Celeste
Me desperté con un dolor insoportable de cabeza, la resaca me estaba matando. Anoche cuando llegue pensé que era una decisión inteligente abrir una botella de vino y tomármela toda, supongo que tenía la esperanza de que desapareciera de mi pecho el dolor y la impresión de saber que Santiago, mi Santiago se había comprometido con una mujer con la que jamás podría competir ni en esta ni en otra vida.
Di media vuelta con la clara intención de no salir de la cama en todo el día, pero varios golpes de forma insistente en la puerta arruinaron mi diversión. Me levante de manera demasiado lenta, como si mi cuerpo pesara mil toneladas.
Mi cabeza era otro tema e iba a matar al que estuviera golpeando tan fuerte. Me terminé de colocar una bata y abrí.
—Dios, Celeste ¿porque no contestas el teléfono? — lo mire tanto que el debió pensar que había quedado catatónica y yo, que mi cerebro se había apagado por completo ¿Qué estaba haciendo acá? —. ¿Estas bien?
—Si— lo dejé pasar y lo vi dejarse caer en el sofá—. Solo, no grites.
Observó la botella de vino vacía y levanto una ceja, sus ojos brillaron y sus cejas se movieron de esa manera que siempre me dejaba ver que se había quedado pensando en algo.
—¿Estas con alguien? — su tono fue más rudo que lo normal, me le quede mirando, no era posible que hiciera tamaña estupidez de pregunta.
—Sí, tengo dos machos musculosos en la habitación para continuar con el trio que interrumpiste— se levantó de golpe casi ahogándose con el mismo, era tan fácil jugarle bromas a este hombre.
—No es gracioso— me señalo.
—Bueno ya, no hay dos hombres ¿Contento?
—Si mucho— se sentó y me miro.
—¿Que haces acá Santiago?
—¿Acaso no puedo venir a verte?
—Sabes que sí, pero, te conozco— suspiró y se miró las manos, estaba tenso y triste y me dolía verlo así.
—Vine para que hablemos de anoche— me tense, era obvio que íbamos a charlarlo, pero no estaba segura si ya estaba preparada para escucharlo hablar de ella.
—Primero, necesito una ducha y parecer una persona.
—Está bien, mientras voy a hacer café.
Me perdí rápido por el pasillo y me metí al baño, necesita con urgencia esa ducha, me sentía descompuesta y tensa por la incipiente conversación que estaba a punto de tener.
Durante muchos años pude mantener a raya todos estos sentimientos que tenía por él, casi me volví una experta escondiéndolos, pero ahora que sabía que se iba a casar no sabía cómo reaccionar a eso y todo esto que ardía en mi pecho no podía manejarlo.
Deje que el agua corriera por mi cuerpo haciendo su trabajo, necesitaba relajarme y siempre el agua tibia era el mejor remedio. No me demore mucho a pesar de que quería no salir nunca, pero me seque y me puse un vestido cómodo para estar en casa.
Me até el pelo y salí al living donde Santiago estaba poniendo una bandeja con café y dos tazas sobre la mesita. Me sonrió ni bien me vio y me invito a sentarme junto a él, era algo que habíamos hecho infinidad de veces, pero hoy lo sentía extrañamente raro.
—Toma— me ofreció una taza—. ¿Estas mejor?
—Sí, solo me pase un poco con la bebida anoche.
—¿Un poco? Creo que fue un poco más que eso cielo ¿Qué paso para que tomaras así?
—Nada realmente.
—Celeste— su tono era duro, como siempre que quería algo.
—No quiero hablar de eso ahora, pero te prometo que estoy bien— suspiró y cerró los ojos—. ¿Queres contarme que te tiene tan afligido? Pensé que hoy debía ser todo alegría.
—¿Y porque supones eso?
—No se Santiago, quizás porque te comprometiste anoche ¿Por qué no me lo contaste?
—Porque, todavía no me acostumbro a la idea de tener que casarme.
—¿Tener? — lo mire seria—. ¿No queres hacerlo?
—Si quiero o no, a esta altura no es importante— sus dedos, jugaban con el borde la taza poniéndome aún más nerviosa.
