—¿Federico? La voz de Ada sonaba temblorosa, tal vez porque veía al hombre que quería dudar tanto. —Yo… —¡¿Es esto una maldita broma?! David negó ante Ada. Ella quiso tomar la mano de Federico y él la soltó. —¿Puedo tomar el dinero? —dijo el hombre con rapidez, casi como si temiera que David cambiará de parecer, incluso le sorprendió a él. —¡Oh, sí! Claro que sí, el dinero es tuyo, si dejas a Ada. Ada estaba al borde del llanto, y Federico la miró. —Lo siento, Ada, somos muy jóvenes, y… tu familia nunca lo aceptará, un día te arrepentirás, esto es lo mejor. Federico cerró el maletín y vio a David. —Entonces… —Sí, sí, nosotros nos vamos, el capitán te llevará a donde digas —David se acercó a Ada—. Princesita, es hora de irnos. Ella negó. —¡No puedes hacer esto, Federico! ¿A