CAPÍTULO IIEl Conde despertó temprano y se quedó unos momentos pensando en su familia, acostado en la cama de cuatro postes, en la que habían nacido y muerto muchas generaciones de los Roth.
Luego se levantó y, cruzando la habitación, descorrió las cortinas y contempló el paisaje, iluminado por el sol de abril.
Pensó, como lo había hecho al llegar la tarde anterior, cuando el sol apenas empezaba a ocultarse, que no había lugar más hermoso en el mundo entero, que el Castillo del Rey.
Bancos de neblina matutina pendían todavía sobre los dos lagos plateados, unidos por un puente que formaba parte del sendero que conducía a la casa, a través del parque. Bajo los viejos robles, una alfombra de narcisos era como un heraldo dorado de la primavera. Había también narcisos asomando impertinentes
