—¡¿Por qué has roto mi tarjeta?! —exclamó Zahara con evidente molestia. La asistente salió casi de inmediato, asustada. —¡¿Por qué?! —exclamó Azael, severo, tomó las rosas de ese hombre y las lanzó al cesto de basura—. Mi prometida no tiene por qué recibir las rosas de otro hombre, para eso me tiene a mí, para recibir rosas. Azael tomó el florero, y puso las gardenias rojas ahí. Zahara estaba molesta. —¿Prometido? —luego rio—. Eso suena tan ridículo para ti. Ella intentó alejarse, pero el hombre se acercó y la atrapó en sus brazos, estrechó su cintura, mirò sus ojos. —¿Te importa tanto ese tipo? Zahara rodó los ojos. —¿Celoso? —exclamó ella. —Sí y mucho, demasiado, ¿Entiendes? Y si lo veo merodeando a tu alrededor, juro que haré que se arrepienta de mirarte. —¡Oh, bravo! ¡Qué