—Para, por favor— me miro sin entender—. Deja de jugar con la taza y explícate.
—No tengo muchas opciones cielo, sabes que en mi familia hay mandatos que cumplir y este es el mío— mi corazón se rompió por él y por mí—. No tengo salida a ese matrimonio, asique, o me hago a la idea o me hago a la idea.
—No sé qué decirte.
—No tenes que decirme nada, en realidad— me ofrece su mano y me acerca a él abrazándome—. Soy yo el que tiene que decir algo y es que me perdones por no haberte contado nada, no quise excluirte, pero no sabía cómo hacerlo.
—Está bien, te entiendo— le sonreí, tratando de brindarle algo de calma—. Vas a estar bien, ya vas ver que con el tiempo te vas a sentir más cómodo con la idea de casarte, solo tenes que convivir más con ella.
—¿Vos y yo estamos bien? — me miro dubitativo.
—Siempre estamos bien y voy a estar para vos en todo lo que necesites—cerré los ojos un momento, el dolor de cabeza me estaba matando—. Incluso, quizás, tenga un vestido de novia que hacer.
Odiaba la idea de hacerlo, no quería y rogaba que decidiera hacérselo con otra persona.
—No tenes que hacerlo— me abrazo fuerte.
—Lo sé.
—A veces me gustaría que nos fuéramos tan lejos solo los dos, a vivir en una cabaña en medio de un bosque, como siempre decíamos cuando éramos chicos.
—Ya no somos chicos— volvió a abrazarme más fuerte.
No dijo nada después de eso, solo nos quedamos así por no sé cuánto tiempo hasta que su teléfono sonó y supe que era hora de que se fuera.
Dentro de mi cabeza parecía haber un martillo golpeando sin tregua, me dolía horrores asiqué pensé en volver a la cama, pero a pesar de que todo mi cuerpo me gritaba que durmiera no pude hacerlo.
Asique hice lo que mejor se hace y es dibujar, empecé con un boceto y cinco horas después tenía casi una docena de ellos con distintos vestidos y trajes. Era casi el atardecer y cuando mire por el ventanal la imagen del cielo de dejo anonadada.
Era una especie de naranja furioso que iba deprendiendo diferentes tonalidades, salí al balcón observando esa belleza natural, respiré hondo dejando que la cálida brisa entrara en mi cuerpo y por primera vez en todo el día me sentí más relajada.
Sin embargo, un pensamiento se atravesó sin permiso y esa sensación de pérdida fue dolorosa, innumerables atardeceres habíamos visto juntos y ahora él los vería con alguien más.
Me sentí cobarde e insignificante por no decirle que estaba locamente enamorada de él, pero cada vez que pensaba que podría decírselo, el miedo al rechazo se hacía más fuerte ¿Cómo sobreviviría nuestra amistad después de eso? Ya no podríamos vernos de la misma manera.
Además, él ahora iba a casarse, podía pensar que nunca podría amarla, pero sería una mentira, era cuestión de tiempo para que, con la cercanía de la convivencia se enamoraran, ella era una mujer exitosa y hermosa.
Tan de su estilo.
Cerré los ojos y dejé que el final de la tarde y la brisa primaveral me abracen, era hora de que yo también tomara mis decisiones. Santiago iba a casarse eso era un hecho, quizás era hora de que yo también empiece a tener una vida por fuera de él.
No casarme, eso es demasiado pero definitivamente necesitaba salir más y conocer gente nueva, si tenía suerte salir en citas ocasionalmente.
Cuando la noche cayo, entre finalmente, guardando todos los bocetos en los que pase el día trabajando y apagando todas las luces. Me metí en la cama y cerré los ojos intentando apagar mi cabeza y dormirme, mi teléfono sonó y la pantalla se encendió con un mensaje.
Santiago [22:00]: Que tengas dulces sueños, mi cielo celestial.
Cierro los ojos con más fuerza, apago el teléfono, lo dejo sobre la mesita de noche y me doy vuelta para dormir.
Mañana será otro día.