Se detuvo un momento.
—¿Qué haces, Zahara?
—Bueno, me vas a dejar, ¿no? —él solo asintió—. Y nunca me hiciste el amor en dos años, me voy, pero no me quedaré con las ganas, esa es mi oferta.
Él se quedó perplejo, ¿Dónde estaba la dulce y discreta Zahara?
—¿Y si me niego?
Ella se encogió de hombros.
—Está bien, pero, hablaré con el abuelo, ¿sabe que me dejas por una mujerzuela que se vende por dinero? ¿Sabías que enviudó porque el hombre que eligió por encima de ti murió? Y en extrañas circunstancias, creyó heredar todo, pero, no heredó nada, el hombre resultó más listo, heredó todo a su único nieto, a ella le dejó nada, ¿eso no te vuela la cabeza, Azael?
—¿Qué insinúas?
—¡Eres un idiota! Un día esa mujer se casará contigo, y te quitará toda tu fortuna, porque es una interesada.
—¡Basta, Zahara! Deja tu maldito despecho, soy capaz de pagar cualquier cosa por mi libertad.
Los ojos de la mujer le miraron atónitos.
Zahra esperaba que él dijera no, pero se sorprendió cuando él dio un paso al frente, estrechó su cintura, y se acercó a su rostro.
—¿Esto es lo que quieres? Bueno, podrás tenerme una sola vez —dijo con voz firme, y besó sus labios.
Ella se quedó congelada, ni siquiera podía responder a su beso, su perfume la embriagaba, igual que un dolor en su alma.
Zahara intentó retroceder, sintió su mano fuerte hundirse entre sus cabellos, el beso apremió, fue suficiente para perder la noción del tiempo y espacio, cayeron en la cama.
Azael siempre se consideró un hombre frío hacia Zahara, se negó a hacerle el amor, no podía estar con una mujer a la que, en realidad, no amaba.
Nunca lo intentó.
Su corazón se aceleró, su piel ahora reaccionaba a ella, era raro, sintió esas pequeñas y temblorosas manos manoteando, eso solo provocó que la deseara aún más.
Sus labios se deslizaron a su cuello, fue una sensación irresistible, un placer que Zahara nunca sintió antes.
Para su sorpresa, Azael se alejó, y se quitó la ropa, esparciéndola por la habitación.
Su mirada le recordó a un depredador, eso fue suficiente para la conciencia de Zahara, ver a ese hombre semidesnudo le causó conmoción, ella lo adoraba, pero, creyó que iba a llorar y suplicaría que no la abandonara, quería echarse a correr arrepentida.
Ese hombre dio un paso, y ella retrocedió con el corazón al borde de un colapso, pero no desistió, fue por ella y la tomó en sus brazos, no pudo huir de él, de pronto sintió como acercaba su rostro a su piel, para ese momento Azael Nolan estaba demasiado encendido, no había algo como volver atrás, ella quiso negarse, no pudo liberar ningún sonido, petrificada.
Él acarició sus hombros, ella temblaba, y por primera vez sus ojos se miraron fijamente, ese hombre tenía los ojos más bellos que jamás había visto antes, eran de un color azul grisáceo, brillantes y ese rostro perfecto, ella adoraba todo de él, pero incluso siendo su esposo, siempre parecía un témpano de hielo.
«¿Así que esto pasa cuando un hombre se atreve a amarte?», pensó.
El actuar del hombre era errático, acercó su nariz y acarició la suya, la besó, el rechazo de ella fue al instante, se alejó rápido unos centímetros, y supo que no era correcto, si él iba a dejarla, era mejor terminar así, quemarse en el fuego solo la haría cenizas.
—¿Qué? ¿Tenemos una regla de no besarnos ahora? —preguntó Azael.
Esas palabras le causaron indignación, frunció sus labios, se quedó callada, y el hombre pareció molesto.
—La noche no es eterna, Zahara, será mejor que acabemos con esto —sentenció.
