Celeste
Había tratado de retrasar lo más que pude este encuentro, pero mi suerte se había acabado y ahora estaba esperando a la futura esposa de Santiago para tomarle las medidas para su vestido de novia.
Una pesadilla.
Encima no había estado pudiendo dormir, exactamente desde hace cuatro días cuando se fue y no supe más nada de él.
A veces me odiaba a mí misma por estar pendiente de alguien que no sentía nada en absoluto por mí, pensé que después de ese momento que habíamos tenido iba a regresar al otro día para que habláramos, pero no, en su lugar recibí solo silencio.
La forma en que se fue… nunca me sentí tan despreciada y poco atractiva.
Y es que era obvio, con el calibre de mujeres que ha tenido Santiago y solo viendo a la mujer que se va a casar con él, ¿en qué lugar de mi cabeza pensé que remotamente yo podía gustarle?
Claramente, solo en mis fantasías.
El timbre sonó y me saco de mis cavilaciones, sabía quién era por supuesto asique antes de abrir, respire hondo y me prepare para los posiblemente treinta minutos más largos de mi vida.
Porque nos habíamos visto una sola vez, al menos en donde las dos estábamos conscientes de la otra y yo sabía que no le agradaba para nada.
—Delfina, pasa por favor— me hago a un lado para que pase después de abrir la puerta- Es un gusto tenerte en mi casa.
—Que... lindo— dijo, mirando todo a su alrededor—. Es modesto, muy tu estilo.
Dudaba que eso fuera un halago, cada cosa despectiva que salía de su boca disfrazada de cordialidad me hacían sentir justo como ella quería que me sintiera, inferior a todos ellos.
—Sí, lo ostentoso no va conmigo— dije tomando mi block de notas y el centímetro.
Puse una especie de plataforma para que se subiera y corrí el espejo de cuerpo entero mientras ella dejaba su bolso y su abrigo en el sofá. No pudo evitar inspeccionar cada cosa de mi departamento, antes de decidir que podía hacerme el favor de hacer lo que en realidad vino a hacer que era, tomarse las medidas.
Antes que pudiera indicarle algo, su detuvo frente a una gran cantidad de fotos que había de Santiago y yo, fotos que fuimos tomando a lo largo de los años.
—Son muy cercanos por lo que veo— dijo tratando de sonar cordial, pero se notaba el fastidio que ver eso le producía.
—Sí, nos conocemos hace más de quince años.
—¿Pasan mucho tiempo juntos? — preguntó tomando una fotografía y observándola, era mi favorita, tendría como 18 y estaba yo mirando a la cámara, lanzando un beso al aire mientras Santiago me abrazaba y me miraba sonriendo.
—Lo normal— respondí—. ¿Santiago no te cuenta esas cosas?
—Él no me habla precisamente de vos— dejo la foto, limpiándose la mano, como si tocar mis cosas fuera a darle alguna especie de peste.
—Ya veo— fue lo único que pude decir—. Subite acá por favor.
Lo hizo y se quedó quieta y en silencio mientras la media, sin embargo, un detalle llamo mi atención, tenía toda una marca morada cerca del cuello que se extendía perdiéndose en su escote, se dio cuenta que la había mirado y levanto su blusa tapándose.
—Lo siento, fue grosero mirarte de esa forma— hizo un movimiento con la mano restándole importancia.
—No pasa nada— respondió sonriendo—. Probé con todo, pero no se tapa con nada, hace cuatro días y no se va— me guiño un ojo—. Santiago es, bastante intenso en la cama.
—Claro— murmure y de repente el reconocimiento de lo que dijo me golpeo duro, hace cuatro días él se fue de acá casi corriendo, espantado por haberme tocado y fue a refugiarse en ella.
Lo que es lógico porque es la mujer con la que se va a casar, pero, saber eso particularmente, me hizo sentir inferior y poco deseada. Su voz rota cuando me dijo que necesitaba alejarse de acá como si haberme tocado fuera el peor error de su vida me tortura desde entonces.
