Capítulo III

819 Words
Por la mañana, Celeste se dirigió a la casa de doña Julia. Minutos después ya se encontraba frente a la puerta; dio unos leves golpes y esta se abrió segundos después. —¡Oh querida llegaste! —exclamó una señora de avanzada edad que le tenía un inmenso cariño —. Ven pasa —agregó la anciana. —Gracias doña Julia— agradeció Celeste tímidamente ingresando al interior de la casa. La anciana le pidió que tomara asiento y ella obedeció. Luego le ofreció una taza de café con un pedazo de pastel recién horneado que con gusto aceptó. Doña Julia llevaba un mes viviendo sola ya que esposo había fallecido del corazón y nunca tuvieron hijos. Cuando vió a Celeste se encariño de ella inmediatamente le ayudaba a conseguir víveres, ropa, entre otras cosas personales que celeste se encargaba de compartir con personas que deambulaban al igual ella. —Celeste, te cité para pedirte algo —dijo la anciana—. Sabes lo mucho que te aprecio y Marco también te tenía mucho cariño, así que quiero que te vengas a vivir conmigo a esta casa —propuso la anciana. Celeste dejó la taza sobre la mesa un tanto nerviosa. No esperaba ese tipo de propuesta. —Se lo agradezco mucho, pero no quiero ser una carga para usted —respondió con timidez. —No serás una carga para mí, al contrario, me harás compañía en esta casa tan vacía. Desde la muerte de Marco me he sentido muy sola, ¿y que mejor compañía que la tuya hija? Por favor, quédate a vivir conmigo—le pidió. Luego de otros argumentos por parte de doña Julia, Celeste aceptó. Las dos estaban muy contentas por la compañía de la otra. La anciana le mostró su nueva habitación, era muy acogedora, tenia una amplia cama, un tocador, baño propio, un hermoso armario de caoba con algunos vestidos, camisas, zapatos y todo lo que una mujer podía necesitar. Doña Julia había comprando todo previamente para esta ocasión, pues en su interior sabía que Celeste iba aceptar vivir con ella y por lo tanto queria que ella tuviera todo lo que antes no pudo tener.  —Gracias por todo esto; es muy hermoso —mencionó Celeste abrazándola fuertemente con lágrimas en sus ojos. —De nada mi niña. De ahora en adelante serás mi hija —respondió secándole las lágrimas de su rostro—. Ese es el baño, si quieres puedes darte una ducha mientras yo preparo algo de comer —sugirió mientras señalaba con su dedo el lugar. Celeste obedeció e ingresó al baño. Para ella era un sueño tener una habitación con todo lo básico que una persona pudiera necesitar. Disfrutó de aquella deliciosa agua que recorrió su cuerpo, quitando la suciedad de su piel. Cuando terminó, se dirigió al armario donde encontró un vestido holgado hasta las rodillas de color azul oscuro, se colocó un par de sandalias sin tacón, cepilló su cabello ondulado castaño y lo dejó suelto, no se maquilló porque no sabía cómo hacerlo. Se miró al espejo y quedó sorprendida con su nuevo aspecto. Era una chica nueva y se sentía muy alegre y agradecida con doña Julia, porque gracias a ella ahora podía tener un verdadero hogar. Cuando iba a salir de la habitación, su mirada se dirigió a aquel objeto que hace mucho tiempo no tenía: una cama, con delicadeza, se recostó sobre ella y pudo sentir la suavidad del colchón contra su piel. Se sentía en las nubes, hasta que escuchó a la anciana llamandola para comer. Se levantó, abrió la puerta y salió, pero no sin antes observar su nueva habitación. Luego de haber terminado la comida, las dos charlaron de muchos temas. Las horas pasaron rápidamente, Celeste estaba un poco ansiosa y eso la anciana lo notó. —¿Qué pasa hija? Te veo un poco inquieta. —Es que, quedé de encontrarme con una persona en el parque en unos minutos —respondió algo sonrojada. —¿Algún enamorado? —preguntó guiñándole un ojo—. ¿Cuál es su nombre? Tal vez conozca a ese muchacho —agregó alegremente. —No es ningún enamorado simplemente es mi amigo. Se acaba de mudar al pueblo —respondió Celeste algo avergonzada, su cara le ardía de la pena. —Siendo así, es mejor que te des prisa porque sino llegarás tarde—le sugirió observando el reloj de la pared. —Sí, muchas gracias. Prometo no tardar —contestó Celeste poniéndose de pie y dándole un beso de despedida a la anciana. Salió de la casa rumbo a aquel parque sintiéndose nerviosa y ansiosa. Cuando llegó, buscó la misma banca del día anterior y esperó que Cristóbal llegará.  El diablo, luego de pensar si era nueva idea regresar a aquel parque solo para hablar con la chica, decidió por fin que su curiosidad por la forma de pensar de aquella humana era mayor. Atravesó el portal una vez más, recorrió el mismo camino hacia el parque, buscó con la mirada a Celeste y lo que vio lo dejó atónito. Ella se veía diferente, su belleza natural lo cautivó; no podía dejar de mirarla. Pensó que esa mujer hermosa que estaba frente a él no podía ser la misma andrajosa que había conocido.
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