—¡¿Qué?! Oye, Azael Cornelio, dime, una cosa, ¿acaso los cuernos que te puso tu examante te perforaron el cerebro? Porque dices tantas estupideces por segundo. El hombre puso ojos en blanco. —No estoy de humor para tus ironías, Zahara. Ella sonrió con amargura. —Yo tampoco estoy de humor para tus tonterías. ¿Casarnos? ¿Para qué? Eso es lo màs estúpido que podemos hacer. Azael sintió rabia de sus palabras. —Tenemos una hija, algo nos une para siempre, quiero darle a mi hija una familia, y no vas a impedirlo. —Tú no mereces nada, no quieres ninguna familia, que estés solo y abandonado por tu zorra, no te da derecho a venir a hacerte el buen padre. Algo ten por seguro, tú no me vas a robar a mi hija, no después de todo el daño que me has hecho. Zahara salió de ahí. Azael bebió su cop