—Ya que sos la mejor amiga de mi futuro marido podría decirse que somos amigas también— no dije nada y anote las medidas de su cintura—. Asique, entre chicas puedo decirte que Santiago en la cama es bastante dominante ¿sabías?
—No, no lo hacía.
—Si claro, eso es obvio porque sos su amiga— me sonrió, sabiendo que justo ahora estaba marcando su territorio—. Digo, que no le gusta lo vainilla, él es rudo, le gusta dominar y esas cosas.
Saber eso me dejo en shock, era quizás una información que no estaba segura de querer saber asique, puse mi mejor mascara y seguí haciendo mi trabajo, era claro que si había algo que no me interesaba era fingir que éramos las mejores amigas.
Una interminable hora después, en las que desecho diez modelos distintos y varias muestras de tela, finalmente dimos con el vestido de sus sueños, ojalá pudiera hacerlo sin tener que volver a verla, solo entregarlo el día de su boda y no saber más nada de todo esto.
Cuando abrí la puerta para que finalmente se vaya, la sorpresa atravesó todo mi rostro. Con un porte digno de admirar y una sonrisa genuina, Bruno estaba en mi puerta. Mi sonrisa fue automática, pero me di cuenta que nunca le había dado mi dirección.
—¿Como sabias donde vivo? — pregunte luego de que el me saludara con un beso en la mejilla.
—Tengo mis contactos, hermosa— me guiño el ojo y escucharlo decirme así me hizo poner colorada, una voz carraspeo detrás mío y recordé que Delfina no se había ido aún.
—Celeste no es muy amena de los modales— dijo Delfina, ofreciendo su mano a Bruno—. Soy Delfina Lynch, seguro has escuchado mi apellido.
—Sí, pero no precisamente de tu persona— le respondió Bruno sin dejar de mirarme y eso por alguna extraña razón me hizo sentir bien—. Bruno Lombardo.
—Santiago no me conto que tuvieras novio— lo miro de arriba abajo con una sonrisa.
—¿Santiago? — pregunto Bruno, aunque estaba segura que recordaba quien era después de que el mismo se presentó esa noche que nos cruzamos.
—Sí, Santiago Blaquier, mi futuro marido— respondió Delfina y me señalo—. Y amigo de Celeste.
—Ah sí, lo tengo de vista— Bruno se acercó y me entrego el ramo de flores que traía—. Es que cuando Celeste está presente, las demás personas se vuelven poco interesantes para mí.
—Claro— fue todo lo que dijo, Delfina se despidió y finalmente se fue.
—Peculiar— dijo Bruno cuando cerró la puerta—. No parecían exactamente cercanas.
—No lo somos— respondí invitándolo a pasar—. Solo tengo la mala suerte de tener que hacerle su vestido de novia.
—¿Mala suerte? — me siguió hasta la cocina donde busque un jarrón para poner las flores en agua.
—Es insufrible— dije, encogiéndome de hombros y él se echó a reír.
—Si, conozco a las de su tipo.
—¿A que viniste? — pregunte.
—Quería verte— se acercó hasta quedar frente a mí, más cerca de lo normal pero no me aleje—. No sé qué clase de brujería me echaste, pero no puedo dejar de pensar en vos.
—Asique utilizaste todas tus influencias para conseguir mi dirección de manera ilegal— señale y me dio una sonrisa sexy—. ¿Estas tratando de impresionarme?
—¿Funciona? — pregunto dando un paso más cerca.
—Quizás... — dije, pensando que debía dejar de pensar en Santiago y darme cuenta que tenía enfrente a un hombre que no solo era guapísimo, sino que me miraba como si yo fuera la cosa más hermosa que haya visto, tomo un mechón de pelo y lo puso detrás de mí oreja, dio un paso y me susurro al oído.
—Voy a esforzarme más entonces, para impresionarte tanto que vos tampoco puedas dejar de pensar en mí.
Mi piel se erizo con eso y supe que estaría en problemas, Bruno Lombardo era esa clase de hombre que cumplía todas sus promesas y no sabía qué hacer con eso.