El diablo luego de la impresión de haber visto a Celeste con su nuevo aspecto, se acercó más a ella sentándose a su lado.
—Hola, ¿Cómo estás? —preguntó ella algo apenada.
—Bien, te ves hermosa —respondió él aclarándose la garganta—. ¿Ese cambio a qué se debe? —interrogó analizando su aspecto.
Celeste se sorprendió de lo directo que era.
—Bueno, una señora muy amable y a la cual le tengo mucho cariño, me ofreció que viviera en su casa y yo acepté —contestó con alegría—. Ahora tengo un hogar—agregó observándolo.
—Ya veo —comentó pensativo—. ¿puedo hacerte una pregunta? —inquirió el diablo seriamente.
—Sí, por supuesto; las que tú quieras —respondió ella amablemente.
—¿Por qué eres una persona tan alegre a pesar de que llevabas una vida tan miserable? —preguntó con curiosidad.
Celeste no se sorprendió por aquella pregunta, ya que no era la primera vez que alguien le cuestionaba algo así.
—Porque la vida es corta y debemos disfrutarla sin importar lo mucho o poco que poseamos. Yo aprecio y valoro lo poco que tengo y con eso me basta para vivir —respondió con mucha seguridad.
Él quedó pensativo por aquella respuesta.
—Pero, ¿no crees que las cosas materiales sean importantes para la vida de los humanos? Parece que esas cosas los hacen muy felices, dejando los sentimientos en segundo plano —dijo sosteniéndole la mirada—. Dime ¿serías feliz si tuvieras todas las comodidades que siempre has deseado? —agregó esperando su respuesta.
Ella lo miró a los ojos con curiosidad; pensó que era realmente extraño.
—Lo material quema tu alma, ya que haces lo imposible por obtenerlo. Los sentimientos y las emociones dependen de cada persona, cada uno debemos de decidir cuál de las dos tiene más valor. En mi opinión ambas cosas se deben de utilizarse de una manera adecuada, manteniendo un equilibrio—manifestó Celeste—. En cuanto a tu otra pregunta: yo ya disfruté de esas comodidades y no las extraño en lo absoluto —agregó desviando la mirada.
El diablo quedó con más dudas dentro de su cabeza. Esa mujer despertaba más interrogantes sobre los humanos de lo que él se había imaginado.
—¿Te puedo hacer otra pregunta?
—Sí, por supuesto.
—Algunas personas culpan al diablo cuando pierden todo lo que tienen por las malas decisiones que toman, ¿tú piensas igual?
Ella analizó su pregunta y segundos después tenia una respuesta para él.
—No creo que él tenga la culpa; los culpables somos nosotros mismos. Hay una fracción de segundos donde tenemos la posibilidad de decidir qué camino tomar, así que las malas decisiones no tienen nada que ver con algún otro ser —respondió segura de su respuesta.
Fue entonces que el rey del infierno, se le ocurrió una pregunta que todo humano debe responder.
—¿Crees en Dios celeste?
Ella lo miró nuevamente a los ojos; pensó que él era algo peculiar.
—Sí creo en Dios. Años atrás no creía en él, luego pasó algo que me hizo cambiar de opinión. —respondió desviando la mirada hacia el suelo como recordando algo de su vida.
Él estaba totalmente intrigado. Quería hacerle más preguntas, pero intuía que Celeste no iba a responder más—.Cuéntame un poco de ti. ¿Qué te trajo a este pueblo? —preguntó ella de repente.
—Soy inversionista, estoy analizando en qué tipo de negocio puedo invertir en este pueblo —respondió con mucha seguridad.
—Ya veo. Entonces, si no encuentras ese negocio, ¿te irás del pueblo? —quiso saber.
—Me temo que sí.
—Entiendo —dijo Celeste con tristeza en sus palabras.
Hubo unos segundos de silencio, ninguno de los dos pronunció palabra alguna.
—Ya está oscureciendo —pronunció él rompiendo el silencio.
—Así es, es hora de que me vaya; no quiero preocupar a doña Julia —mencionó ella Para luego ponerse de pie —. Fue agradable charlar contigo, Cristóbal.
Él también se puso de pie, quedando frente a ella a pocos centímetros.
