Félix conducía el auto, iba muy silencioso, mientras Gladiola, a su lado, iba cantando canciones. Él la miraba de reojo, sin perder la concentración. —¡Ay, Chocolatito! ¡Eres muy amargado! —exclamó divertida. Él rodó los ojos. —¿Podría llamarme Félix? —dijo con gesto serio. —No, ¿Sabes cuánto me gusta el chocolate? Y tú ahora eres mi chocolate favorito —dijo sonriente. La mujer tomó una paleta de su cartera, y comenzó a lamerla de una forma tan sugestiva, que Félix eligió no mirarla. Gladiola, sonrió, estaba convencida de que su incomodidad podría ser una señal de algo màs. —¡Ahí! —gritó, provocando que el hombre casi se detuviera—. Ese es el pueblo Puerto Santa Luz. Entraron y estacionaron en un restaurante. Gladiola y Félix se sentaron a comer, ella detuvo a la mesera. —Di