que trae en el chaleco antibalas—, por si fuese el caso, estaremos preparadas. Toma esto, Bradshaw —lanza un tubito de gas pimienta—, si vas a enfrentarte con el hijo del diablo necesitas estar preparada.
De inmediato las alarmas de mi parte cuerda se encienden,
—¿Qué no hay cámaras de vigilancia en cada esquina? Hailey, me rehúso a meterme en problemas por tu culpa.
—Shh, baja la voz —me reprende tras posar el dedo índice sobre sus labios—, en esta ala del pasillo no hay cámaras, al menos no en el tramo donde tú y yo nos encontramos ahora mismo. Hay dos líneas finísimas que delimitan el área, ambas a metro y medio adelante y detrás de nosotras —señala el piso con las manos—, pero no debe pasar mucho sin que las cámaras nos capten. Ahí seguridad vendrá para meternos en… —Hailey empieza a caminar y yo le sigo—, ¡qué sé yo! ¿un calabozo?
—¿Hay calabozos por aquí?
—Vamos Cass, no seas ingenua. Sólo bromeo.
—¿Alguna vez has matado a alguien?
Me animo a preguntar. Si bien desconozco la razón, una parte de mi necesita conocer a Hailey con más profundidad, ya sabes, ahondar en su pasado para responder algunas interrogantes por mi cuenta; después de todo, y a pesar de haberse quedado con el hombre a quien yo quería con todo el corazón, a ella le debo mucho.
Tampoco creo que sirva de algo fingir ser la “amiga perfecta”, pero tengo la necesidad de cambiar el tema.
—La pregunta correcta es, ¿por qué tú no?
—Es contra la ley.
—Cuando inicié en mi primer año en la academia policial solía pensar igual que tú; pero una vez mi vida estuvo en peligro, no dudé un segundo en pensar en mi bienestar físico. Parte del gaje de este oficio radica en entender que hay decisiones que uno debe tomar por cuenta propia… decisiones que de alguna manera repercutirán en la vida de una persona. Pensar en la salud física y mental de uno no es sinónimo de egoísmo; mas bien, es amarse, valorarse como persona aun si eso significase quitarle el derecho de vivir a un ser humano.
Por alguna extraña razón, esas palabras consiguen sosegar mis miedos.
—Eso fue tan poético y filosófico que debería escribirse en un libro.
—Lo aprendí de ti, Vlad no paraba de mencionar lo apasionada que eras por la literatura.
—Vlad… —una punzada de dolor me lastima el pecho—, ¿cómo está él?
—Acostumbrándose.
—¿Acostumbrándose a qué? —Cuestiono con cierta ironía
—A tu ausencia —responde Hailey, dedicándome una sonrisa melancólica.
—No comprendo —mi ceño se frunce profundamente—, ¿qué quieres decir con eso…?
—¿Alguna vez te han dicho las verdades a la cara?
Esta vez, mi expresión facial es más confusa que antes.
—¿Qué te pasa, Hailey? —detengo la marcha de golpe—. Si sientes necesidad de desahogarte conmigo ¡pues hazlo y ya!, porque déjame dejarte las cosas bien en claro —tengo la osadía de apuntarla con el dedo índice—, no me gustan las insinuaciones… los juegos de palabras y esas cosas estúpidas.
—¿En serio quieres honestidad de mi parte? —la rubia pregunta empuñando las manos que caen a ambos lados de su cuerpo—. Bueno, eso tendrás. Mira Cass, Vlad fingió estar de acuerdo con tu decisión, sí, es verdad. Pero entiende que el muy cabezota es tonto; en el fondo acceder a tus condiciones y aceptar el trato lo destrozó por completo. De alguna manera, al perderte perdió a la única persona que lo ataba a su padre.
Yo chasqueo la lengua, ¿su atención es amedrentarme?
—Ay no. No. No —meneo la cabeza en una negativa frenética—, no te atrevas a hacerme sentir culpable cuando acabas de darme un discurso motivacional indirecto sobre el amor propio. Para salvarse de su miseria siempre te ha tenido a ti, siempre has sido su predilecta. Una vez me comentó que te llevabas genial con Scott, ¿qué más conexión con el pasado que tú?
