Celeste
Salí corriendo tan rápido como pude, las lágrimas caían sin poder frenarlas. Sabía que bajar corriendo diecinueve malditos pisos no era una buena idea, pero me sentía tan frenética en ese momento que no medí la pésima idea que era eso.
No quería que él me alcanzara y tome el camino más lento de todos.
Cuando llegue al hall de entrada era un completo desastre, no podía respirar, el cuerpo me temblaba y no sentía mis jodidas piernas.
Aun así, me di cuenta que él nunca salió a buscarme.
Volví a llorar, pero necesitaba salir de ahí, sentía mi sien palpitando y una especie de zumbido en mis oídos, mi teléfono sonaba sin parar y a pesar de eso no podía escucharlo con claridad.
Antes de llegar a la entrada algo duro me tiro al piso, me dolió como un demonio y sabía que iba a haber un moretón en mi culo por el golpe.
—Tenes que mirar por donde vas— una mano apareció frente a mi cara, no quería levantar la vista, la patética imagen de mis lágrimas cayendo sin parar no era lo que quería mostrar—. Vamos, levántate.
Acepte su ayuda y apenas mire al hombre frente a mí sin prestar atención realmente, estaba demasiado aturdida para cualquier cosa y la necesidad de escaparme me picaba en la piel.
—Gracias y perdón— dije pasando por su lado.
—Tene más cuidado la próxima vez— escuche que me decía, pero yo ya había salido por completo.
Cuando el aire me dio de lleno en la cara finalmente sentí un poco como mis pulmones asimilaban el aire y me dejaba respirar. Empecé a caminar, dejando la idea de tomar un taxi a un lado, necesitaba aire y aclarar la cabeza.
A medida que más iba avanzando, más estúpida me sentía, me senté en el banco de una plaza y me quedé por horas.
Santiago durmiendo con su prometida.
Santiago acostándose con ella.
Si alguien diera un premio a la estúpida del año probablemente lo perdería por estúpida, era obvio que eso iba a pasar, se iban a casar por el amor de dios. Y a pesar de que cuando me lo conto nunca dijo que era por amor, yo nunca fui una opción para él, nunca me vio como una mujer que pudiera desear.
¡Solo soy su maldita mejor amiga!
Y había tenido la reacción más patética de todas, corriendo diecinueve pisos, llorando desconsolada como si mi novio me hubiera engañado en mi propia casa.
¡Alguien que me dé un golpe en la cabeza!
Pero dolía porque estaba viendo como el único hombre que había amado durante toda mi vida, justamente estaba por hacer su vida con otra persona. Y pensé que podía manejarlo, que podía reprimir mis sentimientos como siempre hice, pero la cuestión es que no podía. Verla en su cama hoy y saber lo que había pasado entre ellos, porque, era demasiado obvio lo que había pasado, me rompió y ni siquiera podía echarle la culpa porque el amor no era reciproco.
Mi teléfono sonó y lo saque del bolso, tenía más de veinte llamadas perdidas de Santiago, pero no podía hablar con él, no cuando se daría cuenta que había estado llorando y no tenía una excusa real que darle.
Teclee un mensaje y la respuesta no tardó en llegar.
Santiago [12:45]: Cenemos esta noche, yo llevo el vino y el postre. Quiero que hablemos sobre lo que paso esta mañana.
Yo no quería hablar de nada que tenga que ver con él, desnudo en su cama con su novia, prometida o lo que demonios fuera.
Celeste [12:50]: Esta noche no puedo, tengo una cita.
No era verdad en lo absoluto, pero eso él no lo sabía, si le decía que no iba a estar en casa era más seguro que no se aparezca de la nada. No hubo respuesta después de mi mensaje, lo más probable era que algo más importante haya ocupado su tiempo.
Me levanté y empecé a caminar para irme a mi café preferido a comer algo, era prácticamente el mediodía y aun ni había desayunado.
No me tomo más de quince minutos llegar y la verdad el día estaba hermoso para caminar, si tan solo yo me hubiera sentido igual, hubiera sido perfecto.
Entre y pedí mi café de siempre con un muffin, tenía ganas de comer algo dulce ahora, más tarde comería algo más de comida. Decidí pedir todo para llevar e ir a la placita que estaba enfrente.
Pague todo y cuando me dieron mi pedido me gire para salir, pero no llegue a moverme dos pasos, en cambio me choque con alguien, quería morir de la vergüenza ahí mismo, estaba segura que le había tirado el café encima porque veía el desastre en el piso.
No quería ni mirar a la persona que tenía frente a mí, el café caía en gotas manchando sus zapatos.
—Te pido mil disculpas— dije levantando la cabeza finalmente.