El brillo del anochecer iluminaba el bello rostro de Celeste, dándole un aspecto angelical. El tiempo pareció detenerse por unos segundos, él quedó atrapado en aquellos ojos caramelos que transmitían un sinfín de sentimientos, a ella le había pasado lo mismo con sus ojos n***o como la noche.
—Espero verte pronto —comentó ella rompiendo ese momento mágico.
—Sí, por supuesto. ¿Qué te parece mañana? —preguntó él con voz atropellada.
—Me encantaría, y esta vez quiero que conozcas un sitio muy especial. También te servirá para que conozcas el pueblo —indicó entusiasmada con la idea.
Luego de pensar si era una buena idea aceptar su propuesta, el diablo por fin se decidió.
—Tienes razón. Si decido irme o quedarme debo aprovechar la oportunidad de conocer cada rincón de este pueblo —respondió a ver la alegría de Celeste.
—De acuerdo, te veré mañana aquí mismo y te llevaré al sitio que te dije. Espero que descanses, te veo mañana —mencionó ella acercándose más a él, luego se inclinó para darle un beso en la mejilla.
El diablo quedó estático en su lugar. Pudo sentir la calidez de aquellos dulces labios sobre su piel, a la vez que una corriente eléctrica recorrió su cuerpo. Celeste separó sus labios de su fría piel y dio vuelta atrás, marchándose del parque y dejándolo atónito. Él la vio marcharse, provocando en él sensaciones que no podía explicar, ya que nunca las había sentido. Tomó la decisión que iba a regresar mañana sólo para conocer e investigar más los pensamientos humanos. Tenía mucha curiosidad de la manera de pensar de esa chica, y con esa excusa en su cabeza regresó a su mundo.
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Celeste se encontraba cenando con doña Julia.
—¿Cómo te fue hija? —preguntó con curiosidad la anciana.
—Bien —respondió sonrojada.
—Vamos muchacha, cuéntame lo que pasó; no me dejes con la intriga. Sabes que puedes contar conmigo para lo que sea.
Celeste sonrió por el comentario de la anciana. Ella era una de las pocas personas del pueblo que sabía de su familia y de su pasado. Doña Julia la ayudó desde el primer momento que llegó a ese pueblo. Celeste comenzó a narrarle desde la primera ocasión que conoció a Cristóbal hasta la conversación que habían tenido ese mismo día.
—¿Te gusta ese muchacho? Se te nota en la mirada —comentó ella con una sonrisa.
Celeste sonrió ante sus palabras.
—No lo puedo negar: Cristóbal me gusta mucho. Aunque lo conozco poco, sé que es diferente a los demás hombres de este pueblo —comentó seriamente.
—Deberías de traerlo para conocerlo —mencionó la anciana guiñándole un ojo—. Sólo te aconsejo que tengas cuidado, no quiero que te rompan el corazón —agregó preocupada.
—Tendré cuidado, se lo prometo. En cuanto a enamorarme, eso ya lo veremos con el tiempo —respondió ella mientras tomaba un sorbo de jugo de naranja—. Quite esa cara, estaré bien —agregó levantándose de la mesa y dándole un beso en la frente a la anciana.
Celeste recogió los platos y los lavó, luego se dirigió a su habitación, se puso su pijama y se recostó sobre aquella suave cama. Acto seguido, se acobijó y apagó la lámpara de noche.
Cerró los ojos, visualizando el rostro de Cristóbal. Sonrió al recordarlo, pero, sobre todo, por la idea de verlo mañana, segundos después se sumergió en un profundo sueño.
—Papi, ¿vienes a jugar conmigo? —preguntó una niña que se encontraba jugando con sus muñecas.
—No, hija, pero un amigo mío quiere jugar contigo. Te presentó a David, él te enseñará un nuevo juego —comentó aquel hombre con malicia—. Sólo necesito que te recuestes sobre la cama para comenzar el juego —agregó señalando con su dedo la cama.
—Está bien papi —respondió la pequeña de ocho años entusiasmada.
Celeste despertó de golpe saliendo de aquella pesadilla que, para su desgracia, era una realidad que marcó su vida para siempre. No pudo dormir esa noche. Lo único que deseaba era que las horas pasarán para volver ver a Cristóbal y olvidarse de esos recuerdos que aún conservaba en su memoria.