Antonio levantó a su hija. —Muchas gracias por informarnos sobre los malos pasos de nuestra hija, señor Minnelli, acaba de ayudar a que está descarriada, arruine su vida, estoy en deuda con usted. El hombre asintió y sonrió. Los ojos de Ada le miraron llenos de rabia. —¡Chismoso! ¡¿Quién eres para meterte en mi vida?! ¡Desgraciado! Voy a hacerte pagar por esto. Antonio empujó a su hija, llevándola lejos de ahí, hasta el auto. —Ignore las palabras de mi hija, es un poco caprichosa, discúlpela, señor Minnelli. Los ojos de David se reflejaron en los de Rebeca. Ella recordó que vio a ese hombre con Zahara, el miedo volvió a su corazón, al saber que, si su hijo sabía sobre qué Zahara no tenìa la fortuna de su madre, podía odiarle. —Debe culparse a sí misma, por desgracia, los errores