Zahara lanzó un suspiro. —No podrás forzarme a amarte, ni a aceptar ninguna caricia, ¿entiendes? El hombre sonrió. —Nunca te he obligado, nunca lo haré. Ella le miró fijamente, sintió que había algo en su mirada, temió que fuera una trampa. —Bueno, entonces, está bien. Azael asintió, le dio la mano. Zahara titubeó, pero al final, se levantó, cedió, le dio la mano. Él la giró, sus labios besaron suavemente su dorso, mientras la miraba fijamente. —Será un placer volver a enamorar a mi exesposa. Zahara sintió un escalofrío, alejó su mano al instante. —Azael, si eres listo, te rendirás pronto, porque yo jamás te amaré de nuevo. Él sonrió, se acercó a ella, tanto que rompió la distancia. Se acercó a su rostro, a sus labios, tan peligroso, que ella sintió que su piel se erizaba. —¿E