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—¡Azael! ¿Qué crees que haces? —exclamó ella deteniendo su camino. El hombre la miró con ojos feroces. —Llevo a mi hija a dormir, mira la hora que es, ella debe dormir en una cama. —¿Tu hija…? Azael la pasó de largo, siguió caminando, hasta llegar al estacionamiento, abrió la puerta de su auto, recostó a su hija en el asiento. Cerró la puerta. Miró a la mujer con desafío y la apuntó. —¡Me ocultaste a mi hija por todos estos años! No voy a permitir más secretos, Zahara, voy a luchar por mi hija. Los ojos de Zahara se abrieron enormes, levantó la mano, estuvo a punto de abofetear al hombre, pero él la detuvo. —¿Negarás que es mi hija? —¡Ella no es tu hija! —exclamó severa, intentó alejar su mano, pero él la tomó con mucha fuerza. —¡No mientas! Sé que es mi hija, y si no lo es, de