—¿Cómo podré. . . dormir en las noches — continuó la voz joven—, pensando en ti… sabiendo que tú me estás… extrañando… sabiendo que tú no… comprenderás por qué no estamos… juntos? La voz se quebró al decir eso. La muchacha que estaba hablando empezó a llorar de nuevo, con gran desconsuelo, hasta que, con voz enronquecida por el llanto, continuó: —¿Y si son… crueles contigo… si no entienden lo gentil que eres… lo listo y obediente que puedes ser? ¡Oh, mi amor… mi amor! ¿Qué puedo hacer? ¿Cómo voy a poder dejarte ir? ¡Quisiera estar muerta! El Conde desmontó. Ató las riendas de su caballo a la rama de un árbol caído y se dirigió en silencio hacia el lugar de donde procedían los sollozos y las palabras desesperadas. Avanzó unos cuantos pasos entre los árboles y llegó a un claro donde encon