Celeste
Me desperté y me costó acostumbrarme a la luz que se filtraba por las cortinas, las mañanas así me encantaban, se notaba la primavera en todo su esplendor. Me desperece y me tome un momento.
Santiago no estaba en la cama, ni siquiera lo había escuchado levantarse.
Con toda la pereza del mundo me levanté y fui al baño a lavarme los dientes y asearme. Cuando me mire en el espejo mi cabello parecía un nido de pájaros, debía cortármelo pronto, quizás no me vendría mal un cambio de look, llevaba el pelo largo hacia una eternidad.
Cuando terminé, salí al living y lo vi, tan perfecto como siempre poniendo la mesa con todas las cosas del desayuno, incluso aquellas tostadas de salvado que el odiaba pero que eran mis favoritas.
Amaba que estuviera de nuevo en casa, pero sobre todo amaba la idea de que no se volvería a ir y seriamos él y yo como siempre.
—Buenos días, mi cielo— se acercó y me abrazo dejando un beso en mi cabeza. Me permití perderme unos segundos en su aroma tan masculino y tan característico suyo.
—Buenos días— respondí finalmente—. ¿Dormiste bien?
—Perfectamente— se separó de mí y tomo mi mano—. Veni, vamos a desayunar.
El desayuno paso en un cómodo silencio, mientras el leía las noticias y se ponía al día con sus cuestiones laborales yo revisaba mail de proveedores.
No era algo extraño, siempre que se quedaba nuestra rutina de desayuno era así, incluso tenía su lugar en la mesa y todo. Sé que nuestra dinámica no era la misma a la de cualquier amistad, pero no la cambiaría por nada del mundo.
Si el algún día me faltara, sinceramente no sabría qué hacer.
Y no es alguna clase de dependencia o de debilidad de mi parte, es porque sencillamente después de mi papá, Santiago ha sido la única persona constante en mi vida.
Era difícil confesarlo porque lo conocía, porque sabía que nunca verían con buenos ojos que este conmigo y porque nunca me mostro sentir algo más que una amistad, pero, lo amaba desde que tenía memoria y supongo que eso nunca iba a cambiar.
Sin embargo, podía amarlo en silencio con tal de no perderlo y si su amistad era lo único que podía darme, la tomaría con los ojos cerrados.
—Cielo— su voz me saco de mis pensamientos—. Lamento romper nuestra burbuja, pero esta noche va a haber una fiesta en casa de mis padres para recibirme, es de gala.
—De acuerdo— dije mirándolo, de golpe el brillo de sus ojos se había desvanecido—. ¿A qué hora es?
—A las ocho— me tomo de la mano y la acaricio—. No voy a poder venir a buscarte, pero mando al chofer por vos.
—No hace falta— asegure sonriéndole, había algo que lo estaba molestando y quería que no se preocupara por nada—. No sé a qué hora voy a terminar hoy asique seguro tomo un taxi.
—Me va a dejar más tranquilo saber que Roberto te va a llevar.
—Santiago soy una chica grande, voy a estar bien lo prometo.
No le gusto para nada, pero no lo deje replicar mi decisión, era verdad tenía mucho que hacer y no quería dejar esperando a nadie, incluso a Roberto que era el chofer de su familia.
Santiago a regañadientes dejo el tema y cuando terminamos de desayunar, se fue a llevar su valija a su casa y a hacer tramites antes de la supuesta fiesta. Estaba acostumbrada a esos eventos, siempre me pedía que lo acompañe y su familia me adoraba, pero se notaba a leguas que no era mi ambiente.
Sus padres me querían como una hija y eran muy cálidos conmigo, pero era consciente que por mucho que me quisieran nunca me verían como algo más, nunca verían con buenos ojos que un Blaquier se casara con alguien como yo.
Terminé de levantar las cosas del desayuno y lavarlas y fui directo a darme una ducha, antes de esa fiesta tenía mil cosas que hacer.
Algo me decía que este día iba a ser interminable.
Le pague al conductor del taxi y baje frente a la majestuosa mansión Blaquier, a pesar de haber venido en innumerables ocasiones nunca logre acostumbrarme a tanto lujo y majestuosidad.
La familia de Santiago, es una de las familias más acaudaladas de Argentina y su apellido pertenece a las familias aristócratas de Buenos Aires, por eso a veces me cuesta asociar a Santiago con ellos porque su esencia es tan distinta.
Él es tan humilde y sencillo en lo cotidiano que contrasta mucho con todo lo que tiene en realidad.
Cuando llego a la puerta de entrada, quien me recibe toma mi abrigo dejando al descubierto mi vestido largo n***o. Es una creación mía, no muy extravagante, me gustan más las cosas simples, es un básico por así decirlo, n***o entallado, con una abertura en la pierna derecha y mangas cortas y cuello de forma rectangular, lo que lo distingue es la espalda al descubierto.
