En otra parte de la gran ciudad, los dedos de la chica acariciaban la seda de su vestido de novia. Era muy hermoso, sus padres no habían escatimado en gastos. Se suponía que el día de mañana sería el más importante de su vida, pero ella no lo sentía así, entonces se imaginó enfundada en aquel traje en corte princesa, bordado a mano, adornado con la más fina pedrería, caminando del brazo de su padre, para unir su vida, no precisamente al hombre con el que se iba a casar al día siguiente, sino con...
—¡Vas a parecer una verdadera princesa! —exclamó la voz de aquel hombre, que provocaba en ella un sinnúmero de sensaciones.
La chica se sobresaltó con solo escucharlo, giró su rostro para encararlo.
—¿Qué haces aquí? ¿No te quedó claro? —cuestionó sin dejar de mirar a sus ojos—. Te dije que no quería volver a verte. —¡Vete! —ordenó—, o no dudaré en gritar pidiendo ayuda.
—No me pienso ir —respondió con naturalidad—. Vocifera todo lo que quieras, no me importa. —Se encogió de hombros, acomodándose en la cama de ella, como era su costumbre.
La chica frunció el ceño, presionó los puños, indignada por el comportamiento de él.
— ¡No me tientes idiota! —amenazó llena de ira.
—¡Hazlo! —ordenó él, colocando sus brazos detrás de su nuca—. Quiero saber cómo le vas a explicar a tus padres que una noche antes de tu boda, tienes a otro hombre metido en tu cama. —Sonrió con ironía.
—¡Idiota! —exclamó, cruzando sus brazos, resoplando.
—¿Estás segura de casarte mañana? —inquirió él, sin perder de vista un solo segundo a la muchacha.
—Sí, lo estoy —contestó ella sin tener el valor de mirarlo a los ojos.
—Entonces te deseo toda la infelicidad del mundo, eres demasiado orgullosa, para admitir lo que en realidad sientes. Vas a ser infeliz toda tu vida, porque tú no amas a tu novio —aseguró él.
—Si lo amo — mintió ella. —¿Por qué piensas lo contrario? —Interrogó
—¿Quieres que te lo demuestre? —averiguó él.
La chica clavó su mirada en él, observándolo con curiosidad, entonces el joven se puso de pie, caminó hacía ella, la tomó entre sus brazos, y sin darle tiempo a reaccionar, la besó: fue una caricia cálida y dulce, apasionada e intensa y, sobre todo llena de amor.
La muchacha trató de resistirse, pero lo que sentía por él, la rebasaba, su cuerpo respondía a sus besos y caricias, haciendo acopio de sus fuerzas, logró zafarse, colocó su mano sobre el pecho de él.
—Por favor sale de mi habitación —suplicó, con voz trémula.
—Yo vine a darte mi regalo de bodas y no me voy a ir sin cumplir —afirmó él.
—Entonces dame lo que sea y vete —solicitó la joven.
Él se acercó de nuevo a ella y volvió a besarla.
—Vuelve a ser mía —susurró en sus labios —Caso contrario, te aseguro que todas las noches que estés con él, vas a pensar en mí, vas a extrañar mis besos, mis caricias, vas a imaginar que soy yo —afirmó reflejándose en los aceitunados ojos de ella. —Ese será tu castigo por ser tan necia y no admitir lo que sientes —sentenció.
La joven se estremeció al escuchar sus palabras, todo su ser sintió un cosquilleo, su corazón palpitaba con fuerza, inhaló profundo para hablar:
—¿Quién te asegura eso niño bonito? —inquirió. —¿Piensas que soy igual a todas esas mujeres con las que...? —presionó sus labios—. Ni así fueras el último hombre sobre la faz de la tierra —resopló cruzando sus brazos, mirándolo a los ojos.
—Eso lo veremos —bufó él—. Vas a suplicarme porque te haga el amor, ni siquiera vas a recordar el nombre de tu noviecito, porque el único nombre que va a salir de tus labios será el mío —declaró el joven.
Con lentitud se fue acercando a la muchacha. Ella se quedó sin aliento al escuchar tal afirmación, abrió sus labios para pronunciar una frase, y él aprovechó ese momento para besarla; su lengua fue al encuentro con la de la chica, quién trataba de no ceder ante la tentación, no quería ser una más.
—¿Pretendes burlarte de mí? —cuestionó con voz temblorosa. —¿Qué hice para que me odies tanto? ¿Por qué no me dejas ser feliz? —preguntó, mientras su mirada se nublaba por las lágrimas que amenazaban por salir.
—¡Tú y yo hicimos una promesa! —bramó él—. ¡Juraste ser mi novia y casarte conmigo! —resopló, sintiendo su pecho arder de dolor—. Todo fue una mentira —expresó agitado—, te esperé durante años; no tuve ninguna relación formal con otra mujer porque estaba comprometido contigo, mientras tú...—presionó sus puños, lleno de enojo.
—¡Éramos unos niños! —exclamó ella.
—Fue un compromiso para mí — aseguró él —. Y te vas a casar con un muñequito de pastel —bufó—, con un pobre hombre que no da un paso sin pedirle permiso a su padre —increpó con molestia.
—¡Es mi vida! —gruñó ella—. Tú no tienes ningún derecho a cuestionar mis decisiones —afirmó, arrugando el ceño.
—Lo tengo porque te amo —confesó él. En ese momento, ya nada le importaba, solo tenían en mente hacerla desistir de ese absurdo matrimonio.
El rostro de la jovencita se llenó de confusión, sus verdes ojos se abrieron de golpe al escucharlo, pero eran tantas las cosas que habían pasado, que ya no creía en él.
—No confío en tus palabras —declaró ella con los labios temblorosos.
Él, inclinó su rostro, se llevó la mano a la frente, avergonzado de su proceder, entonces al verla tan frágil, sintió su corazón estremecerse, se acercó a ella, y tomó su delicado rostro en las manos.
—Tú fuiste la primera que me restregó a la cara a tu novio —confesó con la mirada llena de dolor—. ¿Cómo piensas que me sentí? ¿Cómo crees que me siento al pensar que te vas a casar con él? —cuestionó con la voz fragmentada. —¡No soporto verte con otro! —exclamó, lleno de angustia; no podía perderla, había esperado toda su vida por esa mujer.
Los labios de la chica temblaron, su ser vibró al escucharlo.
—Yo...
Él colocó sus dedos sobre la boca de ella, para no dejarla seguir.
—Dime ¿cómo vas a hacer para vivir sin mí? —inquirió susurrando, mientras unía su frente con la de chica—. Responde —suplicó, sintiendo un profundo dolor en su pecho.
Ella estaba igual o peor que él, tenía claro que no amaba a su novio, pero había dado su palabra, y arrepentirse a estas alturas era imposible.
—No podré... vivir sin ti —confesó, elevando su mirada para verlo a los ojos, entonces sin dudarlo un segundo, se lanzó a los brazos de él, tomó los labios del chico en un desesperado beso, como si fuera el último de sus vidas. —Yo no me puedo hacer para atrás, di mi palabra y la tengo que cumplir —afirmó ella.
—Si puedes —propuso el joven—. ¡Huyamos juntos! —exclamó, con brillo en su mirada—. No voy a permitir que te cases con él —sentenció.