Observo todo a mi alrededor buscando algo que me diga, ella no me conoce, pero sería mentira, ella me conoce tanto que me asusta.
—No pensaba decir que no —hablo luego de romper un abrazo reconfortado.
No pienso ser hipócrita al decir que no, la verdad es que necesito un lugar en el que mi madre no me esté supervisando, un lugar en el que sea Cambri, no una princesa que todo mundo admira por su riqueza o su porte.
Sonríe con sus ojos achinados. —Lo sé.
—¿Cómo diste con este sitio?
—Solo compré el terreno.
La observo confundida. —¿Cómo?
—Este pent-house es especialmente hecho para ti.
—Ahora todo tiene sentido.
Esta mujer sí que me conoce.
—Solo procura no estar sola —advierte.
A lo que asiento con la cabeza. —Como ordene, capitana.
Me regala esa mirada llena de orgullo. —Entonces te dejo para que conozcas el lugar, René te estará esperando afuera.
—Gracias.
—Estaré esperando tu visita —deja un beso en mi mejilla.
—Lo haré pronto.
—Tía —la pequeña Elle me extiende los brazos para que la alce, algo que no demoro en hacer.
—Cuídate pequeña traviesa —dejo un beso en su mejilla para ponerla en los brazos de su madre.
El día pasa y no me doy cuenta, en este sitio no puedo ser más feliz de lo que soy. Ella me conoce tan bien. Descubrí que el pent-house posé tres habitaciones en cada piso más el estudio, los colores son claros, pero elegantes, tiene su cocina personalizada, la sala de cine y la sala individual que es espaciosa. La mayor parte del apartamento no es pared sino cristales dándole ese toque elegante que tanto me encanta, además me permite ver con facilidad el exterior. En una esquina frente a la venta hay un hermoso piano oscuro y elegante, por un momento me pienso en gritar de la emoción, luego recuerdo mi postura y me relajo.
La ventana muestra el hermoso paisaje, mi hogar está alejado, puedo respirar aire puro, sentir la tranquilidad del silencio. Lo que más me encanta es que puedo ver el paisaje sin necesidad de acercarme a la ventana.
Todo es perfecto.
—¡Señorita! —llaman a la puerta.
Me pongo de pie dejando de mirar el paisaje para abrir la puerta. —René.
Oh, lo olvidé.
—¿Todo en orden?
Niego. —No.
Todo él se pone en alerta. —¿Qué sucede?
—Debes estar hambriento —lo miro con culpa.
Sonríe mientras relaja sus músculos. —¿Era eso? No se preocupe.
Vuelvo a negar solo que esta vez me hago a un lado para que pase. —Perdón —hablo cerrando la puerta.
—No sucede nada.
Su presencia hace sentir el lugar pequeño aun cuando el hombre no es tan alto.
Me observa con esa sonrisa haciéndolo lucir más guapo, este hombre es una tentación para cualquier mujer, soy la excepción.
—Haré algo de comer.
—No se preocupe, señorita.
No puedo evitar sonreír. —¿Cuántas veces te he dicho que no me digas, señorita?
—Es solo la costumbre —aclara.
Niego con la cabeza. —Me conoces desde niña —recuerdo.
No dice nada.
—Prepararé algo —hablo al mismo tiempo que camino hacia la cocina.
—Deberíamos regresar —pide recorriendo el lugar con la mirada.
Miro el reloj en mi mano y aunque no me guste la idea, René tiene razón, es hora de regresar a la casa.
—Tienes razón. Iré por mi bolso y nos marchamos.
—Como guste, señorita.
René es un caso perdido, no distinguimos de años, pero siempre marca la distancia o por lo menos empezó hacerlo cuando fui creciendo.
Salimos del apartamento en completo silencio. Ahora que lo pienso mi nuevo hogar está muy lejos de casa ¿Cómo no pude notarlo? El pent-house está muy cerca del bosque. Danna sabía muy bien lo que hacía.
—René, puedes mantener en secreto lo del apartamento —pido cuando el auto se detiene enfrente del portón principal de la fortaleza.
—Señorita, yo…
Le doy mi mejor mirada. —Por favor.
