Cuando Azael abrió los ojos, miró al otro lado de la cama, las arrugas en las sábanas le confirmaron que aquello no fue un sueño, él pasó la noche al lado de su esposa, al lado de Zahara.
Se levantó de la cama, aturdido, aún estaba desnudo.
—¿Zahara? —exclamó, pero notó el raro silencio en la alcoba.
No era usual para él estar en esa habitación, y se sintió extraño. Una sonrisa se dibujó en sus labios.
«¿Quién iba a decirme que pasar la noche con ella sería tan gratificante?», pensó
Azael solo había querido una vez a una mujer y esa era a Gina, fueron colegas en la universidad, él la adoraba, luego cuando egresaron, él tuvo que volver a la ciudad para ser el CEO aprendiz, Gina no dudó en seguirlo, pero al enfrentarse a los Nolan, recibió el rechazo de todos, especialmente de los padres y el abuelo Conrado.
Azael aceptó estar con esa mujer, contra la corriente, incluso se planeó desheredarlo, y dejarle sin trabajo, nada parecía importarle, iba a casarse con esa mujer, en una modesta ceremonia, el día de la boda, ella lo dejó plantado en la capilla.
Y él supo por los medios de comunicación, que Gina se casó con el rival del grupo Nolan, un viejo CEO muy rico, que le doblaba la edad.
Eso lo descorazonó, juró no volver a amar, volvió a la familia, y en castigo, el abuelo le ordenó ser pasante en el Grupo Nolan, e ir escalando hasta llegar a merecer ser CEO, pues ya no confiaba en su buen juicio.
Azael no temía de eso, y aceptó.
Cuando se dio cuenta, al fin, de que estaba solo en esa habitación, miró los papeles en la mesa, junto a un papel con letras grandes, se levantó y puso la ropa interior, se acercó y tomó el papel.
«Adiós, y buena suerte, la vas a necesitar. Zahara Reese»
El hombre curvó las cejas, ¿acaso era una amenaza?
Tomó los papeles de divorcio, se quedó perplejo, la firma de Zahara estaba estampada en cada una de las hojas.
—Se ha ido, ¿me ha dejado en libertad? —miró a la cama y se acercó con lentitud al ver las manchas de sangre, ella era virgen, pero lo había dejado sin decir nada más.
Más tarde.
Azael habló con el abuelo, estaba tan enojado, que le ordenó que debía buscarla para darle una compensación.
—¡Ella merece una compensación por amarte!
—¿Hablas de dinero? Y decías que ella no estaba conmigo por dinero, pero está bien, le daré lo que sea, abuelo.
—No lo que sea, le darás la herencia que tu madre difunta te dejó.
Azael estaba perplejo, eso era mucho dinero, pero si era el precio de su libertad, estaba dispuesto a aceptarlo.
Un abogado vino después, e hizo que firmarán el acuerdo para enviar la compensación a Zahara.
El abuelo por lo menos estuvo satisfecho, pero seguía furioso con su nieto.
Rebeca, la madrastra de Azael, lo había escuchado todo, la puerta estaba entreabierta, cuando vio que venían, corrió de puntillas y se refugió detrás de una pared para no ser vista.
La mujer apretó los nudillos hasta que se le volvieron blancos.
«¡Maldita arribista! ¿Con qué se quedará con cien millones de euros y una villa solo por haberse casado con un Nolan? Eso no es justo, yo misma me casé por dinero, ¿Qué obtengo? Incluso no tengo dinero propio, mi dinero es totalmente de los Nolan, esa mujer avariciosa, no se saldrá con la suya», pensó.
***
Azael volvió a casa.
Se sentó y miró frente a la larga mesa, era la primera vez que ella no estaba ahí.
Solía desayunar con él en ese comedor enorme cada mañana, no importaba si solo eran ellos dos, ella solía hablar sin parar, hasta provocar una ávida plática que hacía menos aburrido el desayuno, sin embargo, esta vez la extrañó.
«Tonterías», pensó
La llamada resonó, y respondió.
—Hola.
—¿Conseguiste el divorcio? No, ¿Verdad? Dime, esa mujer peleará por ti, me pongo muy triste, amor, ¿Qué haré sin ti?
—Pues te equivocas, Zahara me ha dado el divorcio.
Gina casi lanzó un grito.
—¡¿Es verdad?! ¿Cómo lo conseguiste? Debiste dar una gran fortuna y algo más, ¿es así?
Un silencio se formó, recordó lo que pasó anoche, nunca se sintió tan usado sexualmente.
«Entonces, ella y yo hicimos el amor, pero, eso no le bastó para quedarse y aferrarse a mí, ¿tan mal amante fui? ¡Oh, por favor! ¿Qué digo? ¡Ella era virgen! No hicimos el amor, solo fue una noche y ya, además, que ella se fuera, fue lo mejor para los dos, aquí no hubo amor», pensó regañándose.
—¿Amor, estás ahí?
—Eh, sí, aquí estoy.
—¿Entonces? ¿Cuándo nos casaremos?
—En unos meses, Gina, serás mi esposa —sentenció.