—En eso te equivocas, Cassandra. ¿Cómo competir contra la mojigata amnésica cuyo novio la cosía a golpes mientras un demente la perseguía para matarla? —Hailey se encoje de hombros ensortijando uno de sus rizos en su dedo índice—. Vlad se la vivía pensando en ti, mortificándose a diario a cuenta de tus decisiones absurdas y buscándole solución a algo que evidentemente no tenía arreglo. Cuando supo lo de tu matrimonio con Wadskier, se vino abajo.
La cobardía me gana esta vez, así que me limito a inclinar la cabeza; mi parte orgullosa sabe que todas, absolutamente todas las palabras moduladas de Hailey
» ¡Yo sentía tanta rabia de ver a mi chico destrozado! ¡Cielos! —de repente empieza a caminar en círculos—, él en serio te quería. ¡Por eso arriesgó su vida incontables veces por salvarte el trasero! ¿Y a ti te valió igual todo lo que hizo? —ahora se sumerge las manos dentro de su cabello como si quisiese arrancárselo de a puños—. Vlad quería apoyarte, estar contigo… convertirse en la figura paterna de tus hijos, brindarte la estabilidad emocional que según él “mereces”.
» Pero, ¿tú que hiciste? Echarlo de tu vida como a un maldito perro faldero. El descaro en una virtud que se te da bien, reina.
Juro por todas las cosas que considero sagradas, que si no estuviese embarazada ni hubiese un centenar de nanocámaras escondidas en cada pliego del techo raso; ya me le habría abalanzado encima y la hubiese cosido a golpes. A medida que camino, mi mano derecha se abre, se cierra; analizo las líneas que esculpen mi palma, me pregunto: ¿cómo se verían estampadas en el rostro de Hailey?
Averiguarlo suena tentador.
«No lo hagas».
—¿Qué? ¿Qué sentido tiene exagerar todo? —me cruzo de brazos con una sonrisa ladina y suspicaz—. Las cosas no son como la estas pintando; yo estuve enamorada de Vlad, de echo ni siquiera sé si lo que sentí en ese entonces fue enamoramiento o capricho en sí —sacudo la cabeza al tiempo que me masajeo las sienes con las yemas de los dedos—, no sé, estaba muy confundida. Pero, ¿sabes que es lo más irónico? Él sólo tenía ojos para ti, Hailey. Nunca me vio como una opción, todo el tiempo percibí que sentía lástima de mí.
» Dime, ¿qué hombre de veinticinco años, con una vida aparentemente perfecta se fija en una niñita sufrida y catatónica de dieciocho? ¿ah? Entiendo tu punto, y créeme que lo respeto, pero no le veo el sentido de tacharme como la antagonista de la novela.
Hailey vuelve a girarse cuando cruzamos otro pasillo; estoy tan concentrada en mi enojo emocional que se me pasa por alto seguir batallando contra el frío, el calor ha derretido todo el hielo que arropaba mi piel. Soy un volcán a punto de estallar. Chispazos de dinamita pura.
—Toda la historia se ha centrado en los deprimentes pormenores de tu vida privada, Cassandra. Te conozco muy poco, pero sacando conclusiones dichas por el propio Vlad, eres un constante: «¡Ay! Pobre de mí», «tengo que huir porque soy incapaz de lidiar con mis problemas», «mi novio me pega porque no tengo suficiente amor propio» —imita mi voz en una tonada bastante molesta—. Valórate, reina. Aprender a quererse cuesta poco y vale tanto.
A este punto de la situación y, sin preámbulo alguno, alzo la mano con una furia —que se me antoja incontenible— y el odio que sentí —todavía siento— hacia Hailey durante todos estos años, se drena en la bofetada que descargo en su mejilla pecosa y regordeta. Desconozco la magnitud del golpe hasta que veo una de las comisuras de sus labios sangrar con insistencia.
Quisiera decir que siento pesar, pero, por el contrario, encuentro sosiego en el mal que acabo de hacer… una tranquilidad indescriptible. Acabo de probar el mal y me ha encantado.
«Déjale en claro quién manda».
—No me conoces, Hailey. Lo que sabes de mi es tan falso como el anillo que compromiso que llevas en la mano izquierda… —le lanzo una mirada que fácilmente podría decapitar a un c*****r—, no tienes idea de las cosas que he tenido que enfrentar para convertirme quien soy hoy.