Santiago
Celeste estaba preparando el desayuno mientras yo terminaba de ducharme, me sentía tan pleno y feliz que sentía que caminaba entre algodones, los últimos dos días habían sido tan perfectos que temía que sean un sueño y alguien me despierte.
Mi sonrisa se amplió al escucharla cantar mientras me secaba, no tarde nada en cambiarme y salir a buscarla, habían pasado quince minutos, pero me generaba ansiedad no verla, era una locura, pero no podía evitarlo. Salí de la habitación y mi corazón se saltó un latido en cuanto la vi, la recorrí con la mirada deteniéndome en sus preciosas piernas.
Llevaba un vestido corto y suelto, unas sandalias bajas y el pelo suelto, simplemente hermosa, estaba preparando el mate y guardando algunas cosas para el picnic que íbamos a hacer en una playa que estaba a un kilómetro de la cabaña donde nos estábamos hospedando.
― ¿Listo? ― me pregunto, con una sonrisa radiante que al instante me doblego.
―Siempre listo, mi amor― dije con picardía y sus carcajadas no tardaron en llegar.
―Estas muy lindo― se acercó a mí y paso sus brazos por mi cuello, su aroma tan suyo me golpeo al instante y ya no estaba seguro de querer salir.
―Vos estas hermosa, cielo― le susurre al oído.
―Gracias― respondió afectada, al menos no era el único.
―Vamos o no saldremos más― Celeste sonrió de nuevo, y agarro el bolso que había preparado, se puso anteojos de sol y salimos.
Nos subimos al auto y pusimos música, algo tranquilo, el viaje no era largo, pero estaba alejado de la zona céntrica, cuanto más nos alejábamos más desolada era la playa. Cuando no pudimos avanzar más con el auto nos bajamos, agarramos nuestras cosas y seguimos a pie.
Pasamos un alto médano para acceder a la playa, y caminamos varios metros más hasta aproximarnos al mar, Celeste se detuvo, saco una manta del bolso y la extendió sobre la arena.
Casi me quedo sin aire cuando la vi sacarse el vestido, su cuerpo era una jodida tentación, curvas sensuales por las que moría volver a recorrer con mi lengua, o mis manos y oírla gritar mi nombre mientras el orgasmo la atravesaba. Dios, era increíble como solo pensar en ella de esa forma hacia que mi m*****o se pusiera dolorosamente duro y no era el lugar más oportuno para estar así.
Trate de concentrarme en otra cosa, aunque fuera difícil.
Asiqué me dispuse a la tarea de armar la carpa plegable que había traído, solo me tomo unos minutos dejarla lista, pero fueron suficientes para volver a recuperar el control de mi cuerpo. Acomodé nuestras cosas dentro de la carpa y me senté, el mar se veía increíble y el día soleado estaba espectacular, permanecí en silencio mirando la inmensidad del agua y las olas que rompían en la orilla.
Fracase en mi intento por mirar otra cosa que no sea a ella porque ni dos minutos después no me pude resistir y mis ojos la buscaron como un desesperado.
La contemple con profunda devoción mientras recorría cada centímetro de su piel, estaba completamente enamorado de esa mujer, la mire y la miraría toda la vida si dependiera de mí. Llevaba un traje de baño normal de dos piezas rojo y me fascino la manera no solo de cómo le quedaba sino de cómo resaltaba su piel en él.
Había salido con otras mujeres a lo largo de mi vida, pero ella siempre fue diferente, y a pesar de que no podía tenerla, nunca nadie pudo superar mi fascinación por ella.
―Cielo, salí del sol que te va a hacer mal― cada vez que llegaba el verano, se empecinaba en broncearse, la cuestión es que, era una tarea perdida y ella lo sabía, no se bronceaba, se ponía roja como un tomate, luego le ardía y tenía un color rojizo que le duraba días y después desaparecía―. Celeste... ― no hubo respuesta, temía que se haya quedado dormida y era muy capaz de hacerlo, me acerque a ella y le acaricie la espalda―. Mi amor, el sol está muy fuerte, te vas a quemar.
Una especie de gemido se escapó de su garganta, sabía que estaba agotada después de la noche que habíamos pasado, y gran parte era su culpa por llevarme al límite casi todas las veces. Susurré su nombre una vez más y le dije que debía ponerse al menos el protector solar.
―Está en el bolso ¿me lo alcanzas?
―Toma― dije menos de dos segundos después con el pote en la mano, pero ella se giró me miro y con la mirada más inocente que pudo poner me quito toda la tranquilidad que tenia
― ¿Me lo pones? ― exhale el aire al darme cuenta la difícil tarea que tenía por delante. Si ya era difícil controlarme solo con mirarla como iba a hacerlo ahora que tenía que tocarla.
Me humedecí los labios y suspiré.
Celeste gimió al sentir mis caricias por todo su cuerpo, mis manos recorrían con delicadeza su espalda, sus hombros y brazos. Era una sensación de lo más exquisita, pase los dedos por debajo de la tira de su corpiño mientras esparcía el protector por su piel.