Suelta un suspiro, lo que me dice que he logrado mi trabajo. —Está bien. —Sonrió feliz como una pequeña.
Sin poder evitarlo me lanzo a él refugiándome en sus fuertes brazos que me atrapan, sin verlo venir ni él ni yo le doy un beso en la mejilla. Al separarme me doy cuenta de lo cerca que estamos, nuestras miradas se observan por unos minutos que en realidad parecieron eternos.
René es el primero en romper el contacto.
—Gracias —hablo recuperando mi postura para salir del auto con una sonrisa.
Entro a la casa dirigiéndome a mi habitación, pero debo cortar el paso al escuchar una hermosa voz.
—¿Por qué llegas a esta hora?
Doy la vuelta dándole la cara. —Se me paso el día y la tarde.
—Sabes que no me gusta cuando llegas a esta hora.
—Mamá…
—Mamá nada.
—Iré a descansar —ignorándola subo a la habitación.
No arruinará mi momento feliz, no quiero sus reclamos y mucho menos su tema favorito “la fiesta” y la verdad no es que esté muy feliz con eso.
Después de una ducha me visto con mi pijama de seda para recostarme en la cama. Tomo mi celular para ver las r************* mientras me distraigo viendo las pinturas de algunos famosos, eso es lo que realmente me gusta, esa es mi verdadera pasión.
Me remuevo en la cama dando vueltas mientras respiro frustrada al sentir ese leve dolor en la parte baja de mi abdomen, eso que las mujeres conocemos como cólicos, es tan molesto que no sé cómo hay mujeres que pueden vivir sin tomar nada para ellos, mis respetos para ellas. Me encantaría saber cómo es que hay mujeres que no sufren esos malestares.
Tomo una larga ducha, me visto con un vestido azul cielo apretado de la cintura para arriba, suelto de la cintura para abajo, un poco más arriba de las rodillas y mis zapatillas de tacón blanco. La verdad no puedo vivir sin los tacones, por último, dejo mi cabello suelto.
Tomo el celular al escuchar cómo suena. —Hola —lo pongo en altavoz mientras aplico un poco de crema en mi rostro.
—¿Estás ocupada, Cam? —inquiere.
Dejo de lado la crema para buscar en los cajones una de esas pastillas que pueden controlar el dolor. Tomo un vaso de agua de la jarra que hay en mi escritorio pasando la pastilla, no acostumbro a tomar medicamento, esta es la única excepción; aunque hay momentos en los que tomo alguna aromática que Lissa hace.
Niego con la cabeza, aunque no me pueda ver.
—Hola, Cam, ¿Cómo estás? Yo muy bien ¿Tú qué tal? Qué bueno, me alegra que estés bien. —Espeto con sarcasmo quitándole el altavoz al terminar mi tarea.
—Cálmate hermanita —ruedo los ojos al escuchar su tono meloso.
—No pienso cuidar a William y Helena —aclaro antes de que diga algo.
—Pero…
La verdad es que adoro cuidar a mis sobrinos, pero necesita saber que tengo una vida y que no puedo dejar de lado lo que estoy haciendo para cuidar de ellos.
—Ya te dije.
—Te doy lo que quieras —eso sí, es interesante.
Tomo el celular en mis manos quitándole el altavoz al mismo tiempo que salgo de la habitación dirigiéndome a la sala.
—Si logras que mamá cancele la fiesta, los cuido.
—Cam…
Ambos sabemos que nunca podremos persuadir a mamá, ni siquiera Will puede y eso que es el favorito de Kimberly ¿Qué podremos hacer nosotros los simples mortales?
—¿Por qué quieres que los cuide?
—Quiero llevar a Cristal a un lugar —me imagino que tiene una sonrisa de idiota en el rostro—. Es nuestro aniversario, ya sabes tres años de casados —recuerda.
Ni que fuera imposible para mí hacerlo. Recuerdo verlo entrar devastado porque su prometida rompió el compromiso, no porque rompiera el compromiso, sino porque la había lastimado aun cuando se lo dije muchas veces.
No puedo evitar soltar un suspiro, cuando se trata de los niños soy débil.
