Celeste
El día, bueno, en realidad la semana había sido tan extenuante que apenas y podía mantener los ojos abiertos a la película que estábamos viendo, en realidad, eso y el vino que tomamos, Santiago después de la noche que me invito a cenar decidió dejar de evadirme y hoy vino a cenar a casa.
Las cosas con él están tensas y raras, no sé realmente que le pasa porque a penas y habla conmigo, nunca habíamos sido así y me duele. No me lo dijo abiertamente, pero sé que no le gusto para nada saber de Bruno, si no lo conociera como lo hago, diría que esta celoso, pero bien se yo que eso es prácticamente imposible.
Y en cierto punto me enoja que sea así, no es como que vaya a ponerme de novia o casarme, pero es la primera vez que, en mucho tiempo que me dejo llevar.
No sé qué va a pasar, pero Bruno es agradable, desde que le di mi numero hemos estado hablando, aun por horarios no hemos podido coordinar una salida, pero es algo que está pendiente entre nosotros.
Me asusta, en cierta medida Santiago es el único hombre constante de mi vida, pero tengo que ser realista, el solo me ve como su amiga y ya es de alguien más, y la detesto no solo porque es evidentemente la quiere o se siente atraído por ella, sino porque es odiosa.
Hace unos días atrás debía venir a que le tome las medidas para su bendito vestido de novia y a último momento me cancelo, no me molesto eso sino el mensaje que me mando “Lo siento, querida pero hoy es un día terrible, no creo que estés muy ocupada asique, lo vamos a reprogramar”.
Maldita víbora engreída.
Cuando el sueño me gana, bostezo, Santiago me sonríe y apaga el televisor, me tiende la mano y tira de mi para que me levante.
—Vamos a la cama, cielo— ni siquiera pregunto si va a dormir acá porque a pesar de todo es algo que siempre hacemos.
Nos lavamos los dientes y me trenzo el pelo, a Santiago le gusta que me lo recoja porque dice que se despierta en mitad de la noche con todo mi pelo sobre su cara. Cuando se mete en la cama, lleva puestos bóxer negros, me quedo estática porque no sé si es por las copas de vino que tomamos o la gran falta de sexo que tengo que su desnudez me inquieta.
Y haber, siempre me siento atraída por él, pero supe reprimir bien mis deseos tanto que llego un punto que verlo así me resultaba normal. Hasta hoy, que parece que mi cuerpo se incendió en un abrir y cerrar de ojos y de repente este simple y liviano camisón se me hace pesado.
Suspiro, me meto a su lado y hago un gesto de dolor.
—¿Qué te pasa? — me pregunta.
—Me duele la espalda, pase mucho tiempo sentada esta semana—la estiro a izquierda y derecha para intentar aflojarla—. Voy a ir al masajista mañana a la tarde.
—Yo te la masajeo— dijo despreocupadamente.
—¿Qué?
—Ponete boca abajo cielo, yo te hago masajes— abrí y cerré la boca sin poder decir nada.
Se levantó para apoyarse en el codo y luego se echa hacia atrás y se ríe.
—Me siento tan jodidamente borracho, cielo— sonríe—. No debimos beber tanto vino.
Suelto una risita.
—Ya somos dos— me pongo boca abajo y empieza a pasar sus dedos, punzando a gran velocidad.
—¡Auch! — grito—. ¿Qué demonios es eso?
Se sienta y con las dos manos, me punza con fuerza, cuando me quiero dar cuenta me está haciendo cosillas y sabe lo mucho que odio que haga eso.
—Para, lo estás empeorando— se ríe—. Santiago, basta.
Se sienta sobre mi culo y empieza a masajearme suavemente los hombros y yo sonrío soñolienta en la almohada, es como estar en el jodido paraíso, este hombre tiene manos mágicas.
—Qué bien se siente— susurro—. Lo estás haciendo increíble.
Durante veinte minutos, las manos mágicas de Santiago recorren mi espalda de arriba abajo y de vez en cuando, me acarician suavemente los costados rozando mis pechos.
Tengo sueño, estoy relajada y odio admitirlo, excitada, porque Santiago está muy por fuera de mi liga. Me siento perdida, como una nebulosa, a medio camino entre la sobriedad y la embriaguez.
El bien y el mal.
Entre Santiago y el infierno.
Mientras me empuja contra el colchón, noto su m*****o en mi trasero y mierda, se siente grande y duro.
O quizá sea el vino y mi imaginación, pero en este momento tengo una visión de él desnudo y se me derriten las entrañas.