Mis manos descendieron hasta la parte superior de su tanga y deslice mis dedos sobre el borde, luego acaricie sus nalgas solo un poco, pero aparte la mano rápidamente, y continúe por sus piernas.
Esto era una verdadera tortura.
Protesto cuando me alejé a sus tobillos y jadeo cuando hice el camino de regreso, pero por el interior de sus muslos, no pude soportarlo me detuve apartando la mano.
Me recosté sobre ella sin aplastarla y llevé mis labios a su oreja.
―Cielo, me estas matando― mi voz salió ronca.
Me aleje por mi bien, pero por sobre todo por el suyo, no quería dejar salir al animal que había en mí, no con ella. Requirió de toda mi fuerza de voluntad apartar la mano, e incluso entonces casi caigo rendido cuando la escuché jadear, no pude más que irme y correr al mar en un intento por aplacar todo lo que sentía.
Ardía en deseo por ella, asique pensé que sería buena idea entrar en contacto con el agua helada, me ayudaría a calmar la agitación que estaba experimentando, tanto en mi cuerpo como en mi cabeza.
Nadé a través de las olas, alejándome lo más que pude de la costa, el mar estaba tranquilo, pero después de un rato volví a sumergirme y nadé de regreso sin detenerme hasta que sentí los brazos quemar por el cansancio.
Al volver la encontré sentada sobre la manta, mirando el mar, pero al mismo tiempo no haciéndolo, estaba perdida en sus pensamientos.
Me senté a su lado, tardo un momento en mirarme, pero cuando lo hizo me sonrió de una forma tan especial que casi sentí a mi corazón salirse de mi pecho, Celeste nunca iba a poder dimensionar todo el amor que sentía por ella, porque por más que se lo dijera, a veces ni yo podía explicarlo.
― ¿Tomamos mate?
No lo pensé dos veces y empecé a prepáralo mientras ella prendía su teléfono y ponía música y ahí mismo en esa calma nos dedicamos a escuchar música, tomar mate y charlar. Celeste nunca paraba de hablar y amaba eso de ella, me hacía reír todo el tiempo y sacaba esa parte de mí que solo era para ella.
Después de un par de horas, la convencí para que entrara al mar conmigo, y me causo mucha gracia que a diferencia de mí que me sumergí de una sola vez, ella fue haciéndolo de forma gradual, poco a poco, aclimatándose al agua fría. Cuando por fin se metió del todo la tome de la mano y la acerque a mi sin poder evitar devorar su boca como tanto había deseado.
Pasamos toda la mañana y parte de la tarde en la playa, Celeste había preparado unos sándwiches para almorzar por lo que no hubo necesidad de irnos a comprar comida. Conversamos, reímos, sacamos miles de fotos y volvimos a meternos al mar.
Yo me sentía demasiado feliz, como hacía meses no me sentía, pero cada vez que la veía sonreír o la escuchaba reír a carcajadas me sentía el hombre más pleno y completo de este mundo.
― ¿Cuándo vas a volver? ― me pregunto, con la vista mirando al mar.
―Voy a volver cuando vos quieras hacerlo― respondí, mirándola a ella―. Vamos a volver juntos.
― ¿Y si no quiero volver más?
―Entonces nos quedaremos en esa cabaña y tendré que aprender a hacer alguna labor para que sobrevivamos― sonrió, pero había algo ahí.
―Santiago ¿estás seguro de lo que vas a hacer?
―No es algo que vaya a hacer cielo, es algo que ya hice― digo, de la forma más calmada que encuentro, no quiero que tenga dudas, ya pasamos demasiados años perdiéndonos de estar juntos―. No voy a irme de acá sin vos, y si no te queres ir entonces nos quedamos, pero no pienso desperdiciar un segundo más de vida, no pienso reprimir más todo el amor que siento por vos o esta imperiosa necesidad de pasar el resto de mi vida a tu lado.
―Tengo miedo― confiesa―. Tengo miedo de que las consecuencias sean más grandes que lo que sentimos, tengo miedo de las represalias de tu familia, y tengo miedo de lo que vaya a hacer Delfina cuando se entere.
―Lo sé, mi amor, pero de eso voy a encargarme cuando sea el momento― sostengo, mientras acaricio su mejilla―. Y créeme que nada me asusta más que la idea de pasar mi vida y que vos no estés en ella, puedo perderlo todo, la plata, el prestigio, el poder, incluso mi familia, pero no puedo perderte a vos Celeste.
―Yo tampoco puedo perderte Santiago.
Solo eso necesité escuchar para atraerla hacia mí y apoderarme de esa boca suya que me volvía loco, había tantos sentimientos dentro que era casi abrumador, me respondió de la misma forma y me perdí en ella.
Celeste había sido el amor de mi vida, irónicamente toda mi vida y no había forma o poder en este mundo que lo cambiara, lo quería todo con ella, la casa, los hijos incluso el perro, lo sabía porque nadie iba a poder hacerme sentir o querer las cosas que ella despertaba en mí y ahora que la tenía no pensaba soltarla.