Corazón roto.

1807 Words
Madrid- España. Meses antes. Las largas piernas de Isabella reposaban encima de una pequeña escalera metálica, bajaba varias cajas de los gabinetes de la parte superior del closet. Debía dejar aquel apartamento limpio, en un par de días regresaba a New York, y mientras sostenía una antigua caja de zapatos dio un leve suspiro, la nostalgia la invadió. En ocasiones, cuando hablaba con su familia, se arrepentía de haber dejado su hogar para instalarse en un continente nuevo, alejada de ellos por miles de kilómetros. Entonces destapó aquella caja en donde guardaba antiguos recuerdos, y de pronto una imagen le llamó la atención, y de forma involuntaria el corazón se le agitó. Sacó la vieja fotografía: Ahí estaba ella a la edad de cuatro años, y a su lado dándole un beso en la mejilla: Nando, su primer amor; en la parte de atrás había una leyenda: «Cuando sea grande me casaré con Isabella» Entonces los dolorosos recuerdos que creía olvidados vinieron a su mente, y de pronto unas fuertes manos la tomaron por la cintura, de la impresión dejó caer la caja que sostenía entre sus manos, y solo se quedó con la fotografía. —¿Qué es eso? —indagó Enzo, su prometido, enfocando sus azules ojos en los de su novia. Llevaban un año juntos. Ella había viajado a Italia, y en una disco, intercambiaron teléfonos. A la siguiente semana Enzo Ferreti, italiano de pura cepa, la invitó a la Toscana, y compartieron un par de besos. Siguieron saliendo cada vez que él visitaba Madrid, y ella viajaba a Roma, hasta el día que le propuso ser su novia, Isabella aceptó. —No es nada importante —dijo Isa, y escondió en su espalda la foto. —Y si no es algo relevante, ¿por qué la ocultas? —indagó, y empezaron a forcejear, entre risas y juegos, la imagen cayó al piso. Sin embargo, el cuerpo de Isa, también resbaló de la escalera, y las fuertes manos de Enzo la sostuvieron de la cintura. Al instante que el sonido metálico golpeó el parquet, Isa se aferró con sus piernas a las caderas de su novio. —Casi me mato por tu culpa —recriminó ella haciendo un puchero. Enzo ladeó los labios, y con la una mano retiró un mechón del oscuro cabello de su chica hacia atrás. —Fue tu culpa, algún secreto, ocultas. —Elevó una de sus cejas. —Ninguno —respondió ella, y para que no siguiera insistiendo en lo mismo, lo besó y mordió el labio inferior de él. De inmediato la pasión se encendió en ambos. El top que cubría los pechos de Isabella fue a parar en algún sitio de la alcoba, y las manos de Enzo le acariciaban sus firmes muslos, en cuestión de segundos estaban desnudos retozando en la cama. Y aunque para Isa, su novio no era el hombre que siempre esperó, con él su corazón se sentía seguro, a salvo: ¿De qué o de quién? Solo ella lo sabía. Para Enzo: Isabella era sinónimo de estabilidad, era una chica bella, inteligente, de buena familia, millonaria, no podía pedirle más a la vida, excepto que su novia a veces tenía un espíritu irreverente, qué no iba con sus convicciones y la sobriedad con la que fue criado. Luego de haber compartido ese momento tan íntimo, y después de darse una ducha, Enzo tomó su equipaje. —Te veo en una semana en New York, cariño —susurró, y le brindó un beso en los labios. El joven Ferretti a sus veinte y seis años, logró que su padre le diera la presidencia de la sucursal de la empresa informática de su familia en Estados Unidos, y también se mudaba a New York, solo que él debía hacerlo más antes para ponerse al día en los asuntos relacionados con la corporación. —Allá estaré —aseveró Isa, y correspondió el beso. Isabella Vidal regresaba luego de cuatro años de ausencia al hogar, se había graduado en administración de empresas, y se iba a poner al tanto del negocio familiar. —Si necesitas ayuda para finalizar de desocupar este apartamento, solo me avisas —dijo Enzo besando la frente de su chica—, mandaré a alguien. —Tranquilo, mis compañeras de universidad, vendrán a socorrerme. —Sonrió. Él negó con la cabeza, y agitó con sus dedos algunos de los rizos de su rubio cabello. —No bebas demasiado. Isabella carcajeó al escucharlo, y lo acompañó hasta que tomara el taxi. Entonces cuando regresó a la alcoba, de nuevo miró aquella fotografía, sin poder evitarlo, subió a su cama y sacó de uno de los cajones de la mesa de noche una caja de chocolates, y empezó a comerlos, uno tras de otro sin parar. Hacía mucho que no había vuelto a sentir esa ansiedad, y luego pensó que al regresar a casa tendría que volver a verlo, y eso la desestabilizaba, entonces corrió al baño, devolvió todo lo que había ingerido, y dejó caer su cuerpo en la baldosa, sollozando con fuerza, abrazándose a sus piernas, recordando aquel evento que destrozó su corazón. **** New York - Usa. Semanas después. El sol brillaba en todo su esplendor en la ciudad. Aquellos rayos se colaban a través de las ventanas de la habitación de Nando, quién aún recostado en su cama, sostenía entre sus manos su móvil. Sus ojos brillaban al ver