—No quiero otro sobrino —advierto.
Lo escucho soltar la risa alegrándome, este hombre me ha sorprendido.
—Por cierto, William tiene partido hoy en tres horas —recalca.
—¿Cómo piensas que llegue a tiempo?
Sencillo tomar el jet, pero me encanta tomarle el pelo, además tiene que saber que lo mío no es improvisar.
—Cam —suplica.
—No me gustan las cosas improvisadas.
—Por esta vez —pide.
Ruedo los ojos, siempre dice lo mismo. —Vale.
Sin darle tiempo a nada más, cuelgo el celular.
Entro al comedor donde encuentro a mis padres ya desayunando, la sonrisa en el rostro de ambos mientras se observan me hace saber que eso es un amor de esos que duran para toda la vida, hay momentos en los que me cuestiono ¿Cómo será enamorarse? Nunca he sentido tal sentimiento y tampoco es que me gustaría hacerlo. Digo, después de ver toda la mierda que llevaron Will y Cris encima, creo que eso no es lo mío. Prefiero ser un ave libre.
—Buenos días.
Tomo asiento en mi lugar llamando la atención de ambos.
—¿Cómo amaneciste, princesa? —inquiere papá tomando de su taza de café.
Debería pedirle que dejen de llamarme princesa, pero sé que lo ignoraran.
Llevo el vaso de jugo a mi boca antes de contestar. —Bien.
—¿Eso es todo? —cuestiona papá aun sorprendido por mi comportamiento.
—¿Qué tal están ustedes? —cuestiono fingiendo una sonrisa.
—Estaba pesando en el vestido que usaras para la fiesta —habla mamá dañándome el desayuno.
—Will, me pidió que cuidara a los niños por hoy —comento haciendo que no escuche a mi madre.
Diga lo que diga, no le importa así para qué hablo, nada mejor que utilizar sus mismas armas, ignorarla.
—Saldré en el jet —informo llevándome un pedazo de fruta a mi boca.
Papá asiente con la cabeza mientras toma su celular. —Estará listo para cuando quieras salir.
Asiento con la cabeza. —Gracias.
—René te estará esperando —aclara.
Como si no supiera, lleva cuidándome once años como no saberlo.
—¿Qué hay de la fiesta? —es imposible escapar de ese tema.
—Mamá, ambas sabemos que eso no me importa.
—¡Cambri! —gruñe mi madre.
No queriendo escuchar algo más relacionado con esto, me pongo de pie. —Me tengo que ir —sin decir nada más salgo del comedor.
Con cada subida del escalón mis tacones resuenan por toda la silenciosa fortaleza. Estando en la habitación me dirijo al dormitorio de Yves, dejo un poco de comida y agua, mi pobre conejo está muy viejo y muy perezoso. Hace Diez años Dann me lo regalo.
Tomo mi bolso con los suplementos necesarios y salgo de la habitación encaminándome al salón. Con cada paso que doy puedo divisar a una persona esperándome, René, con su típico traje de guardaespaldas que le resalta sus brazos musculosos y ni hablar de su cuerpo, para que decir mentiras, René es un hombre muy guapo, además de su rostro su cuerpo está en el lugar justo, no es que sea el más guapo, pero a mis ojos siempre me ha parecido, para gustos los colores.
—Señorita —saluda cuando estoy frente a él.
Me acerco unos pasos a él llevando mis manos a la corbata para acomodarla, desde hace unos años tengo la manía de acomodarle la corbata. Soy muy pulcra, no me gusta ver las cosas desordenadas. Puedo sentir como su cuerpo se tensa por unos minutos ante mi tacto, haciendo sentir este acto diferente a todas las veces anteriores.
—Buenos días, René —alejo mis manos de él cuando he terminado con mi labor sin quitar mi vista de la suya—. ¿Nos vamos? —inquiero con una sonrisa al ver que no dice nada.
Sus ojos son tan expresivos, tanto que no soy capaz de apartar mi mirada, no sé cuánto tiempo paso, solo que René me trae de regreso cuando se aclara la garganta.
—¿Eh? Claro, después de usted —señala la salida.