Dios, no puedo estar fantaseando con mi mejor amigo desnudo ¿qué me pasa?
Dejo que mi mente vaya a un lugar al que nunca ha ido antes, me permito imaginar cómo sería tener sexo con el ¿sería duro? ¿sería tierno? No tiene pinta de ser muy tierno y no es por prejuzgar, quizás es de los que les gusta un poco bruto.
Me imagino a mí encima, cabalgándolo, estaría tan dentro de mí. Dios, sin duda llenaría cada espacio sin dificultad. Cierro los ojos y siento una oleada de humedad en mi sexo.
Todo, absolutamente todo, se siente caliente y mi pulso se dispara por todas partes. Quiero tocarme, quiero que me toque, porque necesito apagar esta necesidad que estoy sintiendo.
—¿Estás dormida, cielo? — susurra, inspiro profundamente, incapaz de responderle. Es más fácil fingir estar dormida, y no quiero que pare.
Que no pare nunca.
Sus manos son mágicas.
Se tumba a mi lado y me acerca la espalda a la suya, su mano recorre mi muslo, mi cadera y mi vientre. Su boca en mi oído no hace más que calentarme cuando siento su respiración agitada, como si él, estuviera tan excitado como yo.
¿Qué mierda está pasando?
No tengo idea, pero estoy demasiado relajada para parar, demasiado relajada para pensar. Lo único que sé, es que sea lo que sea que esto signifique, no quiero que pare jamás.
—¿Estás dormida, cielo? — vuelve a susurrar y siento sus dedos acariciar mi garganta lentamente hasta que empieza a bajar.
—Mmm— es casi un gemido lastimoso. Con los ojos cerrados, subo la mano por encima del hombro hasta su mejilla.
—No pares, Santiago— susurro.
Suspira bruscamente mientras me besa la cara y siento su erección contra mi trasero ¿qué está pasando?
Estoy demasiado relajada para que me importe una mierda a esta altura y estoy completamente segura de que uno de los dos debería apelar a un momento de lucidez y ser responsable y detener esta idiotez.
Su mano se dirige a mi pecho y lo amasa con fuerza mientras me atrae de nuevo contra su cuerpo.
Dios.
Mi sexo empieza a palpitar y la humedad casi, me hace sentir avergonzada.
—Celeste— susurra mientras sus labios se acercan a mi cuello. Me besa y siento su lengua recorrer mi piel. Mi sexo palpita ante eso en agradecimiento.
Esto es tan caliente.
Me recorre con las manos, sus dedos me ponen la piel de gallina y nuestros cuerpos se retuercen lentamente, no puedo creer dentro de todo el delirio que estoy sintiendo en este momento que Santiago y yo estemos haciendo esto.
Estoy mojada, muy mojada.
Siento todo magnificado ahora mismo, su respiración, sus caricias, su piel caliente y su v***a dura y grande. Juro que solo quiero darme la vuelta, abrir las piernas y dejarlo hundirse en mí. Lo quiero dentro de mío, quiero sentirlo dentro tan profundo.
Cada centímetro, duro.
Y besarlo, besarlo mucho.
Besarlo toda la vida.
A él, a mi Santiago.
Pero todo se esfuma muy rápido, su teléfono suena y nos separamos.
—Sí, diga— contesta con la voz ronca. Baja la cabeza mientras escucha.
Lo miro fijamente mientras el corazón me late fuerte en el pecho, con la luz de la luna en la habitación iluminándola, puedo ver la punta de su m*****o asomando por encima de su bóxer.
Está dura, como una piedra, sus ojos se elevan para encontrarse con los míos y su mirada es tan intensa que me deja quieta sin moverme.
Apenas y puedo respirar.
—No, quita todo y llama al vicepresidente— escucha un poco más y niega con la cabeza.
Cuelga y me mira, es obvio que algo flota en el aire entre nosotros y se volvió pesado, me trago el nudo que tengo en la garganta mientras espero a que diga algo, pero estoy segura que eso no era lo que esperaba escuchar.
—Tengo que irme.
—¿Adónde? — sus ojos atormentados se clavan en los míos y un dolor me invade el cuerpo.
—Lejos de acá— se da la vuelta, se viste y sale de mi habitación sin mirar atrás.
Un minuto después, oigo cerrarse la puerta.
Se fue.
Me siento una idiota y mis ojos se llenan de lágrimas ¿Qué demonios acaba de pasar?