—Eres cruel y vengativa, Zahara. Ella frunció el ceño, sorprendida, luego rio. —Ay, por favor, no actúes como una víctima inocente, ese papel no te queda, Azael, lo sabes bien. Decídete, ¿Qué quieres? ¿La misma esposa sumisa y a tus pies? Nunca volveré a ser esa, la mataste cuando te encontré con Gina, cuando dijiste que la amabas, ¿lo recuerdas? Él puso los ojos en blanco. —Bien, Zahara, si eso quieres, lo tomo, porque es lo único que puedo hacer. —Esto lo hago por mi hija —sentenció ella—. Recuérdalo bien, si me caso contigo, lo hago por Rossilene, porque nunca estaré lejos de ella, porque quiero que esté bien; por mi hija soy capaz de morir, y también capaz de matar. Azael frunció el ceño, confuso, eso se sintió como una amenaza, que ignoró. Asintió. —Está bien, ya entendí, este