Me puse zapatos negros a juego y el pelo recogido en un moño bajo, el maquillaje sutil, solo destaqué mis labios de rojo, creo haber logrado un look acorde a la ocasión.
Ni bien puse un pie en el gran salón noté toda la gente que había, claramente estaban festejando algo más que solo la vuelta de mi mejor amigo. No di dos pasos cuando su mirada me encontró, siempre fue intensa, pero esta noche esos ojos azules me recorrieron de pies a cabeza, con un brillo especial, algo que no vi antes.
Le sonreí y enseguida vino a mi encuentro, di un par de pasos también, sin embargo, antes de que pudiera llegar hasta mi alguien se cruzó en su camino y tomo su mano, eso, me dejo paralizada en mi lugar porque no era cualquier forma de tomar su mano, era como cuando estas en pareja con alguien.
Sacudí la cabeza, eso no podía ser así porque lo sabría, el me lo habría contado. Sí, es cierto que estoy enamorada de el desde siempre, pero nuestra amistad prevaleció por encima de todo y siempre confiamos el uno en el otro, asique si estuviera saliendo con alguien él me lo habría contado.
¿Cierto?
—Celeste— me saludo cuando llego hasta mí, estaba tenso, podía notarlo en toda su postura corporal—. Llegaste.
—Si— estaba en una especie de trance, mirando sus manos juntas y a ellos, esperando que me diga algo, cuando se dio cuenta hablo.
—Yo... mira esto es... la verdad... — jamás lo había visto tan nervioso, la chica a su lado me miro de una forma particular, sin entender porque él no podía explicarse o peor porque debía explicarse conmigo.
—Soy Delfina Lynch— me tendió la mano—. Su prometida.
Cuando termino de decir aquella palabra, estaba segura que había dejado de escuchar cada sonido a mi alrededor, incluso creo que había dejado de escuchar mis propios latidos. Probablemente era porque acababa de romperse en mil pedazos de un solo golpe.
¿Desde cuándo estaba con ella? ¿Por qué no me dijo nada?
¿Tenía derecho a estar celosa? No claramente.
Pero tenía todos estos sentimientos en ebullición dentro mío que apenas y podía controlar, me sentía engañada porque me había ocultado algo tan importante como esto y ni siquiera ahora, era el quien me lo decía.
—¿Que? — pregunté mirándolo a él, pensando que no había escuchado bien.
—Es reciente— dijo bajando la mirada y suspirando. Había algo en todo su comportamiento que no cuadraba para nada.
Tome una copa cuando un mesero paso por mi lado y la tome de un solo sorbo, si tenía que presenciar esto lo iba a hacer con alcohol en mi sangre. Tome un respiro interno y lo mire.
—Felicitación a los dos— le sonreí—. No sabía de tan feliz noticia, pero les deseo mucha felicidad.
—Celeste— su voz sonaba mal, como atormentada y no tenía ni idea que significaba esto para él, pero dejaría mi dolor atrás y seria su amiga como siempre fui.
—Valentina me dijo, que sos diseñadora— acaricio el brazo de Santiago, estaba claro que quería marcar posición—. Y me encantaría ver tu trabajo, sé que no sos conocida en la industria, pero si sos así de talentosa como dijeron podrías hasta hacerme mi vestido de novia.
—Sí, claro— dije saliendo de mi estupor, no sabía si sentirme ofendida o agradecida.
—Perfecto— Delfina tomo su mano y llamo su atención que seguía fija en mi—. Cariño, es hora de hacer el brindis y dar la noticia.
—Claro— se limitó a decir—. ¿Puedo verte después Celeste?
—Seguro— trate de esbozar mi mejor sonrisa—. Aquí estaré.
Los vi irse, antes de perderlo de vista giro y me miro.
—Estas hermosa— gesticulo, le sonreí a pesar de que por dentro me sentía morir.
Después de un rato un sonido de tintineo llamo la atención de todos, en un escenario estaban los padres de Santiago y lo que supongo eran los padres de su ahora prometida.
Cuando anunciaron su compromiso todo fue aplausos y felicitaciones, dos de las familias más importantes se fusionaban, era casi abrumador pensar en el imperio que formarían. Cada segundo era una tortura y lo único que quería era irme a mi casa, meterme en la cama y llorar por un amor que nunca tuve y que claramente nunca iba a poder tener.
Sabía que este momento, llegaría eventualmente, pero, no hacía que doliera menos, lo veo sonreír a la distancia mientras la acerca a su cuerpo, sujetándola firmemente por la cintura. Y ese molesto pensamiento nubla cada parte racional de mí ¿Qué hubiera pasado si alguna yo dejaba de lado mi cobardía y le decía que lo amaba?
Ahora, supongo que ya no tenía sentido hacerme esas preguntas porque iba a casarse con otra, con ella y yo seguiré siendo solo su mejor amiga.
Y aunque rompa mi corazón, es una realidad que tengo que aceptar.