la fotografía de fondo de pantalla, entonces miró el reloj y de inmediato saltó del lecho para alistarse: «Así que hoy vuelves», dijo en su mente, ya que ella regresaba desde España, luego de cuatro años de ausencia. Minutos después apareció en el comedor de su casa, enseguida se dirigió a su hermana menor. —Katherine ¿a qué hora vas a la empresa? —interrogó a la joven, quien era la mejor amiga de la mujer a la que él tanto esperaba. La chica elevó una de sus cejas, y le brindó una mirada inquisidora. —Hoy no iré, Isabella llega de Europa, te lo he repetido montón de veces, pareces tonto hermanito —bufó su hermana, burlándose de él. «Tengo tiempo» se dijo así mismo el joven, y antes de que su madre lo detuviera, salió de su casa, se colocó su casco, y sus guantes, enseguida subió a su Harley Fat Boy; recorrió las mejores floristerías de la ciudad en busca de un arreglo floral, cuando pasó por una de las joyerías, se detuvo a mirar los anillos. «Tendré que preparar la propuesta de matrimonio» pensó, sonriendo con emoción; esa condición se la había impuesto desde niño y nada iba a impedir que la cumpliera, solo necesitaba reconciliarse con ella. A cada instante miraba su reloj, parecía que el tiempo pasaba con lentitud. Llegó al aeropuerto con media hora de anticipación. A medida que los minutos transcurrían su corazón empezaba a acelerarse en el pecho, entonces se puso de pie y empezó a caminar impaciente. Observó a los lejos a los padres de Isabela, esperándola, sacó su móvil, y de nuevo marcó a su hermana. —Katty, ¿cuál es el número de vuelo que llega Isa? —preguntó a su hermana. La joven rodó los ojos, y se lo dijo. —Nando, deja de molestarme, estoy arribando al aeropuerto —Se quejó, y resopló ante la insistencia de su hermano —¿En dónde estás? —averiguó él—. El vuelo ya llegó —regañó el joven. —Estoy cancelando el servicio de taxi —respondió—. Voy corriendo. Katty, al cruzar la calzada presurosa, no miró el auto que venía por la avenida, hasta que el chillido de los neumáticos la sobresaltó, cayó al piso de la impresión, al observar aquel vehículo a escasos centímetros de ella. El hombre que conducía el auto, bajó de inmediato, con las manos temblorosas se acercó a la jovencita, quién tenía el rostro cubierto con sus dedos, y sollozaba. —Señorita, ¿se encuentra bien? —cuestionó el amable caballero, sin atreverse a tocarla. Katty con lentitud descubrió su rostro, sus cristalinos y verdes ojos se posaron en los azules de aquel caballero, una gran O se formó en sus labios al mirar lo apuesto que era ese joven, observó como su rubio cabello brillaba con los rayos del sol, se quedó sin poder pronunciar una palabra. Él, extendió su blanca mano hacía ella, entonces sus azules ojos se clavaron en la tierna mirada color esmeralda de la chica, varios mechones de su castaño cabello cubrían su dulce rostro. La joven con timidez y nerviosismo, tomó la mano del hombre, quién la ayudó a ponerse de pie. —Gracias —balbuceó con temblor—. Lo lamento, fue mi culpa, yo crucé la calzada, sin ver —se disculpó, inclinando su mirada. —También yo venía algo distraído —mencionó él sonriendo. —¿Desea que la lleve a un hospital? La muchacha con su mano limpió la falda del acampanado vestido verde que lucía aquel día, y luego con recelo, dirigió sus ojos a él. —Estoy bien —respondió, entonces miró el reloj—. Es tarde, debo irme —mencionó con premura—, gracias. Enseguida la chica giró en sus tacones y corrió hacia el interior del aeropuerto, él se quedó estático, contemplándola. «¡Qué hermosa mujer!» pensó. **** En el interior del aeropuerto Isabella, apareció, caminando con ligereza al encuentro con sus padres. Nando, quién aún no se acercaba, se quedó en su sitio, impresionado al verla; a pesar de que no se hablaban, él de incógnito la seguía en las r************* , y veía sus fotografías, sin embargo, no fue lo mismo que verla en persona. Su corazón se agitó amenazando con salir de su pecho, al darse cuenta de que ella estaba más hermosa que la recordaba. Su hermoso cabello oscuro caía en ondas por su espalda. Estaba enfundada en un elegante pantalón de vestir blanco, y una blusa de seda roja, pero lo que derritió al joven, fue la sonrisa de la chica; entrecerró sus ojos, suspiró profundo. Isabela abrazó a sus padres y hermanos, feliz de volver a estar con ellos, cuando Fernando, se disponía a acercarse a ella un caballero se aproximó la abrazó y la besó. —Mi amor te extrañé tanto —dijo aquel hombre, muy bien vestido y bastante apuesto. La sorpresa fue como un balde de agua fría para el joven García. Fernando enfureció, dio vuelta sin ni siquiera regresar a ver a la muchacha, tiró las flores al primer bote de basura que encontró en el camino, no sin antes propinar algunos golpes al mencionado objeto. —¡Idiota eso eres, Nando! —gruñó, sin importarle que la gente lo estuviera mirando. Salió del aeropuerto con todas sus ilusiones y esperanzas rotas.
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