Él, se acercó de nuevo y la besó, con ímpetu, sin que ella pudiera hacer nada, intentó manotear, la estrechó entre sus brazos, tomó su cintura, la pegó a su cuerpo, su lengua acarició la suya, ese beso fue apasionado, ella cedió, su mente decía que no quería, pero su cuerpo opinaba lo contrario, le gustó.
Azael detuvo el beso, ella se quedaba sin aliento, sonrió con sensualidad, se dio cuenta de que ya no estaba pensando con la cabeza, volvió a tomarla, bajó a su cuello, depósito besos húmedos, ella se tensó y él prosiguió; la despojó del vestido, si ella quiso negarse fue inútil, el vestido cayó, su cuerpo quedó exhibido en ropa íntima, ella se abochornó, pero ese hombre no se detuvo, sus ojos echaron un largo vistazo.
«Zahara siempre fue tan hermosa, pero nunca como ahora», pensó.
Èl besó cada centímetro de piel, ella se sintió congelada, pronto la liberó de su sostén, y de sus bragas, fue tan rápido que la sorprendió, sus ojos temerosos, ahora estaba desnuda ante su marido.
En el pasado, la noche de bodas fue de hiel, ella lo esperó toda la noche, él nunca llegó, ella lloró cuando fue a su alcoba, ebrio, y le escuchó susurrar el nombre de Gina.
Ahora era diferente, él estaba ahí, encima de su cuerpo, esforzándose entre caricias dulces y sensuales, esas grandes manos parecían tener el talento de hacer con su cuerpo lo que le viniera en gana y derretirla como hielo al fuego.
Él volvió a besar sus labios con fuerza, sus manos acariciaban sus pechos, ella gimió, fue una sensación deliciosa, los acarició con su lengua, y la hizo gemir.
Zahara cubrió su boca con sus manos, intentó callar cualquier sonido, él le quitó las manos, mirándola con ojos grandes y profundos, movido por la lujuria, quería escucharla gozar, olvidarse de quien era ella y quien era él, si era una noche, podría ser una donde todo estuviera permitido, menos amar.
Siguió besando su cuerpo, sus dedos rozaron su zona íntima, su cara se perló en sudor, con temor y desesperación, él sostuvo sus manos por encima de su cabeza, acercó su frente contra la suya, olía a Jack Daniels y madera, su mano acariciaba con suavidad, sintiendo su humedad, ella gimió, la besó, acarició sus pechos, sintiendo como se tensaba, y disfrutaba.
Azael se aferró a la curva de su cintura, Zahara sintió por primera vez esa virilidad rozando su intimidad, se arqueó, liberó un quejido de dolor.
Él supo que debía ser suave, besó su cuello, calentó aún más su cuerpo, su mano dirigió su virilidad a su entrada, ella sintió una presión, él quería entrar en ella, estaba tan excitada que se adentró poco a poco.
Zahara sintió una sensación incómoda de dolor, ligero, que se esfumó cuando la besó.
Sus manos se abrazaron a su espalda presa del descontrol, el dolor fue reemplazado por placer, uno tan fuerte que no lo podía contener, él la penetró por completo, comenzó a embestirla, el vaivén del ritmo se aceleró, lento y rápido, intenso, ella sintió que no había un límite para ese goce, que nunca acabaría.
Él se movió fuerte y profundo, Zahara sintió que su intimidad se contraía en espasmos de placer que la estremecían.
Ella gritó, Azael tembló sobre ella, sonrió al liberar un gemido, besó sus labios y su frente.
—Te amo, Azael —dijo ella.
Azael la miró con terror, se recostó a su lado, observó al techo, no dijo nada.
Ella se giró dándole la espalda, lo supo, no era lo mismo amar, que desear, él ahora la había tomado por lujuria, pero al final, el que más amó era el perdedor, y ella perdió.
Al día siguiente.
Despertó antes del amanecer, Zahara observó a ese hombre, era como un Dios griego, se levantó y observó aquellas manchas de sangre en la cama, sonrió, supo que al menos se había entregado por amor, un amor que no creía volver a sentir; se bañó y vistió, tomó los papeles del divorcio, los firmó, escribió un “adiós y buena suerte”.
Tomó su maleta con lo único suyo y se fue.