—¿Otra vez vos? — lo mire sin entender, él también me miraba entre sorprendido y enojado supongo, de golpe sonrió—. Voy a creer que estas empezando a acosarme.
—¿Que?
—Hoy a la mañana me chocaste cuando ibas corriendo sin mirar, ahora me chocas de nuevo y me tiras el café encima ¿Estas tratando de llamar mi atención? — lo miré, sin entender de qué demonios hablaba hasta que recordé mi salida del edificio de Santiago.
—Yo…no.… mil disculpas enserio— la vergüenza cada vez crecía más y más rápido en mí, mi cara debe estar de todas las tonalidades de rojo existentes. Cuando note el manchón de café en su camisa, tome un puñado de servilletas y empecé a limpiarlo frenéticamente.
Sí, parecía una loca.
—Está bien— tomo mi muñeca y me detuvo—. Es solo café, no pasa nada.
—Te pido disculpas de nuevo— dije—. Déjame pagarte lo que vayas a tomar al menos.
—¿Es una invitación? — me miro sonriendo—. Porque si es así, acepto.
—¿Que?
—¿Puedo invitarte un café? — abrí la boca y la cerré de nuevo—. Por el que acabas de perder.
—Pero yo te lo tire, lo lógico es que yo te lo pague a vos— dios, cállenme.
—Lo sé, pero quiero hacerlo igual ¿Acepta señorita...?
—Celeste Soler— estiro su mano frente a mí y la estreche a modo de saludo.
—Un placer Celeste, soy Bruno Lombardo.
Me sonrió de una manera particular, una que no vi antes y algo dentro mío me dijo que este hombre era un peligro.
Pago todo y acepto ir a la placita de enfrente conmigo, que en realidad era mi plan inicial, nos sentamos y empezamos a sacar las cosas que íbamos a comer, con nuestros respectivos cafés.
—Entonces, Celeste... ¿cuál es tu historia? — lo mire sin entender.
—¿Mi historia?
—Sí, lo típico, de donde sos, a que te dedicas— me sonrió otra vez y joder era lindo—. Soy pésimo ligando y no es que lo esté haciendo ahora— me reí yo esta vez—. Pero estas cosas me cuestan.
—Soy diseñadora.
—Interesante, ¿Dónde tenes tu tienda? — negué con la cabeza mientras daba un mordisco a mi muffin de arándanos—. ¿No hay local para ir a visitar?
—No aun, me va muy bien pero no soy famosa ni nada por el estilo, me manejo con una tienda y catalogo en línea.
—Eso es fantástico, ¿solo ropa de mujer?
—Por ahora sí, quizás más adelante me aventure a una colección masculina— se acercó y con una servilleta limpio la comisura de mi labio sorprendiéndome.
—Cuando lo hagas, voy a ser un cliente fiel entonces— carraspee.
—¿Qué hay de vos? ¿Cuál es tu historia?
—Soy abogado, manejo una firma, nada emocionante la verdad.
—¿Tener tu propia firma de abogados, te parece poco emocionante? — tomó un sorbo de su café y me miro.
—Puede volverse aburrido cuando al final del día es lo único que haces.
—Lo entiendo.
—¿Puedo hacerte una pregunta? — volvió a sonreír.
—Si... — dije dudosa.
—¿De que huías hoy a la mañana? — me quede congelada sin saber que decir, mi salida hoy a la mañana no era algo de lo que estaba orgullosa.
—No huía de nada, solo llegue en mal momento a la casa de mi mejor amigo— me miro y frunció el ceño.
—Pero estabas llorado.
—No quiero hablar de eso— suspire—. ¿Vos vivís ahí?
Quería cambiar el tema porque, no estaba segura de no volver a llorar, se dio cuenta, pero no dijo nada.
—No, yo vivo en otro lado.
—Déjame adivinar— me sonrió.
—A ver, señorita adivina— dijo divertido.
—Sos chico de un piso en Avenida del Libertador— me miro con los ojos abiertos y yo me reí genuinamente.
—Sí, ¿Cómo adivinaste?
—Tengo poderes— murmure bajito, como si fuera un secreto.
—Ya lo creo— sus ojos fijos en mi y me quede callada de golpe—. ¿Vos de dónde sos? No voy a adivinar porque, yo no tengo esos poderes.
—Palermo Soho.
—Mi nuevo lugar favorito.
Charlamos un rato más hasta que terminamos nuestras comidas, se levantó recogió todo y lo tiro en un tacho de basura, eventualmente íbamos en caminos opuestos y Bruno debía volver rápido a la oficina.
Nos despedimos y se fue. Empecé a caminar a mi casa y una sonrisa me invadió, había sido el encuentro más raro que había tenido pero el más divertido en mucho tiempo.
Probablemente nunca lo vuelva a ver, pero por unas horas fue como una bocanada de aire fresco.