Habían transcurrido algunos días desde que el diablo había visitado al mundo de los vivos. No dejaba de pensar en las acciones de aquella mujer y no sabía porqué sus pensamientos iban dirigidos a esa chica. Decidió regresar nuevamente. Tomó su aspecto humano, abrió el portal, lo atravesó y llegó al mismo pueblo que había visitado. Caminó con dirección al parque y tomó asiento en el mismo lugar. En esta ocasión no había mucha gente. Buscó con la mirada a la misma chica vagabunda que había visto, pero no la encontró. Suspiró de frustración y continuó buscándola por unos minutos más, hasta que la vio entrar al parque. Ella se sentó en el mismo lugar de antes. En su mano llevaba un emparedado, se lo llevó a su boca, comiéndolo lentamente; cerca de ella se encontraban unas aves, el último trozo del emparedado que le quedaba se lo dio a ellos. El diablo, otra vez intrigado por las acciones de esa humana, la miró fijamente, hasta que ella volteó a verlo, sus ojos se conectaron por unos segundos llevándolo a una especie de trance. Quitó su vista de la de ella, pero esta vez iba hacer algo que nunca había hecho antes: hablar con un humano. Se puso de pie y se acercó a ella.
—¿Me puedo sentar? —le preguntó señalado con su dedo el lugar vacío.
—Sí, por supuesto—respondió ella algo nerviosa por la presencia de ese hombre tan atractivo.
Guardaron silencio por unos segundos hasta que ella habló—.¿Eres nuevo en el pueblo? —preguntó con timidez—. No te había visto antes —agregó observando sus ojos negros como la noche.
—Sí, me mudé hace un par de días —respondió sin quitarle la mirada—. Vine a este parque hace unos dias y te vi dándole de comer a un perro, ¿por qué lo hiciste? —preguntó con curiosidad.
—Bienvenido a nuestro pequeño pueblo —dijo ella con una sonrisa —. En cuanto a lo del perro, me partió el corazón verlo con hambre, porque sé lo que se siente, así que compartí lo que tenía —dijo recordando su acción.
—No comprendo —mencionó pensativo—. Tú también necesitabas de ese pan para calmar tu hambre, ¿no? —inquirió—. ¿Por qué pensar en los demás primero en lugar de ti? —cuestionó intrigado.
Ella lo observó por unos segundos, analizando su pregunta.
—Es mejor compartir con los demás lo poco que tienes, aunque no recibas nada a cambio —respondió ella firmemente—. Pensar sólo en mí sería egoísta. Es cierto que yo también necesitaba ese pan, pero en ocasiones hay que ser solidarios con los demás, no importa si no son humanos —agregó viendo un punto invisible.
El diablo la observó por unos momentos. Se veía tan bella sumergida en sus pensamientos.
—Ya veo —dijo—. ¿Siempre vienes a este parque? —preguntó.
—Siempre estoy aquí a esta hora; me encanta este lugar —respondió ella sorprendida por aquella pregunta.
—¿Te importaría si charlamos de vez en cuando? No conozco a nadie y sería bueno tener a alguien con quien hablar —manifestó él.
—Por mí está bien. Claro, si tú no tienes problemas a que te vean conmigo —dijo con tristeza—. Generalmente nadie me habla, más bien me ignoran y no se acercan por mi aspecto. Tú eres de las pocas personas que lo han hecho —añadió algo apenada.
—Yo no tengo problema con eso. Considérame un nuevo amigo — dijo cortésmente—. Por cierto, ¿cómo te llamas? —preguntó.
—Mi nombre es Celeste —contestó alegremente por el interés de ese hombre—. ¿Cuál es el tuyo?
—Tienes un lindo nombre —comentó—. Mi nombre es Cristóbal —pronunció luego de pensar en un nombre humano.
—Es un gusto conocerte, Cristóbal —respondió ella estrechando su mano en forma de saludo.
Él correspondió a su saludo, a pesar que la mano de la chica se encontraba sucia, sintió una vibración y una especie de calor en su pecho que nunca había sentido.
—El gusto es mío. Espero verte mañana, si no tienes inconveniente —agregó algo atropellado. Por alguna razón se sentía nervioso.
—Sí, por supuesto, aquí estaré a esta misma hora —respondió ella con alegría.
—Muy bien, te veré mañana entonces. Me tengo que ir.
El diablo se puso de pie y se alejó del lugar. Regresó nuevamente a su mundo confundido y a la vez con una sensación en su interior que no sabia que era. Alejó esos pensamientos y se dirigió a supervisar que todas las torturas establecidas se cumplieran, no sin antes dejar claro en su mente que mañana regresaría de nuevo a ese parque.
Mientras tanto Celeste observó a aquel extraño hombre alejarse. Se sentía feliz de que alguien como él le hubiese hablado. Las personas nunca se le acercaban por su aspecto; ahora por primera vez podía tener una especie de amigo con quien hablar. Se puso de pie y salió del parque. Recordó a doña Julia, ella le había dicho que pasará por su casa mañana temprano ya que le tenía algo que le podía servir. Así pues, dirigió sus pasos con dirección hacia el callejón que era su hogar. Cuando llegó se dispuso a dormir sobre los pedazos de cartón. Era de noche y las estrellas se hacían presente en el cielo nocturno. Sonrió al recordar el rostro del Cristóbal. Había sentido una sensación agradable en su interior al estrechar su mano con la de él. No sabía cómo explicar ese sentimiento porque nunca se había enamorado de un hombre, por lo tanto, no podía comparar ese sentimiento con el que tantas veces había visto en aquellas parejas que caminan por el parque y en las calles del pueblo tomados de la mano. Poco a poco sus ojos se cerraron por completo y no tardó en caer en los brazos de Morfeo.